Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

» Doce

La franja se halla vigilada sigilosamente por dos guardias helados, muy probablemente solo son aulladores. A lo lejos, SeokJin vigila desconfiado de sus acciones, a los jóvenes glacier que evitan algún movimiento extraño por parte de los die flamme. No se ha ubicado, al menos no exactamente, un punto en toda la frontera entre los opuestos pueblos, donde no halla, al menos, un guardia vigilando y esperando por atacar. Sólo hace falta una fina provocación para iniciar una guerra.

     Pero ni la guerra detiene a un corazón preocupado.

      A lo lejos, escoltado por guardias del su propio hogar, una sombra encapuchada camina hasta SeokJin, quien, algo precavido, no le quita los ojos de encima. Los guardias de Die Flamme no anuncian a la persona que les acompaña, si no que él mismo se quita la capucha.

      Un hombre de pelo blanquecino se deja ver, confundiendo a SeokJin a tal grado de regresar la vista con miedo hacia la frontera, donde nadie se mueve ni se ve señal de ataque.

      —No se preocupe. —NamJoon dice en voz baja—. Nadie sabe que estoy aquí.

      —¿Y usted es? ¿Y por qué razón puede mantenerse en pie?

      —Soy Kim NamJoon, el consejero principal del rey de Glacier.

      —¿Y qué lo trae por aquí? ¿Tiene un mensaje que darnos o funge como un maldito espía?

      —Ya deben de saberlo, ¿no? El príncipe TaeHyung está privado de su libertad en la pared de hielo. —NamJoon dice eso con seriedad. El capitán SeokJin ladea la cabeza, aún sin entender las razones por las que el otro les está diciendo eso—. Puede que no me agraden lo suficiente como para aceptarlos, mas, mi lealtad no me permite dejar al príncipe de esa forma.

      —¿Su lealtad? Creí que era consejero del rey.

      —Pero antes soy el amigo del príncipe. Y esa lealtad puede más que cualquier título.

      En una mirada rápida al hombre, y posteriormente a la frontera, SeokJin duda un poco de la verdad que dice el hombre. Se pregunta, ¿es posible traicionar a tu rey por una amistad blanda? Incluso tomando en cuenta la situación, donde la más mínima provocación generaría una guerra, ¿vale más para el hombre la vida de su amigo? SeokJin no halla en él más que unos ojos sinceros, llenos de empatía por el alma, y eso le remueve al grado de cuestionarse el estado del príncipe Glacier.

      Jin camina unos pasos hasta el maestro Kim, mirándolo fijamente, intenta encontrar alguna señal que lo obligue a encerrarlo. Quisiera creer que es mentira eso de la lealtad. Pero en él, sólo hay una expresión seria. El aire caliente del reino, remueve el cabello claro de Kim NamJoon, logrando sacar a SeokJin de su trance.

      —¿Y qué planea hacer al respecto sobre su príncipe?

      —Solo la familia real puede sacar al joven TaeHyung de ese inmenso pedazo de hielo.

      —¿Entonces?

      —Pero el hielo sigue siendo hielo.

[...]

—Absolutamente no.

     Jeon JungKook se pone de pie con molestia desde su lugar. Azota la mano con una pared cercana, en un acto estúpido que surge desde su desesperación. El rey sólo se queda callado, pero la reina Jeon se ha puesto de pie, con la cara desfigurada por el enojo. SeokJin, comandante, solo guarda silencio a un lado de Kim NamJoon.

     —Mamá, ¿no entiendes la situación?

     —No vas a ir. No te meterás en ese estúpido lugar. Te van a matar, JungKook. ¿No lo entiendes?

      —¿Y qué se supone que haga? ¿Dejarlo ahí por el resto de su vida? ¡Dime!

       —No hay certeza de que eso vaya a funcionar, JungKook. Te estarías poniendo en riesgo, a ti, y también al pueblo. Si te hacen algo, no habrá ninguna escapatoria, la guerra iniciará, y todo el pueblo de ese pobre muchacho también morirá. —Ella intenta convencer a su propio hijo, pero parece que no lo logrará.

      —Tengo que ir, madre.

      —No estamos seguros si funcionará, JungKook.

      —Funcionará. —Choi San habla, desde la lejanía del salón. JungKook se gira sobre su eje. Todos prestan atención al pelicafé—. Mi madre... ella estuvo en la pared. —Parece como si estuviera dejando salir una lombriz desde el fondo de su estómago, San luce tenso e indeciso—. Mi padre... mi padre no era de Terra. Era... de aquí.

