» Cuatro
Park Jimin, un joven de tez clara, labios rojizos y ojos azules profundos; un príncipe ejemplar para cada uno de los reinos. A sus 21 años tiene capacidad de habla, de desenvolvimiento y presencia. El joven heredero de Uisce viaja con su madre cada vez que ella lo hace, establece y crea tratos, además es el encargado de transmitir mensajes. Solo hay dos personas que TaeHyung odia en este mundo, y una de ellas es Park Jimin.
— Su alteza, cambie la cara —susurra Choi San, siguiéndolo por atrás en el aburrido recorrido que siempre se le da a los visitantes—. Ya sabe que su padre lo va a regañar si no sonríe.
— Es que lo odio —susurra de regreso el príncipe de hielo, enojado—. Solo míralo, se cree tan perfecto.
— Por favor sonría, sabe que su padre verá la forma de castigarlo.
En un intento de sonreír, TaeHyung se pone a hacer muecas extrañas. Aunque unos metros más adelante suyo caminan los guardias, sirvientes, sus padres y los visitantes, esto no es impedimento para verle el lado gracioso al momento. La cena transcurrió tan aburrida como siempre, de hecho lo único interesante fueron los alimentos especiales que los cocineros hicieron para Park Jimin y Park SuJi; todo hubiese estado ligeramente mejor si Jimin no tuviera la necesidad de presumir sus dotes intelectuales, además de hablar sobre su capacidad para manejar a su gusto el agua con todo el catálogo de dones que posee porque es el príncipe más ejemplar del mundo. Ah, además de ese movimiento de cabello de modelo, y también la forma en la que se expresa con palabras tan complicadas.
En su sano juicio, ¿quién diría "la comida estuvo primorosa"? ¡Pues nadie! Solo gente como Park Jimin.
— ¡TaeHyung! —el grito de su padre lo saca de su trance. San se queda estático a su lado, con los ojos al frente y las manos atrás—. ¿Qué forma es esa de comportarse? ¡Detente ahora mismo! Incluso teniendo a un príncipe ejemplar frente a tus ojos, ¿no puedes tener modales?
TaeHyung se irgue firme en su lugar, molesto con las visitas y con su padre que no sabe hacer más que gritar cuando se enoja... Al igual que todos. De hecho todos en ese castillo, desde sus hermanos hasta sus padres, no son capaces de verle el lado divertido a la vida. Todo siempre son lecciones, aprendizaje, poderes, dones, tratos, clases de modales, estudiar y volver a iniciar. ¿Dónde queda el tiempo de calidad familiar? ¿El cariño? ¿Las amistades? Pues aparentemente no existen. Su padre suele decirle que en la mente de un gobernante solo hay espacio para los datos importantes, que perder tiempo en tonterías infantiles queman la mente y te hacen un idiota.
Pues TaeHyung quiere ser un idiota.
— No lo regañes, KwanHyun —pide la reina del agua con una mirada tranquila—. Mi hijo WooYoung es exactamente igual, está bien, son pequeños todavía.
— Me avergüenza un hijo como él —suspira el rey, caminando de nuevo por el pasillo—. Pero venga a la sala de juntas, ahí tendremos una conversación con el nuevo tratado.
— Seguro, vamos.
Cuando Tae lleva los ojos hasta Park Jimin, éste le observa cuidadosamente de arriba abajo. Se detiene en su cabello blanco, su ropaje delgado, sus pantalones y por último en sus pies descalzos. Como el príncipe no puede quedarse atrás en eso de juzgar al otro, hace exactamente lo mismo: mira al joven Uisce, su cabello rubio, su ropa gruesa debido al clima del lugar y las botas acolchadas para que guarde calor. Jimin se voltea, intentando caminar con su madre, sin embargo ella lo detiene.
— Aguarda aquí con el príncipe TaeHyung.
— Pero...
— Aguarda aquí con el príncipe TaeHyung —repite más decidida la reina.
No es mentira que aquellos dos príncipes son como el agua y el aceite; ni siquiera las cadenas eclesiásticas que los unían son suficientes para mantenerlos cerca del otro sin hacerlos chocar como dos estrellas en direcciones contrarias. Para Park Jimin, y para los dos príncipes restantes del lugar, Kim TaeHyung es una mancha en el legado real de una familia que en algún momento fue tan grande como para dominar a los demás; el príncipe de hielo tiene más de un chisme corriendo por las tierras escondidas de esos reinos. Para personas como ellos, hay cosas que están prohibidas... Como los sueños. Un gobernador, un rey, un príncipe no puede darse el lujo de pensar en sus sueños, en sus anhelos y sus sentimientos, pues consecuentemente eso llevaría a la ruina de una población por completo. Cuando uno necesita manejar masas, armar planes y guiar al pueblo al triunfo los sentimientos son un obstáculo... Entre más emocional se pone algo... Peor sale.
