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» Ocho

Es tarde, no de madrugada, pero sí lo suficientemente tarde como para que su madre note la ausencia espléndida de su joven hijo. TaeHyung está esperando con impaciencia a JungKook, ya lleva ahí poco más de una hora, y entre más tiempo transcurre, más preocupado está. Por la misma razón, de repente siente la necesidad de cruzar esa estúpida línea e imaginar que el suelo caliente y arenoso no es más que un montón de agua congelada.

      Sin embargo, ese acto suicida puede dar más miedo de lo que aparenta. Así que, en su lugar, decide esperar otro rato. San ha decidido no molestarlo, pero está seguro que si pasa otra media hora más, el mismo chico iría a buscarlo a pasos agigantados con una de esas lanzas y atacando con las nuevas técnicas que la guardia real le ha enseñado, con el mero propósito de proteger al heredero al trono.

      El príncipe Glacier no puede negar en absoluto que JungKook le dijo que era más que probable que llegaría un poco tarde. Los bailes de Terra y Die Flamme son más largos de lo que se acostumbra en su tierra. Mientras Glacier hace bailes por tres noches junto con Uisce, Terra y Die Flamme, los hacen por una semana, alternando entre regiones para que la diversidad prolifere. Eso es un punto a favor de nadie más que del maldito calor; tiene bien memorizado que los reyes de Terra son progenitores de dos bellas princesas —una de ellas, heredera al trono—, y un príncipe que, aunque tiene acitutes poco dignas de un príncipe, puede considerársele extrañamente atractivo. Al menos eso es lo que San le ha contado, aunque no sabe exactamente cómo consigue tal información.

      Básicamente, esta revuelta por cazar al príncipe rojo, es como un festival donde le visten acalorado con el propósito de hacerlo enrojecer y lucir como una manzana atractiva a los ojos de quien sea.

       —Mi príncipe, mi príncipe. —JungKook camina desde la lejanía, diciendo eso en voz alta, lo suficiente para que TaeHyung se levante de su lugar y le espere en La Franja—. Lamento llegar tarde, fue más largo de lo que pensé.

      —Hola. —Mucho más tranquilo, Tae entierra sus pies en la nieve—. ¿Cómo te fue hoy?

      —¿Además de las dos horas en las que me dolieron los pies por bailar?... Pues... bien, supongo.

      —No. Me refiero a, si hoy encontraste a el nuevo rey por añadidura.

      —¿Mi nuevo qué de cómo?

      —Pareja.

      —Ah, pareja... —JungKook asiente lentamente, quitándose los guantes negros que forman parte de su extravagante diseño de la noche, los deja caer en el suelo y suspira—. Sí, hablando de eso, parece ser que encontré a alguien.

      TaeHyung siente una clase de traición nueva, pero hay gangos sentimientos mezclados en su cabeza, que le es difícil discernir entre la realidad y la mentira. ¿Fue engañado? No, no cree haber sido producto de un engaño. Después de todo, esa clase de cosas siempre fueron posibles.

      De todas maneras, ¿en qué mundo un idiota congelado se enamoraría de otro idiota que se prende fuego como una antorcha? Pues, TaeHyung planea deshacerse de todo sentimiento.

      Tal parece que este hielo, no sabe ni tiene la más mínima noción de pensar acerca de lo que hay o no que hacer. El príncipe Glacier es tan impulsivo como cree que es el enemigo, sus sentimientos son como fuego, a veces incontrolables.

     —¿Ah, sí?

     Si JungKook no estuviera incómodo con la situación, probablemente se reiría de la expresión de niño mimado de Kim TaeHyung.

      —Sí. —Asegura, a la vez que resopla—. La bella princesa, Jung Eunbi.

      —¿Princesa? Creí que irías más por el príncipe.

      —Creo que me agrada más la princesa.

      —Esto no es gracioso.

      Nótese quién inicio el problema, y quien está pidiendo que se termine.

      El Príncipe Rojo rueda los ojos, bastante inconforme con la situación. Después de analizar a TaeHyung, su expresión —que ya no es caprichosa, sino triste—, y cómo juega con sus manos a su costado, JungKook se talla la cara y suspira.

      —Tú empezaste. —Recalca—. No sé por qué dices esa clase de cosas, cuando, literalmente hace dos noches, hicimos una promesa. Qué importa si me presentan a todo el reino, ¿no te he sido sincero?

      —No me puedes culpar, ¿o sí? Es natural pensar que en algún momento tendrás que casarte, reinar, procrear —lo último es dicho con fuerza, más fuerza de la normal.

       La expresión de JungKook se transforma con desagrado conforme Tae avanza. No puede creer que estén hablando de eso, no entiende cómo TaeHyung cambia tanto de parecer, en un segundo está triste por lo que llama "natural", y al siguiente da a entender que sólo es lo natural y nada más, y que pensar en eso no es descabellado. Entonces, ¿qué demonios debe responder? Si le dice una cosa, es la otra, y si le dice la otra, es una cosa.

       Es complicado, tan complicado como comprender las razones por las que Kim TaeHyung se haya tan interesado por el futuro, y no disfruta del presente.

      —¿Sabes qué es natural también? Que cuando uno quiere y gusta de otra persona, intentas ver lo bueno y las posibilidades, en vez de arrojar a esa persona más profundo en un hoyo sin fin.

      —¡No te estoy diciendo que vayas y te cases con ella!

      —¡Pero sí estás insinuando que "naturalmente" —le hace burla—, va a suceder! TaeHyung, no podemos estar así toda la vida.

       Hay mucha vida, muchísima vida. Eso piensa TaeHyung, que la vida es tan larga que es difícil imaginar cuan inmensidad posee. El problema es que —y esto es un secreto de solo aquellos que han visto o vivido una vida que va a terminar—, cuando estás apunto de irte, la vida de pronto parece tan corta, que quisieras quedarte cinco minutos más. Cinco más por un abrazo, un beso, o una caricia, y es cuando el corazón suele lo suficiente como para llorar y pedirle a una santidad que te deje más tiempo.

       Ahí, solo ahí, la vida no es larga, solo insuficiente. El tiempo no existe hasta que quieres quedarte otro rato.

       Toda la vida... ¿Cuánto tiempo van a estar así, visitándose?

      —Bueno, eso es algo obvio. —De pronto, TaeHyung se escucha como el mismísimo Park Jimin hablando, y eso me causa cólera, mas es inevitable.

      —¿Qué?

     —Pues, no vamos a estar así toda la vida. Imagínalo, yo viniendo, y tú esperando, o viceversa. Hablando de nuestros días, quizá escuchando un poco y teniendo esos pequeños roces. Es demasiado incluso para nosotros.

     Impulsivo como el fuego. El príncipe de Glacier carece de tacto, porque jamás lo tuvieron con él, y tampoco piensa las cosas antes de hablar. Jamás ha sido reprochado del todo por las cosas que dice, solamente cuando se da cuenta de su error, es que pide una disculpa y acepta su equivocación.

      Sabiéndolo, o no, TaeHyung no comprende que se halla frente a su igual, que a su vez es su contraparte. Frente a él, no sólo tiene a Jeon JungKook, un hijo del fuego, no, no. Enfrente suyo tiene al mismo Príncipe Die Flamme, el joven de actitud tenaz que reta hasta a sus maestros, y de vez en cuando a sus comprensivos padres, JungKook es tan gentil como rudo cuando se lo requiere, y ni siquiera el proclamado amor de su vida, va a insinuar una cosa tal como esa. Kook piensa en el tiempo, el tiempo que no tiene, y creía estar gastando de forma hermosa, cuando, quien le habla agitado a unos pasos de él, insinúa que han estado malgastando un poco de su inexistente tiempo.

      Qué golpe bajo.