     Los ojos de la reina de abren en grande. Ella gira la cabeza lentamente hasta su esposo, quien se halla sentado, con una expresión desconcertada. El rey Jeon se pone de pie lentamente, dando pasos ligeros hasta encontrarse a la par de su reina.

       —¿Cómo...? ¿Cuál era su nombre?

       —Mi padre... su nombre era... InHun. Jeon InHun.

       El rey, con la respiración agitada, siente su cuerpo entumirse. Mas, eso no lo detiene de caminar a pasos largos hasta el joven San, quien se mantiene inquieto en su lugar. Al llegar a él, coloca las manos sobre los pómulos de su rostro, procurando no dejar subir su temperatura, en aras de desconocer acerca de la ciencia detrás del tacto.

      —Eres hijo de mi amado hermano. —Los ojos del padre de JungKook se llenan de lágrimas, las cuales caen por sus mejillas—. Mi amado hermano InHun.

      Ya se habían hecho 23 años desde que el príncipe InHun desapareció. Al menos eso es lo que se le contó al pueblo Die Flamme. Lo cierto es que el príncipe InHun se enamoró de forma inesperada, de una mujer de cabello blanco y tez clara que paseaba en la frontera tocando el suelo y sacando escarcha de él. Ella era como un suspiro de coco, era linda y amable y le sonreía desde la lejanía. Ambos se sentaban a charlar horas acerca de los árboles, de sus zapatos y sus pies descalzos; hablaban de lo aburrido que era el frío y el calor, y de lo terrible que parecía que su mundo no cambiara. Aquel joven príncipe le contó a su hermano mayor un centenar de veces acerca de ella, pero jamás le creyó, porque nunca imaginó a su hermano capaz de hacer algo como eso.

      No obstante, un día, un joven guardia corrió la voz del regalo que cargaba en una canasta la bonita Choi SanHa: un pedazo de rama, insignificante, pero que tenía en su apariencia grietas aparentemente calientes. Entonces todos lo supieron, o al menos supieron que ella no respetaba la ley más grande: Nunca cruces del otro lado.

      Unos días más tarde, y al no volver a ver a esa bella mujer, la familia real Die Flamme recibió un aviso: habían descubierto a una mujer cruzando la Franja, y una disculpa les ofrecían, la mujer ya había recibido el castigo al ser congelada de por vida. El príncipe rojo, sin creer la veracidad de la nota, y cegado por la ira y el miedo, se encaminó a caballo hasta la Frontera, para después bajar a pie en medio de la noche, corriendo por la tersa nieve que se quemaba debajo de las suelas de sus zapatos. Y, sin saber cómo, halló el lugar, vagamente custodiado, y al entrar, él no vio más que la cosa más simple del mundo: hielo. Aquella pared atrapaba a su bella chica, y en un intento desesperado de hallar cómo sacarla, su cuerpo se incendió por completo. Y al intentar tomar su mano, la pared cedió, volviéndose gelatinosa, y permitiéndole halarla del brazo, lastimando solo un poco su piel fría.

      A pesar de haberla salvado, de la hora nocturna, y del sigilo con el que pensó que había logrado entrar, pronto los guardias aprisionaron al muchacho. El príncipe InHun gritó repetidas veces a su amada para escapar, y ella entre lágrimas lo hizo.

      Aquel amor solo tuvo un sobreviviente. A la mañana siguiente, un joven Rey KwanHyun le asesinó frente a todos los habitantes. Incluso frente a SanHa. Y el pueblo Die Flamme calló, la Reina Jeon de aquel entonces no dijo absolutamente nada más que lamentarse, porque, ella, más que amar a su hijo, prefirió mantener en pie a su pueblo y engañarlo, solamente declarándolo como perdido.

      —¿Somos primos? —La pregunta de JungKook rompe el momento. El rey mira un poco atónito a su hijo, quien no entiende la gravedad de la situación.

     —¿Cómo lo hizo? —SeokJin pregunta. Todos le miran—. ¿Cómo pudieron engendrarte?

      —Mi madre me dijo que así como mi padre se incendió a sí mismo para sacarla, pudo bajar su temperatura lo suficiente para volverse dosil.

     La ciencia detrás de la naturaleza de sus poderes es, aún, desconocida. No obstante, basta creer para ver, así que, sin dudas acerca de la historia de Choi San, los miembros dentro de la habitación guardan silencio, pensando en el momento. Los reyes tienen la cabeza en otro mundo, imaginando la paz, y la prosperidad de su familia, pero JungKook no se puede quitar de la cabeza las palabras de San.