Para la realeza, los sentimientos son una forma de ahogarse en un hoyo sin fin junto con su propio terreno y quienes habitan de él.
Kim TaeHyung no solo es un irresponsable, juguetón, bromista, sino un soñador. Puede soñar con los ojos abiertos al mismo tiempo que te analiza de pies a cabeza, o perderse en su mente y jamás regresar de ella. Es el ejemplo perfecto de lo que nunca debes ser.
— Su alteza —dice San, inclinándose ligeramente ante el Príncipe templado que casi está temblando del frío.
Tan pronto como ve a su padre desaparecer, TaeHyung rueda los ojos, recargándose en algún lugar, muy a diferencia de San qué permanecía firme con sus manos detrás de su espalda. El príncipe glacier examinó determinado al chico que lo miraba con recelo desde su jugar, tambaleándose de lado a lado.
— Supongo que debo invitarte a hacer algo, ¿no? ¿O qué harías tú si fueras yo?
El rubio alza una ceja notando ese tono calmado que usa el otro, suspirando porque incluso después de años de decirle que jóvenes de la familia real no pueden hablarse de forma tan informal, TaeHyung no hace más que actuar a su gusto y preferencia.
— Si fuera usted... Si fuera usted, lo invitaría a conversar sobre cosas académicas o relacionadas a los tratados —dice Jimin, dejando caer los ojos en San—. Trae el té.
Choi San fue entrenado para seguir órdenes. Cuando se le dijo que sería el acompañante eterno del Príncipe TaeHyung, de hecho estaba tan feliz que no podía creerlo. Para alguien como él, un mestizo producto de una relación prohibida, las oportunidades eran escasas y la discriminación también. Sin embargo ahí está... Apunto de seguir órdenes de la realeza, pues aunque el príncipe es su amigo, no deja de ser un simple sirviente más. Inclinándose un poco, dispuesto a ir por el té, Choi San da un paso a la izquierda; no obstante, un segundo es suficiente para que TaeHyung le detenga del brazo después de mirar un poco enojado a Jimin.
— Iremos juntos a traerlo —habla Tae en voz alta—. San es mi amigo, príncipe.
— ¿El sirviente es su amigo?
— No es mi sirviente, solo es mi amigo.
— Simplemente ridículo, príncipe TaeHyung.
— Lo lamento, se me olvida que personas como tú tienen un aire de superioridad elevado —TaeHyung pasa el brazo por encima de los hombros de San, quien está más que temblando de miedo—. No le vuelva a dar órdenes a Choi San, por favor, alteza.
Cuando TaeHyung arrastra a su amigo del lugar, le es imposible sentirse un poco más enojado por la expresión resentida del rubio, quien camina hasta una sala cercana del lugar en espera del té. A su lado, San mira el suelo apenado por lo que acaba de suceder, sintiéndose cada vez más preocupado por su trabajo y su deber. ¿Cómo es que el príncipe se atreve a hacer esa clase de cosas? Solía ver al joven como un ejemplo a seguir, a sus ojos el heredero del reino era una persona cuerda y posicionada en una mentalidad académica y clara.
Esa escena le dejó algo en claro: Kim TaeHyung, su excelencia y el heredero, no es más que un loco con mucha suerte.
Incluso después de llegar a la cocina, puede ver en el peliblanco un sentimiento fuerte de furia. TaeHyung no se toma ni un segundo para sacar toda la vajilla con enojo y ponerla en la barra con fuerza, recibiendo las miradas enojadas de los cocineros que amaban todos los utensilios y objetos de su área. A algunos les resulta gracioso que aquel niño que solía visitarlos para hacer pasteles de helado o fresas congeladas está en ese mismo momento con una vena a nada de estallarle, a la vez que hace té frío.
— San —susurra una mujer—. ¿Qué tiene el príncipe? Va a quebrar el juego de té si sigue así.
— Creo que no se lleva bien con el príncipe Park Jimin.
— Ah, ya veo... Así que fue eso de nuevo. En realidad todos por aquí odiamos a ese amo, siempre está dando órdenes y juzgando todo —asiente ella, suspirando con tranquilidad—. Pero, deberías ayudar al príncipe, va a quebrar mi juego de té —repite entre dientes aún más que preocupada.
