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Capítulo 5

Era tarde y su casa de cristal, tan luminosa durante el día, estaba completamente a oscuras.

Aläis permanecía sentado en el suelo desde hacía horas, en silencio, con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. Tener cerca la alfombra de sus ancestros lo serenaba y le ayudaba a ordenar sus pensamientos.

Percibió una energía conocida acercándose. Abrió los párpados y se incorporó. En breve estaría frente a su puerta, por lo que tenía que apresurarse a abrir.

Corrió el cristal de la entrada y dio un paso atrás, invitando a pasar al visitante.

Sunae , Aläis —lo saludó el recién llegado, un vexiano de casi su misma edad, de sonrisa amable y cabellos negros como la noche. Lo llamó por su nombre verdadero, el que ocultaba del resto, para no ponerse en evidencia.

Sunae, Umäin —respondió, al tiempo que le tomó ambos brazos y apoyó su frente en la frente de su amigo.

Permanecieron así por un momento, con los párpados entornados, percibiéndose, absorbiendo la energía del otro, pudiendo verse por completo. En seguida, se fundieron en un abrazo y, al separarse, ambos se dispusieron a la tarea de encender las luces y correr todas las puertas-ventana de la vivienda para dejar pasar la brisa fresca.

—Quisiera poder aliviar tu angustia, kiodäi —dijo, cuando ya estuvieron instalados en el piso de la habitación central de la vivienda. Mientras se abrazaban, había podido sentir lo afligido que estaba.

—No hay nada que puedas hacer por mí, Umäin, excepto por lo que siempre has hecho: ser mi kiodäi.

—Entonces ¿el plan no ha funcionado como esperabas?

—Me temo que quizá he sido imprudente... Después de todo este tiempo huyendo, creo que cometí el error de acercarme a una humana sin tomar las debidas precauciones y esto podría poner en riego mi coartada.

—¿Qué harás ahora?

—Contactaré al jefe Somäi, para que me permita partir hacia otro complejo.

—¿Estás seguro de que es buena idea informarlo?

—¿Qué insinúas, Umäin? —Abrió muy grande sus ojos violáceos, sorprendido.

Su amigo dio un largo suspiro, mientras buscaba la forma de suavizar lo que quería decir.

—Quizá sería mejor que nadie supiera cuál es tu próximo destino... Ni siquiera yo.

Aläis guardó silencio. Su mente trataba de asimilar las implicancias de los dichos de Umäin.

Miró en sus ojos color lavanda y no vio el menor atisbo de duda sobre lo que acababa de afirmar. Ya no quedaban rastros de aquel niño desbordado por la impotencia que solía visitarlo en prisión.

—¿Piensas que el jefe Somäi sería capaz de traicionar a su clan?

—Quizá no voluntariamente. Podría ser alguien en su entorno quien esté pasando información a la Colonia.

Aläis se estremeció: podía ser cualquiera. Su llegada a la Tierra había sido furtiva. Era prófugo de la justicia vexiana y sobre su cabeza pesaba una condena a muerte. Si alguien lo delataba, no podía ser culpado: solo estaba siendo un buen súbdito, fiel al poder regente de Vexia.

Sin levantarse de donde estaba, Umäin le apoyó la mano sobre el hombro. Cerró los ojos y se concentró en brindar consuelo a su amigo. Las diminutas pecas en su rostro se iluminaron. Aläis notó el hormigueo característico al recibir la energía revitalizante.

Tras un momento, tomó la mano de su leal compañero y la retiró con suavidad, pero con firmeza.

—No piensas acompañarme esta vez, ¿verdad?

Umäin bajó la vista mientras la iridiscencia en su rostro se apagaba. Las oscuras pestañas ocultaron la tristeza de sus ojos.

—Me temo que no, mi kiodäi.

Luego de aquella confesión, la conversación tornó hacia la trivialidad. Si iban a separarse, lo harían llevándose el recuerdo de unas buenas carcajadas.

En apenas unos instantes, la melodiosa risa de Umäin llenaba hasta el último rincón de la vivienda de cristal. Sus ojos volvieron a ser tan vivaces como siempre y Aläis no pudo agradecerlo más. Su amigo, su kiodäi, volvía a ser el de siempre.

Entrada la noche, se despidieron y Aläis volvió a quedarse en soledad. Pero esta vez, se sentía más solo que nunca. Su único amigo, que siempre había estado junto a él, en quien confiaba plenamente, iba de dejarlo.

Sabía que no era una separación definitiva, que volverían a encontrarse, pero algo no estaba bien. Umäin había esperado que él le preguntara para confirmárselo, y no le dijo el porqué, como si el motivo lo avergonzara.

Él tampoco le cuestionó ni lo juzgó; demasiadas veces Umäin había dejado todo atrás para seguirlo. Era tiempo de que continuara con su vida.

Se arrodilló frente a la alfombra que contenía en su urdimbre la historia de sus ancestros y la dobló con sumo cuidado, admirándola con devoción. Luego, la guardó en la bolsa de tela especial que ocultaba su energía, y que usaba para transportarla de un modo seguro cuando viajaba.

Recorrió la vivienda recolectando aquí y allá algunos objetos pequeños que no quería dejar atrás (una roca del suelo de Vexia; un relicario conteniendo un mechón de cabello de Umäin; el libro que estaba leyendo), y los fue colocando en el interior de una mochila no muy grande.

Puso también un par de mudas de ropa. En ese momento, se alegró de que su pueblo hubiera adoptado la vestimenta terrícola. Los ropajes tradicionales vexianos consistían en varios metros de tela, ricamente bordadas con cuentas de piedra cristalizada, que se envolvían varias veces alrededor del cuerpo y que abultaban muchísimo, sin contar lo que pesaban.

Echó un último vistazo a la casa que lo cobijara los últimos meses, se cruzó sobre el pecho el bolso con la alfombra familiar y se colocó la mochila en la espalda. Era hora de partir.


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Venae, ¿me oyen?

Venae, tanëo —respondió el mayor de los tres—, esperábamos su llamada.

—Espero que tengan buenas noticias. ¿Lo encontraron?

—Hemos dado con su marca de energía hoy, tanëo.

—¿Sangre? ¿Dónde la hallaron?

—En el lugar que nos indicara; una humana la transportaba. La seguimos hasta un recinto donde realizan tatuajes. Creemos que la ha entregado para ser diseminada.

—¡¡No!! Deben evitar que su sangre se propague. Destrúyanla antes de que arruine el futuro de Vexia en la Tierra.

—Lo haremos, tanëo.

—¡Borren todo rastro del traidor, como si nunca hubiera existido! Elimínenlo y a cualquiera que interfiera en su misión.

Los Ronsoj se miraron. Eran intimidantes por naturaleza, pero rara vez habían llegado a matar a alguien, y hasta ellos sabían que andar dejando un rastro de cadáveres en un planeta ajeno, distaba de ser la estrategia más inteligente. Esperaban no tener que cumplir ese mandato, aun así, el más viejo respondió:

—Como ordene, tanëo.


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Lena se había quitado la bata que usaba de uniforme y se estaba cruzando la cartera, lista para irse.

—¿Querés que te acerque a tu casa?

—¿En la moto?

—Podemos ir en taxi, si querés...

—¡No!, qué te vas a poner en gasto. Después te tenés que volver para acá; te va a salir carísimo. Dejá, yo me tomo un taxi en la puerta y me voy a casa.

—Bueno, te acompaño hasta que pase alguno.

—Eh..., bueno. Agus, Sebas; nos vemos. Buen finde.

Niko escoltó a Lena hasta la entrada de la galería.

—Está fresco... —comentó ella tras unos minutos, como para decir algo. El silencio se había vuelto incómodo.

—Sí y vos no te trajiste nada para abrigarte. Te puedo prestar un pullover...

Lena involuntariamente cerró los ojos y aspiró el aire nocturno, rememorando el perfume del pullover que Niko le prestó una vez.

—Estoy bien, no te molestes, ahora me subo al taxi y ya.

—¿Querés que el lunes te pase a buscar por tu casa para venir al estudio?

—No hace falta. Ya estoy más tranquila. Además, no puedo vivir encerrada y con miedo... Es más... —declaró con determinación, como si acabara de decidirlo—, esta noche voy a salir con mi amiga Maia y voy a hacer vida normal. No quiero que lo que pasó hoy me limite.

—Claro, hacés bien —dijo, disimulando una mueca de disgusto—. Ahí viene uno.

Le hizo seña al taxi y vio a Lena subirse y desaparecer cuando el coche se alejó.

Regresó al estudio, agobiado por sentimientos encontrados. Al entrar se encontró con sus empleados esperándolo.

—Niko, amigo, tenemos que hablar.

—Vení, sentate acá, que esto es serio —indicó, Agus.

Niko se sentó entre fastidiado y divertido. Lo que le faltaba: Sebas y Agus queriendo hacerle una intervención.

—¿Qué pasa?

—Lena, eso pasa.

—Agus, en serio, no quiero hablar de ella...

—¡Vamos! ¿Cuánto hace que somos amigos? Sabés que no te diríamos esto si no fuera por tu propio bien: tenés que hablarle. Si seguís perdiendo el tiempo, Lena se va a ir y te vas a quedar con que nunca le dijiste lo que te pasa con ella.

—Agus, te agradezco, pero Lena no tiene interés en mí. Me ha rechazado desde que llegó.

—Te equivocás. Ella te está probando. Mirá lo del novio que dijo que tenía y era mentira.

Sebas le estaba haciendo gestos con la mano para que se callara, cuando se encontró con la mirada furiosa de Niko.

—¡¡¿No era que no estabas escuchando?!!

—Perdón, lo oí sin querer...

—No te enojés con Agus. Escuchános. Ella lo inventó para ponerte celoso.

—Hoy pareció que conectamos... pero acabo de ofrecerme a acompañarla y no quiso...

—Bueno, a lo mejor no está bien después de lo que le pasó hoy. Tenés que darle tiempo —opinó, Sebas.

—Me dijo que esta noche va a salir con la amiga...

—Eso también lo hace para ponerte celoso, ¿no te das cuenta? —insistió, Agus.

Niko cruzó los brazos y cerró los ojos, agotado.

—No, Agus, no. Ya, cortála; cortenlá los dos. Si Lena se va, va a ser porque se siente acosada. Ustedes no son muy discretos que digamos, con sus risotadas todo el tiempo. Así que basta, se acabó. O por lo menos para mí, se acabó. No quiero oír más del tema —. Mientras decía esto, los fue llevando hacia la salida, sin prestar atención a sus quejas y súplicas—. Vayan, nos vemos el lunes.

Los sacó afuera y cerró la puerta. Volvió al interior y se tiró en el sillón. Recostado y con los ojos cerrados, se dijo que no iba a permitir que lo siguieran molestando. Ya estaba grande para aguantar cargadas. Si Lena no lo quería, no era el fin del mundo; simplemente podían ser amigos. Basta de ser avergonzado por esos dos; el reinado de Agustín y Sebastián había llegado a su fin.


Sunae: saludo entre individuos muy allegados, de una misma familia o clan, que tienen una relación muy estrecha. Significa literalmente: «me presento ante ti para que seamos uno».

Finde: fin de semana.

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