» Tres
La familia real tenía un don, entregado por los mismos dioses: manejaban el frío, hielo y nieve a su gusto y disgusto. Este poder era desarrollado en los primeros meses de vida, un bebé era capaz de congelar narices, enfriar una habitación o provocar una ventisca en un área cerrada. A lo largo de los años el conocimiento sobre estos dones ha mejorado al grado de proveer maximizaciones en su uso. El príncipe TaeHyung, heredero de Glacier recibía una lección diaria sobre "El uso correcto de los poderes dentro y fuera del reino". La primera enseñanza, la cual era repetida cada día desde que sus lecciones iniciaron, era: "Entre menos calor, más fuerza".
— ¿Por qué tengo que hacer esto todos los días, NamJoon? —cuestiona TaeHyung caminando de lado a lado, lanzando desde la punta de sus dedos una ligera brisa de aire frío.
El joven NamJoon, destacado estudiante y explorador que ha conseguido el conocimiento más puro y el reconocimiento de todo el reino, y reinos allegados, analiza con cuidado aquella brisa invisible, la cual solo ubica por la forma en la que las frutas de la mesa se mueven, envolviéndose en hielo casi de inmediato. Se detiene un segundo, mirando con atención al alimento en la mesa y pensando, para después dirigir sus orbes blancos al chico que tiene un rostro aburrido.
— Congelar frutas es de lo más sencillo que tiene que manejar a la perfección —sentencia el maestro—. Agradezca que no le pido que haga una ventisca capaz de atravesar La Franja.
Lo que más odiaba TaeHyung de las clases de poderes eran las tácticas de guerra y las distintas cosas con las que, pensaban, podrían derrotar a los demás reinos si un desacuerdo llegara a romper los tratados de paz. NamJoon y su padre, además de una gran cantidad de ancianos viejos, estaban seguros que podrían vencer a los demás pueblos sin problema alguno; decían que ciertos poderes no tenían comparación alguna, que el hielo era superior. TaeHyung pensaba totalmente lo contrario... Y no por dudar de sus propias capacidades, no negaba el poder del frío que podría matarte en menos de un minuto si era suficientemente alto, no dudaba del pesor del hielo y la profundidad de una capa de nieve... Dudaba de los demás reinos... De sus capacidades... Después de todo, nadie había dado un paso fuera desde los últimos doscientos años, nadie se ha dignado a conocer al enemigo.
¿Por qué?
Porque todos saben que hasta el hielo más duro puede deshacerse si le cae una piedra gigante encima, porque la nieve puede levantarse con una pala; porque el frío se acaba con el calor.
— NamJoon, ¿puedo preguntarte algo?
— Seguro, pero soy su maestro. Puede preguntarme lo que desee, su alteza.
— Odio que me digan alteza.
— Príncipe sonará mejor, entonces —le resta importancia, hojeando un libro.
— Eres insoportable —se queja TaeHyung, caminando hasta un asiento—. Perdone. Es usted insoportable.
Desde la cuna, TaeHyung fue tratado como el diamante en bruto más preciado de todo el reino. Su nacimiento, un difícil parto que amenazaba con terminar la descendencia de la familia real, fue decisivo para el Reino Glacier. Sin embargo, nació un bebé de piel reluciente y temperatura fría, con ojos claros que reflejaban el cielo azul arriba de todos. Se hizo una celebración por semanas, un festival exclusivamente para el príncipe más hermoso de todos los tiempos, se le dieron regalos, pinturas, adornos y esculturas a mano hechas por las manos obreras del reino. El "Príncipe TaeHyung", "Alteza", el "Heredero", como siempre se refirieron a él... Es por eso que se veía tan mal hablarle por su nombre... Sin importar cuán cercano fueses al príncipe, él no sería TaeHyung para ti... Jamás.
Y odiaba eso porque era como alejarse más de quienes lo rodeaban, que sentirlos parte de sí mismo. ¿No se suponía que un príncipe tenía que amar con todo su corazón al pueblo que rige?
— El reino Die Flamme... —TaeHyung se mueve por el lugar, como restándole importancia—. Ellos...
— Príncipe, se ha acercado a la Franja, ¿no?