     Esa tristeza que lo había invadido los últimos días, de pronto, son disipados por una esperanza que brilla al fondo del abismo. E, impulsado por ese aire repleto de terror, pero también de emoción, JungKook se voltea hasta su madre, con el pecho bien de fuera y la expresión seria, y le dice.

     —Si es como mi madre, no seguiré tu consejo. Y si es como mi reina, no seguiré tu orden, mamá.

      Sin dejar contestar a nadie, JungKook emprende pasos seguros y fuertes hasta la puerta. Los ojos de los presentes le siguen, pero ninguno lo detiene. Ni siquiera SeokJin, quien lo ve pasar a su lado. Muy al contrario, Choi San, se da la media vuelta después de verle salir por la puerta.

      Cuando los dos jóvenes han abandonado el lugar, SeokJin se regresa a la reina, quien mira perdida el suelo.

     —¿Mi reina? —Al oír la voz de SeokJin, la reina la mira—. ¿Puedo hacer algo por usted?

     —Ve con él. Cuídalo de cerca.

     Y, solo dicho esto, SeokJin se retira junto con Kim NamJoon. Al hacerlo, por el ventanal del castillo se ven dos cabellos oscuros aproximarse a los establos. El general se siente lo suficientemente nervioso como para soltar un suspiro, que llama la atención al joven maestro NamJoon.

      —Ese niño me va a sacar canas blancas.

      —No es tan malo.

      —¿Tienes algo que me pueda ayudar en este viaje suicida?

      —¿Yo? —NamJoon pregunta, SeokJin asiente. El peliblanco suelta un sonido de orgullo—. Lo tengo todo.

[...]

Choi San le teme a su propia sombra. Hay que admitirlo. Si no fuera porque está obligado a participar en el movimiento, probablemente se hallaría escondido debajo de una roca. San hiperventila en suelo, siendo sujetado por JungKook en el hombro.

     —¡Me van a matar! ¡Me van a matar!

     —No, no te van a matar, San. No seas dramático. Solo vas a... —JungKook se detiene. Una vez más, sus ojos se dirigen a aquel profundo bosque blanco, azulado y sin luz. Suspira, incómodo, algo corto con las palabras—. No te va a suceder nada, te lo prometo.

     —¿Qué clase de promesa es esa? ¿Escuchas cuál es el plan? Debo entrar corriendo con este señor —Apunta a SeokJin— e intentar esquivar a los guardias, lo suficiente como para que tú puedas entrar, ¡si me caigo todos moriremos!

      —¿Por qué eres tan dramático? —SeokJin pregunta, abrumado—. Son como cinco guardias.

      —No me tomaría tan a la ligera a los guardias Glacier. —Habla NamJoon desde la experiencia—. Ellos tiene poderes.

      —Pues también yo los tengo. —SeokJin recalca, se regresa hasta San—. Niño, no te va a suceder nada. Ahora, apresúrate, simplemente échate a correr e iré detrás de ti.

     Dicho y echo, San cierra los ojos con terror, se pone de pie, corre. SeokJin, bastante impresionado por eso, toma del suelo su espada y, antes de dar un paso, se regresa hasta NamJoon. —¿Algún consejo?

      —No dejes que te pongan lazos encima.

      SeokJin intenta seguir el paso a San, pero aquel joven de cabello café ha corrido más veces de las que debería, durante toda su vida. San sigue, sus ojos fijos en el bosque nevado que tanto extrañaba, reflejan un dolor sincero, y mucho miedo. Mas, y es la razón por la que no se acobardó, su amigo TaeHyung está en espera de rescate. Ese mismo amigo que no dudó en hacerlo huir a pesar de todo, y que no lo entregó. Kim TaeHyung, el príncipe del reino, su amigo, su mejor amigo. Y, con furia, euforia y un poco de tristeza, el joven mixto divisa a los guardias a apresurándose al borde de la Franja. Tan pronto como su pie cruza la línea, los hombres celestes se le van encima; sin embargo, el general SeokJin logra distraerlos al tener su presencia un tanto inesperada —puesto que no consideraron si quiera probable que también cruzara la frontera—. De esta manera, el camino queda lo suficientemente libre como para que el Príncipe Rojo se aproxime a correr.

      Entre el ruido y los pequeños destellos rojos que suceden dentro del bosque blanco, JungKook se vuelve inseguro y se regresa hasta NamJoon. En vez de brindarle apoyo, los ojos del mayor lucen suplicantes y exigentes, no como los de un padre, sino como los de un abuelo.

