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» Nueve

Choi San es leal, porque la lealtad le dio la oportunidad más preciada de toda su vida: ganar un amigo. El castaño golpea unas cuantas veces la puerta de entrada de sirvientes, y cuando ésta puerta se abre, deja ver a una señora de ojos cristalinos que le mira sorprendida. Ella distingue a su joven príncipe, al pequeño TaeHyung de mejillas rojizas, al chiquillo que pedía una taza más de agua para beber, al mismo niño que corría a la ventana a ver las afueras y vivía encerrado; lo ve colgando de los brazos de San, con una expresión mala.

      —¡Mi niño! —grita ella, pero no tan alto como para ser escuchada en la inmensidad del castillo. Toma al joven de la espalda, puede sentir su mal estado a través de la temperatura extraña que carga—. Mi Dios, no está helando. ¿Qué le sucedió? ¿Qué tiene? ¡Jeongyeon! ¡Señor Chan! ¡Vengan de inmediato!

       —Es una larga historia. No hay tiempo de explicaciones.

       —Hay que avisarle al Rey, el sabrá-

      —¡No! —exclama San. A la vez que todos entran en la habitación, impresionados por el estado de su pequeño TaeHyung—. Señora Wang, prométame que no dirá nada, ni una sola palabra.

      —¿Tienes algo que ver con esto?

      San le echa una mirada a TaeHyung; el de hebras claras luce muy débil, su respiración es agitada, no quiere mover ni un solo dedo porque teme sentirse aún más exhausto. Sin embargo, en él brilla una emoción escondida detrás de su expresión. Incluso si no dice ni una sola palabra, San presiente, sabe y casi da por hecho, que su príncipe está más feliz que ningún otro ser con vida en este mundo.

      —Solo ser cómplice. —Suspira, bastante enojado consigo mismo—. Pero, señora, le juro por mi vida que son órdenes del mismo Príncipe que su padre no sepa absolutamente nada.

      —¿Dónde estaba, San? ¿Qué hacía nuestro terco alteza?

     —No le puedo decir.

      Ella suspira con cansancio, volteándose hacia TaeHyung. Le mira por segundos, hasta que recuerda que tiene que hacer todo lo posible por enfriarlo. Al rededor, hay un bailable entre todos los presentes, buscando utensilios, remedios viejos, y todo lo que pudiera existir en sus manos para enfriar a un ser Glacier. Le tiran encima agua helada, abren su ropa, apenas dejando ver su pecho, recogen su pelo y colocan paños húmedos en su frente, para que éste suba su temperatura. Quisieran sacarlo a la intemperie para que el tacto del aire helado le llegue al pecho, pero son incapaces dé, en razón de las propias órdenes de Choi San.

      Una vez, el Príncipe Kim TaeHyung les dejó expreso una frase muy clara: Choi San es mi segundo al mando. Nadie entendió, en su momento, las razones detrás de esas palabras. Pues, en ese instante, parecen ser tan útiles, al grado que nadie cuestiona más allá de lo que saben.
 
      San analiza desde su lugar la situación. No hay poder en el mundo que lo pueda hacer sentir más arrepentido de lo que ya se encuentra. Le es imposible creer el cómo fue un estúpido, dejando a su único amigo en el mundo cometer un acto cobra vida, irracional, y sinsentido. El castaño no puede evitar culparse cada vez más de todo. De TaeHyung yendo a ese lugar, conociendo al enemigo, enamorándose de él, y eventualmente cruzando La Franja con el único propósito de tomar del brazo del chico.

      Mas, de repente recuerda la sonrisa del Príncipe, su actitud novedosa y fresca cada vez que veía al Príncipe Die Flamme. Después de todos esos encuentros, era como si TaeHyung quisiera ser un mejor Rey, como si quisiera innovar su mundo. La transformación de su actitud era tal, que le fue imposible negarle a su heredero una sonrisa, un instante de felicidad dentro de su mundo repleto de reglas, obligaciones y órdenes. Y véanse ahí, posterior a todo eso, preocupado por su vida.

      —Ya está despertando. —La señora Wang se acerca a San, tocándole el hombro—. Está bien, ya se regularizó.

       Lo primero que busca Kim TaeHyung al despertar, es a San. Cuando le ve, le toma de la mano, acercándolo para hablarle al oído. El confundido chico, suelta un sonido extraño, pero no le es suficiente eso al príncipe, puesto que le habla en tono bajo.

      —¿Y mi padre?

      —Probablemente en su habitación.

      —San...

     —Diga usted.

      —Del uno al diez, ¿qué tan mal estoy?

     —Uno.

     —¿No voy a morir?

     —Sigue diciendo esas cosas —San le habla aún más bajo, pretende que no le oiga nadie más que su amigo—, y te patearé el culo en cuanto te levantes de la cama, príncipe.

       La sonrisa alargada de TaeHyung, provoca que San se sienta aún más enojado debido al estado de su amigo.

      TaeHyung se levanta de la mesa, donde lo habían mantenido tendido paea atenderle. Mira alrededor, pero no dice nada más que un "gracias", a todos sus cuidadores. Ellos esperan impacientes por alguna explicación, una excusa, algo más que un gracias en voz baja. El príncipe se niega por completo a entregarles una razón, solamente se pone de pie, busca su ropaje, y se quita todo lo que está encima suyo para caminar con la cabeza baja hasta su habitación, haciéndole señales a San para que lo siga.

       San sigue en silencio a su jefe. Él es el experto en evitar todas y cada una de las dificultades del castillo. El frío entorno le da la capacidad de distinguir cuando alguien se acerca o no. Los sirvientes no van a decir ni una sola palabra por el cariño inminente a los dos chicos; es decir, el peligro radica entre los pequeños príncipes, la reina, el rey, o los guardias reales. Sin embargo, tres de estos peligros probablemente se hayan en un profundo sueño debido a la hora, y los guardias es más que seguro que estén distraídos con las afueras que prefieren no vigilar las largas escaleras que conducen al cuarto del joven príncipe.

      Caminando de puntillas, se puede oír a la Señora Wang hablarle a todos y pidiéndoles que sean lo más sigilosos posibles, que no molesten ni abran la boca. TaeHyung siente su corazón latir, no solo por el miedo que tiene, sino por sus recuerdos frescos. ¿Qué va a hacer si su padre o su madre lo ven? Cualquiera de las posibles respuestas van a ser dolorosas, no sabe hasta qué punto su padre tendría piedad de él, cuál podría ser el peor castigo.

       ¿Y si jamás lo deja salir otra vez? ¿Qué pasaría con JungKook? ¿Qué pasaría con su relación?

      Estando a unos cuantos pasos de terminar el subir de las escaleras, TaeHyung se voltea hacia San, quien choca con su pecho y da un paso hacia atrás, mirándolo con molestia.

      —¿Qué hace? —Susurra molesto—. ¡Apúrese! ¡Revisan las escaleras cada veinte minutos!

      —Cuando nos fuimos, ¿cómo era su expresión?

      —¡No tenemos tiempo de esto!

      —¿Lucía triste?

      Exasperado, San agita sus manos al escuchar las pisadas fuertes de los guardias. Aunque son lejanas, el hecho de poder distinguirlas es tenebroso. A pesar de eso, TaeHyung no se mueve ni un milímetro, ni se inmuta, ni hace más que esperar. Limitado, Choi San responde:

      —¡Sí! ¡Quería llorar! ¡Ahora, apúrese, o nos van a cortar en pedazos!

       En cuanto TaeHyung se apresura a correr a su habitación, con San por detrás, lo primero que cruza en la cabeza de este último es que el amor te hace o estúpido o valiente. La puerta del cuarto es cerrada con sumo cuidado, y es por fin en este momento que TaeHyung suelta el aire acumulado en su cuerpo y se tumba en su cama.

      El príncipe ya no se siente tan cansado como en un inicio, al contrario, las constantes rememorias lo hacen querer vivir y bajar la luna para comérsela de una mordida. Su cuerpo frío se siente algo exhausto, pero su corazón helado le hace olvidar todo signo de sufrimiento, y le deja el dolor de estar lejos de su amor. TaeHyung repite esa palabra en su cabeza "amor, amor, amor". Voltea a San; él está lejano del momento, mientras abre la ventana para que su alteza reciba la mayor cantidad de frío que sea posible.

      —San, disculpa el susto que te dí.

      El castaño se voltea a verle desde la ventana. San siente el frío golpear su cuerpo y envolverle con esa temperatura que a veces no se siente como la suya; hace de sus labios una línea fina, y asiente.