       —¿Entonces es así? —JungKook cuestiona molesto—. ¿Te esperare aquí hasta el día en el que no llegues, solo para darme cuenta que ha sido suficiente para ti? ¿Eso es esto? ¿Un jueguito para ver hasta dónde llega? Y todas esas promesas, eso valen para ti, ¡absolutamente nada!

       Lentamente, TaeHyung entiende lo que ha dicho, y se lamenta por no haberlo expresado de la forma correcta. Aunque, ¿realmente hay una forma correcta? Lo único que quería decir es que, eventualmente, si nada se resuelve, entonces tendrían que hacerse cargo de sus deberes. Los dos son los príncipes herederos, los futuros reyes, ¿es coherente dejar a tu pueblo de lado por un amor imposible? Cuando ni siquiera pueden tocsrse el rostro.

      —Espera, no me he dado a explicar.

      —No, TaeHyung —JungKook se detiene, un poco lleno de amargura—. No, perdona. Príncipe Glacier, porque es así como debería referirme a ti para evitar que esto siga creciendo.

      —JungKook, no podemos simplemente dejar olvidado a nuestro pueblo.

      —Eso debiste pensarlo antes de- Dios mío. —Basta decir que esta perplejo, desatado, es como el mismo aire llevando consigo todo lo que se encuentre—. Estoy... enajenado a ti, TaeHyung. Y no puedo creer que... me estás diciendo que un día simplemente... ya no estarás aquí cuando venga.

      —¡Dios! —Grita TaeHyung, ya exasperado. Lleva las manos a su pecho y se inclina un poco, con las rodillas flexionadas antes de erguirse y mirar a JungKook desde su lugar—. ¿Tú crees que no he pensado en todo eso? ¡Lo lamento, no puedo explicarte qué es lo que quería decir! ¡Esto es tan difícil para mí como lo es para ti!

      —¡Pues tú estás hablando de que vamos a separarnos!

       —¡No, joder, no es lo que-...! ¡Mierda, no estás entendiendo!

      Un silencio los abarca, hay algo que está mal en esa situación. No saben si es la distancia, o el tema de conversación, o que por primera vez están discutiendo por algo que no tiene nada que ver con el verdadero problema (es decir, que son de reinos enemigos). JungKook se siente lejano al otro, aunque están cerca...

      Pero no lo suficiente.

      —Voy a cruzar la maldita línea —JungKook empieza a dar pasos rápidos, que no dejan ni siquiera reaccionar a TaeHyung—, para que podamos resolver esto, porque siento que te hablo y no me oyes por más que grito.

       Sin embargo, a punto de cruzar la llamada Franja, la línea que separa al mal del bien, y al bien del mal, una mano sujeta con tanta fuerza el brazo de JungKook, que le es imposible no detenerse.

      —¡JungKook!

      La voz suave es un contraste impactante para los dos jóvenes que respiran con fuerza. A unos pocos metros de TaeHyung y unos cuantos centímetros de JungKook, una jovencita mira asustada la situación. Está tan sorprendida como lo estuvo Kim TaeHyung la primera vez que el Príncipe Rojo decidió que era momento de romper un poco las reglas y saltar el horizonte que los separaba en su momento. TaeHyung no la reconoce, pero admite que esos ojos verdosos son un color inexplorado; lo que le causa más curiosidad es la flor que reposa en su pecho, y es tan bella que se queda anonadado en ella hasta que se percata de un gran problema.

      Joder, ya era suficiente con Park Jimin, ¿por qué hay otra que se une a la maldita fiesta de lo prohibido?

     —Eunbi, ¿qué...?

     —¡Lo lamento tanto! —Para la mala suerte de TaeHyung, la voz de ella es tan bonita y amable que le es imposible encontrar una sola razón para despreciarla—. Te vi salir, y solamente quería conversar, pero entre más te alejabas, más me preocupabas y te seguí y te vi aquí y... No puedes... Nos... Esto... La guerra.

