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Capitulo 3

Iba a quedarse ciega. Eso o se volvería loca.

Tres días. Habían pasado tres días desde que había despertado en su habitación, confundida y casi sin poderes (su energía había regresado, por el bien de su cordura), con la noticia de que era una probable salvadora de varias vidas y, además, con una orden del Tribunal para ser arrestada por posible asesinato en masa. Sí, ironía.

Asesina...

La palabra le sabía amarga en la boca, dejándole una sensación de sequedad en la lengua y un nudo en el estómago. Había hecho muchas cosas en su vida; robar, meterse en peleas cuando realmente no era necesario (y con gente no precisamente simpática, para desgracia de Julian y su tranquilidad), alguna mentira aquí y allá...

Realmente no iba a fingir que era un angelito inocente, pero nunca, en ningún momento de su vida, había llegado tan lejos como para ganarse ese título. Le gustaba ser una guerrera, luchar era algo que disfrutaba, pero lo hacía para cuidar de los suyos y a su hogar.

Le habían enseñado hacer una protectora, nunca una agresora. Era un principio que respetaba y había seguido desde que había aprendido lo que era. Desde el momento en que le habían puesto un arma en la mano, mostrándole la responsabilidad que conllevaba y que no era un juguete.

Aquella acusación... no solo la horrorizaba, sino que la enojaba y se le hacía humillante. En especial cuando tenía que esconderse, al menos para darle un poco de paz a Julian.

Pero no era fácil. Era inquieta, rebelde y le gustaba ser útil; el no poder salir de su casa ni siquiera para entrenar con sus niños (nunca pensó que extrañaría tanto el salir con su escuadrón de diablillos) estaba siendo una tortura. De ahí que hubiese terminado en este lugar.

La biblioteca, los libros, siempre habían sido un refugio para ella. Eran su lugar seguro y donde siempre había podido encontrar respuestas a sus preguntas, así como un poco de tranquilidad cuando todo era demasiado. Aunque por desgracia, las respuestas y la tranquilidad parecían escasas estos días para ella.

Había intentado, realmente lo había intentado, distraerse y poner su mente en otros temas antes de llegar ahí, pero era una batalla pérdida.

El primer día de su encierro, dio varias vueltas por la casa, haciéndose útil y ayudando en varias tareas del hogar (sin magia, de otra forma apenas y hubiese tardado un par de horas). Nunca en su vida había limpiado tantas ventas y lavado tantos platos. Lo peor había sido quitar el maldito polvo, estúpidas alergias.

Desafortunadamente, fue solo eso, un día. En el Gremio todos tenían asignadas sus tareas y deberes, que se rotaban de forma semanal, por lo que era poco lo que podía hacer cuando ya todos habían hecho su parte.

Lo que la llevo al día dos, práctica de tiro y un buen mantenimiento de sus armas. Había un pequeño campo de tiro en los terreros de la casa y nunca sobraba el estar atenta al estado de sus cuchillos.

Ni siquiera paso del medio día para cuando termino de afilar todas sus armas y probarlas en cada objetivo.

Su frustración logró sacar lo peor de ella, haciéndola pasarse de la raya con los objetivos en una segunda ronda más agresiva (y con fuego incluido), que termino por asustar a los demás y que Julian la vetará del campo de tiro por lo que quedaba de semana.

Paso el resto del día encerrada en su habitación, con una buena cantidad de helado de chocolate, una de las botellas de vino caras de Julian (la cual tendría que reponer en algún momento) y maldiciendo en cada idioma que conociera, ya fuera humano o no, lo injusto que era todo.

Finalmente, al tercer día y luego de reconocer lo estúpida que había sido su rabieta mientras se recuperaba de una fea resaca (benditas sean las sanadoras y sus pociones), renuncio a retrasar más lo inevitable y entro por fin en la biblioteca.

Al principio trato de ser productiva. Reunió varios libros que podrían interesar a los niños y serles útiles cuando se atoraran en el entrenamiento, consiguió organizar una buena parte de las estanterías de forma decente e incluso termino varias lecturas que tenía pendientes y comenzó otras nuevas.

Sin embargo, en el momento en que se le acabaron las ideas "productivas", comenzó a investigar de verdad.

Por su cabeza no paraban de pasar ideas de lo que había ocurrido, de lo que había sentido aquel día. Las visiones de aquella criatura oscura se agolpaban en su memoria, junto con la dura realidad de las vidas que se habían perdido y salvado por sus acciones, obligándola a buscar respuestas.

-¡Maldita sea! -maldijo, cerrando el que debía ser el milésimo libro que tenía entre sus manos con más fuerza de la necesaria, el agotamiento y la frustración goteando de su voz.

El hecho de que hubiese estado buscando desde bien temprano en la mañana, alguna pista sobre qué demonios había ocurrido, no significaba que tuviera algún progreso.

No había nada sobre una luz milagrosa, ni curaciones extremas o muertes sin explicación o heridas previas. Lo más parecido eran viejas historias de hazañas de brujas provenientes de las familias fundadoras y, aun así, no había punto de comparación.

Las familias fundadoras eran fuertes y poderosas, sus miembros capaces de increíbles muestras de magia, pero ¿algo de este nivel? Ni siquiera ellos tendrían la energía suficiente para abarcar toda una ciudad de un solo golpe.

Además, ninguno de ellos está aquí, se sabría. Destacarían demasiado con su impulso de restregarles sus nombres a medio mundo.

Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios, al imaginar a un par de personas que seguro caían en esa categoría. La arrogancia y la necesidad de mirar a los demás por encima del hombro, solo por la forma diferente en que pensaban o sus orígenes, era algo que sin duda harían los fundadores apenas pusieran un pie en Umbra.

Aunque eso no aplica a todos ¿cierto?

Dejando salir un suspiro cansado, estiro las piernas a lo largo del sofá en el que estaba y se masajeo un poco el cuello, que estaba algo rígido por la tensión en la que se encontraba.

No, ciertamente aquella imagen que tenía sobre las grandes familias no aplicaba a todos. Había otros más gentiles y humildes, abiertos a nuevas personas e ideas, aunque su deber y posición los mantenían atados de otras formas.

-¿Crees qué eres especial? ¿Qué eres como ellos? Niña tonta -el veneno parecía salir de cada palabra, aumentando el dolor dentro de ella a un nivel que su cuerpo maltratado jamás se acercaría. Apretando los dientes hasta casi dolerle la mandíbula, contuvo las lágrimas tanto como pudo-. Puedes vivir en su casa, comer en su mesa, entrenar y aprender sus costumbres...

El tirón en su cabello le hizo soltar un gruñido, pero fue el repentino golpe en su mejilla lo que la sorprendió. Aun así, se negó a soltar una sola lágrima.

-Pero que te quede claro, aberración, tu jamás serás uno de ellos y ellos nunca te verán como una igual. Cualquier cosa que hubieses creído, no existe....

El recuerdo vino a ella de forma inconsciente, dejándola con el ceño fruncido y rodeándose con sus propios brazos de forma reconfortante, recordándose que nada de eso era real. Aquellas palabras, la malicia y rencor detrás de ellas, habían tocado una fibra sensible dentro de ella, justo en su lado más vulnerable.

Sus orígenes siempre habían sido un tema delicado para ella, por lo que no le sorprendió en aquel momento que la atacaran justo donde dolía. Sabía que eran una mentira, por supuesto, pero... eso no evitaba que una parte de ella sufriera.

La parte que muy en el fondo, todavía era una niña solitaria en un orfanato olvidado por los dioses, donde nadie la entendía y parecía ser solo una fuente de problemas.

Esto no es sano, Rebecca. Ya no te hagas esto. Se reprendió a sí misma, al mismo tiempo en que se estiraba sobre el brazo del sofá y se quedaba así un rato, con las manos sobre la cara.

Tal vez lo mejor, aunque no le gustara, sería alejarse un poco. Salir y tomar aire así fuera solo en el patio, podría aclarar su cabeza lo suficiente para evitar una migraña bastante fea (que por el dolor que crecía entre sus ojos, era posible que ya estuviese surgiendo).

-¿Eh? -mirando por entre sus dedos, noto como entre una pequeña pila de libros que se alzaba justo frente a ella, (bueno, a sus espaldas en realidad), uno en particular se destacaba. Un libro de cuentos- ¿Y qué haces tú aquí? Eres más bien para niños...

Libros de historia, biografías, incluso de alquimia y viejos grimorios; los había consultados todos y no entendía como aquel librito infantil, se había colado entre todos aquellos tomos gruesos y más pesados de leer. Ni siquiera recordaba haberlo sacado de alguno de los estantes.

-Historias de Luz, Maravillas y Caos: la Llegada de los Siete Grandes -leyó, una vez que se enderezo en el sofá y tomo el libro entre sus manos.

Con curiosidad, abrió la primera página y efectivamente, era un libro de historias para niños. La historia de los dioses y la creación de su mundo.

Bueno, uno más no hará diferencia y esto es bastante ligero. Con suerte, tal vez se dormiría antes de llegar a la mitad y podría relajarse por fin. Acurrucándose mejor en el sofá, comenzó a leer.

"Hace muchos siglos, cuando el mundo era joven y los humanos todavía creían en espíritus del bosque, el poder de la tierra y en aquellas criaturas invisibles para sus ojos; una gran fuerza surgió..."

Un bonito bosque apareció en la primera página seguido de estas palabras, lleno de flores y árboles, así como algunos animales (ciervos, conejos, pájaros, algunas ardillas y zorros también) y varias personas aquí y allá. Sus ojos se abrieron ligeramente cuando noto como aquel dibujo, comenzaba a moverse.

Las hojas de los árboles parecían moverse con la brisa, los pájaros volaban de un lado a otro, los conejos y zorros se correteaban y las personas también caminaban. Nunca había visto algo así, pasaba mucho tiempo entre aquellos libros y jamás había visto que alguno hiciera eso ¿sería algo único de este libro? ¿Para atraer la atención de los niños? De repente la lectura se había vuelto algo interesante.

"Entre un estallido de luz, siete figuras brillantes como estrellas fugaces, pisaron la tierra. Nadie sabía de donde habían llegado ni quienes eran, pero los que los vieron estaban seguros de que no eran de este mundo". Al terminar el párrafo, dicho estallido cubrió toda la imagen y al terminar, los que ahora se sabían que era las Siete Deidades, aparecieron.

Pasando de una página a otra, Becca continúo leyendo la historia que, pese a ser bien conocida por todos, la tenía sorprendentemente atraída. Los dibujos y las palabras se unían de tal manera, que hacían que todo cobrara vida. Sentía como si en lugar de leer una vieja historia, estuviera descubriéndola de nuevo.

Los pequeños detalles, cosas que jamás habían escuchado, las personalidades de las deidades y su relación con los humanos, le fascinaron.

"Así como la luz de la que surgieron, los siete eran hermosos, puros y llenos de compasión. A menudo se les veía uniéndose al resto de los humanos en su día a día, compartiendo sus dones por el simple deseo de hacerlo..."

No eran solo dioses distantes y fríos, buscando presumir sus poderes. Con cada página que leía, podía ver que eran poderosos, pero también disfrutaban de ayudar. Observó con ternura como les enseñaban a las personas sobre la alquimia y el poder de las hiervas y minerales para curar a otros.

"La felicidad los rodeaba cada vez que les ayudaban, enseñándoles sus dones y conocimientos. La tierra hablaba a través de ellos, lo que les permitía mostrarles a los hombres sus secretos y amarla al igual que ellos."

Al verlos mostrarles las runas más básicas, como estas los podían ayudar en su vida diaria y a comprender el delicado equilibrio que había en la naturaleza... entendió que estaba viendo el nacimiento de las primeras brujas. Sus ancestros.

Increíble....

Pero no solo eran gentiles al compartir su sabiduría, también eran divertidos y juguetones. A algunos incluso les gustaba hacer travesuras a las demás personas o entre ellos mismos, si es que los dibujos eran fieles a la verdad.

"Disfrutaban jugar entre ellos y cualquiera que los viera, podía darse cuenta como su corazón rebosaba de amor por su pequeña familia, al igual que por todas las criaturas que los rodeaban y como este crecía un poco más cada día".

Soltó una carcajada en cuanto vio como en una de las imágenes, una de las deidades (supuso que debió ser la diosa Ría, fundadora de los Cambia Piel) se transformaba en un oso para sorprender a uno de sus hermanos, haciéndole caer al río y ganándose miradas enojadas de su parte.

Pasando ya a las últimas páginas del libro, un jadeo la abandono en cuanto vio el grotesco dibujo que ahora se presentaba ante sus ojos.

-No puede ser...

"Sin embargo, del mismo modo en que eran capaces de amar, también eran capaces de albergar un gran odio en su corazón. A medida que la humanidad dejaba ver su egoísmo y codicia, las gentiles deidades fueron testigos de las barbaridades de las que eran capaces..."

Guerras, matanzas, cazerías horribles sobre diferentes criaturas sobrenaturales, en su mayoría brujas por lo que veía, se presentaban ante ella en varios dibujos que definitivamente no eran para niños ¿qué diablos era este libro?

"En respuesta a semejante horror, los una vez compasivos y amorosos dioses, en busca de justicia contra aquellos que habían abusado de su gentileza y maltratado a sus preciosas creaciones, dejaron salir su rencor en la forma más pura de odio y violencia..."

Las imágenes de fuego, sangre, muerte y persecuciones fueron remplazadas por el dibujo de aquel monstruo, rugiendo y con sus varios brazos arrasando con todo a su paso. Cada movimiento de la imagen en la página le daba escalofríos y le recordaba vívidamente el terror que había sentido al tenerlo cara a cara.

"El nombre de aquellos monstruos, los justicieros divinos, era Dverjan. Los demonios parásitos y los destructores de los dioses."

Cerrando el libro de golpe, jadeo como si hubiese corrido una maratón o pasado todo el día bajo el agua, mientras trataba de procesar lo que acababa de leer. Mirando el pequeño libro, aparentemente simple e inofensivo, apenas podía creer todo lo que había visto.

Aquella cosa... esa criatura era un producto de...

Debo encontrar a Julian, tengo que mostrarle esto. Decidió, sin realmente detenerse a pensar en lo que recién había aprendido y a lo que su mente intentaba darle lógica. Salió corriendo de la biblioteca con el libro en la mano sin detenerse en absoluto.

Era una locura, no tenía ningún sentido y probablemente en otras circunstancias, diría que era solo el tiempo de encierro pasándole factura, pero....

Algo en su alma gritaba que era la verdad.

Corriendo por los pasillos, bajando escaleras y ganándose más de una mirada extraña o alguna queja por un choque involuntario, Becca llego a la oficina de Julian jadeando y con el corazón en la garganta, pese a que el recorrido desde la biblioteca hasta ahí no llevaba más de cinco minutos.

-¡Lo encontré, Jul! ¡Encontré la respuesta! -exclamó, abriendo la puerta de par en par y sorprendiendo al hombre, para luego recibir un ceño fruncido en respuesta.

-¿Y tocar la puerta antes de entrar? ¿Perdiste esa parte de tus modales en el camino? Creo que las reglas de la casa y en especial las de mi oficina, son bien conocidas por todos aquí niña -le espetó Julian con molestia, a lo que hizo una mueca de vergüenza. Si había algo que odiaba su maestro, era que entraran en su espacio como si fuera un toro enloquecido.

-Lo sé, lo siento ¡pero esto es muy importante Jul! De verdad creo que encontré una pista sobre lo que paso ¡tal vez nos ayude a solucionar todo! -le aseguró, el libro firmemente apretado entre sus manos. Una vocecita en su cabeza le decía que esperara, que tal vez se estaba precipitando, pero la ignoro. Ella estaba segura, lo sabía.

Julian la miro con el agotamiento pintando su rostro, tratando de seguirle el ritmo a su repentino entusiasmo, luego de solo recibir su malhumor y mal carácter los últimos días. La falta de sueño y la continua presión del Tribunal para que se las entregara tampoco ayudaban.

Había tenido que reducir las patrullas y salidas de todos, solo permitiendo pequeños viajes fuera de los terrenos cuando eran absolutamente necesarios y siempre en grupos de tres personas para reducir riesgos, llegando incluso a plantearse un toque de queda.

Pero ese era un extremo al que no quería llegar todavía. Su gente estaba acostumbrada a la libertad y a viajar, amaban ser útiles y explorar el mundo para ayudar. La idea de encerrarlos era algo que odiaba y también una línea que no estaba dispuesto a cruzar, por lo que debía buscar otras alternativas para protegerlos. Necesitaba protegerlos a todos del Tribunal.

El Tribunal y el Gremio eran los pilares de la ciudad, era su responsabilidad mantener el orden y la seguridad dentro de Umbra, pero no era tan sencillo. El Tribunal a menudo se cegaba por su deseo de justicia y sus leyes rígidas, con sus jueces que hace mucho parecían haber perdido la empatía por los demás y solo entendían el poder.

Hace años que Julian había dejado de confiar en ellos para impartir una justicia real, en lugar de solo castigos a su mejor conveniencia, en especial cuando se trataba de las Parcas. Con ellas de su lado y sin ningún respeto real por los principios de los dioses, principios que el Gremio trataba de seguir hasta el día de hoy, no dudaba de lo real de sus amenazas...

-¡No pueden hablar en serio! ¡Ella no hizo nada malo! ¡No merece ningún juicio, mucho menos el de las Parcas! -les gruño al grupo de ancianos que lo habían convocado para una reunión de emergencia. Los viejos jueces se habían atrevido lanzar acusaciones contra Rebecca, sin tener ninguna prueba-. No lo permitiré, mi aprendiz no será interrogada y mucho menos enjuiciada sin ninguna prueba.

-¿Y las personas que fallecieron? ¿Esa no es prueba suficiente? La chica era la única que estaba sin ninguna energía luego de esa explosión, todos lo saben. Eso es innegable, Julian -le señalo el anciano a su derecha, con sus pequeños ojos brillando de malicia. Sus manos picaban por borrarle aquella expresión de la cara.

-Estuvimos en una maldita batalla de supervivencia hasta hace poco minutos, se le rompieron las costillas en el momento en que nuestro escudo fue destruido -afirmó, fulminando con la mirada al hombrecillo, que para su crédito no se acobardo-. Protegió a sus estudiantes e intento junto con sus compañeros salvarme la vida y a las personas de esta ciudad ¡no dejare que la traten como una criminal! ¡Nos salvó a todos y merece respeto!

-Los muertos también lo merecen. Al igual que justicia, Líder del Gremio -hablo otro de los ancianos, el que parecía tener mayor rango y poder entre aquel grupo, si las miradas de respeto lanzadas en su dirección decían algo. Su voz había sido suave y llena de una inusual calma, como si supiera algo que los demás no, lo que lo puso en guardia-. Es posible que su estudiante sea una heroína a sus ojos, a los ojos de media ciudad y sin duda merece nuestra admiración por semejante hazaña...

-Ahórrame los falsos halagos anciano y di lo que piensas. Odio que den vueltas para hablar -no se dejaría engañar por sus bonitas palabras. Ellos iban por su niña, no importa la forma en que lo dijeran, iban por ella y no iba a permitirlo.

-Pero ya sea o no la responsable de semejante milagro, lo único de lo que estamos seguros, es que más de una docena de personas están muertas. Y todas las señales apuntan a su protegida, quien es la única pista que tenemos para encontrar una explicación -termino el juez con frialdad, mirándolo directamente y sin ningún temor. La sonrisa burlona que apareció en su vieja y arrugada cara hizo que un gruñido animal creciera en su pecho-. Dígame Julian, ¿no es parte de los principios del Gremio proteger y salvar vidas? Ayúdenos y cumpla con eso. Ayúdenos a darles justicia a estas pobres almas y proteja a la ciudad como es su deber.

El puñetazo que lanzo, apenas un centímetro lejos de la cabeza del anciano, dejo un profundo cráter en la pared a sus espaldas, así como varias grietas por todo el muro. Sus ojos, ahora teñidos de un color ambarino, brillaron con amenaza mientras se inclinaba sobre el juez.

-Te llenas la boca hablando de justicia y de proteger a otros, pero ¿cuántas veces en tu puta vida, haz hecho otra cosa que no fuera sentarte detrás de tu maldito escritorio y peleado por alguien más? ¿Cuándo haz hecho algo más que lanzar a otros a las garras de esos espectros? No me hables de deber o principios, viejo -rugió, casi deseando tener verdaderos colmillos y garras, para que su amenaza no fuera solo palabras y fuerza bruta. Como deseaba poder usar sus poderes y poner a estos cretinos en su lugar-. Que te quede claro, a ti y a todos los demás, no entregaré a la chica y ella nunca se acercará a las Parcas. Intenten acercársele y verán de lo que mi gente y yo somos capaces para cuidar a uno de los nuestros.

Con eso, les dio una mirada mortal a todos los estaban a su alrededor y giro sobre sus talones, dirigiéndose con paso firme hacia la salida. No iba a perder más tiempo en ese lugar, tenía que ver como seguía Becca y cuidar el resto de su gente.

-Proteger a tantas personas es muy difícil ¿no? Tantas vidas y solo uno de usted para mantenerlos a salvo... es una lástima que no esté en todos lados -murmuró el viejo, haciéndole mirar sobre su hombro. La mirada perversa que le lanzo, le erizo la piel y lo impulso a llegar más rápido a su hogar-. Uno nunca sabe que desgracias pueden pasar en un descuido ¿verdad?

La amenaza fue clara como el día. Debía apresurarse y poner a su familia a salvo...

Aquellas palabras habían sido el tormento de su existencia desde entonces. La incertidumbre que lo invadía cada vez que uno de los suyos abandonaba la seguridad de su hogar, aunque fuera por solo unos minutos, lo agotaba y le dejaba los nervios en carne viva.

Y sin embargo...

Algo en los ojos de la joven frente a él, ese brillo inconfundible de determinación que conocía tan bien y que desde hace días, había notado con pena que se había apagado, le empujaban a darse un momento para escucharla y descubrir si era posible salir de aquel lío de una vez por todas.

Desde que la conocía, Becca nunca hablaba por hablar. Si realmente había encontrado un camino entre todo el peligro que colgaba sobre ellos, es que era cierto. Y para este punto, aceptaría cualquier sugerencia que mantuviera sus niveles de estrés intactos.

No pierdo nada con intentarlo. Se decidió luego de unos minutos de silencio.

-¿Si te escucho, vas a calmarte de una vez? Parece como si te fuera a dar algo y no quiero brujas desmayadas en mi oficina -le respondió finalmente, con un toque de diversión al ver como la chica asentía con emoción ante sus palabras. De verdad había extrañado su entusiasmo. Adoptando una postura más erguida, la miró con la seriedad que suposición le exigía-. Muy bien, siéntate y explícame todo. Preciso y directo niña.

Asintiendo, no perdió el tiempo y se lanzó a explicar su sorprendente nueva lectura e increíble descubrimiento. Por cada palabra que escuchaba, el rostro de Julian cambiaba de una emoción a otra.

Intriga, confusión, sorpresa, incredulidad, duda...

Temor. Fue lo único que vino a su mente cuando vio la ilustración del demonio que casi le había quitado la vida y arrasado con todos los demás.

-Dverjan... -murmuró, rozando apenas con la punta de los dedos la grotesca imagen, antes de pensarlo mejor y cerrar el pequeño libro de golpe, apartándolo. Casi se sintió como si le quemara la mano, mientras le dirigía un ceño fruncido a su estudiante-. ¿Un libro de cuentos? Tu teoría, toda tu supuesta solución ¿se basa en un libro para niños?

Uno que jamás había visto en mi vida.

-Se que parece y suena loco... -comenzó Becca.

-No tiene pies ni cabeza, Rebecca. Eso es lo que es esto -le cortó Julian, pellizcándose el puente de la nariz. La maldita migraña estaba comenzando, otra vez-. Estas diciéndome que un demonio milenario, creado por los dioses como un arma de destrucción y que solo es conocido por nuestras leyendas, ¿fue el responsable de todo esto?

-Así es. Y tú también lo sabes, lo viste igual que yo, lo sentiste -afirmó, acentuando sus palabras con ligeros golpecitos sobre el libro y mirándolo sin vacilar-. Es imposible, una locura y estoy segura de que nada de lo que digo tendría algún valor para esos bastardos del Tribunal, pero tú lo viste. Sabes que es real.

Pero eso no cambiaba nada, no cuando todo eran solo palabras. Si, es posible que no pudiese negar que lo que había sentido, lo que casi lo había matado, era aquel demonio. Estaba seguro de que llevaría el recuerdo de ese monstruo consigo hasta el día de su muerte, no había duda en lo que sus ojos veían. Aun así...

-Esto no prueba ni arregla nada, niña. Ni el Tribunal, ni nadie en su sano juicio, creerán alguna vez algo de esto -suspiró Julian, con cierta amargura. Becca estaba a punto de abrir la boca para protestar, pero él fue más rápido-. No, escúchame. Es posible que yo crea que tienes algo aquí y eso siendo muy, muy optimistas ¿pero los demás? ¿Sabes cómo se escuchará esto frente a los demás? Pensaran que se te ha aflojado un tornillo niña.

-Y por eso vine a ti primero -murmuró Becca en respuesta, con el ceño fruncido, para luego volver a tomar el libro entre sus manos-. Sé cómo se ve esto Julian, sé que nadie me tomara enserio si solo voy y les agito este libro en la cara. Estoy consciente de que necesito más pruebas para lo que digo.

-¿Y entonces?

La pregunta la hizo con un matiz de conocimiento, temiendo el camino por el cual se dirigía la joven y sin estar seguro si debía detenerla o no. Quería protegerla, mantenerla a salvo era una de sus grandes prioridades, pero sabía que no podía mantenerla encerrada para siempre. De ahí que sus siguientes palabras, lo arrojaran a un nuevo mar de preguntas y alternativas.

-Entonces déjame ir a buscarlas, déjame salir e investigar más sobre esto -le pidió con determinación. Había encontrado los primeros rastros de un camino, uno que no entendía, pero en el que tenía una extraña seguridad, por lo que no lo iba a perder. No cuando cada parte de ella gritaba que era lo correcto-. Ya he revisado todos los libros en nuestra biblioteca, los he leído de arriba abajo, no encontrare nada más en ellos. Pero en las sedes, afuera... puedo encontrar mucho más.

Por supuesto, quería salir.

La confirmación, pese a crearle un nudo desagradable en el estómago, no le sorprendió. Para empezar, tenía lógica y en realidad no era una mala idea.

El mundo humano era un lugar enorme, donde era fácil perder el rastro de alguien sino estabas acostumbrado a moverte en él y más aun cuando no tenías apoyo como el que ofrecían las sedes del Gremio. El conocimiento abundaba, tanto escrito como de en boca en boca, no serie realmente complicado conseguir algunas pistas si sabías donde buscar.

Para los miembros del Gremio todo aquello era muy sencillo, ¿pero para el Tribunal y sus seguidores? Sería como buscar una aguja en un pajar. Desesperante y agotador.

Al menos por unas cuantas semanas, el tiempo en que tardarían en ofrecer suficiente dinero u otros favores a brujas y otras criaturas sin moral, que conocieran el terreno y fueran por Becca.

La chica es fuerte y se puede cuidar, pero no podrá correr para siempre con una horda de cazadores tras de ella. Comprendió Julian, mirando con cuidado a la bruja de ojos grises, reconociendo sus habilidades y el mérito de su idea, pero sin poder evitar también pensar en los problemas que esta tenía.

-Es un plan interesante, no te voy a mentir, pero tiene muchos agujeros. Para empezar, estas contando desde el principio con el apoyo de las sedes, sin tomar en cuenta que ya se ha corrido la voz sobre lo que paso aquí -le explicó, entrelazando sus manos sobre el escritorio. El alma se le fue a los pies a Becca al escuchar eso.

Si las cosas eran malas ahí, ¿cómo serían en el exterior, donde los rumores podían retorcerse hasta ser irreconciliables? ¿Qué tan mal parada estaba ante sus compañeros? Las posibles respuestas que se formaban en su mente ante esa pregunta la estremecían.

-¿Es... muy malo? -preguntó, mordiéndose el labio.

-Hasta donde sé, muchos están enojados. Mas por el hecho de no haber podido ayudar que por otra cosa.

Bueno, al menos el enojo no estaba dirigido a ella, pero aún no cantaba victoria. Había cientos de sedes alrededor del mundo, miles de opiniones diferentes y muchas puertas que podían cerrársele en la cara.

-Según los mensajes que he recibido, varios están preocupados de que esto no sea un caso aislado y aparezca otra bestia ahí afuera -continuó Julian, apretando las manos al igual que la mandíbula, al recordar otra de sus nuevas y más grandes preocupaciones-. El caos sería incontrolable al igual que las víctimas, nuestra existencia podría verse comprometida sino nos aseguramos de que esto no se repita.

-Pero eso no es algo que podamos controlar. O al menos no mientras no nos dejes movernos con normalidad y comencemos a tomar medidas -le espetó, ganándose una mirada fulminante de su maestro, a la que respondió con el mismo desafío que la caracterizaba-. Oh, sí, me he dado cuenta de tus cambios en el horario ¡al igual que todos los demás! ¿Qué es lo que pasa Julian?

-Nada que deba preocuparte -murmuró Julian con advertencia. No quería tocar ese tema, no quería cargarla a ella también con esa responsabilidad.

Pero Becca no estaba dispuesta a aceptar nada de eso. Puede que hubiese pasado los últimos días en recuperación y tratando de no volverse loca por su nuevo cautiverio, pero eso no significaba que estuviese ciega o sorda.

Mientras iba de un lado a otro en busca de alguna distracción, noto como la cantidad de personas que había dentro de la casa estaba fuera de lo normal, así como su malhumor. Su casa nunca estaba abarrotada ni mucho menos llena de tensión.

Siempre había gente entrando y saliendo. Los pasillos estaban inundados de risas, bromas y escándalo, las puertas jamás se cerraban.

-¿En serio? Porque no me creo nada ¿reducir las patrullas y las salidas? ¿Controlar cuándo y quiénes entran y salen? -le lanzó en tono acusador, exigiendo saber por qué el cambio tan radical en las reglas. Tenía una sospecha en particular, pero quería que fuera el mismo Julian quien se lo confirmara, antes de sacar cualquier conclusión-. Entiendo que no me quieras dejar salir, me enoja y aun así lo entiendo, pero ¿y el resto? ¿Por qué parece que en cualquier momento vas a poner un candado en las puertas y tirar la llave?

-¡Esto no es asunto tuyo, Rebecca! -le gruño el brujo mayor, con los ojos brillando levemente en ámbar.

-¡Lo es si involucra a mis amigos y hace que te comportes de este modo! -exclamó ella en cambio, dando un manotazo al escritorio para acentuar su indignación. Cerro los ojos por un segundo y contó hasta cinco antes de murmurar lentamente sus sospechas- ¿Se trata del Tribunal? ¿Han hecho algo más?

Por un minuto, el silencio reino en la oficina de Julian. Tanto maestro como alumna evitaban los ojos del otro.

El primero por vergüenza y la otra porque no estaba segura, de sí estaba lista para lo sea que se fuera a encontrar si levantaba la mirada. Para Becca, Julian siempre había sido una figura de fortaleza y seguridad. Era a quién todos acudían cuando tenían dudas, quién siempre tenía un plan, el primero en dar un paso al frente cuando se necesitaba.

Julian era el corazón del Gremio y su mayor escudo, uno que ella no deseaba ver derrumbado o con grietas, porque si Julian se derrumbaba, si no tenía algún plan, ¿qué sería de ellos? No tuvo oportunidad de reflexionar más sobre el asunto, ya que la risa de Julian, amarga y llena de desprecio, le saco de sus pensamientos.

-No se suponía que las cosas fueran así. Se suponía que encontraría una solución a esto antes de que las cosas se me fueran de las manos y alguien se diera cuenta -murmuró, con voz cansada y una débil sonrisa triste tirando de su boca. Sintió que su corazón se apretaba en su pecho al notar la derrota en sus ojos, cuando por fin se atrevió a mirarlo-. Debí saber que ese alguien serías tú, eres demasiado inteligente para tu propio bien...

Rodeando el escritorio a paso apresurado, giro la silla de Julian hasta tenerlo frente a ella. Arrodillándose a sus pies y tomando su rostro cansado entre sus manos, Becca acaricio su mejilla con ternura antes de hablar.

-Por favor Jul. Dime -le susurró, suplicante.

Julian la miró con una mezcla de resignación y culpa, antes de dejar caer los hombros con derrota. Odiaba escuchar esa suplica en su voz, le quemaba por dentro el no haber podido evitarlo y el deseo por destruir piedra por piedra el edificio del Tribunal, junto con todos sus malditos jueces, no hacía más que crecer.

Pero ese era un lujo que no podía darse. Sus prioridades debían ser otras por ahora.

-El Tribunal me convoco hace poco a una reunión... -comenzó, abriendo las compuertas, sabiendo que no tenía más opciones. No quería ver el dolor de nuevo en sus ojos, no quería que se sintiera responsable de alguna manera, pero mantenerla en la oscuridad ya no era posible.

Y es mejor si se lo digo yo. Aceptó, para luego proceder a contarle todo lo ocurrido en la dichosa reunión. Cada palabra, cada amenaza, Julian puso todas las cartas sobre la mesa y la sangre le hirvió al hacerlo.

Para cuando termino, Becca tenía los ojos teñidos de un brillante color azul tormenta y sus puños estaban fuertemente apretados a sus costados. En su rostro había un profundo ceño fruncido y el poder de su magia zumbaba con furia a su alrededor.

-Esos malditos.... ¡¿cómo se atreven?! ¡Esta es nuestra casa, nuestros amigos y nuestra familia! ¡¿Quiénes se creen para amenazarlos?! -gruñó, con la rabia goteando de cada una de sus palabras.

-No dejare que se acerquen a ninguno de ustedes. Pasaran sobre mi cadáver antes de que le pongan un dedo encima a alguien dentro de estas paredes -aseguró Julian, tomando sus manos entre las suyas para que aflojara su agarre.

Había marcas de sus uñas en el interior de sus palmas, cuando por fin logro que abriera las manos. Estaba seguro de que de haber durado un minuto más, se abría roto la piel.

-¿Es por mi culpa? ¿Quizás lo mejor hubiese sido ir con ellos desde un principio? -murmuró, con un nudo en la garganta de solo pensarlo.

-¡NO! ¿Cómo puedes si quiera decir eso?

-Porque, aunque sé que no es justo y solo buscan a alguien que sea su chivo expiatorio, para así no verse como un montón de cobardes inútiles, ¡es aún más injusto lo que quieren hacernos! -espetó Becca con impotencia, mordiéndose el labio-. Evitamos cientos de muertes, cuidamos de los heridos, ayudamos a mantener el orden en la ciudad... el que nos amenacen de esta forma, no es justo.

Eran unos cobardes. No solo retorcían su deber como guardianes de la ley dentro de la ciudad, sino que amenazaban con dañar a sus amigos, con hacer sufrir a Julian, solo por una estúpida sospecha que nadie podía validar.

No es correcto, ni justo y mucho menos legal, pero...

Debía hacer algo para arreglar las cosas. No Julian, no sus amigos, ella. Nadie en el Gremio estaba hecho para estar enjaulado, sino libre. Habían sido solo tres días, pero había sido suficiente para darse cuenta de lo horrible que sería si les cortaban las alas a todos por más tiempo.

Quería recuperar su casa bulliciosa, las puertas abriéndose y cerrándose, los gritos y las risas. La sonrisa cansada pero satisfecha de Julian. Quería su hogar de vuelta y haría lo que fuera necesario.

Apretando la mandíbula, tomo unas cuantas respiraciones antes de decir algo que realmente no quería.

-No es algo que quiera considerar, pero... tal vez tengan razón sobre mí y yo haya causado todas esas muertes -comenzó, poniéndose de pie y girándose para no tener que ver la reacción de sus palabras en el rostro de Julian. No estaba segura de poder soportarlo-. Entonces, si de alguna manera puedo evitar que esto vaya a más y cumplan sus amenazas...

-No te voy a entregar ni dejare que tú lo hagas, Becca. No te veré convertirte en una mártir -afirmó con ferocidad. Aquello no era negociable, jamás lo sería. Levantándose de un salto de su silla, la encaro una vez más-. Continuaremos refugiándonos aquí, mantendré las cosas en orden y si es necesario, les explicare a todos, pero no vas a entregarte.

-Eso no va a funcionar para siempre. Tarde o temprano debemos salir y regresar al mundo, eso es lo que nos enseñaste, lo que somos -respondió a cambio, abrazándose a sí misma-. No dejare que los demás carguen con las consecuencias de algo que solo me involucra a mí. Si debo quedarme, entonces...

-Entonces es mejor que te vayas de aquí -le cortó Julian de golpe, haciendo que volteara a mirarlo con incredulidad. Su boca se abrió ligeramente en cuanto noto como los ojos de Julian se nublaban por las lágrimas.

-T-Tú... Jul...

-Todos estos años, lo único que quise fue cumplir con mi deber. Cuidar de mi hogar, proteger a quienes confiaban en mí, ayudarlos a encontrar su propio camino. Ser un buen líder -un pequeño sollozo salió desde lo profundo de su pecho al terminar aquella frase, para luego mirarla con nostalgia-. Todo eso cambio en el momento en que entraste a mi vida.

Avanzando hacía ella, la tomo por los hombros y la atrajo hacía un largo abrazo, en donde sus propios ojos se humedecieron y su corazón pareció saltarse un latido, en cuanto escucho como el hombre sollozaba en su cabello y sintió como algunas lágrimas se le escapan.

Fue ahí cuando descubrí un gran miedo. Descubrí que existía alguien a quién era capaz de poner por sobre todo eso -murmuró con cierta vergüenza ante su falta como líder, pero sin ningún arrepentimiento en su corazón-. Todos aquí son mi familia, ¿pero tú? En mi corazón, tú eres lo más cerca que jamás estaré de saber lo que es tener una hija. Y eso me aterroriza.

Julian no podía procrear, su naturaleza, lo que él era... lo hacía imposible. El escuchar esa confesión, reconocer en voz alta el peso del vinculo que había entre ellos, la lleno de una alegría y tristeza que no creía posible. Estaba feliz, pero su felicidad se veía empañada por la dolorosa realidad que sus palabras contenían. Aquella confesión... era una despedida.

-Me aterra porque, aunque lo que más deseo es poder protegerte y ayudarte a descubrir qué demonios está pasando... sé que no puedo. No sin fallarle a todos los demás -terminó, frunciendo el ceño con enojo hacía si mismo. Nunca se perdonaría si algo malo le ocurría a Becca por sus decisiones, pero no podría vivir consigo mismo si su gente terminaba sufriendo, porque no podía priorizarlos como debía.

-Y eso es algo que no quieres, algo que no te dejare hacer -afirmó Becca, comprendiendo su hilo de pensamiento.

-Sí... y por eso debes irte. Aunque me duela, aunque me asuste, no puedo seguir conteniéndote y cuidar de los demás al mismo tiempo -apartándose suavemente de su abrazo, metió un mechón de su largo cabello detrás de su oreja, para luego mirarla con determinación-. Mereces saber la verdad, descubrir a donde te lleva este camino y no seré yo quien te lo impida.

-Julian, yo... gracias. Te prometo que resolveré las cosas, volveré en cuanto sepa la verdad. No los dejare.

-Lo sé, confío en ti niña, pero antes tengo una sola condición -señaló, su voz cambiando a el mismo tono que usaba cuando daba una orden o asignaba una misión. No había duda ni alternativas, fuera lo que fuera lo que iba a decir, Julian no cambiaría de opinión-. Quiero que estés a salvo, necesito saber que lo estas. No lograre hacer un carajo aquí si eso no pasa y los dos sabemos que lo que vendrá será una tormenta si la presión del Tribunal continua, por lo que necesito estar listo.

Becca trago saliva y sus manos comenzaron a sudar, el miedo comenzó a recorrer su cuerpo en cuanto su mente comenzó a entender hacía donde quería llegar Julian.

No, no, no... por favor, no me pidas esto Jul.

-Solo hay un lugar en el mundo en donde sé que estarás protegida y tendrás la libertad que necesitas para investigar. Quiero que vuelvas con ellos, niña -le dijo Julian, lanzando todas sus esperanzas por la ventana y que cientos, miles de recuerdos, inundaran su cabeza y llenaran su corazón de viejos temores-. Quiero que vuelvas a tu hogar.

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