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Capítulo 22 | Amigos

Elizabeth Hoffman

—¡Sí! —grité con fuerza, percibiendo cómo el sudor baja por mi frente—. Lo hice —exhalé, sintiéndome aliviada.

Qué bonito día.

Observo el cielo despejado a pesar de la poca visibilidad que tengo gracias a los árboles del bosque.

—Lo hiciste —repitió Einar, golpeando mi hombro, por lo que me quejé.

—Voy a necesitar unos buenos masajes —declaré, tirando la espada de madera al momento de chocar los cinco con él—. Arruiné a este sujeto —escupí con orgullo, cruzándome de brazos.

Él arqueó una de las cejas con incredulidad y puso una mano en su cadera antes de señalar al frente.

—Lo hiciste bien a pesar de estar tratándose de un maniquí —murmuró, a lo que le saqué la lengua.

—Un maniquí que dio pelea —corregí, a lo que soltó una carcajada—. Además, para ser principiante realicé un manejo perfecto de la espada, ¿qué sigue? —insistí emocionada—. ¿Arco? Me gustaría usar un arco. Te imaginas ensartar una flecha en...

Me detuvo poniendo un sándwich enfrente de mi rostro.

—Primero, tienes que almorzar —declaró. Luego se sentó en las escaleras de la entrada de nuestro hogar. —En segundo lugar, no deberías precipitarte. No vas a aprender en un mes lo que yo estudié en años, también se trata de experiencia —confesó, haciendo que blanquee la mirada.

—Qheabulido —escupí.

Él me advirtió de reojo porque hablé con la boca llena, por lo que hago el esfuerzo de tragar el pedazo de mordisco que le di al sándwich.

—Qué aburrido —verifiqué con ímpetu, haciéndolo poner los ojos en blanco—. Hablemos de lo que en realidad nos interesa, ¿aprobé? —pregunté esperanzada.

—Lo hiciste —respondió a secas—, lo llevas en la sangre —suspiró, a lo que sonreí.

—¿Papá y mamá también eran cazadores? —cuestioné curiosa.

Él no dijo nada.

Su silencio logró erizarme, porque en su mirada esmeralda alcancé a notar un sentimiento de aflicción.

—Sí —murmuró.

Me mordí el labio inferior, observando en silencio el sándwich. Tengo muchas preguntas sobre el pasado de ambos, pero supongo que en algún momento o cuando se sienta preparado él será honesto conmigo.

—Una sola pregunta —susurré, por lo bajo, viendo mis manos lastimadas por el entrenamiento—. Ellos murieron por una causa afiliada a los cazadores, ¿no, Einar?

Sus labios se entreabrieron al liberar un jadeo, dándome a entender que estoy en lo cierto. Asentí, sellando mi boca con fuerza mientras mi agarre tiembla al tomar mi almuerzo.

—Supongo que eran unos sujetos increíbles —reí, fingiendo bienestar.

Él colocó una mano en mi cabeza, volteando a verme con adoración.

—La prueba de ello eres tú —confesó siendo dulce. Sus ojos se iluminaron. —Eres igual a tu madre —liberó, acariciando mi mejilla con cuidado— y tienes el carácter de tu padre cuando era joven —carcajeó con fuerza.

Sonreí entristecida.

—Debe haber sido así —declaré.

Hice un mohín, empezando a divagar en mis pensamientos porque siento que me estoy olvidando de algo.

—¡Oh! Ya lo sé —estallé con fuerza, haciéndolo exaltar y tirar la botella de agua—. Mañana será el torneo de fútbol americano, los chicos vendrán a casa a prepararse.

—Siendo honesto, no me agrada la idea. Hace falta que sean solo amigos hombres, ¿eh, Lizzie? —planteó molesto, a lo que desvié la mirada.

—También tengo amigas —pronuncié en un grito—, pero en su mayoría todas están detrás de sus almas gemelas. Ya sabes como son los licántropos con ese tema, no hace falta que te lo explique.

Bufé, sintiéndome decaída.

—Además, tú no me dejarías ir a fiestas nocturnas. Las chicas siempre me invitan —lloriqueé para generarle remordimiento.

—Te perderías en medio del bullicio, tienes un pésimo sentido de la orientación y los jóvenes solo piensan en divertirse cuando ven a señoritas de casa. No voy a discutirlo.

Se cruzó de brazos, viéndose dramático por sus palabras. En cambio, entrecerré los ojos con desconfianza cuando vuelvo a lo dicho.

—Lo sabes porque tú fuiste uno de ellos, ¿verdad? —murmuré pasmada, quedando estática por la cuestión.

—No puedo creer lo que estoy escuchando.

—Bueno —chiflé—, no lo estás negando, ¿sabes?

—Elizabeth —advirtió, a lo que levanté mis manos.

—Está bien —me rendí—. Digamos que no le rompiste el corazón a ninguna chica en tú «época dorada» —empecé a reír por su expresión enrojecida.

La tarde fue agradable en compañía de Einar, de hecho, seguimos mejorando la técnica en combate.

Según él, entre menos predecibles sean mis movimientos cuando enfrente a un hombre lobo, los resultados serán notorios al momento de curar las heridas, ya que los cazadores en muchas ocasiones suelen salir lastimados. Después de todo, no dejan de ser humanos contra bestias sobrenaturales y la desventaja es abismal. Sin embargo, vencerlos no es imposible, pero si tengo la oportunidad de no enfrentar a uno me recomendó que la acepte.

Los huesos rotos no se curan de la noche a la mañana y, la verdad, valoro mucho mi vida como para andar probando mi capacidad en los combates.

Supongo que vamos por buen camino, Einar fue un cazador Especialista. Así que, no debo temer a lo que pueda ocurrir a partir de ahora, ya que las personas con esa etiqueta son monstruos para los mismos licántropos. Se trata de humanos que enfrentaron a Alfas y salieron con vida.

El pasado del viejo puede ser más interesante de lo que parece.

(...)

—Bienvenidos.

Los rostros desvelados de los tres mosqueteros me generó una carcajada.

Los cabellos despeinados de Bennett, las ojeras marcadas de Trevor y la camiseta al revés de Félix me dice que no durmieron en la noche. Supongo que se debe a la ansiedad de la victoria o al peso de la responsabilidad en la manada, porque nuestro distrito habitualmente es el ganador en los encuentros.

—He dormido fatal —balbuceó Bennett, desplomándose en el sofá de la sala.

—Les traeré café —anuncié con rapidez.

—¿Dónde está el baño? Necesito lavarme los dientes —declaró Félix, sacando de su mochila un estuche pequeño.

—Sigues por el pasillo de la entrada, a tu derecha vas a encontrar la cocina y si volteas a la izquierda te topas con una puerta, es el vestidor de visitas, si abres la puerta junto al espejo accedes al baño —indiqué, por lo que me enseñó el pulgar—. Voy a la cocina, ya vuelvo. Algo me dice que ni siquiera desayunaron.

—Te sigo, jefa.

Le sonreí a Trevor, quien trata de acomodarse el remolino que le dejo la almohada.

—¿Es tan importante para ustedes? —pregunté, curiosa, sacando los víveres del almacén con el objetivo de preparar un buen desayuno.

—No es fácil poner contento a nuestro Alfa, ¿sabes? —suspiró, untando mermelada en los panes que le di y cortando algunas frutas—. Las expectativas son muy altas porque el futuro Beta jugará este año.

—Félix debe cargar con mucha responsabilidad —murmuré preocupada.

—No suele quejarse, pero Bennett y yo lo asumimos. Por eso tratamos de desconectarlo de sus obligaciones —confesó con calma, sonriendo cuando habló de sus amigos.

Me enternecí por ello, esbozando una dulce sonrisa debido a sus palabras mientras exprimo las naranjas.

—Jamás hubiese pensado terminar siendo la amiga de los bravucones del salón —revelé, divertida—. Realmente, son muy valiosos para mí. Todo va a salir bien, Trevor —exhalé, besando su mejilla cuando paso por su lado con el objetivo de colocar las cosas sobre la bandeja.

—Tks —rechistó.

—¿Los ayudo en algo? —preguntó Félix, ingresando a la cocina con su rostro sereno. Sin embargo, elevó una de las cejas viéndose desconcertado. —¿Estás bien, Trevor? No me digas que tienes fiebre.

Reí por su comentario, pero cuando giré para ver su expresión me asombré. La cabeza agachada de él con el objetivo de ocultar su rostro ruborizado, sus gruesos labios siendo oprimidos con fuerza y la mirada nerviosa de Trevor me produjo una sensación agradable.

—¡Los quiero mucho! —chillé, abrazándolo porque me enterneció su vergüenza.

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