TaeHyung se queda estupefacto por un segundo, mirando directamente a los ojos contrarios blancos, sin embargo NamJoon retira los orbes al sostener fijamente la mirada con él (cosa que está prohibida). TaeHyung toma una posición relajada, pensando en las posibles respuestas a esa pregunta y analizando la situación para no meterse en problemas y tampoco al chico flamme que conoce.
— Claro que no —responde tranquilo—. San me ha estado guiando por el reino y escuché a dos jóvenes hablando de ellos, le pregunté a San... Aunque dijo que no sabe nada.
— Ya veo —NamJoon se levanta de donde está, cerrando la puerta del salón y suspirando—. Tengo prohibido contarle sobre esto, así que solo le voy a decir lo de siempre. El calor vence al frío. Todo lo que esté detrás de esa línea es capaz de enfermarlo y matarlo. Los flamme no son de fiar.
— ¿De fiar? ¿Y qué es ser de fiar? No los conocemos lo suficiente como para...
— TaeHyung —habla NamJoon, llamando su atención—. Ellos son tan impredecibles como el fuego. Pueden lucir dóciles, pero hay algo que nunca cambia...
TaeHyung respira intranquilo, con algo de preocupación por los ojos de NamJoon. Conocía esa clase de miradas: NamJoon tenía una vaga idea de lo que sucedía y del secreto que pretendía ocultar. El mayor caminó por la sala, con las manos detrás del cuerpo y examinando el espacio como si alguien los estuviera observando; de pronto se detuvo. De su gabardina celeste con toques plateados, sacó dos ramas, secas, pero tan secas que tenían un aspecto muerto. Las colocó en el borde del ventanal de la sala, y tomó en sus manos una lentilla usada para examinar a la cercanía viejos libros con letras diminutas o bichos extraños encontrados en la frontera. No tardó mucho para acomodas aquel lente transparente contra el sol, donde un pequeño reflejo daba con las ramas secas, las cuales de pronto se incendiaron.
Era un fuego débil que se extendía por aquella madera seca. Fue casi efímero, lo suficientemente duradero para poder apreciarlo. Y cuando se apagó, NamJoon recogió por la punta uno de los dos palos y se lo mostró a TaeHyung.
— Siempre serán calor —terminó NamJoon—. Y eso nos mataría a todos.
[...]
Choi San corría atrás del príncipe, aunque difícilmente podía seguirle el paso y tampoco quería adelantársele y parecer un engreído a la hora de correr. Podía sentir un poco del frío en sus pies, últimamente su temperatura fluctuaba mucho; era normal cuando la temporada primaveral llegaba y parte de su alma terra danzaba en su interior. No obstante, la llegada de la primavera no era lo único que ocupaba la mente del castaño... Sino, la expresión pensativa que TaeHyung había cargado desde las puertas del castillo.
— ¡Príncipe, príncipe! —gritaba el joven, siguiéndolo por el sendero—. ¿Iremos de nuevo a...? ¡Bueno, usted sabe a dónde!
— Ajá.
— ¿Va a verlo de nuevo?
— ¿A ver a quién?
— Al joven flamme —responde San—. ¡El chico con el que hablaba la otra vez!
TaeHyung se detuvo en seco y giró sobre sus propios talones solo para ver la seriedad con la que Choi San lo observaba. El castaño respiraba agitado, con las manos en las caderas y asintiendo unas cuantas veces, como agradeciendo haber hecho una pausa en aquella carrera. Si había algo que TaeHyung admiraba en San era esa capacidad para guardar secretos, adivinar misterios y seguirle el paso en sus estupideces. Aunque también se sentía un tanto preocupado por la ligereza con la que Choi San se tomaba la situación; aquellos ojos no reflejaban ninguna señal de maldad, pero podía notar a la perfección la forma en la que se preocupaban, como si estuviesen metiéndose a una zanja lodosa de la cual difícilmente podrían salir.
El príncipe quería saber más de aquel chico, y de sus tierras. Quería saber qué era lo que podía hacer, examinarlo de arriba abajo y observarlo hasta el cansancio, memorizando cada una de sus características más destacables. Deseaba expandir su mente, sus conocimientos y no quedarse encerrado en suposiciones, en diferencias y tratados hechos por viejos anticuados.
— ¿Lo viste? —preguntó TaeHyung curioso—. ¿No te pedí que fueras a otro lado?
Esa pregunta había salido muy natural con intenciones puras y duda casual. Es por eso que TaeHyung se sintió mal cuando vio en aquellos orbes el arrepentimiento y, antes de que pudiera evitarlo, San se había hincado en el sueño pidiéndole disculpas.
— ¡Lo lamento, su majestad! ¡Y-y-yo estaba tan preocupado! ¡No medí mis intenciones! ¡No quiero que le suceda nada! ¡Es el único amigo que he tenido durante toda mi vida!
— ¡Deja de disculparte! —exclamó TaeHyung, tomándolo de los hombros, aunque el castaño seguía murmurando con los ojos cerrados—. ¡San! Por el amor del Sol, ¡no estoy enojado contigo!
— Ah... ¿No? ¿No me va a ofrecer como sacrificio?
— Claro que no. Es solo que... Ya sabes, eres un poco... Sigues las reglas muy al pie de la letra. Creí que si lo sabías ibas a... Acusarme con mi padre.
— No podría hacer eso, príncipe —niega el chico varias veces antes de suspirar—. La última vez que acusaron a un glacier de establecer contacto con un flamme, lo asesinaron. Bueno...
El mundo se regía por reglas, su reino también. Cierta clase de leyes eran supremas, claras y, por supuesto, inquebrantables. Glacier era, tal vez, uno de los distintos reinos más estrictos. No había demasiadas reglas, pero si rompías alguna, la más mínima sanción era permanecer encarcelado por al menos tres festivales de invierno... Es decir, tres años. Afortunadamente, el miedo comía la cabeza de las personas; las cárceles eran calurosas, alejadas de la sociedad, del júbilo y de la oscuridad de la noche. Era casi una tortura.
Sin embargo, había una regla de la que nadie podría, simplemente, pasar. La regla Fuego Contacto: "Se prohíbe bajo cualquier circunstancia, fuera o dentro de la necesidad, contra cualquier naturaleza o cualquier guerra, establecer contacto alguno con el Reino Die Flamme. Quien incumpla esta regla, estará condenado a vivir congelado por el resto de su vida sin la capacidad de moverse, viendo morir uno a uno a sus seres queridos".
— Está congelado —corrigió TaeHyung—. Qué importa. Es casi lo mismo.
— Sí... Uno diría que para alguien con la piel fría sería fantástico, pero...
— Es una tortura —admite Tae, dándose media vuelta para seguir caminando—. No saber cuándo morirás y ver la vida pasar delante de tus ojos. Es cruel. ¿Y todo por qué? Por ir más allá de lo establecido.
San no se mueve, observando la espalda del príncipe que paso a paso se aleja de su cercanía. Hasta ese instante, TaeHyung era completamente diferente a la idea que muchos aldeanos tenían de él. Se lo solía pintar como un joven de realeza despreocupado, un niño adorado por todos pero a quien no se le tenía confianza; era el bebé del reino, pero difícilmente se le reconocía como aquel que sería un día el Rey. Afortunadamente, era todo lo contrario. San veía en el príncipe TaeHyung un rey de paz, quien se encargaría de extender el conocimiento y provocar una reflexión en los pueblerinos.
Mientras, TaeHyung no podía evitar sentir miedo en su corazón. Temía ser castigado, temía ser descubierto y desterrado, o peor aún... Morir en vida. Suelen decir que el miedo era el método de defensa de los seres vivos... Al príncipe no le funcionaba eso. Si bien es cierto que sus temores se acrecentaban a cada paso incluso cuando el sendero estaba lleno de personas y San lo acompañaba; la otra cara de la moneda era la curiosidad dolorosa que en su cabeza complementaba el pulso acelerado que poseía cada vez que se acercaba a la frontera.
— ¿Quiere ir solo de nuevo?
San se quedó quieto en el inicio del bosque, sujetando ambas manos en un puño. TaeHyung miró a su amigo, que se tronaba los dedos, incómodo, y bajaba las cejas con preocupación.
— Sí —responde—. Estaré bien, no me va a hacer nada.
— Lo esperaré aquí —asiente San—. ¡No se tarde! ¡Grite si me necesita!... Ah, yo le aviso si alguien viene. ¡Cuídese!
— ¡Shhh!
— ¡Perdón!
TaeHyung ya no se tomó el tiempo para ocultarse. En cambio, sus pies descalzos se aferraban a la nieve acelerando su velocidad a cada paso. Miraba fijamente las luces naranjas al final del horizonte, el fuego que jamás podría tocar porque le causaría un daño horrible en su piel y en su salud. Al llegar, se detuvo unos cuantos pasos antes de aquella franja que delimitaba el lugar, pero no lo vio.
El chico de cabellos negros no estaba por ningún lugar. No había señales de alguna persona, tan solo se veía el paisaje terroso y rojo que caracterizaba al Reino die Flamme. TaeHyung no pudo evitar sentirse decepcionado, al grado de tumbarse en el suelo, enterrando las manos en la nieve y haciendo de su rostro una expresión triste. Segundos después, cuando todo fue monótono y simple, dejó caer la frente en sus rodillas y suspiró.
No lo sabía del todo, pero su corazón era el que estaba decepcionado. En su cuerpo se sentía un tipo de electricidad distinta a la normal; no solo estaba abatido por sus meros propósitos de conocimiento, tampoco por su curiosidad interna y mental... Era algo mucho más complicado que eso... Quizá se podría comparar a la dependencia de la Luna con el Sol... Tal vez es que, aquel chico lo hacía sentir algo que jamás había sentido.
JungKook lo hacía sentir a TaeHyung tan cálido, incluso cuando no sabía cómo se sentía el calor.
— Me causas curiosidad.
La reconocida voz hace eco en sus pensamientos, logrando que alce la cabeza para encontrarse con par de ojos naranjas y dorados que lo observan expectantes. JungKook está sentado de su lado de tierra, con las palmas pegadas el suelo y la cabeza ladeada.
— ¿Dónde estabas?
— ¿Eh? —pregunta JungKook de vuelta—. Ah... Mmm, estaba en casa. ¿Viste a los mastodontes que me escoltaron la otra vez? Bueno, es difícil escapar de ellos.
— ¿Por qué tienes que escapar?
— Porque se supone que no debo estar aquí —burla JungKook con tono gracioso—. Al igual que tú, supongo, príncipe.
— ¿Les prohíben estar aquí?
— No —JungKook ladea la cabeza unas cuantas veces antes de chasquear la lengua—. Bueno... Algo así. Más bien, ustedes nos prohíben estar aquí.
JungKook tenía un tono característico de voz: hablaba serio, pero con gracia y gentileza. Era una voz tranquila que denotaba una calidez poco reconocida para TaeHyung, algunas veces fue capaz de sentir en su piel los rayos de Sol... Pero era más como la luz pegando sobre cualquier parte de tu cuerpo. JungKook en cambio transmitía una sensación semejante a la de un abrazo, a la de una frase hermosa o una tarde de nueve y ventisca. Eso fue lo primero que notó TaeHyung en él, que habían muchas cosas que rescatar de un ser que era su opuesto.
Por otro lado, JungKook distinguía esa temperatura tan distanciada de la suya, y solo le causaba tanta curiosidad que unos ojos tan hermosos como esos transmitieran tan pocas emociones. De TaeHyung lo único que percibía en sus orbes eran puertas cerradas e imposibles de abrir.
— Pero sigues viniendo.
— Claro —admite JungKook, con media sonrisa—. ¿No te lo dije? Me das curiosidad.
— También tengo prohibido venir aquí —dice TaeHyung, cambiando el tema—. Si alguien se entera... Probablemente me desterrarán.
— ¿No dijiste que eras el príncipe del Reino?
— Lo soy, y justamente por eso lo harían.
— Pero sigues viniendo.
— Sí —TaeHyung lo mira directamente—. Lo cierto es que también me causas curiosidad.
JungKook junto sus piernas y las envolvió con sus brazos, poniéndose en una posición similar a la de su compañero. Observó fijamente a TaeHyung, ganándose una mirada semejante a la primera que recibió del chico; los ojos del peliclaro eran grises, con algún toque de azul arremetido. En picada, caían unas pestañas ligeramente claras, al igual que sus cejas, y su piel era venosa y un tanto pálida, hasta se podría decir que tiraba a cristalina. Era como el cristal antes de ser deformado por el calor: hermoso.
El pelinegro no podía evitar sentirse un poco interesado en aquella expresión que no dejaba ver absolutamente nada de lo que su corazón albergaba; el príncipe de Glacier era como se lo pintaba en las conversaciones: un joven guapo, reluciente y cristalino, que te regalaría una expresión fresca capaz de dejarte en el suelo.
— ¿Qué haces para pasar el rato? —pregunta TaeHyung, rompiendo el silencio.
— Últimamente me paso los días aquí. Antes, todo tipo de cosas. Leer, jugar, pasear, nos gusta ir de visita a Terra y jugar con ellos partidos de elementos.
— ¿Haz cruzado una frontera?
— Sí... ¿Tú no?
— Yo... No... Pensé que estaba prohibido.
Aquel tono de voz alerta al joven JungKook, quien mira apenado al príncipe.
— Creí que se llevaban bien con Uisce.
— Son ellos los que vienen, jamás salimos del Reino.
— Te invitaría a pasar, pero... No creo que sea buena idea, TaeHyung.
TaeHyung no podía evitar pensar en NamJoon, en las miles de leyes y reglas que le hizo aprenderse y en todas las mentiras que le contó para mantenerlo en aquel lugar. Siempre se preguntó cómo es que Uisce entraba sin duda alguna a su territorio si los tratados jamás permitirían algo como eso... Pues... Al parecer, Glacier era el único que permanecía en un encierro permanente. Eran presos de su propio gobierno, presos en su propio lugar.
— ¿Cómo es sentir calor?
— ¿Qué? —pregunta JungKook, confundido—. ¿No puedes sentir mi temperatura? Estamos cerca del otro.
— Siento que sube mi temperatura, pero no siento calor —explica—. ¿Comprendes?
— Creo que lo hago... Mmm, ¿cómo es sentir calor? No sé responder a eso. Oh... ¿Qué sientes cuándo ves mi tierra?
TaeHyung se inclinó un poco, enterrando más las manos en la blanquecina nieve y agudizando su vista. Observó por medio minuto aquel paisaje... No obstante, por más que buscó belleza, solo encontraba en él un sentimiento creciente en su corazón el cual estaba más que seguro, JungKook no querría escuchar. Se acomodó correctamente, suspirando y mordió su labio nervioso antes de hablar.
— Me da miedo.
— Ah... Creo que no fue un buen punto de comparación —el pelinegro se ve un tanto incómodo con aquella respuesta—. ¿Qué puedo esperar de alguien que ve hojas con nieve? Aunque, siendo sinceros, los árboles incendiados también son preciosos.
TaeHyung abrió más sus ojos y confundido preguntó en voz alta:
— ¿Y cómo tienen oxígeno si todo está quemado?
— Hay áreas naturales protegidas —menciona orgulloso el chico flamme—. No podemos acercarnos mucho, pero las hay. Terra también nos ayuda con eso. A lo largo de los años, necesitamos menos oxígeno. Es extraño, ni siquiera yo entiendo cómo funciona.
— Entonces... Sentir calor.
— Ah, eso... Sentir calor es... Como estar enamorado, es algo similar. Es como el cariño de tus padres, lo que sientes en un abrazo o al ver algo que amas. Algo así.
— Suena más como a frío.
— Bueno... Ahora que lo pienso, tampoco es un buen punto de referencia.
JungKook se puso de pie, sacudiendo sus pantalones negros de la tierra seca. TaeHyung lo siguió con los ojos y de inmediato se puso de pie también. Miró atentamente al chico, que chasqueaba sus dedos desesperadamente, pero nada salía de ellos. Por un segundo observó sus ojos naranjas; estos no cambiaban, permanecían del mismo tono y color, al igual que sus pupilas. La curiosidad ganaba terreno en TaeHyung, quien se preguntaba si todo era parte de una estrategia para atacarlo... Tuvo miedo... Ese miedo se disolvió cuando los ojos de JungKook cayeron de nuevo en él. El pelinegro alzó las cejas, sonriendo y soltando una palma sonora que asustó a TaeHyung.
— Bueno, he estado practicando esto, veamos si funciona —dijo JungKook, extendiendo su palma verticalmente—. Ven, acércate un poco.
TaeHyung negó unas cuantas veces, sin querer ofenderlo.
— No puedo. Si me acerco mucho a la franja, mi temperatura fluctuará. Es difícil que se estabilice y si mi padre...
— Entiendo, yo me acercaré entonces.
JungKook dio unos pasos ligeros, vigilando el no cruzar la línea, pues de lo contrario se meterían en un gran problema. TaeHyung percibió aquella temperatura, pero sin sentir calor. Se quedó anonadado por la situación, sin comprender lo que sucedía. JungKook le insistió con la mirada en hacer lo mismo que él, pero el peliblanco con todos azulados dudaba firmemente y no se dejaba guiar por el pelinegro.
— ¿Qué vas a hacer?
— Vas a extender tu palma al igual que yo para ver si puedes percibir mi calor —suena emocionado y feliz, hablándole con una sonrisa—. Cuando hay demasiado frío, tiendo a elevar mi temperatura para regularizarme, a veces me incendio o cosas así...
— ¿Te incendias?
— Sí, me prendo fuego todo.
— ¿No es peligroso?
— No... ¿Por qué lo sería?
— Para mí, quiero decir.
— ¡Ah! Lo he estado practicando, no pasará nada, confía en mí. Sólo... No vayas a tocar mi mano... Puede ser peligroso.
TaeHyung juntó sus manos, sobándolas entre sí. La preocupación comenzaba a calar en su mente, ahora sí se sentía culpable por establecer una relación como esa. Quería huir, o su consciencia le pedía a gritos que lo hiciera, que corriera y le gritara a San que necesitaba ayuda. La parte racional de su mente estaba en contra de aquello... Por otro lado, su corazón manejaba la parte irracional, y su corazón deseaba acercarse lo más posible a aquella mano.
En contra de toda regla, TaeHyung extendió su palma. La temblorosa mano del chico denotaba el nerviosismo que envolvía sus acciones, sin rostro preocupado lo exhibía, al igual que sus labios prisioneros de sus colmillos blancos y brillosos. Entonces, a tan sólo unos centímetros de la palma de JungKook, TaeHyung tuvo ganas de llorar.
— No siento nada.
JungKook no hizo más que sentirse decepcionado de sí mismo y las ilusiones que pudo crear en el otro. TaeHyung bajó la mano, cabizbajo, pero después alzó la vista y suspiró.
— Lo lamento, pensé que funcionaría.
— Tal vez aún puedo ponerme más frío que esto —intentó buscarle el lado positivo—. Está bien, podemos intentarlo... Después.
— ¡Príncipe TaeHyung! —escucharon gritar a lo lejos. La voz cada vez era más clara—. Alteza, tenemos que irnos ya, recuerde que es la cena con... ¡POR UN DEMONIO ES UN FLAMME EN PERSONA!
Aquel grito chillón asustó al pelinegro quien, de inmediato, miró a TaeHyung alarmado. El príncipe de hielo simplemente rodó los ojos ante la expresión sorprendida de San, cuando sabía perfectamente que no era ninguna sorpresa. TaeHyung le puso una mano en el hombro a San, viéndolo con incredulidad a lo que el castaño simplemente sonrió alzando las cejas.
— ¿Demasiado sorprendido, alteza?
— Yo diría dramático, San —respondió de vuelta. TaeHyung miró a JungKook, quien estaba caminando lentamente hacia atrás—. No te preocupes, es mi amigo y no dirá nada.
— Es un joven terra —dijo JungKook, deteniéndose—. Es más cálido que tú, puedo percibirlo.
"Sentir calor es... Como estar enamorado, es algo similar. Es como el cariño de tus padres, lo que sientes en un abrazo o al ver algo que amas". TaeHyung pudo comprender aquel sentimiento, entonces por un segundo el frío se sintió como algo incómodo, incluso al grado de hacerlo temblar y sacudir sus manos. Pero le restó importancia a esas palabras, y le sonrió a San, impulsándolo con las manos.
— San, JungKook. JungKook, San.
— Hola, San.
Choi San se acercó un poco a la Franja, con miedo pero bastante decidido. Observó de arriba a abajo, cuidadosamente y con mucho detenimiento al joven que estaba robándole la atención a su príncipe. Se detuvo en el cabello, en los zapatos, y por último en la ropa. Después de una vista pequeña, San notó una pequeña insignia al costado derecho del chico flamme, pero no dijo nada y lo miró a los ojos.
— Hola, joven JungKook.
— ¿Qué haces en Glacier si eres terra?
— La madre de San es de aquí, así que él vive aquí. Aunque su cabello lo delata un poco, ¿no crees?
— Si me permites decirlo —habla San, dando un paso más a JungKook—. Tu temperatura es demasiado alta.
JungKook alzó una ceja, casi con la intención de obviar aquella propuesta. Por otro lado, guardó silencio y llevó los ojos hasta TaeHyung, quien sonrió y se alzó de hombros. El pelinegro flamme extendió su mano una vez más delante de San; el castaño entendió en cuestión segundos e hizo lo mismo, manteniendo la distancia necesaria, pues aunque su temperatura era diferente a la de muchos, su madre le advertía de lo dañino que podría llegar a ser si no tenía cuidado, pues desconocían el cómo trabajaba eso en un híbrido de sangre. Pero, muy a diferencia de lo que pensó, cuando su mano estuvo cerca de la de JungKook, la temperatura de San se acrecentó.
Debido a los dos tipos de sangre que corrían por sus venas, San era capaz de adaptarse al clima y a la temperatura que lo requiriese.
TaeHyung dio un paso hacia atrás al sentir que su cuerpo elevaba la temperatura para mantenerse estable.
— Así que así se siente —dijo San, bajando su mano—. Así se siente el calor.
— Deberías enterrarte en la nieve —pide JungKook, apuntando al príncipe—. Creo que le está naciendo mal a TaeHyung.
San caminó de vuelta con su alteza, tomando un poco de distancia. JungKook observó fijamente a los dos, quienes estaban un poco agitados por la temperatura. No cruzaban muchas cosas en su cabeza, eran pensamientos momentáneos de la situación y planes estúpidos que querría intentar una vez que tuviera la oportunidad.
TaeHyung, por otro lado, se sentía completamente abatido. Una clase diferente de dolor movía su corazón, y para rematar la situación, tenía hambre.
— Bueno, príncipe, en serio es tarde y hoy es la cena con Uisce. Lo esperaré por allá. Adiós, JungKook.
El pelinegro agitó la mano, viendo al castaño alejarse con los pies descalzos. Eso le hizo recordar a los pies de TaeHyung, a los cuales miró por un segundo antes de reírse. El peliblanco también miró sus pies y rodó los ojos.
— ¿Puedes venir mañana?
— Seguro, ¿te veo aquí? —preguntó JungKook.
— Sí... Nos vemos aquí.
Dicho esto, TaeHyung se abrió paso en el bosque hasta dar con San. Tocándole el hombro, los dos emprendieron caminata hasta el castillo, colocándose encima de sus cabezas las capuchas de terciopelo celeste y azulado. El corazón del príncipe iba hecho un remolino de emociones, aunque su rostro solamente se mostraba afligido por no poder percibir algo tan sencillo como el calor. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de San.
— Alteza, sabe que luce como un buen chico, pero no confíe del todo en él.
— ¿Por qué? Creí que te agradaba.
— Lo hace, pero no me fío por completo.
— ¿Por qué no?
— Es el príncipe —dice San, incómodo—. Él es el príncipe del Reino die Flamme.
— ¿Cómo que es el príncipe?
— Sí... No sé nada sobre ellos, pero si es el príncipe, tengo por seguro dos cosas. Uno, es de los más poderosos. Y dos, sabe muchas tácticas de guerra.
Así que TaeHyung tenía una cosa más de la cual preocuparse: ¿cuáles eran las intenciones de aquel joven?
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