Capítulo 12
Narrador Omnisciente
—¡Lizzie!
La puerta es azotada por Einar, quien, abatido por la situación, ingresó a la habitación del hospital sin tener el consentimiento de las enfermeras. Los gritos de las mujeres se escucharon por el piso, los cuales llamaron la atención de las personas a su alrededor.
En cambio, el rostro de Elizabeth detonó confusión por la repentina situación que se resume en ver cómo su tutor se está preparando para hacer un drama. Así que, no lo pensó dos veces, solo se recostó en la camilla con una mueca de desconcierto y se cubrió el rostro con la almohada blanca, seguido de gritar, chillar tan fuerte que ni siquiera los lloriqueos de Einar logren abrumarla.
Esto no podría ser peor.
Elizabeth se descubrió para poder observar la expresión de pánico de Einar, quien le habla con los ojos cristalizados y, aparentemente, oye cómo ella responde que está bien. Sin embargo, se siente humillada por no haber sido capaz de ayudar a su mejor amigo.
Ella declaró en pensamiento que no es fuerza, no es voluntad y, por último, no es nadie para Aren.
¿Qué está cambiando entre nosotros?
(...)
Las gotas de sudor se deslizan por la piel tersa del contrario y la sangre cubre gran parte de las heridas que le han hecho. De todos modos, ya nada puede lastimarlo porque hace mucho tiempo ha dejado de sentir, ni siquiera la plata es capaz de envenenarlo, como la razón de alejarse de Elizabeth.
Si sigo con ella tarde o temprano, esto volverá a ocurrir.
Pensó.
Se recostó en la pared del inmenso sótano de su hogar.
—Estoy cansado —suspiró.
Los muros son fríos y el panorama es oscuro, a penas ingresa luz por las rendijas. Es un lugar húmedo y agobiante por su exagerada extensión, pero personalmente para Aren ya no es así porque conoce de un extremo a otro el laberinto del lugar. Es decir, cuando era pequeño tenía mucho miedo de vagar por ellos porque la manada encierra, en los laberintos subterráneos de la ciudad que conectan con su hogar, a los lobos más peligrosos.
Los criminales son feroces, incluso no logran ser capaces de reconocer lo que está bien o mal, ya que actúan acorde a sus instintos asesinos sin importar las consecuencias.
Sin embargo, eso ya no le interesa porque prefiere toparse con las garras de desconocidos que han tratado de matarlo en innumerables ocasiones a tener el rostro de su padre enfrente. Ese hombre, licántropo y monstruo, terminó por destruirlo por ser alguien diferente.
Lo siento. No puedo protegerte, Elizabeth.
Los ojos de Aren se cristalizaron, llenándose de lágrimas, las cuales empezaron a caer por su rostro. Por esa misma razón golpeó con todas sus fuerzas el suelo, ni siquiera le importa hacerse daño porque es más doloroso estar lejos de ella.
«Eres alguien patético».
—¡Cierra la boca! —rugió con fuerza, golpeándose la cabeza para ya no oírlo más.
Esa voz es la sombra que no apareció en el ritual de los licántropos a fin de enseñarles a todos quién iba a ser. Solo es la bestia que convierte sus días en infiernos y lo arrastra lejos de su verdadero hogar. La manada lo ha humillado, por eso, por ser alguien «débil».
«No hagas oídos sordos cuando ambos sabemos que esa humana no es esencial para nosotros».
Las palabras de la bestia hicieron que Aren guarde silencio y así el deseo de hablar se hiciera presente, no puede emitir una palabra. El nudo que nació en su garganta le anuló los sentidos y la rabia que sigue consumiendo su alma cada vez se presenta con más frecuencia.
—No quiero ser parte de esto —confesó.
La sangre ya no brota de sus heridas, las que dejaron nuevas cicatrices, las cuales lo harían más horrible. Un monstruo sin la capacidad de poseer belleza o sentimientos bondadosos.
«Mátalo, mátalo, mátalo».
El lobo que posee Aren es muy bueno y es indiscutible que es fuerte, pero sus capacidades son anuladas por la maldad y la avaricia de ser el mejor.
Él, la bestia, y su humano, Aren, son como el agua y el aceite.
Sin embargo, él está en un cuerpo de carácter débil y por eso admira la capacidad del joven de poder sentir, percibir de una forma silenciosa, pero que a la vez grita por salir de ahí. Incluso tuvo que poner de sí mismo para curar y regenerar con rapidez su cuerpo cuando era pequeño porque Aren ha tratado de dejarlo todo en más de una ocasión.