      —¿Y para mí? ¿Algún consejo?

      —Cuando estés frente al hielo... Evita interiorizar esos sentimientos que tienes. No te dejes consumir por ti mismo. A ustedes les enseñan más de lo que piensas a enfriarse. No pretendas que el fuego es tibio, porque no lo es. Quema.

       —¿Qué?

      —Solo así podrás sacarlo de ahí... Vete ahora. —NamJoon alza la vista, dirigiéndose al bosque escarchado—. Esos dos no durarán mucho.

     Cuando JungKook se da cuenta de todo el ambiente en el que se ha visto envuelto los últimos meses, se pregunta, ¿valdría la pena dar la vida? Y con esta cuestión, por detrás vienen los castigos de romper las reglas. Si la vida no desea que TaeHyung y él estén juntos, ¿por qué fuerza al destino y lo obliga a juntarlos? ¿Por qué no teme alejarse de todo lo que conoce y entrar en una guerra que podría ser eterna? ¿Cómo es que está dispuesto a dar mil vidas de su propia gente para no perder la de TaeHyung? Es su sangre caliente que le da un aviso escondido en los hechos y el curso que han tomado las cosas; no obstante, antes de poder seguir pensando, sus pies han cruzado la Franja, mientras su cabello negro se revolotea por el aire. 

     —¿Dar la vida? —se pregunta a sí mismo, en vox baja, mientras corre con sigilo por el bosque blanco—. Por supuesto que sí. 

       En su correr desesperado, escucha a la lejanía los gritos de los guardias, probablemente provienen de la lucha de SeokJin y San. Aunque quisiera preocupase por ellos, la verdad es que en su mente hay otra persona ocupando un espacio más grande. En su recorrido, con la Luna por arriba de su cabeza, se topa con el lago congelado y se detiene justo ahí. No debería, corre un gran peligro y entorpece la misión, pero es involuntario. El brillo tenue del satélite le hace sentir una melancolía que lo aflige, tanto así que el sonido de los arboles crujiendo es una melodía triste que le hace suspirar, con la nariz arrugada. Es una idea de su cabeza, o empieza a unir los cabos de todo lo que había leído alguna vez, pero por un segundo, o poco más que eso, JungKook tiene un sentimiento extraño que le hace decir para sí mismo:

     —Hace frío aquí. 

     Solo es la soledad que tiene. 

     Ese sentimiento se esfuma cuando escucha las pisadas rápidas de alguien. JungKook se da media vuelta sobre  su eje, y distingue el correr de San. El mechón blanco de cabello se remueve, y su expresión se desfigura cuando el joven le agita la mano en dirección hacia el frente. SeokJin viene por detrás, con la mano sobre la cadera, preparado para desenfundar la espada sosteniendo su espada con la mano. 

     —¡Corre! —grita San—. ¡Corre ya!

     Dicho y hecho, los tres se lanzan a lo desconocido, sin saber qué podrían encontrar más allá de lo visible.  JungKook se percata que nadie los sigue por lo pronto, y quisiera saber dónde se hallan aquellos guardias, pero no hay tiempo. Choi San se apresura a adelantársele, con el propósito de no guiarlo a un mal camino. San es realmente el único que conoce el Reino Glacier, el castillo, y los calabozos y la maldita pared de hielo. Por eso, ya algo cercanos al castillo, el chico se detiene, escondidos detrás de una cerca de madera. A los ojos de JungKook, aquel castillo amenazante representa, no solo lo real, pero también lo ficticio; es decir,  el tener enfrente ese inmenso pilar, es como darse cuenta por fin que la vida jamás volvería ser igual, que todo podría tornarse en un torbellino interminable. 

     —Qué deficiente es este ejército. —SeokJin se toma la molestia de decir eso, en un intento desesperado por no ponerse nervioso—. ¿Cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí?

     —JungKook. —San se voltea hasta el príncipe—. ¿Ves esa pequeña puerta? —Al apuntar, nota la abertura, pero también a los cuatro guardias de pie. Ellos no parecen tener alguna idea de lo acontecido en la frontera—. Ahí hay unas escaleras hacia abajo, y ahí estará TaeHyung. 

    —¿Cómo voy a entrar ahí?

     —Igual que como llegamos hasta acá. Yo voy a correr, y con un poco de suerte ellos también. 

     —Pero te van a...

      —Tranquilo. —San palmea el hombro de JungKook, y apunta con el pulgar a SeokJin—. Mientras él venga, todo estará bien. Debiste ver todo lo que pasó. 