      —No se preocupe, Príncipe. —Sincero, sonríe bajo la luz de la luna—. Pero, ¿está seguro que intentará esto hasta al final?

     —¿Qué? ¿De qué hablas?

     —Quiero decir... —No luce seguro de sus palabras, teme de la reacción de TaeHyung—. Me pregunto cómo saldrá todo esto. Solo cruzó por unos segundos, pero casi se desmaya por completo. ¿Cómo lo hará?

      Aquella tristeza que olvidó cuando discutía con JungKook, regresó de pronto. TaeHyung recuerda el sentimiento de un sueño, que se vuelve lentamente una ilusión capaz de perderse en el mar de falsedades y deseos que se quedan en el olvido, porque son incapaces de ser cumplidos. La ausencia de realidad lo hace sentirse ahogarse en un calor psicológico que nunca ha sentido, la mentira es abrumadora, y la verdad pesada.

      En un mundo ideal, tendría que ser suficiente amar.

      Amar así como ama a JungKook.

      Pero no es un mundo ideal, y el amor no lo protege de poder morir.

      —No quiero pensar en eso.

     —Lo lamento, príncipe. Solo me preocupo por usted... De hecho, todos lo hacemos.

     —Encontraré una manera... Algún día todo será posible.

      —TaeHyung, ¿cómo vas a cambiar la naturaleza de tu cuerpo? La naturaleza de él.

      El príncipe Glacier ama sobre imaginar la vida. Camina hasta el olvido de sus problemas, entonces muy lejano a la realidad se encuentra un universo donde puede ver a JungKook de cerca, y quererlo como lo quiere, y amarlo hasta lo más profundo de sus huesos. En ese universo, son normales, gente sin ni una pizca de magia, con temperaturas iguales. Entonces el color de sus cabellos son irrelevantes, su ropaje y zapatos también. Sólo en ese mundo, se aman y se desean, y los obstáculos no son más que obstáculos, y no imposibilidades.

      A punto de responder la mentira más idiota del mundo, dos toques en su puerta —extraños, porque nadie toca de una forma tan cortes en ese maldito Palacio— alertan a ambos chicos. TaeHyung se sienta en su cama, sus ojos caen con susto en San, quien le alienta a preguntar quién llama.

      —Sí, diga.

     —TaeHyung, abre la puerta.

     El rey KangHyun es un hombre de poca cordura. Es agresivo, gélido, carga una expresión de ojos serios, boca caída y una mandíbula cuadrada que no es igual a la de su hijo, que se cubre con un vello blanco, áspero. Él es un mal rey, egoísta, y egocéntrico. Además, tiene una de esas voces que provocan terror en cualquiera.

      San entra en un pánico total, que lo paraliza en su lugar en la ventana. La respiración es agitada, y ni siquiera cuando TaeHyung le mueve la mano para que se apresure en esconderse, el chico se mueve.

     Igual, o peor de asustado, Tae se apresura con su gran paño helado —el mismo que le habían puesto los sirvientes para enfriarlo—hasta San, para tumbárselo en la cara, y llevarlo a rastras hasta el armario, y cerrarlo. Se sacude todo el cuerpo, sin saber por qué, y termina abriendo la puerta. El rey entra a pasos rápidos, examina la habitación, y se detiene en su hijo.

      TaeHyung respira incómodo, los ojos los tiene al suelo, como siempre ha sido enseñado a actuar frente a su padre, que no es su padre en ese instante, sino el Rey de Glacier. Es una excusa para evitar delatarse, mentir no es su fuerte, y menos bajo una presión del tamaño de su propio hogar.

      —¿Dónde estabas?

     —Afuera, padre. Veía un poco la Luna.

     —¿A tales horas? Imagina que entro, y no veo al Príncipe en su respectiva cama.

     —Lo lamento.

     —¿Qué hace tu cabello húmedo?

     Falto de valor para verle directamente, TaeHyung recorre el suelo cristalino, sin hallar una buena excusa.

      —Solo algo de agua helada para mi comodidad.

      —Acércate.

     —Papá-

     —Es una orden. Acércate.

     Lo primero que te enseñan al estar tan cercano a la realeza es que no hay forma en la que puedas rechazar la orden del Rey. Hay cosas que nunca cambian, un hombre dando órdenes a su antojo es una de ellas. Qué importa si eres su hijo, su esposa, o un amigo cercano, él es tu rey, y obedecer al rey es una prioridad, una obligación, y tu único valor como súbdito.

      TaeHyung da un paso hacia él. De pronto, el hombre luce como un mounstro nocturno, sus ojos brillan de un color celeste, que sólo demuestra el odio y el revolver de emociones que hay dentro suyo.

       La mano áspera de KangHyun toca la mejilla de su hijo. Percibe un cambio, sutil, pero existente. Negándose a creerlo, la mano se dirige hasta la frente, hasta la otra mejilla, clavícula y hombro. Todo en él está mal, todo en él fluctúa y está un poco diferente.

     Es suficiente, como para alejarse un paso.

     —Estuviste en La Franja.

     —No, papá.

     —No es una pregunta.

     —Papá-

     —Cállate.

     —Pero, papá-

     —He dicho: cállate.

     La orden de un rey es la señal de su puesto, con eso él sabe en qué posición te encuentras, y te lo hace saber desde el momento en el que te callas. ¿Príncipe TaeHyung? En ese momento, solo es TaeHyung, un súbdito más. Es decir que hay dos estados en su contra: KangHyun no sólo tiene poder sobre él como su rey, sino también como su padre.

     Mientras TaeHyung piensa en las excusas que podría dar, observa dw reojo la expresión de su padre. En él no hay sentimiento alguno más que el enojo, y eso es capaz de percibirlo por la forma en la que una vena delgada resalta del borde de su cuello. Esos ojos que a veces son calmados, lucen igual que la primera vez que tiró un vaso denteo de la cocina, o cuando los sirvientes dieron una humilde opinión acerca de los desayunos reales. Es peor que cuando le hace el feo al príncipe Park.

      Su padre en serio está molesto.

     —¿Quién te llevó ahí?

     —Nadie, padre.

     —Quieres encubrir a ese sangre mezclada, ¿no? —El hombre camina de lado a lado en la habitación, no consigue que su hijo levante la vista—. Choi San es el culpable.

     —No, padre.

     —Le advertí a tu madre que no quería a ese tipo cerca de ti, es una completa mala influencia. No sé con qué te haya llenado la cabeza, y probablemente no lo sabré.

      —Padre, no he ido a la franja.

     Primera cachetada.

     De la noche, cabe aclarar. No de su vida.

     TaeHyung inhala dos veces lo más que puede, asustado por poder recibir otro golpe, y de mayor gravedad. El impacto ha sido tal, que escucha la puerta de la alcoba principal abrirse. Las pisadas de su madre se oyen a lo lejos, pero es incapaz de llamar por su nombre.

     —Desobediente y mentiroso.

     —No, padre.

     —¿Sigues?

     TaeHyung solo puede pensar en Choi San, y el espectáculo macabro que quizá esté viendo desde el encierro.

     —¿Qué está sucediendo aquí? ¡Son las altas de la madrugada! —La Reina, y aquella melodiosa voz que posee, no pueden mejorar ni un poco el humor de todos los presentes.

     —Tu hijo se acercó a La Franja. Está mal en su temperatura, probablemente enfermo.

     —¿TaeHyung, es eso cierto?

     —Ni siquiera le preguntes, mujer. Lo que te digo es cierto, y estoy más que seguro que es por Choi San.

      —Debe haber alguna explicación para esto, hay que conversarlo y arreglarlo, KangHyun.

      —¿Arreglarlo? ¡Estupideces! No estoy dispuesto a permitir que ningún idiota insensato aleje a alguno de mis hijos al mal camino, esto es considerado una traición. —Suena como un león luchando, un hombre sin escrúpulos, ni humildad en su interior. Habla desde el más profundo odio irracional que pueda poseer quien sea—. Ese joven, no merece nada más que la muerte.

      En ese momento, TaeHyung sí alza la cabeza hasta toparse con los ojos de su padre. El rey lo ve con la mandíbula en alto, no da el brazo a torser aunque su hijo le ruega con la mirada que no haga nada. Parece que padre e hijo son tan contrarios, que al darse cuenta de las intenciones de su progenitor, TaeHyung cambia su expresión y exclama.

     —¡Padre! ¡No puedes hacer eso!

     —Obsérvame.

     Y ducho eso, ni siquiera por los pedidos altos de su esposa, el rey sale con pasos largos de la habitación. TaeHyung le sigue por detrás, junto con la reina, ambos le gritan con impaciencia que se detenga. Ya ha sido suficiente ruido para que los sirvientes se muevan por el Palacio, atentos a cualquier orden. Algunos guardias se han acercado al borde de las escaleras, y son capaces de ver el trayecto de la familia real desde el fondo del pasillo.

     —¡Padre, detente! ¡No! ¡Padre, San no tiene la culpa de nada!

     —¡Es un traídor! ¡Un mal ciudadano! ¡Morirá esta noche!

     —¡Padre!

     —¡Cállate, TaeHyung! ¡No seas una decepción! Un Rey, nunca tiene piedad.

     —¡Detente, papá! —TaeHyung se agarra de su brazo. Pero recibe un golpe en la punta de su pómulo; el puño de KangHyun se ha estampado en su piel, dejándole un creciente dolor que lo termina tirando al suelo.

     —No tengo por qué seguir tus pedidos, hijo. Soy el Rey, y yo decido quién vive y quién no. —Dicho esto, baja las escaleras hasta donde le esperan los guardias, y les dice en voz alta—. Caballo, armadura y botas. A todos los guardias, encuentren a Choi San, síganle hasta hallarlo, captúrenlo y traiganlo.

       Dándole una última mirada a su hijo, que no puede creer las acciones de su padre, el Rey camina fuera del lugar en busca de su ropaje.

      TaeHyung toca su rostro, impresionado. Su madre, igual de asustada, le mira hincada a su lado. Dentro del gran embrollo, baja las escaleras para intentar convencer a su esposo, corriendo hasta donde se ha perdido por los interminables lugares del castillo. El príncipe nota que la señora Wang le está viendo desde las escaleras, el susto en sus ojos es equivalente a la incredulidad que posee. Entonces, TaeHyung lo recuerda: San está escondido.

     Levantándose de su lugar, aún con el dolor incrementando, TaeHyung corre hasta su armario y lo abre. San está petrificado, con lágrimas en los ojos. Hasta podría decir que quiere suicidarse ahí mismo.

     —San, tienes que irte ahora mismo.

     —Me van a matar.

     —¡Dios, San! ¡Vamos, ahora mismo!

     —Voy a morir.

     —¡Mierda! ¡Sigue diciendo esas cosas y te patearé el culo!

      San despierta de su trance, y siendo halado por TaeHyung, comienza a correr detrás suyo. Echan miradas por ahí y por allá, al bajar las escaleras. La señora Wang le espera en la entrada a la cocina, preparando una de las capaz más detalladas del príncipe. Los demás sirvientes están al borde del colapso, sin saber si deben ayudar o no. TaeHyung les mira, solo rogándoles el silencio, y al parecer ellos entienden, porque se hacen los confundidos, preparando la comida de los guardias.

      San se coloca el ropaje, pero no sabe qué hacer. Está en un shock por completo, piensa en las consecuencias, y a dónde iría, ¿qué hará?

      —San, escucha lo que vas a hacer.

      —¡Mierda! ¡TaeHyung, tienes que proteger a mi madre!

      —¿Qué?

      —Mi mamá... Mi mamá está... Tienes que... que no le hagan nada, ¿sí? Mi madre... Dios, tienes que... Ella no tiene la culpa de nada.

      —Te prometo que la iré a ayudar, te juro que ella estará bien, mi madre no dejará... Te lo juro, te lo juro amigo. Pero escúchame, solo... escucha. Tienes que irte, no del área... Tienes que cruzar con JungKook.

      —¿Qué?

      —Vas a irte y cruzar a Die Flamme.

      La señora Wang está a punto de desmayarse, se dobla en su lugar, sosteniendo su espalda y suspirando.

       —¿Cómo voy a...?

      —Eres un hijo de Terra, eres adaptable. Vas a... vas a poder estar allá, ve con JungKook, él te va a ayudar.

      —¿Y cómo voy a dejarte solo? ¡No puedo dejarte solo! ¿Qué vas a hacer si no estoy para ayudarte?

     —Oh, San. —TaeHyung atrae a su amigo, abrazándolo con fuerza. San regresa el abrazo, con un cariño profundo que es correspondido. Alrededor de un segundo después, los dos se miran al separarse—. Estaré bien, yo tengo que lidiar con mi padre.

      —TaeHyung...

      —Ve al establo, y háblale a Tannie, ella te hará caso. Todos los guardias están en camino a tu hogar, está despejado.

      —¿Cómo me hará caso tu caballo?

      —Solo le hace caso a la gente bondadosa, amable y leal. Vete ya, San. —El castaño asiente, colocándose la capucha y saliendo por la puerta de la servidumbre—. Mucha suerte, amigo.

[...]

JungKook está sentado en el mismo lugar, mirando el suelo. Tiene una preocupación extraña en su mente. En la tierra, hace dibujos que no puede comprender bien, mientras piensa. Lleva ahí sentado una hora, o algo así; ha analizado las razones por las cuales se encuentra absorto sin querer regresar al castillo, y llega a la conclusión que es porque espera que San regrese a darle alguna noticia.

      Mentiría si dijera que la preocupación no se ha encargado de comerle hasta el último nervio en su cuerpo.

      ¿Y si TaeHyung está mal? Ni siquiera puede imaginar lo que desencadenaría algo como eso. Deja de lado, por completo, que una guerra pueda iniciarse a causa de un príncipe débil y enfermo por su temperatura, la preocupación radica en su interior, si TaeHyung se encuentra mal de salud, ¿cómo podría calmar su ser? ¿Cómo podría calmarse si se encontraría tan preocupado al grado de volverse loco?

       La distracción de JungKook comienza cuando escucha el crujir de las ramas. Alza el rostro, pero se topa con la profundidad del bosque helado. Nada ha cambiado en él, ni siquiera los colores oscuros que se pierden de vez en cuando con los troncos cafés.

      Cree que ha alucinado, pero no está lo suficientemente seguro como para dejarlo de lado. Al ponerse de pie, y sacudir de su vestimenta la guerra que recoge por el terreno, JungKook decide acercarse un poco hasta la línea que limita sus posibilidades. Absorto, en los colores blanquecinos, JungKook meuve sus ojos de lado a lado, en espera de algo... o alguien.

      Para su mala suerte, el sonido es cada vez más fuerte, y prolijo. Crash, crash , crash. Las hojas secas y ramas crujen debajo de algo. Duda entre irse o esconderse, está indeciso. Sin embargo, a lo lejos, por el sendero de donde TaeHyung suele aparecer, un rostro se le hace conocido.

      Choi San viene encima de un caballo blanco, blanco, a gran velocidad. El cabello del chico revolotea con el aire de la madrugada, y su expresión es tan feroz que provoca en JungKook un mal sentimiento.

       El príncipe rojo se acerca solo un poco más a la Franja, deseando estar lo más cerca posible de ella para que la información sea tan tardada. Mas, tarda unos segundos en darse cuenta de lo que realmente acontece. Tras Choi San, viene una avalancha de caballos, pero el que más terror da, es el caballo tinto que lidera el mismo hombre que se le retrató como abominable por primera vez, en un libro hacía muchos años: Rey KangHyun I, KangHyun "el cruel".

       Ni reaccionar puede, cuando ve a San bajarse del caballo y correr a zancadas. Y es en un segundo, donde JungKook se debate el temer u odiar al rey de Glacier, cuando San cruza la línea y le toma del brazo para echarse a correr.

       —¡Corre!

      —¡San! ¡¿Qué sucede con TaeHyung?! ¡¿Qué está pasando?!

      —¡Eres un idiota! ¡Deberías estar en tu hogar, maldito!

     —¡¿Qué pasa?!

     —¡Solo corre! ¡TaeHyung está bien! ¡Tenemos que irnos!

      Empeñados en correr, JungKook y San se pierden en la lejanía del Reino Die Flamme. Los habitantes y el rey de Glacier topan con la línea que separa el calor del frío, imposibilitados para seguirles. Un guardia toma a la bella Tannie, quien no ha sido arriesgada a cruzar porque podría enfermarse y morir  —el consciente San ha pensado en eso minutos atrás—.

      Enojado, KangHyun baja de su caballo, y observa a su objetivo escaparse. Pero eso no le llama la atención, sino el joven que corre a su lado. Le es imposible no notar las insignias que carga en sus hombros, y la corona que sostiene en las manos.

       Incrédulo KangHyun suelta una carcajada que ahuyenta hasta al animal más tenebroso de la noche.

      —Pero vaya estúpido hijo el que tengo.
     

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