El Refugio de Euphemia: Amigos Peludos y Escamosos
El Santuario de las Mascotas
En los rincones más mágicos de la mansión Mikaelson, Euphemia había creado su propio santuario. Allí, rodeada de libros antiguos y velas parpadeantes, convivían sus amigos más inusuales: las mascotas. Cada uno tenía su historia y su encanto especial.
Los Hurones Traviesos
En una jaula de hierro forjado, dos hurones, Ziggy y Zara, jugaban sin cesar. Sus pelajes eran como sombras danzantes: Ziggy con manchas oscuras y Zara con un blanco plateado. Euphemia los había rescatado de un mercado de brujas, donde los vendían como amuletos de buena suerte. Pero en la mansión Mikaelson, eran mucho más que eso. Eran sus cómplices en las travesuras nocturnas.
Los Gatos Sabios
En los alféizares de las ventanas, tres gatos se acurrucaban al sol. Merlín, el gato negro con ojos amarillos, parecía tener conocimientos ancestrales. Luna, la gata blanca con manchas grises, era la más curiosa. Y Salem, el gato atigrado, siempre estaba listo para una siesta. Euphemia decía que eran sus consejeros secretos, capaces de entender los susurros del viento y las sombras de la luna.
Los Perros Leales
En el jardín, dos perros correteaban entre las rosas y los setos. Casper, el pastor alemán, era el guardián de la entrada. Su mirada seria ocultaba un corazón tierno. Nala, la golden retriever, era la compañera de juegos perfecta para Euphemia. Juntas, exploraban los bosques cercanos y se sumergían en aventuras imaginarias.
Las Serpientes Misteriosas
En un terrario de cristal, dos serpientes se deslizaban con gracia. Sylvia, la pitón albina, era tranquila y sabia. Zephyr, la serpiente de cascabel, tenía un temperamento más ardiente. Euphemia les hablaba en susurros, y ellas parecían entenderla. Decía que las serpientes eran guardianas de los secretos más profundos.
La Cabra Bebé
En el patio trasero, junto al rosal, vivía la más inusual de todas: Daisy, la cabra bebé. Euphemia la había encontrado abandonada en el bosque. Su pelaje blanco y sus ojos curiosos la hacían irresistible. Daisy seguía a Euphemia a todas partes, como si supiera que había encontrado un hogar seguro.
Así, en la mansión Mikaelson, Euphemia compartía su vida con esta peculiar familia de amigos peludos y escamosos. Cada día era una aventura, y cada mascota tenía su lugar en su corazón.
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