      —¿Qué?

     —Literalmente hizo dos bolas de fuego enorme y ¡de repen-...!

      —No hay tiempo para esto. —SeokJin habla molesto—. Príncipe, entienda la gravedad. Pronto alguno avisará que estamos aquí. Apresúrense y corran. 

     Lo cierto es que ante el temor, divagar es la única opción que queda para convencerse a uno mismo que no ha de suceder nada malo.  Por eso la anécdota, y la distracción. Los tes de verdad quisieran que eso no estuviese sucediendo, pero la vida es así, y el mundo quizá es peor. Mentalizándose a que todo podría terminar, y la guerra de los reinos sería una consecuencia, Jungkook palmea sus piernas como si de verdad el clima lo debilitase, y se voltea hacia el frente. 

     —Uno... —cuenta  Jin.

     —JungKook, si algo me sucede....

    —Dos.

     —Die a TaeHyung que fue mi mejor amigo. Mi único buen amigo. 

     JungKook mira a San con miedo, en el mismo momento que Jin exclama: 

     —¡Tres!

      El mismo plan resulta victorioso. Choi San y Kim SeokJin sorprenden a los guardias, que sin pensarlo mucho, se abalanzan sobre ellos, intentando seguirles el paso. Al mismo tiempo, JungKook avanza sigilosamente pero a pasos rápidos hasta entrar por la puerta. El lugar ligeramente oscuro no le permite distinguir con claridad lo que hay a su alrededor, solo baja las escaleras palpando las paredes, escucha el crujir de sus zapatos. Entre más baja, la luz es más tenue. El último escalón señala la llegada al calabozo. Sus ojos miran alrededor, se halla con ojos sorprendidos de recluidos que pueden vivir aún, mas no son muchos. Todos ellos se aprisionan a sí mismos sobre las paredes, aterrados por el extraño de apariencia caliente que da pasos sobre la tersa nieve que se extiende en el suelo. Pero, entonces, al doblar una esquina al final del corto pasillo, se halla con una inmensa pared que emite una luz celeste a causa de los rayos de luz que se cuelan entre ella. 

     JungKook da un paso hacia atrás, a causa de la sorpresa.

    En la pared, la mirada perdida de muchos se mantiene fija e inmóvil, parecen muertos, estáticos, inertes, pero el brillo en sus ojos no se ha detenido, ni el color de sus mejillas se ha desvanecido, y sus pieles lucen frescas. Muertos en vida, tal y como lo dijeron. 

     El Príncipe rojo camina asustado a la amplitud de esa pared, buscando a TaeHyung. Quiere gritar su nombre, pero sería inútil. Debido a su extensión, no tarda mucho, y ahí, al final de esa pared, se halla Kim TaeHyung. Los ojos del chico están perdidos en un punto lejano del lugar,  tiene miedo, sus cejas reflejan la preocupación, y su posición es tensa. 

     —TaeHyung —susurra al verlo. 

     JungKook palpa con sus manos el cristal, siendo incapaz de sentir de la debida manera el frío hielo que encapsula a las almas dentro de ella. Con impotencia y ganas de llorar, golpea repetidas veces el hielo, sus puños no generan ni un rasguño. Ese hielo no se quiebra a pesar de su naturaleza contraria al del joven que toca la pared. Al comenzar a estresarse, sabiendo que el tiempo comienza agarrarlo por el cuello, JungKook busca por todo el lugar algo con qué romper la pared, pero no la encuentra. Ya comienza a exasperarse, como si la respiración le faltase, y las imágenes en su cabeza lo espantan y ahuyentan al valentía. 

     Una voz se escucha a lo lejos. —Préndete fuego. 

     El chico dirige los ojos a la muer que ha hablado. En ella, ve unos ojos que reconoce. 

     —¿Qué?

     —Tienes que prenderte fuego. —Ella repite—. Así salí yo de ahí una vez.

     La madre de San. JungKook se apresura hasta ella, mirándola con preocupación, pero no se encuentra herida. —¿Cómo hago eso?

       —Solo haz lo que sabes hacer. 

    Una pausa detenida, le hace recordar al Príncipe Rojo lo que Kim NamJoon le dijo antes de comenzar a correr. Eso acerca de interiorizar sus sentimientos. 

     La mujer le miró con paz, pero JungKook no podía comprender del todo lo que debía hacer. Entonces ella sonrió, y por último le aclaró:

     —Solo ámalo tanto como lo haces. 

    

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro