Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 3

A la mañana siguiente, el timbre la sobresaltó. Sabía que tendría visita, pero sus divagues la distrajeron y perdió la noción del tiempo pensando en Niko y en su novio inventado. No sabía cómo iba a sostener esa mentira. Tan abstraída estuvo que ni siquiera se había terminado de tomar el café, ahora tibio en su taza de desayuno.

Levantó el intercomunicador del portero y, al encenderse la pantalla vio al vexiano que esperaba en la puerta. Presionó la tecla para destrabar la puerta y pudo oír con claridad la chicharra que sonaba. Pero el extraterrestre no se movió, ni atinó a nada.

—¡Pasá, está abierto! —le dijo, lo que pareció tomarlo desprevenido, ya que tardó en reaccionar.

Lena juntó la vajilla del desayunador y la tiró sin miramientos dentro de la pileta de la cocina, para lavarla más tarde (o al otro día) y se fue a abrir la puerta. Por el camino, se vio de reojo en el espejo del pasillo y se volvió para arreglarse los pelos, aún revueltos, de la noche anterior. No hacía mucho desde que se levantara y no había llegado a cambiarse ni a maquillarse.

Se estiró hacia los lados las ojeras con ambos índices, le mostró los dientes a su reflejo para verificar que no hubiera nada entre ellos y trató sin éxito de alisar un poco la remera arrugada que llevaba y que había usado para dormir. Al final, se encogió de hombros: no tenía arreglo. Así como estaba, siguió hasta la puerta donde ya debía estar esperándola el visitante y la abrió de un tirón.


———— ∫󠅷   ҉   Џ Ł Ξ ǂ Δ Ħ ————


Aquella casa le resultó lúgubre. En realidad, todas las residencias que había conocido en este planeta, le dieron la misma impresión. Sacó del bolsillo de su pantalón el trozo de papel donde tenía anotada la dirección y verificó que ese era el lugar. Tocó el timbre del portero que tenía la numeración correcta, 4B, e instantes después se oyó el sonido irritante y persistente que solían emitir muchas de las viviendas humanas que se encontraban apiladas unas sobre otras en grandes bloques que los terrícolas denominaban edificios. Esperó. Estaba inquieto y cambiaba de posición a cada instante; no sabía cómo pararse para resultar menos intimidante, algo que, por lo general resultaba inevitable debido a su estatura y porte.

—¡Pasá, está abierto! —se oyó una voz que lo sobresaltó.

Dudó un momento. Lo normal era que los habitantes del lugar te recibieran; nunca le había pasado que le ordenaran entrar solo. Finalmente se decidió: empujó la puerta e ingresó al inmueble. Al final del pasillo, halló una escalera cuyos escalones subió de dos en dos, algo que sus largas piernas le permitían hacer sin siquiera agitarse.

Julián, su asesor de empleo interracial, se había ocupado de conseguirle varios trabajos en distintas ciudades, en los últimos dos años, desde que desembarcó en la Tierra. Pero esta vez, su contacto había sido dentro de su mismo clan. En el cuarto piso de aquel edificio, encontraría un aliado para concretar sus planes, los que le proporcionarían un ingreso económico, y le ayudarían a perderse entre la multitud.

Al llegar al departamento buscado, la puerta se abrió de golpe. Él se quedó casi tan sorprendido como la joven mujer humana que tenía enfrente.

—Emmm, ¡hola! —lo saludó la muchacha de castaña cabellera enmarañada.

Por lo general, las hembras de homo sapiens tendían al excesivo acicalamiento. Se estiraban o enrulaban el cabello, y lo teñían, evitando mostrar el blanco adquirido con los años; se cubrían la piel con productos de colores para lucir diferentes, resaltando o disimulando rasgos; se untaban perfumes y cremas; y usaban vestimentas de acuerdo a la ocasión, la hora del día, la compañía... Era increíble la cantidad de tiempo y recursos que invertían para mostrarse distintas de cómo eran por naturaleza.

Pero esta mujer en particular, parecía ir en la dirección contraria que el resto. Ladeó la cabeza y la observó con curiosidad.

—Hola —respondió con parsimonia, cuando hubo logrado reponerse de aquella visión del completo desparpajo.

—Pasá —invitó la joven vestida con unos jeans y una larga remera que parecía no haber conocido una plancha en toda su existencia.

Una vez en el interior, observó alrededor. La casa era tan horrible por dentro como por fuera, como todas las casas humanas: oscura (apenas si había una única ventana en toda la habitación), húmeda (¿cómo podían vivir en cuevas tan poco ventiladas?), y sin vida (solo un cactus en una maceta sobre la mesita... No, error: era un cactus de plástico).

Esbozó una media sonrisa irónica y la joven lo miró incómoda. Quizá le había hablado y por estar concentrado en todo aquello, se lo había perdido. Se puso serio y asintió. Pero ella arrugó la frente: parecía estar cuestionándose si él estaría bien de la cabeza. Probablemente no había dicho nada y su asentimiento solo creó confusión.

—Bueno... —dijeron los dos al mismo tiempo.

Sí, esto cada vez se ponía más incómodo.

—Emmm..., pasá por acá —indicó ella, y lo condujo a la habitación contigua: un sucucho más estrecho, más oscuro y menos ventilado todavía—. Sentate, descubrite el brazo y apoyalo acá.

Él decidió obedecer. Cuanto antes terminara, más rápido podría marcharse de allí.

Al subir la manga izquierda de su camisa, la chica se quedó paralizada, con la mirada fija en el CIP que tenía tatuado en la cara interna del brazo.

Esperó unos momentos y como no reaccionaba, carraspeó, lo que hizo que ella se sobresaltara y reiniciase lo que estaba haciendo.

Ahora que la miraba bien, aquella joven le resultaba extrañamente familiar, pero no recordaba de dónde. Siguió sus movimientos con interés; parecía saber lo que hacía. Se colocó unos guantes de látex y le ciñó otro en el brazo, justo encima del codo, bastante ajustado. Luego, sacó de un envoltorio plástico una especie de tubo descartable, de los que utilizaban los humanos para inocular preparados generadores de anticuerpos. Le limpió el interior de la articulación con un algodón embebido en alcohol y procedió a clavarle la aguja de acero, ubicada en un extremo del utensilio. Inmediatamente, el fluido viscoso y perlado, empezó a llenar el cilindro plástico, al tiempo que liberaba el brazo de la liga.

Momentos después, le presionó un trozo de algodón sobre la reciente herida.

—Sostené acá —le señaló.

Se apuró a hacer lo que le indicara, apretando los dedos de la chica contra su brazo. El toque del guante era suave y de una tibieza extraña. Se quedó mirando el lugar donde acababa de recibir el pinchazo, disfrutando de la agradable sensación que le provocaban los latidos de la mano enguantada contra su piel.

—Mi mano, no; sólo el algodón...

La miró sin comprender y sus ojos violetas, uno más claro que el otro, se sobresaltaron al encontrarse con los de ella. Le liberó la mano de inmediato, turbado.

Observó mientras traspasaba su preciada sangre a dos tubos más pequeños, que se encontraban en un soporte de madera sobre la mesa, y volvía a acercarse para retirar el algodón y colocarle una curita.

—Listo —dijo la joven, quitándose los guantes y arrojándolos en un cesto de basura—. Acá tenés la plata y volvé cuando quieras. No sé mucho de la fisiología vexiana, pero es tan poca la cantidad que sacamos que yo creo que en emmm... un mes, ya podrías estar donando de vuelta.

Eran buenas noticias. Esa cantidad de dinero podía servirle para sobrevivir por unos días. Se puso de pie, tomó los dos mil quinientos pesos que le extendía la joven y abandonó la habitación hacia la puerta.

—Esperá —lo detuvo cuando ya iba saliendo—. Me hace falta un nombre y un número de teléfono para registrarte.

Se paralizó. Había sido muy específico con su contacto, sobre el asunto de la discreción. Al notar su reticencia, la muchacha agregó:

—No hace falta que sea tu nombre real. Seguro no sabría escribirlo. Solo dame un sonido que pueda deletrear, para poner en la ficha. Es todo lo que necesito. Y si no tenés teléfono, puede ser un correo electrónico; o si no... no importa.

Se le quedó mirando. Los profundos ojos marrón oscuro de la chica, parecían atravesarlo. Tenía la intención de negarse, pero la expectativa en su mirada, lo subyugó.

Pensó qué decir. No quería revelar su verdadera identidad. La joven se acomodó frente a la mesilla donde, junto al cactus artificial, esperaba una birome y un pequeño rectángulo de papel, para ser completado con los datos del paciente.

—Lás...gole —dijo, finalmente.

—Mmm... ¿pariente de Légolas, quizás? —murmuró ella, mientras escribía.

La ocurrencia de la chica le provocó una sonrisa; no era tonta. Aunque, pensándolo bien (guardó su sonrisa), eso no era nada bueno: podía ser peligroso que indagara y descubriera que no era quien decía ser.

—Bueno, ya está, «Lásgole». Ya tenés ficha. Volvé cuando quieras, que ya estás anotado en mi súper avanzado sistema de registro —le dijo, aparentemente divertida, mostrándole los garabatos ininteligibles que dibujara momentos antes, en el trozo de papel. Lo dejó sobre la mesa y se acercó para acompañarlo a la salida.

Apenas abrió la puerta, él se marchó casi corriendo, sin siquiera despedirse.

—¡Fue un placer! Me llamo Elena, pero me dicen Lena. Gracias por preguntar, nos vemos... —extendió el brazo, saludando el corredor vacío. El vexiano ya debía haber abandonado el edificio— ¡Idiota! Ni me saludó.

Dio un portazo y regresó junto a la mesilla. Tomó la ficha y en una orilla, transcribió el CIP que el elfo llevaba en su brazo izquierdo: ∫󠅷   ҉   Џ Ł Ξ ǂ Δ Ħ.

La llamativa heterocromía en sus ojos le había traído a la memoria al primer vexiano que conociera, varios meses atrás. Pero no fue hasta que vio su tatuaje que supo, sin lugar a dudas, que se trataba del mismo. Podía recordarlo bien, ya que, desde que observó como Niko lo tatuaba, le pareció que podía leerse: «Soy Leiah», como la princesa de Star Wars, pero con una «h» al final. Tapó la birome y colocó la tarjeta en la letra L del fichero donde guardaba los datos de contacto de todos sus pacientes, en su mayoría, vecinos y amigos que la buscaban para tomarse la presión o para que les colocara algún inyectable.

—«Lásgole», ¡las pelotas!... —susurró—. Vos estás ocultando algo.

Tras reflexionar largos segundos, se dirigió a la improvisada enfermería que tenía en la habitación de huéspedes de la casa. Tomó el par de viales con el líquido plateado y los miró a trasluz.

—Esto le va a dar a Niko mucha plata...



Pileta de la cocina: fregadero, bacha.


Remera: Prenda de vestir para la parte superior del cuerpo, de tela ligera y sin abotonaduras, que se lleva como ropa interior o como vestimenta informal. Otros nombres: camiseta, franela, playera.


Birome: bolígrafo.


¡Las pelotas!: argentinismo. Expresión de incredulidad. Sinónimo de: «¡Sí, cómo no!».

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro