Capítulo 19
Elizabeth Hoffman
—Hola, Elizabeth.
Mi visión recorre a Bennett, Félix y Trevor, quienes al parecer compraron globos y chocolates de camino a la visita. Les sonreí con adoración, sintiendo los brazos de los tres luego de haber extendido los míos en su dirección.
—No sabíamos qué te gustaba —murmuró Bennett, enseñándome las cajas de chocolate—. Así que fue una compra variada.
—No se preocupen por mí —reí, recibiendo los dulces para abrirlos y ofrecerlos—. ¿Gustan o los hombres lobo son solo carnívoros? —me burlé en una carcajada, por lo que ellos refunfuñaron.
—Eres un asco haciendo chistes —murmuró Félix, rodando sus orbes, agarrando uno de los chocolates—. ¿Cómo te sientes? —cuestionó, ojeando el vendaje que tienen mi muñeca y mano.
—Según los médicos, perdí mucha sangre de camino al hospital. También, tuve suerte de que ese licántropo se haya contenido, porque si no no tendría brazo... —susurré, por lo bajo—. Gracias.
—No tienes que agradecernos, Elizabeth.
Observé a Trevor curiosa, porque recuerdo que Bennettdijo que iban a ser castigados por su Alfa, Adalsteinn.
—¿Por qué Bennettdijo...? —no pude continuar.
—Los licántropos del exterior no pueden tener contacto con los prisioneros —comunicó Félix—. Ni siquiera se nos permite acercarnos a las rendijas que están en el exterior, ya que podría ser peligroso —hizo una pausa—. De todos modos, nuestro Alfa decidió hacer una excepción porque los humanos no están al tanto de las prisiones subterráneas de la manada. Por ende, está claro que tarde o temprano iba a ocurrir un incidente como este.
No sé qué decir, ¿una prisión bajo tierra? ¡Qué locura!
—Es un tanto curiosa la situación —reí, haciendo una mueca—. Así que, supongo que debo estar tranquila, ¿no es así? —pregunté, sintiéndome confusa—. Quiero decir, ustedes no van a recibir un castigo, ¿no?
—¡No! ¡No! ¡No! —parloteó Bennett, por lo que suspiré aliviada.
Un cargo de consciencia menos.
—Pero, la mala noticia, tendrás que... —levanté la mano deteniendo a Trevor, ya que no quiero pasar por más dolores de cabeza.
—El destino tendrá que sorprenderme, porque no voy a escuchar más nada —declaré con resignación.
He tenido tantos problemas que, esta vez, no me interesa saber más respecto a mi accidente. Quiero decir, solo deseo ponerle un poco de color a mi vida, pero está siendo un tanto difícil hacerlo o al menos vivir de manera despreocupada.
Ya agoté todas las energías positivas que tenía, por lo que no voy a amargarme. ¿Saben qué? Que fluya.
No obstante, a pesar de haberme desligado de un problema, sé que tengo uno gigante en casa con Einar. Él ha sido comprensivo, ni siquiera se quejó cuando esto ocurrió, pero sé que le cuesta contenerse porque realmente quiere matar a todos.
Bufé, soplando algunos cabellos que están sobre el rostro.
—Al menos tendré un bonito recuerdo de nuestras caminatas —musité siendo sarcástica, quizá, cansada de que siempre me ocurra algo.
—Sé positiva, Elizabeth. Al menos tienes los dos brazos —siseó Félix, por lo que lo fulminé con la mirada.
—Eres un asco —escupí molesta, haciendo un mohín—. No tienes sentido del humor.
—De hecho, sí fue gracioso —murmuró Trevor, elevando una ceja.
A cambio, blanqueo mi mirada. Sin embargo, muy en el fondo, me produce cierta diversión estar rodeada de estos personajes tan carismáticos, por lo que una curva gentil nació en la comisura de mis labios.
—Apenas —susurré.
(...)
Narrador Omnisciente
Una única presencia que genera que todos se inclinen ante ella y pasos bien marcados, los cuales se escuchan en el hospital como si se tratara de una marcha de soldados.
Einar percibió una sensación escalofriante recorrerle la columna vertebral, pero agitando con suavidad la cabeza decidió palpar con dulzura la cabellera de Elizabeth, quien merienda al leer un comic de The Walking Dead.
—Más despacio —aconsejó siendo dulce.
Ella se encogió con la boca llena de galletas, por lo que él sonrió enternecido.
—Eres una bestia —se burló largando una carcajada.
—Oh, vamos. Estoy comiendo, no molestes —gruñó, tratando de darle la espalda, estando acostada en la camilla—. Insoportable —refunfuñó, haciendo un mohín.
Él rodó los ojos, sonriente porque su adolescente berrinchuda le da la espalda.
Eres divertida.
Pensó, adorando a la persona que tiene a un lado mientras resuelve un crucigrama del periódico.
No obstante, la calma se quebró, la puerta fue abierta sin avisar. La mirada de ambos humanos se abrió con sorpresa y, por alguna razón, la respiración de Elizabeth se volvió inestable.
El padre de Aren.
Se relamió los labios, observando con atención cada detalle del licántropo enfrente de ellos, el mismo que es escoltado por varias entidades imponentes.
—Humanos —suspiró sin interés, recorriendo las figuras de los presentes—, no es un placer.
El zafiro sombrío de Adalsteinn se detuvo en el hombre de dos metros que está a un lado de la camilla. Y, no pudo ignorar lo que vio en medio del silencio, la sangre de licántropos fallecidos se desprende de Einar, un aura única que pocas veces ha visto en la vida.
Un cazador entre nosotros.
—Un placer conocerte, Elizabeth —deleitó con dulzura, escondiendo el disgusto de sus palabras, son una sonrisa altanera—. ¿Cómo estás? —cuestionó divertido, posando una mano en el metal de los pies de la camilla.
Ella sonrió con timidez, quizá, porque la voz de Adalsteinn es aterciopelada como la voz de Aren. No hay duda que su mejor amigo es idéntico a su padre y la idea le aterró porque su corazón empezó a palpitar con fuerza.
Quedó muda ante una presencia que creyó nunca tener enfrente y su mandíbula tembló por lo acontecido, pero muy en el fondo deseó tomar las riendas de la situación y no sentirse amenazada por él.
El ser que perturbó a su mejor amigo.
Se puso de pie, arrancándose el suero con violencia, dejando a merced su aroma que tanto suelen halagar los licántropos. Es una adolescente pequeña ante alguien que atemoriza con solo ver a los ojos. Sin embargo, ella no le teme a la persona que lastimó a su amigo, es más, se siente con la necesidad de mostrar su fortaleza.
Siempre se burlaron por su condición de humana, pero lejos de avergonzarse por lo que es debe sentirse orgullosa.
Entonces se apresuró a aferrarse, con la extremidad vendada, a la mano inmensa del Alfa.
—¿Dónde está Aren, Adalsteinn? —cuestionó con firmeza, a fuerza de pulmón, por la desesperación.
En la formulación de una pregunta que se repite con frecuencia en su mente mientras agarra la mano del mayor, sin vergüenza o temor a lo que ocurra. A su vez, en cuestión de segundos, los gruñidos, liberados por los súbditos, se escucharon con rapidez a su alrededor.
—¡No seas impertinente, Elizabeth! —farfulló Einar, alarmado por la situación porque se siente ahogado por unas feromonas escalofriantes.
—Le ruego un minuto —susurró, con los ojos vidriosos, sintiendo la palma de su tutor en su otro brazo—. Usted es un Alfa para muchos, pero no deja de ser el padre de mi mejor amigo —confesó, oprimiendo los labios.
Las pupilas de Adalsteinn se dilataron con pasión, es decir, la debilidad de seres inferiores es el alimento de los que dominan la tierra. Por lo que, levantó la mano para adorar el pequeño ciervo que tiene enfrente, posándola en su mejilla. La deslizó con calma sobre el rostro de la menor, llegando hasta su mentón.
No obstante, en medio de una ilusión, él encontró a un enemigo.
—Eres muy simpática —gruñó con fuerza, estremeciéndola—. Aun así, entiende tu posición joven ciervo —murmuró, besando con paciencia la coronilla de Elizabeth.
Entonces Einar tiró del brazo de Lizzie con fuerza, poniéndola detrás de él.
No es apto a la hora de medir su hostilidad, ya que es severo al observar a un licántropo con la presencia de Adalsteinn.
—¿A qué vino? —preguntó, encarando la situación—. Alfa.
En cambio, el recién nombrado se relamió los labios con gusto y una sonrisa arrogante fue protagonista de su rostro inexpresivo.
—Una disculpa, Hoffman —pronunció, viéndolos de reojo—. Solo eso —murmuró, dándole la espalda para marcharse.
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