Dicho y hecho, no pasan dos segundos antes de que una taza reviente en la mano de su alteza a causa de la presión ejercida. Es la única manera en la que TaeHyung despierta del trance de enojo en el que se mantuvo hasta ese momento y abra bien los ojos, observando a todos a su alrededor y después mirando su propia mano, en donde hay un pequeño corte que sangra en una delgada línea.
— Su alteza, déjeme ver si no se hizo daño.
— No te preocupes, Soo, todo está bien.
— Insisto, por favor déjeme ver su mano. No me haga llamar a la señora Wang, ya está bastante molesta porque rompió su taza favorita.
Rendido, TaeHyung entrega su mano, la cual es examinada por todos los presentes. Hasta los chefs que tienen mínimos conocimientos sobre medicina dan una mirada rápida y se encargan de traer alcohol y todo lo posible porque su príncipe esté bien.
Es cierto... El heredero de Glacier es, probablemente, uno de los peores príncipes que han visto los sirvientes más viejos del castillo. Nunca usa sus zapatos, ni para las reuniones; tampoco deja que lo peinen las sirvientas, ni que lo vistan; cuando quiere tomar agua se pone de pie en vez de pedirlo y le habla a todos de forma ligera e informal. Es probablemente el peor heredero en años... Al menos, a la vista de los estándares impuestos por sus propios padres, abuelos, bisabuelos, porque para todos los demás es más que obvio que Kim TaeHyung es el único príncipe que tiene un corazón tan grande que le pasa cargarlo.
— Príncipe, creo que debería salir a tomar un respiro —Choi San se acerca lentamente—. Yo me disculparé por usted con su alteza de Uisce.
— Es mejor que lo acompañes, San —la señora Wang toma sus tazas, mirando con enojo al príncipe—. Es príncipe es capaz de huir en un arranque de enojo.
[...]
Choi San le teme al exilio... No tanto porque Glacier es un buen lugar, es más bien porque tiene a personas que quiere en el reino. Su madre, por ejemplo; todos los sirvientes del castillo; sus amigos de la escuela y también al príncipe... Quien, claramente es su amigo.
— ¿Por qué hizo eso, príncipe?
— Ya te pedí que no me digas "príncipe".
— Si su excelencia le comenta a su madre, seguramente seré despedido.
— Deja que ese idiota hable para que tenga una razón para golpearlo. No te miento, desde que tengo ocho años quiero pegarle.
— Pero él...
TaeHyung se detiene, acomodando un poco su capucha y mirando fijamente a San. Distingue en él una capa de miedo, y no espera menos porque San siempre ha sido un miedoso con esa clase de cosas. Lo dejaría ser. Lo que sí tiene por seguro TaeHyung es que, de ninguna manera, permitirá que esa clase de cosas sigan pasando. Es cierto, por el momento no hay mucho qué hacer cuando no tiene ni la más mínima posibilidad de moverse a su gusto en el pueblo y sin tener la posesión de la corona; no obstante, en cuanto sea rey, entonces muchas cosas cambiarían.
Tal vez todo.
— ¿Él qué?
— Él es... Un príncipe. Es más que yo y mi deber es servirles. Quiero decir, porque tú y yo seamos amigos no significa que descuidaré mi trabajo.
Esa es la primera vez que San se atreve a hablar de una forma relajada, y aunque sus palabras no son más que una excusa para el príncipe rubio, lo cierto es que TaeHyung ha prestado tanta atención que le es imposible notar que el castaño se refiere explícitamente a su relación como una amistad, es más, hasta dijo "tú y yo". Nunca antes tuvo un amigo como San, no lo conoce mucho y tampoco están juntos todo el día sin separarse; aún hay demasiadas cosas que no conocen del otro. Pero, si hay algo que no se pone en duda... es su amistad.
— San, me alegra que seamos amigos.
— También a mí... Pero ahora por su culpa me van a desterrar.
— Tranquilo, tú no hiciste absolutamente nada —dice el peliblanco, restándole importancia mientras camina firme sobre la nieve—. En todo caso, a mí me van a desterrar.
Cuando San se detiene, examina todo a su alrededor y no puede evitar soltar un suspiro desesperado. Kim TaeHyung sigue caminando viendo todo lo que puede e inconscientemente no se da cuenta del lugar en el que están.
— ¿Cómo es que siempre terminamos en este lugar, príncipe?
— ¿En este lugar?
— Estamos a nada de la franja, ¿o me va a decir que no lo hizo adrede?
Efectivamente. A tan solo unos metros por delante es posible ver la línea limitativa de Glacier y Die Flamme, aquella línea que más que causarle nervios, tranquilizaba a TaeHyung.
Hay algo en lo desconocido que es extrañamente una calma que se extiende por el cuerpo de TaeHyung y lo hace sentir desconectado por unos pocos minutos de la terrible vida a la que es sometido. La vida de un príncipe es complicada: memoriza esto, aprende lo otro, se educado, no hables muy fuerte, no bailes, no cantes, no rías, no seas feliz. Pero lo desconocido... Le da una esperanza muy pequeña, tan pequeña como esas llamas de fuego que se extinguen por encima de la nieve. Lo que no conoce es solo una prueba de que la vida va muchísimo más allá de simple frío, de simple monotonía; la Franja es su único sustento para estar vivo y tener el sueño de que, algún día, vería más allá de una simple tierra ardiente, y amaría de igual manera todo lo que es diferente a él.
Lo desconocido es... Genial. Tal vez es por eso que siempre que puede se escapa a ese lugar, tal vez es por eso que le agrada mucho pasar horas observando cada pequeño espacio de la lejanía del fuego.
— Creo que es porque... Mm...
— Le gusta ese chico, ¿verdad?
— ¿Qué?
San sigue dando pisadas firmes sobre el hielo para después mirar al peliblanco con las cejas alzadas y una sonrisita pequeña. Para TaeHyung eso no es más que un disparate, ¿gustar de alguien? ¡Peor aún! ¿Gustar de un flamme? Esa es la locura más grande del siglo.
— ¿Me va a decir que no viene por él?
— Es cierto que es agradable, pero no creo que esa clase de "agradable".
— Bueno, como diga. De todas maneras también creo que es lo mejor que no le guste —admite San, alzándose de hombros—. Ya sabe, porque es un príncipe... Y más para ser exactos, porque es el príncipe del reino enemigo.
— Sí... —susurra TaeHyung—. Sería un poco imposible, ¿no?
— Debería preguntarle —propone San—. Algo como, ¿saldrías con alguien como yo? Es más, hágalo de una vez.
— ¿De una... vez?
San apunta al interior del bosque, donde una llama apenas viva se deshace fácilmente encima de la nieve. TaeHyung mira confundido aquello, sin entender muy bien el por qué el joven flamme estaría a esa hora de la noche en la frontera, jugando con sus dones. Sin mirar atrás, TaeHyung dio pisadas rápidas hasta la Franja, dejando a San en menos de un segundo. Apenas a unos metros vio a JungKook, jugueteando con las ramas a la vez que apuntaba con sus ojos como si fuese un blanco sencillo.
— ¿Qué haces aquí?
La pregunta que sale de la nada espanta a JungKook al grado de hacerlo saltar de su lugar y lanzar una pequeña llama que llega a una ramita, pero que es más que inofensiva. El pelinegro no sabe distinguir si está imaginando cosas o simplemente está viviendo un sueño lúcido, rascándose la nuca examinando de arriba abajo a TaeHyung.
— Esto es raro —dice, deteniéndose en los pies del príncipe glacier—. Regularmente en mis sueños traes zapatos.
— Tal vez porque no es... un sueño
Pero JungKook no está para nada convencido de eso, es más hasta hace unas mil teorías en su cabeza, menos creer que es la realidad. Aunque la cercanía es la suficiente para sentir la temperatura del otro, el cielo tiene un color específico y a unos metros atrás puede ver el bosque oscurecer cada vez más, Jeon JungKook, el príncipe de Die Flamme simplemente se niega a aceptar que eso está sucediendo.
— Y si no fuera un sueño, ¿podría hacer... esto?
TaeHyung no puede hacer más que dar un paso atrás cuando JungKook salta sin miedo al otro lado, rompiendo una regla tan importante que, de hacer sido descubiertos, las cabezas de ambos serían colgadas como advertencia de lo que jamás se debería hacer.
JungKook tiene los pies sobre la nieve, sus botas pesadas amasan la nieve, mirándola directamente. TaeHyung no puede hacer más que alejarse unos pasos al sentir su temperatura fluctuar, con los ojos casi saliéndosele de sus cuencas y entre balbuceos estúpidos. Está más que aterrado, mucho más que espantado, de hecho quiere huir y correr, y gritarle a San que lo empuje del otro lado para jamás volverlo a ver, hasta tiene el impulso de hablar a su padre y decirle que un die flamme cruzó la frontera de un salto y con una sonrisa que deja ver sus dientes de conejo perfectamente limpios. No obstante, TaeHyung no se mueve. No hace nada más que ver a JungKook enterrar sus botas en la nieve y sonreír feliz al verla tan de cerca; con su respiración agitada y el corazón en la punta de su lengua, TaeHyung disfruta un momento invaluable en su corazón. Incluso cuando la nieve en los pies del chico parece derretirse de poco en poco, incluso cuando su propia temperatura fluctúa haciéndolo sentir un poco mareado, incluso cuando sabe que es lo más prohibido del mundo, TaeHyung no puede evitar... Simplemente... Estar feliz.
— Esto se siente mejor de lo que creía.
— Sí —dice TaeHyung—. Se siente... Muy bien.
— ¿Ves? No pasa nada.
— Estás consciente que no es un sueño, ¿verdad?
— Pero claro —sonríe el chico—. Esa es una frase para ligar, por si no lo sabes.
— ¿Ligar?
— Sí, ligar. Ya sabes —agita su mano—. Ligar. Es como cuando dices cosas como, "¿Te dolió cuando caíste del cielo?".
— Oh, ya entiendo. Como cuando dicen "Eres el frío en la soledad".
JungKook y TaeHyung están tan hundidos en su propio mundo que no se dan cuenta de lo que en realidad sucede. Cruzaron la frontera. Rompieron una ley... La ley que es base de toda la paz establecida. Jeon JungKook cruzó una línea que, si bien no es el inicio de la paz, podría ser el motivo por el cual terminaría.
En cambio están hablando de frases para ligar, al mismo tiempo que JungKook no puede creer que TaeHyung no entendió esa indirecta.
— Eso es un poco deprimente.
— ¿Por qué?
— Ya sabes, la soledad da frío. No lo digo yo, lo dicen muchos poetas del mundo.
— Entonces, ¿qué frase para ligar puedo usar?
— Mmm, por ejemplo, "No sé besar, ¿Podrías enseñarme?"
— ¿No es un poco invasivo?
— Bueno, no lo sé —JungKook admite, quieto en su lugar—. En mi opinión, solo ligas con alguien cuando sientes esta tensión o química... Como contigo, por eso te dije lo del sueño.
— ¿Eh?
La duda de TaeHyung se ve abrupta mente interrumpida por las pisadas fuertes de Choi San, quien carga entre sus manos una lanza improvisada del tamaño de una rama larga. JungKook da un paso a hacia atrás, observándolo cuidadosamente. San mira incrédulo al pelinegro que se mantiene de pie, con una expresión confundida y después al príncipe, examinándolo por completo intentando hallar una excusa para golpear a JungKook. Cuando no la encuentra, por fin tiene un momento para respirar y comenzar a volverse loco nuevamente.
— ¡¿Por qué demonios cruzó la frontera?! ¡¿No comprenden en lo que están metidos?! Nos van a desterrar, nos van a desterrar, ¡moriremos! ¡Cortarán nuestras cabezas! ¡Seremos las ofrendas para el Sol y la Luna! ¡Van a sacarnos el corazón porque somos puros pero rompimos una ley! ¡Nos van a matar!
— ¿Es así de dramático siempre?
— Diría que es poco comparado a otras veces —TaeHyung camina hasta San, tomándolo de los hombros—. San, cálmate y míralo, no pasa nada. Digo, está derritiendo la nieve pero...
— ¡Usted no me hable ahora! Lo dejé solo por veinte minutos, ¿y qué hizo? Romper unas diez leyes que mínimo nos llevarán a la muerte.
JungKook, al escuchar eso, regresa de inmediato a su lado, mirando con gracia a ambos chicos que no hacen más que suspirar. No están del todo conscientes, ni siquiera San que habla de muerte y consecuencias. Lo cierto es que hay un montón de dudas surgiendo en las mentes de los demás, pero como es tarde y el tiempo es tan insuficiente, ninguno se dedica a dejar fluir lo que piensan. Para TaeHyung, el momento es una complicación en sus sentimientos; para JungKook está ligeramente molesto con San pie arruinar una oportunidad de oro aunque feliz porque está cuidando al príncipe de una forma bastante fiel... San solo piensa en que lo van a asesinar y ofrecerlo en pedacitos a la Luna.
Después de un bochornoso segundo, el suspiro de JungKook hace que los otros dos le presten atención.
— Tengo que irme ya —dice, sacudiendo un poco sus botas—. Mis padres deben estar buscándome.
— Regresa con cuidado. Nos veremos mañana, ¿verdad?
— Seguro, mañana nos vemos. ¡Oh! Traeré unos libros, creo que te interesarán —sonríe el pelinegro. Finalmente da un paso hacia atrás, agitando la mano—. Bueno, ¡adiós!
San toma del brazo al príncipe después de ver perderse al flamme en el horizonte, aunque TaeHyung se queda un momento perplejo. Examinando el lugar, se da cuenta de una pequeña mancha negra, que no es más que la tierra por debajo de la, en ese lugar, ligera capa de nieve derretida. Eso claramente fue producto de lo sucedido, así que sin pensarlo cubrió con más nueve eso. Recordando el momento, sonríe feliz a un punto fijo en la nada del suelo, pensando en lo que acaba de pasar. Sí, acababa de ligar con alguien... Aunque no supiera bien qué significa ligar... y ese alguien fue nadie más y nada menos que el príncipe del reino enemigo. Oh, Tae, es una locura que lo tiene al borde de la emoción.
Así que así se siente soñar despierto... Bueno, siempre había soñado despierto pero en ese momento es consciente de que lo hace.
Sueña... con JungKook... Sueña con algo que jamás sucederá.
— Son unos idiotas.
El grito desesperado hace que TaeHyung se ponga de pie y San dé media vuelta, poniéndose enfrente del príncipe con la intención de protegerlo. Sin embargo, baja la guardia cuando el hecho loco es el príncipe de Uisce, quien está sufriendo a leguas, probablemente por la temperatura del lugar y el doble choque de ambientes. TaeHyung exhala, sabiendo que el problema es solo un poco más grande de lo que de por sí ya era, además dejando ir toda la felicidad que lo invadió para tener una preocupación inmensa en su corazón. Los brazos se le entumecen, su respiración se agita y tiembla solo un poco... Por otro lado, San parece bastante tranquilo, aunque mantiene su pose casual ante el príncipe.
— Escuche, príncipe Park...
— ¿Que escuche? ¡¿Que escuche?! ¡¿Se dan cuenta de lo que acaba de pasar?! ¡¿Cómo pueden ser tan idiotas?! ¡Ese tipo...! ¡Ese tipo...! ¡Mierda, acaban de romper muchas leyes! ¡Si se enteran los van a matar!
TaeHyung jamás había visto en colapso a aquel rubio de actitud prolija... Jimin, como ya se dijo, es un joven perfecto, desde su sonrisa hasta su cabello. Pero en ese momento, está con su cabello hecho un desastre y sus ojos inyectados en furia. Eso le causa gracia al príncipe de hielo, que alza una ceja.
— No tienen por qué saberlo si no dices nada, será un secreto.
— ¿Pues sabes qué? Hasta tú sabes que esto es pasar los límites de tu irresponsabilidad —grita, acercándose a él—. Así que tienes que dejar de verlo, si no yo... Le diré a tu padre.
Soñar... A veces es necesario hacer un poco de trampa para poder soñar. La realidad que vive TaeHyung es aburrida y transparente, puedes deducir qué es lo que sucederá. Si TaeHyung hace caso a lo que Jimin dice, entonces todo volverá a la normalidad. Vivirá su vida siendo un desastroso príncipe que finalmente se convertiría en rey, gobernará a su gusto y tal vez, algún día, sea feliz. O tal vez será, simplemente, la misma clase de rey amargado y prohibidor que es su propio padre.
No le cuesta nada aceptar, porque de una otra manera, vivirá cómodamente con personas sirviéndole, con gustos prohibidos y con todo el poder concentrado en sí mismo.
— Bien —acepta—. Pero, por favor no le digas a mi padre.
— No me basta tu palabra, tendrás que hacer una promesa.
San no puede creer lo que escucha, pero está tan intimidado que no tiene la capacidad suficiente para ver a los ojos al príncipe y averiguar qué es lo que trama. Jimin deja caer sus ojos en TaeHyung, y este hace lo mismo para después dar un paso hasta el príncipe y extender su mano.
— Lo prometo.
Estrechando la mano con el rubio, quien a duras penas se ha tranquilizado, TaeHyung cierra una promesa.
Lo único que agradece es que para él algunas promesas no son más que... inválidas. De todas maneras, ¿qué idiota confiaría en un príncipe tan desastroso como él?
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