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Capítulo 2

Había sangre por todos lados. Sangre y muerte.

Podía escuchar los gritos de quienes la rodeaban, su sufrimiento era claro como la luz del sol, que parecía haber abandonado aquel rincón del mundo. Tanto dolor, tanta muerte...

El infierno, era la única manera que se le ocurría para describir lo que veía. La devastación que había ahí, solo podría venir del pozo más negro del infierno.

Nacida de fuego y luz...

Sus sospechas tomaron mayor fuerza en cuanto la criatura apareció ante ella. Oscura, repugnante, vacía de cualquier vida... todo lo que podía sentir de ella era una enorme cantidad de caos y desequilibrio. Aquella cosa no era parte de su mundo, no respetaba de ninguna forma las leyes de la naturaleza.

Y era aterrador, ¿qué movía a un ser así? Sin alma, sin algo que la atara a la tierra, solo... furia.

Todo se movió muy rápido a su alrededor de repente, como si la arrojaran de un lado a otro. El infierno dio paso a la luz, una brillante, cegadora y cálida luz. Era como si estuviese siendo rodeada por una gran cúpula.

La sangre de siete despertara...

Ya no podía escuchar gritos ni llantos, no había más que una sensación de paz y protección. Casi sintió ganas de dormir, hasta que la vio.

Una figura se alzaba entre la luz. Tenía el rostro bañado en lágrimas y aunque se veía en paz, con sus ojos cerrados y toda ese poder brillante cubriéndola, sintió un urgente deseo de protegerla.

Quería extender sus manos y alcanzarla, rodearla con sus brazos y mantenerla a salvo. En su interior, algo gritaba que debía cuidar de ella. Pero algo la retenía.

Cuando sus ojos se abran a la verdad...

Un mar de oscuridad. Bajo sus pies, a su alrededor y sobre ella... la oscuridad la envolvía por todos lados. El deseo de proteger aquella figura, esa luz, se convirtió en miedo.

No pudo dar ni un paso antes de que la gran marea negra la engullera, arrastrándola hacía abajo. El aire salió de sus pulmones de golpe y por más que pataleo y lucho, la oscuridad seguía llevándola hacía las profundidades.

Aquella figura de luz, esa persona que quería cuidar con todo su corazón, estaba más y más lejos. Y la oscuridad crecía.

La ira del cielo correrá en un vacío de oscuridad...

Ante sus ojos aterrados y con un grito silencioso, observó con impotencia como la marea negra crecía de golpe y en una poderosa ola, consumió a la luz por completo...

Abrió los ojos con un grito ahogado.

Su cuerpo entero temblaba y un sudor frío le recorrió la espalda, al mismo tiempo en que su mente confundida, volvía a estar consciente de su realidad. Estaba en su habitación, era de noche y ninguna fuerza oscura ni ningún ser del infierno, estaba merodeando a su alrededor.

Al menos no todavía.

Ese recordatorio, aquellas pequeñas cuatro palabras, fueron suficiente para que girara hacia su mesa de noche y abriera de golpe el primer cajón, buscando la libreta que siempre procuraba tener a mano, en caso de que se presentara uno de estos momentos.

Abriéndola en una página al azar (estaba más preocupada por recordar todos los detalles de lo que había visto, que en mantener algún orden), se apresuro a escribir esas cuatro líneas que habían retumbado con fuerza en sus sueños.

Nacida de fuego y luz,

la sangre de siete despertara...

Cuando sus ojos se abran a la verdad,

la ira del cielo correrá en un vacío de oscuridad...

Jamás había tenido una visión así, nunca tan... imprecisa. Siempre había podido ver con claridad la imagen, por más pequeña que fuera. Un objeto, un lugar, una persona, ¡algo, cualquier cosa! El foco siempre había estado ahí.

A lo que debía prestar atención, lo que podía elegir promover o evitar, los dioses nunca habían tenido problemas para mostrárselo. El final más probable entre miles de caminos, ¿pero ahora? ¿Qué le habían mostrado ahora?

Destrucción, muerte, monstruos, oscuridad, luz, paz, protección... sensaciones e imágenes desordenadas que no lograba interpretar, no como en otras oportunidades.

Y luego estaba esta profecía. En todos sus años como bruja Ojos de Espejo, nunca había obtenido una profecía. Eran confusas y difíciles de descifrar, no tenían espacio en el campo de batalla, donde las decisiones debían tomarse en minutos, si no es que en segundos.

Las profecías eran cosas a largo plazo, destinadas a ocultar información a plena vista. Una forma graciosa en que los dioses elegían mostrar sus cartas en un juego mayor, al menos en los viejos tiempos cuando aun eran enormemente adorados. Pero ahora solo eran una advertencia

¿Pero una advertencia sobre qué? ¿Qué es lo que me quieren decir esta vez?

Los temblores en su cuerpo, así como el miedo y la sensación de malestar aún la recorrían. Solo podía recordar una vez en la que se había sentido así luego de una visión. El amargo sabor de la culpa le lleno la boca, recordando aquel momento de hace tantos años, cuando había tenido que tomar aquella terrible decisión.

Una que aún le partía el corazón, pero de la que no podía dar marcha atrás.

—¿Señora? ¿Está bien? Estaba por bajar cuando sentí un cambio en su poder —le llamaron con delicadeza desde su puerta.

—Estoy bien, Oliver. No ha sido nada, solo he visto... algo —fue su muy escueta respuesta. Frotándose la frente con pesar, dejo salir un suspiro de agotamiento.

—¿Debo avisar al señor? Si debemos prepararnos de alguna manera, en caso de que se acerque una emergencia, puedo...

—¡No, no, eso no es necesario! No se trata de una de nuestras usuales emergencias, no hay necesidad de alertar a nadie —afirmó la señora, cerrando los ojos por un momento para ordenar sus pensamientos. Apenas y le sirvió de algo—. De hecho, ni siquiera estoy segura de que se trate de una emergencia o si el daño ya está hecho.

—¿Señora? —murmuró el hombre mayor, confundido.

Conocía el alcance de los poderes de la dama, las cosas que veía y la importancia que tenían, sobre todo en los últimos meses, donde las cosas habían sido más críticas. Sin embargo, en todos los años en que conocía a la mujer, nunca la había visto tan nerviosa y perdida por una visión.

Siempre había considerado que los poderes de una bruja Ojos de Espejo eran como luz que se filtraba entre la niebla, capaces de distinguir lo que aún no se conocía y darle sentido.

Pero viendo a la mujer mayor en su cama, con las sabanas revueltas y esa mirada de desconcierto en su rostro, sintió que por primera vez en toda su vida, era testigo de cómo la niebla había sido demasiado espesa como para dejarle paso a la luz.

—No te preocupes viejo amigo, los dioses solo han sido más misteriosos que de costumbre con sus mensajes, nada más —le tranquilizo la dama con una débil sonrisa, para luego asegurarle que podía marcharse tranquilamente—. Todo estará bien por la mañana, ve a descansar.

El viejo mayordomo, aún inseguro pero sin querer molestar más a la dama, asintió en aceptación. Estuvo a punto de cerrar la puerta y dejar sola a la mujer por el resto de la noche, cuando la duda volvió a asaltar su mente, molestándolo como una espina enterrada en su costado.

Su trabajo era cuidar de esta familia, de servirla y velar por ella. Había llevado a cabo esa tarea durante décadas, prácticamente toda su vida estaba ahí, entre las cuatro paredes de esa casa. Sentía una terrible impotencia cada vez que veía a alguna de estas maravillosas personas, personas que consideraba su propia carne y sangre, sufrir de alguna manera.

Algo que por desgracia, se había hecho común estos años, empeorando en los últimos meses. Por lo que al ver el estado tan perdido de su señora, una mujer que toda su vida se había caracterizado por su serenidad y fuerza, se sentía obligado (tanto por deber como por amor a la familia) a insistir al menos una vez más.

—Señora Bianca, acaso lo que vio... ¿es inevitable? La familia, nuestra familia, ¿está en peligro? —preguntó casi en un susurro, temiendo la respuesta.

El silencio se prolongo por un largo momento, en donde ambos ancianos compartieron una mirada cansada, sintiendo como nunca antes el peso de sus años y sus respectivas responsabilidades.

—No lo sé, Oli. Me temo que esta vez, no lo sé.

*****************

Dos días después....

Por extraño que sonara, nunca en su vida había dormido mejor. Mientras arrugaba los ojos y parpadeaba lentamente para deshacerse de los restos del sueño, Becca se sintió increíblemente descansada y cómoda.

Era como volver a tener once años y despertar en una nube, sin ninguna preocupación en el mundo. Con una pequeña sonrisa, recordó lo cómoda que había sido aquella cama de su infancia, con mantas y almohadas tan suaves y mullidas que nunca quería salir de ellas.

Incluso en los momentos donde habían tenido que despertarla con algún almohadazo (era una dormilona nata), habían sido divertidos, pues siempre terminaban en una guerra de almohadas y luego...

Basta. Se corto bruscamente.

No debía ir por ese camino, no le traería nada bueno. Los cinco o diez minutos de felicidad que le trajeran los recuerdos, no valían la amargura y el dolor que vendrían después. No valían la culpa que con tanto esfuerzo se había obligado a sepultar.

Dejando salir un pequeño gruñido, termino de despertarse y trato de levantarse. Se sorprendió al notar que, pese a lo relajada que se sentía, apenas tenía fuerzas para sostenerse sobre sus codos.

—¿Qué...? —su confusión apenas se registro en su mente, antes de que el estallido del cristal rompiéndose contra el suelo, la hiciera girar la cabeza hacia la puerta con sorpresa.

Ni siquiera tuvo tiempo de parpadear antes de verse envuelta en un abrazo aplastante y escuchar un leve sollozo junto a su oído

—Estas despierta. Estaba tan asustado... —las palabras de Julian, temblorosas y húmedas, le apretaron el corazón y le hicieron aferrarse a él con la misma fuerza. Sus breves minutos de paz, fueron barridos en menos de un segundo, cuando los recuerdos se precipitaron hacia ella.

Gritos, sangre, un intenso dolor por todo su cuerpo... el escudo destruido, sus amigos siendo abrumados por los adictos... aquel monstruo, Julian gritando y retorciéndose justo antes de....

Dioses, Julian estuvo a punto de morir.

El simple pensamiento fue aterrador y la hizo soltar sus propias lágrimas de alivio. No estaba muerto, Julian no había muerto y la estaba abrazando. Estaban a salvo.

—L-Los sanadores dijeron que estabas bien... pero no abrías los ojos y y- yo... no sabía qué hacer....

—Estás vivo... —lloró, en parte confundida pero mucho más feliz—. Tenía tanto miedo cuando vi que ya no te movías, ¿cómo lograron sacarte de ahí? Esa cosa estaba arrasando con todo, debe haber decenas de heridos. Tenemos que ayudarlos, yo puedo...

Pero no fue sino hacer el intento de levantarse de la cama, cuando sintió que todo su mundo daba vueltas y tanto su cabeza como su estómago se revolvían. Estaba débil, muy débil, pero no se sentía ningún dolor en su cuerpo ni parecía herida ¿qué era lo que le pasaba?

—Julian, ¿qué paso? ¿Por qué estoy tan débil? ¿Cuánto tiempo he estado dormida? —podía escuchar como el pánico comenzaba a filtrarse en su voz, pero no podía evitarla. Aquella debilidad le resultaba familiar, horriblemente familiar y le asustaba.

En un intento de confirmar sus sospechas (y rogando por solo estar exagerando), busco aquella fuente en su interior, el pozo de energía que era su magia. Sus ojos se abrieron con alarma al sentir el estado en que se encontraba.

—¡¿Por qué apenas puedo sentir mi poder?! ¡¿Qué le pasó a mi magia?! —su frenesí fue en aumento, al mismo tiempo en que revisaba cada parte de su cuerpo, especialmente sus brazos, con manos inestables.

—Becca, cálmate. Todo está bien, estas a salvo te lo juro, no tienes que hacer eso —le aseguro Julian con suavidad, tomando sus manos en un agarre firme pero cuidadoso, evitando que se hiciera daño.

—¡Casi no puedo sentirla! ¡Casi no puedo sentirla, es como aquella vez! —las palabras le salían en una mezcla de pánico y sollozos. Podía sentir su corazón en la garganta y las lágrimas rodaban por sus mejillas, los escalofríos y el miedo la llenaron—. No de nuevo, por favor, no de nuevo...

La sola idea de que todo se repitiera, de que volvía a vivir aquella pesadilla, la llenaba de terror. Su pecho ardía y le costaba tomar aire, podía sentir que su cuerpo estaba temblando y no lograba ver nada más allá de sus lágrimas.

—Niña, niña respira. Mírame y respira conmigo —le pidió Julian con firmeza, tratando de encontrar su mirada, pero ella apenas podía escucharlo.

Sabía que estaba en el Gremio, sabía que estaba segura y era Julian quien le hablaba, pero lo único que su mente parecía poder registrar era la sensación de vacío y debilidad en su interior. El como la última vez que había sentido aquello, había estado sola, asustada y herida.

Las náuseas la invadieron cuando aun en contra de todo lo que quería, su mente comenzó a traer de vuelta cosas que había luchado por dejar atrás.

La oscuridad fría y húmeda a su alrededor que le llegaba hasta los huesos, el constante dolor en su cuerpo, los gritos rebotando en las paredes sin que nadie pudiera escucharlos ni ayudarla...

—N-No.... otra v-vez no....

Tenía frío, sentía que estaba ahogándose. No podía tomar suficiente aire y jadeaba con dificultad, pero aun así, las visiones no paraban de llegar.

Risas crueles, el resonar de las cadenas contra el piso, el crujir repugnante de sus huesos y sangre por todos lados...

Dolor, mucho dolor. El dolor no paraba de llegar en todas direcciones...

—¡Basta, basta, basta! —suplicaba, con la vista nublada y sujetando su cabeza en un intento desesperado porque todo se detuviera— ¡Paren ya, por favor, por favor!

—Becca estas a salvo, no está pasando nada. Tu magia sigue ahí, tú sigues aquí —insistía Julian, tomándola por sus brazos y acariciándola en un intento de tranquilizarla—. Confía en mi niña, nada malo te va a pasar aquí conmigo, por favor, trata de respirar.

Respirar. Debía respirar, su pecho dolía porque no lograba respirar. Quería dejar de tener dolor y que su mente dejara de dar vueltas, pero tenía mucho miedo ¿qué debía hacer? No podía dejar de llorar y estaba tan asustada...

—Respira conmigo. Vamos, adentro y afuera —le indicó, mostrándole como inhalar y exhalar, sin dejar de repetir los movimientos hasta que vio como ella los copiaba—. Eso es, así niña. Muy bien.

—T-Tengo miedo —logró murmurar entre respiraciones. Los temblores iban desapareciendo de a poco, pero su llanto aun persistía.

—Lo sé, tranquila. No te dejare sola, todo estará bien —le aseguró Julian, abrazándola y acariciando su cabello, murmurando palabras de consuelo hasta que finalmente se calmó.

Así paso casi media hora, abrazados y con Becca llorando como un bebé, pero a Julian no le importo. Odiaba decirlo, pero no era la primera vez que la veía en esas condiciones, tan asustada por los recuerdos que incluso llegaba a olvidar que todo estaba en su cabeza y en realidad estaba a salvo. Que nunca dejaría que nadie le hiciera daño otra vez.

Su dulce y testaruda niña, tan valiente desde tan joven.

La había conocido cuando todavía era una niña, tan solo una jovencita de quince años que, pese estar en una situación complicada y con muchos motivos para estar asustada, había logrado salir adelante y ver la luz en la oscuridad.

Mientras la sentía sollozar en sus brazos, recordó aquel momento donde su vida había cambiado para siempre. Había estado en una misión, caminando por las calles de Paris mientras rastreaba a su objetivo, cuando una chiquilla astuta y muy escurridiza, se cruzo en su camino...

Se lo iba a reconocer, la pequeña ladrona era rápida.

Rápida e inteligente. Después de casi dos horas persiguiéndola por todos lados, pisándole los talones a cada momento y aún así resbalándosele entre los dedos, tuvo que admitir que la niña no era solo una simple carterista más.

No solo tuvo la habilidad suficiente para acercársele y robarle sin que lo notara hasta que sintió el ligero toque en su bolso, sino que también había demostrado una agilidad y velocidad increíbles para esquivarlo. Y ese no era un logro fácil de conseguir.

—Vamos niña, sal de dónde sea que estés —murmuró con una sonrisa divertida y los ojos brillantes de emoción, agudizando sus sentidos. Era como una cacería realmente entretenida, una que no había tenido en mucho tiempo.

 Ya ni siquiera la buscaba para recuperar su billetera, apenas si le importaba a estas alturas. No, lo que realmente le interesaba era ver hasta donde llegaría la niña, por cuanto tiempo sería capaz de escapar y que haría una vez que la atrapara.

Porque no había ninguna duda al respecto, la atraparía. Puede que le intrigara y fuera divertida aquella persecución, pero seguía teniendo un trabajo pendiente y no perdería más tiempo.

El leve golpeteo de unas piedritas cayendo sobre el asfalto lo alerto.

Volteando rápidamente hacia su derecha, sus ojos chocaron durante apenas un segundo con los de la niña, antes de que esta echará correr como alma que lleva el diablo sobre el techo en el que se encontraba.

Frunciendo el ceño y ya un poco harto de todo, utilizo su fuerza para impulsarse hacia arriba. Procurando no ir demasiado alto para no llamar la atención de los humanos, entrecerró los ojos en cuanto vio como la chica se disponía a desaparecer de nuevo entre los tejados, saltando de un edificio a otro.

Eso era lo bueno de París, al menos para los ladrones. Los edificios estaban tan cerca uno del otro que era fácil moverse entre ellos.

—Pero eso ya no funcionara conmigo. Basta de juegos, niña —afirmó, justo antes de moverse en el aire y con su poder, aterrizar con fuerza justo en frente de la pequeña ladrona—. Fue divertido, pero este es el fin del camino. Devuélveme lo que me robaste, ahora.

Para su crédito, la niña no retrocedió. Si bien dejo salir un chillido de sorpresa y ahora lo veía con mayor cuidado, no demostró miedo. Que interesante...

—Vamos, ya perdí mucho tiempo. Regrésame la billetera y estamos en paz —insistió, al ver que no se movía ni decía nada. Noto como sus ojos se desviaban apenas un segundo hacía el juego de cuchillos que tenía ocultos bajo su chaqueta, antes de mirarlo con desconfianza—. No tienes que tener miedo, no voy a lastimarte. No tengo por costumbre dañar a los niños, no voy a empezar ahora.

—¿Y esperas que lo crea? Pudiste atraparme en cualquier momento, lo acabas de demostrar justo ahora ¿por qué confiaría en ti? —le gruñó, tomando una postura que reconocía. Se estaba preparando para pelear—. Sabía que era una mala idea tomar esa billetera, lo entendí en cuanto no me pude librar de ti a la primera como con los otros. Ese salto y las armas que traes solo me lo terminaron de confirmar.

—¿Confirmar qué? —también a punto de confirmar sus propias sospechas. Esas habilidades que demostraba y la postura que tenía, eran señales innegables de un entrenamiento especial.

—Eres un brujo ¿no? Uno persistente —le espetó, a lo que sonrió con burla.

—Mira quién habla, chiquilla testaruda —le devolvió, mirándola con diversión, cuando lo fulminó con la mirada—. Es cierto que pude atraparte antes, pero no significa que hubiese sido fácil. Apenas y pude sentirte todo este tiempo, eres buena escondiendo tu energía pequeña.

Fue entonces cuando la chica pareció congelarse en su sitio. Todo su cuerpo se tenso y noto como sutilmente, intento poner detrás de ella su brazo izquierdo. La acción le dio curiosidad y por instinto acercó su mano a su cinturón, en caso de que lo atacara con algún arma, pero algo no le cuadraba.

Durante todo el tiempo que la había seguido, la niña no había usado su magia de ninguna forma, sino que se limito a huir y esconderse. Ningún hechizo o magia elemental para distraerlo, mucho menos atacarlo. Incluso ahora, ante la evidente desventaja, se limitaba solo a plantarle cara con sus puños.

Valiente, pero extraño. Algo no estaba bien.

—Niña.... —comenzó con cuidado, inclinándose lentamente hacia ella hasta casi poder tocarla. Su curiosidad aumento en cuanto vio como el color desaparecía de su rostro, siendo esta la primera señal de miedo que le notaba en todo este tiempo ¿qué le asustaba?

—Por favor, deja que me vaya. Te devuelvo la billetera, no he tocado nada, solo deja que me vaya y no sabrás más de mí —se apresuró a decir, tendiéndole la billetera y dejando en el suelo su fachada ruda en un instante. El temblor en su mano le preocupo aun más, lo que finalmente lo hizo decidirse a alcanzar con sumo cuidado su brazo izquierdo, para ver que ocultaba—. Por favor, por favor...

Lo que vio en su muñeca, no solo le hizo parpadear con asombro, sino que también lo inundo de una inesperada rabia y protección hacia la niña que temblaba frente a él, como si en cualquier momento se la fuera a comer como un lobo hambriento a un corderito.

¿Quién le había hecho esto? ¿Por qué? ¿Quién era esta niña? Las preguntas se agolpaban en su cabeza, pero en ese momento, al ver el miedo reflejado en esos peculiares ojos grises, supo que era lo que debía hacer.

—Hey, tranquila. Todo está bien, no tienes que tenerme miedo, te prometo que no te haré daño —le aseguró, afrontando círculos tranquilizadores en su brazo y mirándola directo a los ojos para que entendiera la honestidad que había en sus palabras—. De hecho y si me dejas ayudarte, te prometo que nadie nunca más volverá hacerte daño.

Y la niña, por alguna razón que solo los dioses conocían, confió en él....

Esa había sido una promesa que se había esforzado todos los días por cumplir, de mil formas diferentes. Le había dado libertad, le enseño todo lo que sabía y busco que otros también le enseñaran. Se esforzó por demostrarle que había un lugar en el mundo para ella.

Que no había nada malo en ella y que no tenía ninguna culpa sobre lo que le paso. Que no debía tener miedo.

Y hasta cierto punto lo había logrado, de no ser por esas malditas pesadillas y ataques de pánico. Eran cosas contra las que no podía protegerla, su mente era algo con lo que no podía pelear por ella. Lo único que podía hacer era estar ahí cuando cayera y ayudarla a levantarse otra vez.

Otra cosa que le había enseñado y que siempre le recordaba, nunca debía dejar de levantarse.

—Perdón por esto, no era mi intención derrumbarme de esta manera. Parezco una niña tonta —le escucho murmurar ya más calmada y removiéndose un poco entre sus brazos, con la intención de limpiar las lágrimas de su rostro.

—Hey, hey, nada de eso. No tienes que disculparte por nada niña —le aseguró, separándose un poco para ver su rostro. Seco parte de sus lágrimas con sus pulgares, antes de atraer su atención con una mirada firme. Becca trago saliva al ver la intensidad de sus ojos—. Quiero que me escuches y que entiendas esto muy bien, quiero que nunca lo olvides.

De haber sido otras las circunstancias, podría haberse ablandando e incluso reído un poco de lo adorable que se veía así, asintiendo como una niña pequeña con los ojos brillantes y llenos de interés, sin querer perderse ninguna de sus palabras. Momentos como ese le hacían preguntarse si tal vez así era como se había visto cuando era más joven, cuando todavía tenía aquella inocencia y picardía infantil.

Pero la lección que quería darle no era para la niña del pasado que no había podido conocer, sino a la joven que tenía ante él y que había ayudado a educar.

—El tropezar y caer en el camino, no es algo de lo que avergonzarse. Jamás pidas disculpas por sentirte mal o abrumada, es un derecho que todos tenemos ¿me entiendes? —le preguntó con vehemencia, asegurándose de que sus palabras quedaran bien grabadas en su cabeza. Fue después de que la vio asentir que decidió agregar algo más—. Sin embargo, eso no significa que debas mostrarlo al mundo si no quieres —le aseguró, sonriéndole con una mirada orgullosa—. Si necesitas lamerte las heridas, que sea en tus términos. Muéstrales solo lo que tú quieras y no te disculpes nunca por ello.

Becca trago saliva ante esto, mirando en silencio a Julian por un momento, antes de secar el resto de sus lágrimas con manos inestables y respirar profundo. Aun sentía leves temblores por todo el cuerpo y su corazón latía con fuerza en su pecho, pero el miedo ya no era lo único que ocupaba su mente.

Que sea en mis términos. Se repitió, tomando su muñeca izquierda en su otra mano y examinándola, recordando todo el dolor y las pesadillas que la habían atormentado y como algunas todavía lo hacían, antes de soltarla y dejarla caer.

Es cierto que aún le costaba soltar todo ese miedo y dolor, lo mismo que la rabia que sentía cada vez que los recuerdos despertaban, pero al menos podía intentar dejarlos salir otra manera. Una que ella misma deseara.

—Ya no quiero llorar más por eso. Todavía hay cosas que no entiendo, que me enojan y me duelen, pero ya no quiero que eso sea lo único que venga a mi cada vez que lo revivo —decidió, levantando los ojos hacia su maestro, con una nueva determinación creciendo en ella—. Quiero que la próxima vez que recuerde esos momentos, me concentre en todo lo que gane gracias a esas experiencias. Soy fuerte, tengo una vida que me enorgullece y un hogar que adoro, con personas que amo. En eso quiero pensar.

—Y eso está muy bien, es una iniciativa realmente buena y que apoyo de corazón, pero ¿cómo piensas lograrlo? —le preguntó, ya con una pequeña idea de lo que rondaba en la cabeza de la chica y que no le gustaba.

La sonrisa picara que le gano aquella pregunta, le dijo todo incluso de escuchar una palabra de su boca. Dioses...

—¡Pues con tu ayuda, claro! Haz estado conmigo en cada paso del camino, me apoyaste en todo lo que he conseguido hasta ahora ¿por qué sería diferente con esto? —le dijo como si fuera lo más lógico del mundo. Julian odiaba tener que derribarla de su nube.

—Para empezar, no soy sanador niña y mucho menos un psicólogo. Puedo ayudarte, pero al final de todo, es poco lo que puedo hacer por ti sobre esto. Sabes muy bien lo que debes hacer si quieres superarlo —afirmó, señalándola con un dedo y una mirada conocedora, lo que le valió un ceño fruncido por parte de la bruja más joven, pero no iba a ceder en esto otra vez. Era un tema que habían tocado a lo largo del último año y en el cual había cedido cada vez, por temor hacerle daño al no poder darle la respuesta que deseaba, pero ya no más—. La única forma en que avances y dejes atrás todo esto, es si enfrentas de una vez por todas el problema. Necesitas darle un cierre a esta situación.

—Te equívocas, no necesito enfrentar nada. Solo debo hablar un poco más sobre todo lo que ocurrió, dejar que algunas cosas fluyan y ya —aseguró con terquedad, cruzándose de brazos al escuchar otra vez el dichoso argumento de Julian—. Tarde o temprano todo se olvidará, es solo cuestión de tiempo.

—Vamos niña, ¿a quién buscas engañar? Hemos "hablado y dejado fluir las cosas" todos estos años y los ataques de pánico y las pesadillas siguen ahí —le recordó Julian, adoptando su misma postura—. Haz mejorado, es verdad, pero aquí ya no hay nada que podamos hacer para ayudarte como lo necesitas. Debes enfrentar tus demonios.

Becca no pudo contener un resoplido al escuchar aquello, al mismo tiempo en que rodaba los ojos en su dirección. Julian tenía buenas intenciones, lo sabía, pero en este caso no era el mejor para darle lecciones.

—Es gracioso que hables de enfrentar demonios, cuando tú mismo evitas ciertos temas —murmuró con molestia.

—Oh, no, ni se te ocurra ponerme de ejemplo en esto niña. No hay ni siquiera margen de comparación —le espetó, perdiendo parte de su calma. Becca bajo levemente la cabeza, aunque Julian sabía muy bien que su fuego estaba lejos de apagarse—. Sí, tengo demonios y más de un esqueleto en mi armario, ¿pero qué crees? Hace mucho que les plante cara e incluso memorice sus nombres, por lo que ya no me atormentan.

—¿Y por qué nunca lo mencionas entonces? ¿Eh? —le desafío ella, con lo que se gano una mirada dura de Julian, más fría de la que nunca le había visto.

—Porque a diferencia tuya, he llegado a un acuerdo con ello y ya no les doy importancia en mi vida, no tienen poder sobre mí o quien soy —respondió con dureza, para luego dejar salir un suspiro y encogerse de hombros—. Aprendí que hay cosas y personas que nunca van a cambiar, dolió al principio, pero en el momento en que lo asumí y decidí avanzar encontré paz. Sin embargo ese no es tu caso.

—Eso no lo sabes —le gruñó.

—Sí, si lo sé. Porque de ser igual a mí, no pasarías por lo que acaba de ocurrir ahora, es más ni te importará, pero no es así —afirmó con seguridad, poniendo un dedo bajo su barbilla y forzándola a mirarlo—. Te importa y mucho, por eso te lastima. Porque tienes dudas sobre lo que paso y en el fondo, sabes que no todo fue malo ahí.

Sacudiéndose del toque de Julian, Becca apretó las sabanas de la cama entre sus puños, tratando de ordenar sus pensamientos y sobre todo, intentado calmar sus traicioneros sentimientos.

Todo era confuso y contradictorio para ella. Por un lado, estaba su enojo por la injusticia de todo y las preguntas que no paraban de crecer año tras año, por más que se esforzaba por dejar atrás lo que ocurrió.

¿Por qué le había pasado aquello, precisamente a ella? ¿Acaso había hecho algo mal? ¿Qué había hecho para merecer tanto dolor? ¿Por qué le había pasado algo tan cruel?

Sentía que la garganta se le cerraba y los ojos se le humedecían una vez más, al recordar todo lo que vivió luego de ese horrible día, el cómo tuvo que dejar todo atrás y quedarse sola....

Y ahí es cuando viene la culpa. Pensó con amargura, mordiéndose el labio para evitar sollozar. Aquel día no solo había salido con varias heridas, tanto en su cuerpo como en su mente, sino que también había perdido parte de su corazón.

Dejar atrás el único hogar y fuente de amor que había conocido en su vida, sin explicaciones ni una sola señal de hacia dónde iría o por qué, era tal vez de las cosas más duras que había hecho en su vida. Incluso hoy, podía recordar a la perfección como mientras recogía las pocas cosas que necesitaba y no quería dejar atrás, las lágrimas y la culpa la hacían dudar a cada paso.

Sabía que había hecho daño con sus decisiones, era imposible negarlo, pero en ese momento no había tenido alternativa. O mejor dicho, no había visto otra alternativa.

Había sido solo una niña asustada, con solo el deseo de ir a casa y que la abrazaran mientras le decían que todo estaría bien, pero el problema es que nada había estado bien. Las amenazas, la sangre y sus propios gritos se repetían en bucle en su cabeza, llenándola de pánico y antes de darse cuenta, había corrido sin mirar atrás.

Creía que había hecho lo correcto, que era lo único que pudo haber hecho, pero ahora...

—Eso ya no importa, no puedo deshacer lo que hice. Solo puedo seguir adelante y arreglar lo que aun esta a mi alcance —terminó por decir finalmente, parpadeando rápidamente para quitarse las lágrimas sin derramar y tratando de poner buena cara al mal tiempo.

Casi podía sentir como una nueva grieta se abría en su corazón, pero eligió enfocarse en levantarse y ponerse al día con lo que había pasado mientras dormía. Más tarde, cuando estuviese sola y menos nerviosa, podría intentar unir las piezas otra vez en su sitio.

—Seguro que los niños han estado preocupados, probablemente han vuelto locos a todos mientras estaba aquí. Iré a verlos y cuando estén más tranquilos, me uniré con los demás afuera —aseguró a Julian con más optimismo del que sentía, aunque al menos su sonrisa era sincera cuando pensó en sus niños. Realmente los extrañaba y estaba segura de que su ánimo mejoraría después de verlos. Ni siquiera noto como Julian se congelaba en su lugar — ¿Han avanzado mucho con las reparaciones? ¿Cómo están los heridos? Dioses, todo debe estar patas arriba y seguro que...

—Becca, no vas a salir —afirmó, no, más bien ordenó Julian de forma cortante.

—No voy a ¡¿qué?! ¿Cómo que no voy a salir? —preguntó, sin entender lo que escuchaba.

—No vas a salir de la casa. De hecho, no puedes salir de los terrenos del Gremio, no hasta nuevo aviso —repitió el hombre, con una mueca y una mirada enojada en su rostro. Enojo que se vio reflejado en ella.

— ¿Por qué? Nunca me has prohibido nada, ¿y ahora de repente me dices que no puedo salir de mi casa? ¿Qué pasa, Julian? —preguntó bruscamente y entrecerrando los ojos, ya sin poder contenerse. Quería salir, necesitaba salir.

Necesitaba sentirse útil, ver a sus amigos y sacar toda esta confusión de su cabeza. Quería ver a su equipo, ayudar en todo lo que pudiera y más que nada, necesitaba sentirse fuerte y en control de sí misma otra vez. No iba a dejar que la encerraran sin saber por qué, ni siquiera por Julian.

—No me voy a quedar aquí solo porque sí, quiero saber que pasa. Desperté sin saber cómo termine aquí, casi sin poderes y viendo que estas en una sola pieza, cuando la última vez que te vi parecías a punto de morir —espetó, frustrada al no recibir ninguna respuesta de parte de su maestro. Julian parecía como si le hubiera dado una apuñalada con esa última parte, pero no se disculparía. Había estado muerta de miedo y ahora está muy confundida, merecía respuestas—. Jul, vamos, dime que pasa ¿qué fue lo que ocurrió?

—¿Qué es lo último que recuerdas? —le preguntó y fue cuando Becca vio por primera lo agotado que se veía.

—Yo... recuerdo que la barrera había sido destruida, todo era un caos, los adictos estaban por todos lados. La explosión nos mando a valor a todos, mis costillas... —murmuró, recordando la carnicería que había estallado de un momento a otro, al mismo tiempo en que se llevaba una mano al costado—. No podía respirar y me sanaron. No te moviste hasta que me curaron, Rowen y Duncan también estaban ahí y luego...

—¿Luego?

 —Apareció esa cosa, ese monstruo —continuó, un escalofrío recorriéndola de pies a cabeza al recordar la repugnancia que le dio esa cosa, como no podía sentir más que oscuridad e ira emanando de ella—. No parecía ni siquiera vivo, solo era un pozo negro de furia...

—Niña, concéntrate ¿qué más recuerdas? —insistió Julian, obligándola a dejar de lado aquellos pensamientos.

—E-Eso te atrapo de repente, te aplastaba... intente salvarte pero me saco de encima como si nada, era muy fuerte... —su cabeza comenzó a doler repentinamente, recuerdos de Julian colgando sin fuerzas de la cola de ese monstruo y su desesperación llegando de golpe. Recuerdos de una gran luz...—. Paso algo, n-no sé cómo explicarlo... lo último que recuerdo es que creí que estabas muerto y entonces hubo...

—Una luz —terminaron al unísono, sorprendiéndola. Julian asintió.

—No recuerdo muy bien lo que ocurrió, creo que perdí la conciencia por un momento cuando esa cosa me aplastó, pero sí. Yo vi esa luz también, fue como si una estrella hubiese explotado en medio del lugar —afirmó, cerrando los ojos por un momento y tomando una larga respiración. Tragando saliva y casi temiendo lo que escucharía, Becca espero a que estuviera listo para continuar—. En un momento parecía que todos íbamos a morir y al siguiente, todo se inundo con esa brillante y calidad luz.

Becca lo escucho fascinada, viendo un reflejo de sus propios sentimientos cuando recordó aquel momento, cuándo estaba desesperada por ayudarlo y de repente todo se lleno de una infinita paz.

—Era como si por un momento, todo se hubiera detenido. Era extraño, pero no malo, solo diferente. De alguna forma...

—Sabía que todo estaría bien —terminó por él en un murmullo.

—Cuando la luz por fin desapareció, apenas pude creer lo que veían mis ojos. De hecho por un segundo pensé que me había golpeado la cabeza o había muerto finalmente —se rió Julian con una sonrisa suave, para luego mirarla como si fuera la primera vez que la veía. Honestamente, la puso nerviosa, no estaba entendiendo nada—. Todo se había arreglado niña.

—¿Arreglado? ¿Arreglado qué?

—¡Todo! Los heridos por la explosión y las luchas estaban como si ni siquiera hubieran puesto un pie fuera de casa, los adictos que habíamos neutralizado no tenían ni rastro de Ceniza o síntomas de abstinencia. Incluso aquellos adictos que nos estaban atacando estaban bien —le dijo con los ojos brillantes de asombro y su sonrisa creciendo por minuto, al igual que la confusión en ella—, cuando los examinaron no había ni pizca de Ceniza en su sistema y cualquier herida que hubiesen tenido había desaparecido. Yo mismo estaba completamente bien y de eso hace ya dos días.

¿Dos días? ¿Había estado ahí dos días? Toda esta nueva información le daba vueltas en la cabeza, luchando por tener sentido. Entendía sus palabras, sabía que estaba escuchando bien, pero no comprendía cómo es que lo que decía era posible ¿todos estaban bien? Sin heridas, sin Ceniza... todo el daño había desaparecido ¿pero cómo?

¿Acaso fue... un milagro?

La idea le parecía absurda, incluso infantil, pero con lo que Julian describía y viendo el mundo en el que vivía, estaba dispuesta a considerar cualquier cosa en este punto. Cualquier cosa para no terminar en la respuesta más extraña, pero que por alguna razón (y más cuando veía la expresión en el rostro de su maestro), le parecía más lógica.

—N-No entiendo... ¿me quieres decir qué...? No ¡no, no tiene sentido! Es imposible que yo...

—Pero así fue. Cuando la luz se fue, cuando nos dimos cuenta que todos estábamos bien, la única que estaba inconsciente, con su poder agotado y aún así, completamente sana, eras tú —afirmó Julian con seguridad, pese a que el brillo de emoción se había atenuado en sus ojos y ahora la miraba con mil preguntas en la cabeza—. No tengo idea de que fue eso niña, aún no lo sé, pero se bien lo que sentí. Cualquier cosa que haya pasado, el... milagro o como sea que quieras llamarlo, vino de ti.

—Eso no tiene ningún puto sentido Julian, ¡por todos los dioses, pensé que me estaba muriendo cuando me desmaye! ¡¿Cómo podría haber hecho todo eso?! —todo le sonaba absurdo, era una locura. Ella era solo Becca, solo una chica, una bruja más del Gremio ¿cómo pudo haber logrado todo aquello? Mierda, su cabeza iba a reventar—. Esto es una locura y ni siquiera explica por qué no puedo salir ¿no debería estar bajo el control de un millón de sanadores o siendo interrogada por medio Umbra? Si yo hice esto, si soy una especie de "heroína" , dioses incluso decirlo suena...

—Es por eso mismo que no puedes salir de aquí. No todos te ven como una heroína —señalo Julian, con el enojo deformando sus rasgos en una máscara de furia fría y apenas contenida. Becca casi sufrió un latigazo mental por el cambio tan abrupto y el esfuerzo que hizo para seguirlo—. Un día después de que las cosas se calmaran y las reparaciones comenzaran, fui llamado por el Tribunal...

Fue entonces que se entero de toda la extensión que tuvo aquel extraño poder que al parecer había surgido de ella. Así como cientos de personas a lo largo de la ciudad habían sido sanadas e incluso algunas fueron rescatadas del borde de la muerte (estaba segura de que su mandíbula había tocado el piso al oír eso), hubieron algunas otras que no habían corrido la misma suerte.

—¿M-Muertos? ¿Cómo que muertos? Yo... Yo no pude... —incluso pensarlo era horrible, decirlo se sentía como si su lengua se estuviese quemando. Las palabras y su nombre en la misma oración, simplemente estaban mal—. No es posible, ¡yo no mate a nadie, no soy una asesina!

—Lo sé, se que eres incapaz de algo así, pero el Tribunal no. Cuando comenzaron investigar todo, notaron que algunos adictos, los que al parecer estaban en peores grados de dependencia cuando todo ocurrió, habían muerto luego de que la luz se desvaneció —explicó Julian, frunciendo el ceño mientras él mismo luchaba por entender toda la información que había recibido, al mismo tiempo en que hacía un esfuerzo por mantenerse fuerte por ella—. Los sanadores no entendía cómo, no mostraban heridas ni ningún otro daño, pero estaban muertos. Maximus Clain... ni siquiera quedaba rastro de él, su cuerpo se desvaneció al igual que ese monstruo.

Oh, dioses. No, no, no...

—¿Cuántos? —preguntó, el pozo de la culpa creciendo dentro de ella.

—Niña, no. No haré eso.

—¡¿Cuántos Jul?!

—¡No te vas a torturar así! ¡No fue tu culpa, nada de lo que ocurrió lo fue! ¡¿He sido claro?! —le regañó, tomándola por los hombros y sacudiéndola suavemente.

—¡¿Cómo lo sabes?! ¡¿Cómo puedes estar tan seguro?! ¡Personas inocentes acaban de morir y pudo ser por mi culpa! ¡Un hombre desapareció! —exclamó con horror, sin querer escuchar más.

—Niña escúchame, lo que sea que haya pasado, no fue culpa tuya. La chica que he visto crecer, a la que enseñe, no es una asesina —le aseguró, mirándola directo a los ojos y poniendo especial cuidado en cada palabra que decía. Una lágrima traidora escapo de sus ojos cuando vio aquella expresión. Se sentía horrible y aun así, él creía en ella—. Tú peleas por proteger a otros, a tus niños y tus amigos. Luchaste para salvarme a mi ¡incluso estabas dispuesta a enfrentarte a Rowen por el bienestar de los adictos, aún cuando nos acorralaban!

Ahogo un gemido al escuchar la convicción en sus palabras. Ella solo quería que todos estuvieran a salvo nada más, no esperaba nada de esto ¡ni siquiera sabía que era esto!

—Nadie que tenga ese nivel de compasión, sobre todo por un enemigo, es capaz de quitar una vida como ellos dicen. Esas muertes, lo que le paso a Clain, no fue tu culpa —termino, a lo que asintió tímidamente. No sabía que sucedía, pero no era un monstruo y jamás lo sería. Eso era algo en lo que podía creer.

—¿Por qué no puedo salir?

—El Tribunal. Todavía investigan y tratan de encontrarle sentido a todo, pero incluso sin nada concreto están muy seguros de algo, no van a dejar esas muertes sin castigo —respondió con un gruñido y apretando la mandíbula. Becca podía sentir la furia filtrándose a través de su energía —. Muchos están divididos en que hacer, no pueden dejar pasar las muertes como si nada, mucho menos con Maximus, pero tampoco pueden ignorar las vidas que se salvaron —se pasó una mano por la cara, como si de alguna manera eso lo ayudara a liberar la frustración, antes de continuar—. Ningún juez se cree capaz de llevar un juicio sobre esto, por lo que decidieron dejarlo en manos de las Parcas.

—¿Las Parcas? —todo el color desapareció de su rostro al oír el nombre de las criaturas más temidas de Umbra.

—Si, por eso no puedes salir. En el momento en que pongas un pie fuera de nuestro territorio, no podre protegerte y serán libres de arrestarte para llevarte a juicio, ya que eres su única pista —suspiró, mirándola con todo el peso que esas palabras significaban—. Si te presentan ante las Parcas y te interrogan, sin nada que explique claramente lo que paso, temo que no logres sobrevivir.

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