      Guerra. Si supieran cuantas frases conoce TaeHyung con esa palabra. Guerra. Guerra. Guerra. Odia la maldita guerra.

      Sólo cuando los ojos de Eunbi, quien es seguramente una princesa por la tiara de ramas que reposa sobre su cabello castaño, miran aterrorizada la separación entre ambos lugares, TaeHyung posa los ojos en el agarre fuerte que ella mantiene sobre el brazo de JungKook.

      Nunca había sentido celos por nada, ni nadie. Ni siquiera por Jimin y la interesante relación que lograba mantener con su madre, la Reina de Uisce. Ni siquiera por San, que podía disfrutar de sentir la calidez de JungKook, y mucho menos por todos aquellos que podrían ver al príncipe Rojo, y tocarle el hombro mientras le decían lo bien que se veía, o le abrazaban por cortesía.

      ¿Qué hay en el agarre de la princesa Eunbi de Terra, como para que sienta ardor en el estómago?

       En silencio, TaeHyung sigue observando la deplorable escena. Es deprimente para su corazón, mas se ve imposibilitado por sus mismas palabras a decir algo. Qué mierda, ahí está lo "natural". Arrepentido de haber dicho algo antes de pensarlo, como siempre.

     —Eunbi, yo... —Intercalando miradas, JungKook está decidido en quedarse con TaeHyung—. Escucha, regresa al Palacio, por favor. Te prometo que te explicaré todo, pero ahora tengo que-

      —No, ¡no! No puedes... vas a cometer un delito. Iniciarás una guerra, esto es imposible. No puedes dejar que tu sentimentalismo te guíe por un mal camino, Kook.

      Kook.

      KOOK.

      TaeHyung se sorprende por eso, pero sigue inmóvil. Pasan unos segundos, cuando siente una mano en el hombro, y se voltea a ver a San. El castaño, con un mechón blanco por ahí, mira a su príncipe amigo con una expresión confusa, y analiza a la chica que no suelta ni de broma al príncipe Rojo.

      —Príncipe, ¿qué sucede? —Pregunta San, en voz baja a su amigo glacier—. ¿Quién es ella?

      —El enemigo.

      —Oiga, necesito llevarlo de regreso. No falta mucho para que su padre se de cuenta que no está.

       —Sí, San. Nos iremos en un-

       —¡No! JungKook, ¿estás loco? ¡Por el amor del Sol! ¡No te dejaré, vamos ahora mismo!

       El Príncipe Rojo, tan confundido como todos, parece ser arrastrado por una fuerza sobrehumana que se aferra sin siquiera un punto débil a su brazo. JungKook comienza a retroceder lentamente, mirando a TaeHyung con un aire que ruega por su más vivida comprensión.

       Ya no son sólo celos, es como si le estuvieran arrancando una parte de él. De pronto, sus palabras de hace unos cuantos minutos se le vienen a la cabeza. ¿Cómo pudo decir algo tan hiriente, de forma tan banal? Le dijo a JungKook que todo terminaría eventualmente, y se lo dijo tan frío que incluso ese chico pudo sentir la gelidez en su tono de voz. TaeHyung le ve alejarse, cada vez más, al grado de que los ojos de JungKook ya no son de ese color rojizo, sino que se empiezan a perder en la lejanía.

       Hay algo que le está molestando, que le duele dentro suyo. El corazón, le duele mucho el corazón.

       Y eso es más que suficiente para que TaeHyung, sin pensar, sin pensar en nada más que en sus estupideces, de un paso en falso hacia la tierra caliente. Aunque San le toma del brazo, asustado por su acción, no es suficiente fuerza como para detenerlo.

      TaeHyung ha cruzado La Franja.

      Es imposible de creer, o imaginar. ¿Cómo puede estar un alma fría pisando el mismo suelo que es caliente y áspero? Esos pies descalzos apenas y recienten todo eso, su corazón va ciego, al igual que su razonamiento, se ha vuelto loco y su misma loquera no le deja reflexionar acerca de sus acciones. ¿Y sabes por qué?

      No le importa un carajo estar pisando tierra caliente, cuando a su único amor, se lo llevan de su lado.

      Por eso sus pies aceleran, aunque San le grita por detrás suyo, y al príncipe Die Flamme también. JungKook voltea, solo para darse cuenta que TaeHyung ya viene corriendo hacia él directamente a tomarle de la mano.

       El agarre de TaeHyung es suerte, firme, al igual que su semblante. JungKook abre la boca con sospresa, respira agitado, y puede jurar que así alrededor todo es un incendio imparable.

      —No te vayas —pide TaeHyung—. No te vayas, JungKook. Quédate aquí conmigo, por favor.

      —¡TaeHyung, regresa al hielo!

      —No vayas con ella.

       JungKook intenta soltarse lo más rápido que puede de Eunbi, pero ella no le deja. Habla con sorpresa. —¡No! ¡No debió haber cruzado!

      —¡Eunbi, suéltame ya, por favor! ¡Le hará daño estar aquí! —Ella le hace caso de inmediato. JungKook empuja a TaeHyung, aunque este ya se ve bastante cansado a causa de la temperatura.

      El semblante del Príncipe Glacier es débil, pero no tan débil. Solo luce un poco mareado. Se niega por completo a soltar la mano de JungKook, incluso cuando ambos han pasado de frehgeso al Reino Glacier, y San le toma de los hombros para hacerlo recostarse en la nieve —y ponerle un poco encima—, Tae no parece querer soltarle la mano a JungKook.

      —Necesito que me sueltes, TaeHyung.

      —Quédate aquí.

       —No iré a ningún lado.

       —Promételo.

       —Lo prometo.

       Es la única forma en la que Kook es liberado. Salta a su lado, hincándose en el borde, solo para ver más de cerca a TaeHyung, quien respira un poco pesado, pero está consciente de sus acciones.

      Ninguno recuerda a la joven, que al ver tal escena, se da la media vuelta para huir del lugar.

      JungKook pasea los ojos por toda la faz de TaeHyung, que poco a poco se normaliza, aunque el mismo príncipe de Hielo se puede sentir un poco menos frío que de costumbre. El príncipe rojo quisiera pasar la mano por la frente del otro, y acariciar sus mejillas, pero es imposible.

     —¿Te das cuenta de lo que hiciste? ¿Estás loco? ¡Pudiste haber muerto!

      —Más vale muerto, que arrepentido.

      —Eres un maldito inconsciente.

      —Ibas a irte con ella.

      —Yo regresaría mil veces por ti.

      —Pero ibas a irte... Tenía que detenerte. Si te ibas, entonces yo me hubiera dado por vencido. Pero acabo de decidir que —se estremece un poco, algo incómodo—, que nunca me daré por vencido.

       A punto de llorar, JungKook lleva los ojos a San, que luce bastante preocupado y un tanto decepcionado. Choi San abre un poco de los botones de su alteza, y suspira harto de la situación. Quisiera asesinar al culpable, pero seguramente su majestad lo odiaría toda la vida.

      —Tengo que llevarlo al castillo. Allá lo enfriarán más rápido. —Comienza a cargarlo, intentando que el príncipe camine un poco para que sus pies toquen la nieve.

      —San... su padre...

      —No se preocupe, yo veré cómo me encargo de eso. Pero, de una vez le aviso... Si algo le sucede al príncipe, soy lo suficientemente cálido como para llegar a su habitación y clavarle una estaca.

       —San... Si algo le sucede, yo mismo me lanzaré al lago.

       San, enojado con el otro, se da la media vuelta aún con el, ya algo desmayado, Príncipe Glacier. Así, JungKook puede de vista a su amado Kim TaeHyung, el segundo idiota en cruzar La Franja por una razón estúpida: el amor.

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