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» Siete

Hay ciertas reglas que un príncipe tiene que cumplir, incluso Jeon JungKook. De todas maneras, eso no quita que TaeHyung suelte cortas carcajadas ahogadas cuando lo ve vestido, de cabeza a los pies, con ropa que se ve tan graciosa que le resulte difícil caminar.
  
     —No me causa gracia en lo absoluto.

     —Luce como que te vas a sofocar. —Ríe TaeHyung con fuerza. El príncipe Glacier observa detenidamente todo el atuendo—. Demasiado lujoso. ¿Y a qué se debe esta extravagante manera de venir a visitarme?

      —Ah, las cosas que uno hace por conquistarte.

      —¿Ah? ¿Vienes vestido así para mí?

      —Claro, ¿no es obvio?

      No es para nada obvio. TaeHyung, aunque no conoce desde hace mucho tiempo a Jeon, puede intuir que clase de ropa usaría o no. Lo cierto es que el traje que lleva encima suyo no es para nada su tipo de estilo. JungKook viste con un gran traje de lo que parece ser hecho a mano, con una tela que no reconoce bien, pero que luce perfectamente acomodada. Además, en su hombro reposa una gran capa que cubre poco más de la mitad de su cuerpo y sus botas lucen más pesadas y calurosas que de costumbre. Lo que TaeHyung no entiende es cómo esa clase de ropa podría estar dirigida hacia él.

     Después de revisar a JungKook desde los pies hasta la cabeza, sus ojos se detienen en la corona delgada. Es decir, la corona no está completa, pareciera que sólo son los bordes de ésta, en los centros de las aristas de los picos, cuelgan pequeños fragmentos de diamantes rojizos, llamativos a su vista.

    —Gracias. —TaeHyung dice eso con lentitud, porque está disgustado con lo caluroso que luce el atuendo—. Te ves muy...

     —Es... una broma.

     —¿Ah?

     —Solo estaba bromeando. —JungKook ya no luce tan contento. La verdad es que se siente mal, porque la broma no sale como lo espera—. Realmente esta noche se lleva un baile con Terra, por eso estoy vestido así. ¿No se ve bien? No parece que te guste.

      TaeHyung lo revisa nuevamente. Es crítico, le gusta la ropa bonita, aunque a veces sea ostentoso y poco cómodo. JungKook suelta una carcajada al notar la clase de expresión que tiene Tae, pero no dice nada y, al contrario de sentirse mal, realiza distintas poses. Esto divierte mucho a TaeHyung, quien deja de analizarlo para prestarle simple atención. JungKook da bastantes pasos hacia atrás, provocando el crujir de la tierra agrietada; después, con una personalidad sacada por debajo de su manga, comenzar a hacer un cat-walk, dejando perplejo a TaeHyung que atina únicamente a reírse en voz alta; incluso el movimiento arrogante que JungKook realiza al llegar casi al borde de La Franja es demasiado como para no doblarse encima de su estómago, porque le duele de la risa.

     —Tú tienes talentos ocultos, ¿no?

     —Muchos —responde JungKook, con énfasis— talentos ocultos.

    El tono de JungKook no es entendido por TaeHyung, quien mueve la cabeza como si comprendiera. El príncipe die flamme, en su arrogancia, lo mira inconforme.

      —A veces creo que no entiendes las cosas que digo, ¿lo haces?

      —Realmente no. Hablas de una forma extraña, JungKook.

     —Si te digo que me gustas, ¿entiendes eso?

     Cada vez que escucha eso, TaeHyung se siente más abatido. Él solo quiere volar, y sentirse al lado de JungKook como un inmortal, quiere caminar a su lado, admirar el cielo por las noches con las manos entrelazadas. No puede imaginar esto, ni siquiera puede soñarlo por más que su madre le dijo durante toda su vida que, los sueños, y sólo los sueños, son capaces de transportarnos a los paraísos que sólo viven en la mente y nunca existen. ¿Por qué? Muy dentro suyo, sabe que sin importar qué suceda, estar con él es romper cada regla existente. Estar al lado del enemigo atenta incluso con su propia seguridad, con su persona, con su vida.

     TaeHyung quiere ser suficiente, pero su alma es tan fría que teme alterar la tibieza de él.

     Para JungKook, esta diferencia es lo que más le llama la atención. Es lo que lo mantiene aferrado a él, a su persona, a su belleza. Lo ama, de una forma tan compleja que su corazón que hierve le pide a gritos ser enfriado. El problema es que, al igual que TaeHyung, Kook teme herirlo.

    —¿Por qué había un baile?

    El príncipe flamme entreabre los labios con nerviosismo, pero los cierra de la misma forma casi de inmediato. JungKook rasca su nuca, moviendo la capa que cubre la mitad de su cuerpo, y termina por suspirar incómodo.

     —Mis padres comienzan a preocuparse por mí.

     —¿A qué te refieres? —TaeHyung ve sus pies desnudos hundirse en la nieve, para después tomar asiento del lado de su territorio. Junta sus piernas, viendo a Jeon sentarse enfrente—. ¿No tienes amigos?

      El príncipe de fuego no puede evitar sentirse igual de abrumado que en medio del extraño baile con Terra. No hay nadie en los alrededores, pero se sienta constantemente observado y juzgado. Al creer que es producto de sus sentimientos de poca pertenecia, el chico ladea la cabeza sin saber qué decir.

     —Quieren que consiga pareja, TaeHyung.

     La confesión es como el miedo al Sol caluroso de los días del año que Tae suele odiar. El príncipe Glacier se siente tan molesto por las palabras de JungKook, que sus ojos brillan de un celeste puro que hace al otro asustarse en su lugar. Kook puede ver al peliblanco hundir las manos en la nieve, cada vez más y más profundo. Quisiera que me causara gracia esa reacción, pero, lo cierto, es que es más una invitación a recordarles que su vida es tan abismal que no hay forma de relacionarse de buena forma.

     TaeHyung, por su parte, no puede creer que se siente tan allanado después de oír eso. En un intento de calmarse, cierra los ojos y se tumba en la nieve, ante la mirada atenta de Kook, que espera una reacción inexacta.

     Mas, lo único que obtiene es la forma en la que el príncipe frío coloca su brazo sobre su frente, cubriendo así gran parte de su rostro.

     —Oh —responde basto—. Eso es genial.

     —No es que quieran obligarme a casarme, es solo que...

     —Dices eso, pero literalmente juntaron a personas de dos reinos para ver por quién podrías caer, ¿no? —Aquella voz que suele ser característica del joven educado de Glacier, no se oye. Al contrario, Tae tiene un sentimiento nuevo ganando terreno en su pecho—. Lo lamento, no sé lo que digo.

     JungKook entiende lo que dice el otro. Es... una celosía incomprendida. Es estar celoso por todos, pero no poder decir nada más que una serie de palabras sinsentido y reclamos de vago sustento. Es decir, los dos saben que su relación va más allá de romper por capricho leyes que son eternas, que se aman de una forma tan profunda que traspasa la naturaleza, que los llena y los transporta a otra dimensión.

     Lamentablemente, no hay forma de demostrar eso. No hay ninguna manera en la que los dos puedan decirse más allá de las palabras que lo suyo es real, que lo que tienen es más que amor, que es un sueño que sube y baja del aire y cae en sus narices provocando frío en el ambiente y calor en el alma.

     —Mis padres me aceptan tal y como soy, TaeHyung. —Admite el príncipe, sentándose con cuidado—. Es solo que no saben que vengo y te veo todos los días.

     —Y no lo sabrán, porque está prohibido.

     —Si lo supieran, me dejarían estar contigo toda la vida.

     —Solo me estas mintiendo para que no me sienta de esta manera tan... Tan... —Alza su mano al aire, apretándola con fuerza. No quiere encontrar la palabra que cree necesitar, así que se esconde detrás de una fingida ignorancia—. Tú y yo jamás podríamos...

     —No miento. —Asegura—. Escucha, son otros tiempos. Nosotros estamos a favor de la felicidad. Si ellos supieran, si mi pueblo supiera, te prometo que te apoyarían a más no poder, ¡harían lo que fuera por ti!

     —No es posible eso.

     —¿Por qué no? —Suelta ya exasperado. Ve a TaeHyung sentarse con una expresión un poco morriña—. Si tú estás conmigo, mi pueblo te verá como su igual, no como una amenaza.

      —¡Está prohibido, JungKook! ¡Entiéndelo!

      —¡Está prohibido porque ustedes lo prohibieron!

     —¡Fue un acuerdo mutuo! ¡No actúes como si nosotros tuviéramos la culpa!

     —¿Acuerdo mutuo, dices? ¡Literalmente ustedes nos prohibieron acercarnos!

     Hay algo nuevo dentro de esa discusión, algo que no había florecido dentro de su relativamente nueva relación. Hay un poco de rivalidad, pero también de polos opuestos; ciertamente desde que se conocen saben que son tan diferentes como lo son la Luna y el Sol, pero no habían vivido esta diferencia creciendo conforme se miran el uno al otro y discuten por las cosas que podrían ser pero que no son. En ese momento, por ejemplo, los dos tienen el impulso de atacar al otro; mas no para llegar a lastimarse. Es como si quisieran defenderse del enemigo, sabiendo que el enemigo también es el amigo, y el amante. Ambos, mentalmente, se contradicen con lo que manda su corazón, pero también su naturaleza se opone.

     JungKook quiere que TaeHyung entienda que los únicos cerrados de mente son ellos. TaeHyung quiere que JungKook entienda que actuaron por miedo ante la peor situación. Si hay un rival fuerte, y otro débil, entonces el débil debe aumentar medidas, y el fuerte recurrir a la aceptación si es que quiere ser bueno.

     Una guerra no es lo ideal, para ninguno. Mientras Die Flamme quiere mantenerse en paz y extender alrededor de los tres pueblos restantes sus conocimientos, Glacier sabe que el entrometer a dos reinos enemigos es equivalente a una revelación.

     Lo malo es que ninguno de los dos entiende la posición del otro. ¿Quién está bien y quién mal? Pero, si no se puede saber eso, ¿quién tiene más razón que el otro? ¿JungKook o TaeHyung?

     —Nos van a matar si están cerca de nosotros.

     —¿Según quién? ¿Según sus libros que nos pintan como viles demonios? —El rostro de chico ya pinta enojado—. Sinceramente, ¿crees que yo podría hacerte daño?

     El flamme, firmemente, creyó que TaeHyung trastabillaría ante esa pregunta. No es así. TaeHyung, en cambio, genera una expresión incrédula y dice: —Jamás lo harías.

      JungKook se mantiene quieto ante eso, no puede hacer más que juzgar desde su lugar a TaeHyung, intentando averiguar qué hay detrás de ese razonamiento. Quizá es más sencillo de comprender que lo que parece: TaeHyung le conoce, y sabe que no le hará daño, pero no puede fiarse de otras personas.

     El príncipe de piel caliente se echa en su lugar, y mira el cielo con un poco de recelo. Sin embargo, al observar toda la extensión del cielo, se da cuenta que TaeHyung está mirando exactamente lo mismo. El pensamiento lo deja algo más tranquilo, es como si pudieran compartir pocas cosas a comparación de las que los separan; el cielo, por ejemplo.

     Ninguno de los dos puede soportar el abrumo que sufren sus corazones. No comprenden cómo van a vivir con ese sentimiento recorriendo sus cuerpos, y sus sangres van a estar separadas. A JungKook le gusta sobre imaginar el futuro; hundirse en una serie de recuerdos, que no son recuerdos, sino ilusiones en camino a convertirse en sueños. Es como si viera a TaeHyung con una gran barba que cae desde su barbilla hasta la altura de sus hombros, caminando por ahí con un bastón de tronco torcido; eso, por ejemplo, es una ilusión. Es una ilusión porque, ¿cómo podría ver de tan cerca a TaeHyung en una edad avanzada?

     Los obstáculos entre los dos comienzan a volverse tan grandes como las montañas, y llegado el momento, los detendrán en esa gran aventura prohibida a la que se autosometen.

     —Ya no quiero leer Romeo y Julieta.

     —Ah, ¿no? ¿Por qué?

     —Demasiado trágico para mi gusto. —Mientras suspira, TaeHyung se sienta en su lugar, observando a JungKook con los ojos cerrados—. Me asusta el final.

     —Entonces te traeré otro.

     —Mientras tenga un final bonito.

     —Orgullo y prejuicio.

     —Ya suena largo y aburrido.

     —Es un buen libro.

     —Si usted dice, príncipe rojo.

     Al oír eso, JungKook no duda abrir los ojos para reclamar el apodo: ¿Príncipe rojo? ¡Odia ese nombre! No obstante, cualquier seña delicada de molestia se desvanece cuando se encuentra con los ojos claros del príncipe Glacier.

     JungKook se pierde en la calidad de imagen que se presenta ante sus ojos. Las mejillas de TaeHyung están cubiertas por una ligera capa de lo que parece ser nieve, pero es tan difícil de distinguirla que realiza un esfuerzo arduo para poder memorizarla. Aquella piel es pálida y tersa, es como la gamusa nueva; y su cabello blanco lo hace ver solo un poco más sentimental de lo que en realidad es. Pero, sin duda alguna, lo más llamativo de ese rostro, es la forma en la que sus labios ligeramente rojizos, pero lo suficientemente pálidos para combinar con su aura, se tornan en una sonrisa que deja ver sus dientes blancos y brillantes.

     El Príncipe Rojo escucha una canción que no está ahí: una balada. Es una balada lenta que lo hace sentir como si estuviera en un sueño... ¡Es justo como en sus sueños, de hecho! Es una cercanía que su cuerpo resiente, y tiene el impulso de estirar los brazos y amarrar al otro con una fuerza tal capaz de no dejarlo ir nunca. JungKook quiere convencerse de que está soñando, y que no va a despertar nunca porque un sueño así es imposible, por lo tanto debería estar muerto para ver eso.

      Así que, en estado de shock, JungKook recorre toda la faz de TaeHyung con ímpetu.

     —P-príncipe.

     —Estuve pensando —habla TaeHyung, sin tomarle improsncia al otro. A diferencia de otras veces, luce un poco cansado. Claro, no es suficiente para hacerlo tambalear o similares—. Me volveré viejo, entonces en algún momento de mi vejez me arrepentiré de no haberte visto así de cerca.

     —¿Qué estás...?

     —Sueles decir que no hay nada qué perder, y creo que tienes razón.

     —Te vas a enfermar.

     Ambicioso, TaeHyung no se separa por más que siente su temperatura fluctuar. Es más intenso que otras veces; aunque no deja de sentirse frío, es como si su cuerpo subiera lentamente el calor. No sabe bien a qué se siente, pero lo asimila a la apariencia de JungKook. Es como la tierra agrietada y el agua secándose, como cuando el hielo se hace agua.

     —¿Puedo besarle, Príncipe Rojo?

     JungKook esta a menos de dos grados de comenzar a llorar. Las ganas son las que rebosan su interior, nunca había sentido tanta emoción como en este momento. Es como si toda la felicidad se hubiese acumulado por años para explotar en ese mismo lugar. La comparación es incomprendida, pero TaeHyung es el calor en una noche de frío, o el fuego en un árbol. Es una emoción apasionada, a tal grado que le resulta imposible no sonreír con saudade y melancolía.

     —No, no puedes. —Responde JungKook, ya despierto del trance de aquellos ojos, los cuales se tornan confusos—. Te puede suceder algo. —Es hasta ese segundo que entra en razón—. ¡Debes regresar a tu lado!

     Mas, negándose a tocarle una sola parte del cuerpo por miedo a la reacción, JungKook es incapaz de moverlo, solamente le suplica con la mirada que lo haga y que, por favor, no presionen más al cruel destino para que adelante sus finales. Esa falta de iniciativa fomentada por el miedo beneficia al rubio, que alza las cejas resignado a morir si es necesario.

     En su mente, TaeHyung tiene una melodía que no se ha podido sacar de la cabeza. Se mueve de lado a lado, aún por encima de JungKook, separados uno del otro puesto que se recarga en sus propias manos, y comienza a hablar con un tono musical: —Quiero que sepas que bien me tiene que ir —canturrea sin sentido alguno—, soy el señor de nieve, congelado estaré hasta morir.

     JungKook sonríe ante la fingida voz melodiosa que le llena los oídos y el alma. Porque, sí, esa voz es una sonata que lo hace relajarse en su lugar, aunque sigue oensando en las miles de situaciones en las que se ven envueltos. Por un segundo, se ve nublado por el momento, como siempre le sucede cuando está con TaeHyung. De pronto, no hay fuego y hielo, frío o calor, solo dos seres, dos equivalencias, dos pasiones puras que se miran entre sí, con apetencia de morir y vivir en el otro.

     —Tú me manipulas.

     —No fui el primero en romper las reglas, Príncipe Flamme.

     —Tienes razón. —Seguido de un breve análisis al ambiente, suspira vagamente—. Señor de Nieve, mantente helado.

     —Príncipe Rojo —llama con cariño—, no te cases con nadie más.

     La única que puede presenciar esa promesa, es aquella cómplice que TaeHyung añora y adora. La Luna los observa con compasión, y también apenada, es como si ella predintiera el sufrimiento y la cercanía emanar de ambos; pero se mantiene tan callada, misteriosa, como siempre ha sido. Luna amarga, no les des dolor.

     Noche otra vez, es emocionante, porque es hora de soñar. Y solo en la noche están cerca el uno del otro. Noche que los hace felices, juntos los dos.

     —Ni tú.

     —Jamás. —Asegura TaeHyung—. Así tenga que morir.

     «Orgullo y prejuicio», repite Kook una y otra vez. Quiere convencerse de que esa es la historia triunfadora, el ejemplo.

      —Entonces te prometo que no me casaré con nadie.

     —¡Oh! —exclama TaeHyung. Ahora ya se ve bastante agotado, sabe que es por la cercanía entre ambos. JungKook ya puede ver esa piel que suele ser pálida, tornarse en un rojizo tan tenue que apenas es distinguible—. Tienes algo en la nariz.

      —¿Qué es? No veo.

     —Tierrita. —Tae intenta pasar la mano; el rostro de Kook de mueve para evitar cualquier toque—. ¿Qué haces?

      —Comencemos por cumplir nuestra promesa intentando que ninguno de los dos muera antes de tiempo.

      —Entiendo. —Asintiendo, TaeHyung hace como si fuera a moverse, pero, en un movimiento tan rápido y fugaz, sus labios caen sobre la nariz de JungKook. Es un segundo efímero que, si uno no se da cuenta, se pudo decir que jamás pasó.

      TaeHyung se recuesta en la nieve, hundiendo las manos en la gruesa capa. Cuando el Príncipe Flamme se da cuenta, es demasiado tarde como para arremeter en un regaño por la cantidad de peligro a la que se han sometido. Mas, el enojo se disipa cuando TaeHyung le sonríe ladino, recostado en su lugar.

     Ahí, el menor suspira, y no puede creerlo.

     JungKook promete algo, mirando al cielo: jamás dejar a TaeHyung ir.

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