¿Cuántasveces su persona deseó suicidarse? ¿Cuántasveces su humano se clavó una daga de plata en el pecho? ¿Cuántasveces su humano se rindió? ¿Cuántas veces su...
Aren siempre ha sido silencioso y ha sabido presionarse para no llorar, gritar o rogar que no le hicieran daño. De pequeño, desde que posee uso de razón, ha sido consciente de que en el mundo hay monstruos. Bestias que son reales y despiadadas, las mismas son sus mismísimos padres y lo que lleva dentro, el alma de ese lobo que se negó a dejarlo todo y lo obligó a vivir en más de una ocasión.
—No soy como ellos —murmuró, aferrándose a sus rodillas, abrazándose a sí mismo para que las piezas de su corazón no se pierdan—. Déjame en paz. No soy capaz de protegerla, ya que estás ahí, no puedo controlarme porque ahora tengo otro problema... no quiero que mates a nadie. Yo no voy a permitir que hagas eso —susurró en un hilo de voz—. No deseo que Elizabeth me odie, no pretendo alejar a mi única familia de mi lado, no espero que ella me tema —lloró molesto—. Así que cierra la boca de una vez —ordenó entre dientes observando la oscuridad con enojo.
«En el mejor de los casos, para mí, tarde o temprano, voy a volver a manifestarme y esa humana va a sufrir. Tú no me interesas. Voy a dominar a todos, incluso a ese lobo sucio que te ha dado la vida».
Aren presionó con fuerza los párpados, haciendo una mueca para no llorar por la impotencia. Es doloroso, pero sabe que lo correcto es alejarse de la luz y sumergirse en la oscuridad de su hogar con el objetivo de evitar que ella también consuma a su amiga.
No puedo permitir que ellos sepan el lazo que poseo con Elizabeth porque van a matarla.
Pensó.
Liberó un quejido, fuerte y claro, desvelando lo que ya no puede callar. ¿Por cuánto tiempo más tiene que seguir así?
Por mano propia tuvo que elegir el laberinto y zambullirse en él para que su padre ya no le vuelva hacer daño. El lobo de ese hombre no tiene compasión, ni siquiera con su hijo, ni con su familia. Y es mentira decir que lo posee todo, porque mientras sus parientes sigan existiendo su existencia será un infierno, uno desagradable y doloroso.
—No tienes que sufrir conmigo —musitó enternecido recordando la sonrisa de su amiga—. El mundo es para seres bellos como tú, Lizzie.
Las lágrimas caen por su rostro, la expresión de dolor no puede ser evitada y de a poco el sol desciende haciendo que ya no ingrese un rayo de luz al lugar.
«Tú perteneces aquí, chico, cuando seas capaz de olvidarte de los sentimientos serás parte de los más fuertes y ambos gobernáremos. Vamos a ser reyes. No te olvides de mis palabras porque seres como nosotros solo nacemos para gobernar».
¿Quién dijo que yo deseaba eso?
—Cierra el hocico y sigue las órdenes de tu dueño, perro —escupió sin compasión, tomándolo por sorpresa, poniéndose de pie para olvidarse de lo que sentía.
Aren decidió dejar las emociones.
En ese pasillo nacía alguien que empezaría a cambiar el rumbo de las cosas.
—Aprende a fluir conmigo o voy a deshacerme de mi vida para ya no oírte —sentenció empezando a caminar, dejando constancia de que él sería quien daría las órdenes.
«No me retes porque sé más que nadie tu punto débil».
Los ojos azules de Aren perdían el brillo en la oscuridad y la ira se desenvolvía en ellos con violencia.
No obstante, dentro de él, aún estaba la idea de que si no empezaba a afrontar la realidad que lo rodea iba a terminar sucumbiendo con ella. Pero tampoco pretende ser el más fuerte para hacer que todos se arrodillen ante él.
Aun así, no está encontrando una salida a fin de despojar a su padre sin que los demás caigan, incluso esa idea suena inimaginable. Las manadas más poderosas, las que poseen Alfas monstruosos, se alzarían en contra de su rebelión y llovería sangre, porque son aliados de su padre. Tampoco comprende cómo hará que Elizabeth esté a salvo de sí mismo, ya no puede controlarse, y qué habiten cazadores a su alrededor solo empeora la situación.
¿Qué debo hacer?
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