Capítulo 13
Narrador Omnisciente
—Nos alegra que hayas mejorado, Lizzie.
No fue noticia escuchar esas palabras cuando volvió a retomar las clases, es más, ya no las recibe con el mismo entusiasmo. No porque no sea capaz de ser agradecida. Claro que no. Pero, honestamente, las cosas no han sido iguales desde que volvió y no se encontró a Aren, es decir, es como si la tierra se lo hubiese tragado.
No sabe si debe estar preocupada por su comportamiento o por su repentina desaparición.
Trató de consultarlo con Trevor, Félix y Bennett, pero fue en vano, ya que ni siquiera ellos sabían qué ocurrió con el chico.
El aislamiento de Aren había empezado a ser preocupante.
El bolígrafo de Elizabeth volvió a picar los libros sobre el pupitre. La clase solo se hizo monótona y aburrida.
El día se encontraba gris y había grandes nubes cubriendo el cielo, la humedad se percibía a flor de piel y el cuerpo sin energías solo decía una cosa. La posibilidad de una lluvia devastadora estaba a la vuelta de la esquina. El clima en su móvil daba un 100% de tormentas hasta la madrugada y una humedad del 97%. Lo mejor de todo, según Elizabeth, Einar se encontraba trabajando en el deposito y debía ir a pie a su casa.
Su día iba «progresando».
Me pregunto cómo estará él, ni siquiera me ha enviado un mensaje.
Pensó.
Recargó el mentón sobre la palma de la mano y haciendo un evidente mohín se dedicó a ver por la ventana, ya que la silueta de Aren no estaba ahí para prohibirle la vista y eso mismo es lo que se encuentra aborreciendo.
Maldito. ¿Cómo se atreve a ignorarme? ¡¿A mí?! ¡A su mejor amiga!
De la frustración, Elizabeth empezó a morder la parte trasera del bolígrafo.
—En lo personal, deberías descansar un poco la mente, Elizabeth.
Una voz, que reconoció al instante, interrumpió sus quejas internas. A lo que, volteó sin cuestionárselo para encontrarse con el de ojos tan verdes como la esmeralda, Félix.
El semblante adorable y palabras vacías, lograron que Lizzie lo fulminara al chico de carácter imperturbable. Aun así, la sonrisa de labios de Félix no se desvaneció en ningún momento y sus ojos entrecerrados debido al gesto le dieron muchas ganas de golpearlo.
—¿Él está bien? —preguntó.
—No lo sé —contestó.
—¿Sabes si, por lo menos, se encuentra vivo?
—Puede que aún lo esté.
—¿Tú eres un idiota insensible?
—Efectivamente —respondió de forma amena.
Los ojos de Elizabeth quedaron en blanco, incluyendo su cerebro que procesó por unos segundos y la posibilidad de patearle la herida, que posee en la pierna, pasó a ser una grata opción por el hecho de ser un imbécil.
Es un estúpido.
—Estimo por tu expresión que estás juzgándome. Te recomiendo que dejes de insultarme, mis orejas han empezado a picar —parloteó haciendo un ademán.
En cambio, Elizabeth solo le enseñó la lengua adoptando una postura infantil.
—Ese es el objetivo, tonto —confesó.
Así concluyó su conversación, ella solo volteó y se acomodó en el lugar para seguir con la clase que se resumía a la Segunda Guerra Mundial.
Esto es un poco aburrido.
Pensó.
De todos modos, de forma inconsciente, más de una vez volteó para encontrarse con su mejor amigo y hablar, lo cual fue, en más de una ocasión, una fuerte desilusión.
Solo espero que no sea lo que yo estoy suponiendo, Aren.
(...)
—Disculpen, ¿puedo comer con ustedes? —balbuceó.
La imagen de los tres chicos, sentados en las gradas de la cancha de fútbol americano, de alguna manera la tranquilizó.
No quiero estar sola.
—¿Por qué no deberías? —cuestionó Félix, produciéndole ansiedad.
Lo voy a matar.
—No hay problema —canturreó Bennett siendo amigable.
Elizabeth, por instinto, dirigió la mirada hacia el último de ellos, Trevor. Sin embargo, él volteó el rostro para no corresponder y solo atinó a encogerse en el lugar.
—Me da igual —confesó, el más alto.
La expresión de la joven se iluminó de repente y agradeció, sentándose un escalón más bajo que Bennett y Félix. Mientras Trevor solo se encuentra de pie observando cuidadosamente el entrenamiento del equipo del instituto, según algunos, muy pronto habrá un torneo en donde varios jóvenes del distrito se van a enfrentar.
—Estaba muy asustada por comer sola —empezó sin morderse la lengua, siendo efusiva al hablar y destapar su bebida—. De hecho, en un principio pensé que me rechazarían —declaró, volteando a verlos.
El silencio sepultó a los cuatro integrantes.
—No somos bravucones, ¿sabes? Quizás cuando éramos niños estábamos un poco tontos, pero pasado pisado —insistió Bennett, observando a la chica, quien asintió.
—Muy inteligente de tu parte, rubio —halagó Trevor, a lo que el contratio sonrió.
La comisura de los labios de Elizabeth se curvó observando la espalda de ese chico, por lo que mordisqueó el sándwich antes de sentirse decaída.
—¿Cómo están ustedes? —susurró, teniendo la visión de sus zapatillas de lona—. No solo fui yo la que salió lastimada ese día... —murmuró abrumada.
—Nosotros somos licántropos, Elizabeth. No te preocupes —comentó Félix, en un tono tenue, dejando caer la mano en el hombre de la recién nombrada—. Estamos bien —mintió con seguridad.
Las heridas que el lobo de Aren les había hecho dejaron cicatrices, pero ellas seguían doliendo demasiado. Al principio, hace dos semanas, las heridas ardían tanto que eran insoportables, incluso para lobos entrenados como ellos.
Sin embargo, al ser el futuro Beta de la manada, debe saber calmar el corazón de las personas. Así él esté sangrando por dentro.
—¡Es verdad! —tarareó con efusividad el rubio—. ¡Somos soldados! ¡Esos rasguños no son nada para nosotros! —agregó siendo descarado.
La sonrisa que nació, en el rostro de Trevor, fue evidente cuando oyó el alardeo de su compañero. Es así como Bennett sonrió tanto que le contagió su entusiasmo a la chica, la cual correspondió a su dulzura.
—¿Elizabeth...?
—¿Qué...?
La voz de Lizzie se escuchó ahogada, por lo que el hecho de guardar silencio fue una opción viable para los cuatro.
«La chica no debería aferrarse a nuestro Alfa».
Eso es imposible, Admes.
La comunicación entre Félix y su lobo, no se alejaba de la realidad de los afectados. A lo que, en un largo suspiro, el más bajo golpeó el hombre de la chica.
—Trata de no pensar en Aren y piensa en por qué los cazadores los atacaron, inclusive, si no escuché mal, pregúntate por qué fueron los que te sedaron. ¿Cómo? No lo sé, ese comentario se esparció por la manada. ¿Cuál es el fin de ellos? ¿Atacar a nuestro Alfa a través de sus hijos?
Los ojos vidriosos de Elizabeth no contenían las lágrimas, pero las palabras del contrario la trajeron de nuevo a la realidad que ha tratado de negar.
Yo no entiendo.
—Concuerdo con Félix. El hecho de que los cazadores tengan la iniciativa de atacar a una manada que se mueve en bloque con otras es peligroso, quizás, liberar al lobo de Aren era su objetivo. Sin embargo, ¿por qué hacerlo? Sería empeorar la situación con los humanos —analizó el joven de ojos oscuros, volteando para observar desde las alturas a la chica—. Eso pone en peligro a todas las personas en la ciudad —susurró.
Elizabeth contempló a Trevor, el mismo que posee una postura rígida al pronunciar aquellas palabras.
—¿Una guerra entre licántropos y humanos? —murmuró preocupada.
—Eso solo va a depender de nuestro Alfa —susurró aterrado Bennett, expresando el pánico en sus palabras al unir sus manos.
En definitiva, su día no podría ir mejor.
—Solo queda esperar a que la primera bomba estalle —sentenció Félix.
«Lloverá sangre».
Afirmó Admes para Trevor y Bennett, quienes miraron a la chica de semblante descompuesto.
Ni siquiera Aren será capaz de protegerte de esto, Elizabeth.
Pensó Trevor.
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