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Capítulo 2

NIKOLAV HABÍA PERDIDO LA CUENTA del tiempo que había pasado en esa lúgubre celda. Todo era oscuridad y noche en ese lugar, lo que podría ser bueno para un vampiro, hasta cierto punto; ya que si no había día, significaba que no podría descansar con facilidad a causa de que los vampiros acostumbraban dormir durante las horas de sol, que, aunque reducidas en el plano que ellos habitaban, eran muy necesarias para su descanso.

En esos momentos realmente necesitaba dormir, mas su permanente estado de alerta no se lo permitía. Además, la sed que sentía era insoportable; no le habían traído absolutamente nada desde que había llegado.

Le dolía cada célula de su cuerpo, en especial sus colmillos, que deseaban más que nada poder encontrar un pedazo de carne blanda donde hundirse. Su piel se estaba resecando. Él sabía que si seguía más tiempo sin consumir una gota de sangre, terminaría convirtiéndose en una especie de momia disecada. Ya había visto eso sucederle a otros vampiros que habían recibido el castigo de estar en prisión durante largos días sin beber nada de sangre.

No podía dejar de preguntarse si llegaría con vida al juicio que lo esperaba, o si moriría en el intento. El primer paso era la momificación, pero tras mucho tiempo sin el líquido vital, el vampiro terminaría convirtiéndose en polvo, a no ser que se lo mantuviese en estado de suspensión con algún encantamiento. ¿Cuánto tiempo más podría aguantar en esas circunstancias?

Obviamente, estar en esa celda era ya una parte del castigo que había aceptado con tal de que se le diera una segunda oportunidad a Alejandra. Él deseaba que, si lo mataban, la muerte llegase rápido. No había forma de seguir soportando tremendo sufrimiento, aunque toleraría peores castigos por su amada. Deseaba que ella alguna vez pudiese perdonarle las cosas que le había hecho y las que le había hecho hacer, y se lamentaba no haber tenido la oportunidad de decirle lo mucho que la amaba y lo mucho que sentía haberle ocasionado tanto daño y haberse aprovechado de ella.

Ya era tarde cuando se había dado cuenta, mas él sabía que la amaba. No sabía cuándo exactamente había ocurrido el cambio, o si siempre la había amado y su lealtad hacia Siron no le permitía verlo. Sentía que había algo en su pecho que vibraba cada vez que pensaba en ella, cosa que nunca antes había experimentado. Advertía unas ansias extremas de protegerla, de no dejar que nunca le sucediese daño alguno. Sabía que solo podría sentir eso por una persona: la que él amaba. Esa era Alejandra, la mujer que había despertado en él una parte que nunca había creído que existiese.

Intentó levantarse del suelo donde estaba tirado, pero era en vano. Ya lo había probado centenares de veces, sin suerte alguna. Sus cadenas seguían tan pesadas como al principio, manteniéndolo inmóvil. No le quedaba otra opción que fijar su vista en el suelo y esperar, con paciencia, la hora de su juicio, si es que este alguna vez llegaba.

Estaba aburrido de estar allí, además de encontrarse sufriendo, y las horas no pasaban nunca.

En un momento en el que estaba por intentar girarse una vez más para no encontrarse en una posición tan incómoda, un pequeño recuadro comenzó a dibujarse lentamente en el suelo, a un metro de donde él estaba. Eso era lo más extraño que había ocurrido desde que había llegado.

Poco a poco, el cuadrito comenzó a tomar forma. Nikolav no podía ver bien qué había en él, solo alcanzaba a visualizar tonos celestes pintados allí. «Alejandra,» pensó esperanzado, «ella tiene que estar haciendo esto».

No sabía cómo se las estaría arreglando para hacer aparecer ese cuadrito en el suelo, pero sus esperanzas ahora estaban regresando a la vida. Tal vez volvería a verla. Quizás eso haría que el dolor se aliviase un poco.

Esperó unos minutos, mas nada pasaba. Deseaba ver a Alejandra con todas las fuerzas de su alma, pero tal vez no sucedería; tal vez, el hecho era que las criaturas que allí afuera se encontraban estaban jugando con su imaginación. «No, es mejor si ella no viene» recapacitó, dándose cuenta del peligro que para ella eso supondría. Ella no podía venir, no con esas criaturas viciosas rondando los pasillos de la prisión y todos sus alrededores. Era mejor si Alejandra se quedaba a salvo, donde estaba, y se olvidaba de él por completo.

Pero no, ella era obstinada y no lo hizo. Minutos más tarde, Nikolav vio a su encantadora hada aparecer delante de sus ojos. No podía creer lo que estaba viendo. Su hermosa Alejandra ahora estaba más atractiva y radiante que nunca, mucho más que cuando había sido una híbrida. Su cabello seguía siendo negro, aunque ese no era su color natural, sí era el preferido de Alejandra y las hadas podían tener el color de cabello que quisieran, pero ahora emitía un brillo que nunca antes había tenido. Sus ojos de un color azul intenso resplandecían en la oscuridad, infundiéndole las esperanzas que él ya había perdido.

—Alejandra —susurró. Su voz era apenas audible de lo reseca que estaba su garganta. De inmediato, ella se puso de rodillas a su lado, derramando algunas lágrimas de tristeza al verlo en la condición en la que estaba.

—¡Nikolav! ¡¿Qué te hicieron?! —exclamó sollozante.

—Shhh... te van a oír, Ale —susurró él, preocupado.

Ella lo abrazó de la mejor forma que pudo, se dio cuenta de que era inútil intentar quitarle las cadenas y lo besó suavemente. Él deseaba poder mover sus brazos para abrazarla también, pero su presencia lo reconfortaba y lo hacía sentirse mucho mejor. Ella era la luz en su oscuridad.

—Perdón... perdóname por todo lo que te he hecho —suplicó el vampiro una vez que ella rompió el beso.

—No hay nada que perdonar —le aseguró ella con la voz calmada—. Soy yo a la que debés perdonar, por no haber sido lo suficientemente fuerte como para aferrarme a mi vida. Yo fui quien te llevó a esto.

—No, Alejandra... te hubieran matado de todas formas o te hubieran aprisionado junto al híbrido que hubo anteriormente. Además, tus dos partes estaban en conflicto y hubieran seguido estándolo. Yo me encontraba bajo la influencia de Siron y no pude darme cuenta de esto a tiempo. Por favor, dime que me perdonas.

Alejandra le sonrió dulcemente, acariciándole su mejilla.

—Por supuesto que te perdono, Nik. Realmente no te culpo... no podías luchar contra la influencia de Siron.

—Tú sí pudiste luchar contra la mía —replicó él, aún sorprendido de que ella hubiese sido capaz de hacerlo. No conocía vampiro que lo hubiese logrado, jamás. Los vampiros tenían algo en su condición genética que los obligaba a hacer todo lo que su progenitor quisiera. Lo mismo se aplicaba a las órdenes del rey de los vampiros, que ninguno podría osar desobedecer. Nadie podría luchar contra el poder de la autoridad. Sin embargo, ella lo había logrado.

—Esa fue mi parte hada, amor... Salió a flor de piel durante la batalla. Pero ¿sabés qué?

Olvidémonos de ello. Ahora lo importante es buscar la forma de sacarte de acá.

Nikolav abrió sus ojos lo más grande que pudo. No podía creer lo que ella le estaba diciendo. Apreciaba que lo estuviese visitando ya que le encantaba poder verla, pero él sabía que debía mantenerse en ese sitio, por su seguridad. Era demasiado arriesgado rescatarlo, por no señalar que prácticamente imposible.

—No, Ale. Eso es imposible. No hay forma de sacarme de aquí ni de contradecir a los guardianes y salir vivo.

—No... debe haber una forma —dijo ella entre sollozos—. No puedo perderte. ¡No me voy a resignar!

—Lo siento, Ale... pero ya me has perdido. Luego del juicio, seguramente moriré, y no sé a dónde será enviada mi alma, ni qué destino me espera, ni si alguna vez me volverás a encontrar en la siguiente forma que tome. Lo más probable será que no tenga más recuerdo de nada de lo que haya vivido hasta ahora ni bien esté en mi nuevo destino, y es viable que me convierta en alguna de las criaturas más horribles de entre todas las que existen; una que jamás querrás tener a tu lado.

—No. Eso no va a pasar —dijo Alejandra, sacudiendo la cabeza. Se había propuesto salvarlo, y nadie la haría cambiar de opinión, ni siquiera él.

—No importa, mi vida... ya nada me importa. Pase lo que pase, quiero que sepas que te amo y lo volvería a hacer por ti —dijo, mirándola dulcemente. Alejandra nunca lo había visto mirarla así, sabía que ahora podía ver su verdadero ser.

—Yo también te amo y haría lo imposible por sacarte de este puto infierno. ¿No lo entendés?

—Claro que lo entiendo, mi princesa... yo también lo haría por ti. Pero no debes hacerlo, es muy peligroso. Te prohíbo hacerlo.

—Está bien —dijo Alejandra, tratando de secarse las lágrimas. Ya no quería discutir con él. Lo miró tiernamente, no quería que se siguiera preocupando por ella. Los planes de rescate los diagramaría por su cuenta. Y mientras lo miraba, comenzó a darse cuenta de lo anormalmente pálido que él se encontraba. Su piel comenzaba a resecarse y se le notaban unas oscuras ojeras debajo de los ojos. Eso no podía ser nada bueno.

—No te trajeron nada de beber, ¿cierto? —preguntó ella tras llegar a esa conclusión. Él sacudió la cabeza, pero no quería preocuparla. ¿Qué podría hacer ella al respecto de todas formas?

—Necesitás beber sangre o... ¡no quiero ni pensar en lo que podría suceder! —pronunció el hada, luciendo más preocupada que nunca. ¿Qué podría pasar si Nikolav seguía varios días más sin alimentarse? ¿Cuánto tiempo más podría soportar bajo esas condiciones deplorables?

—No importa lo que me suceda, lo único que me importa es que tú te encuentres bien —dijo él, intentando verse un poco más fuerte, aunque sin suerte. No podía engañar a nadie, se encontraba cada vez más débil. Ella no le contestó. Se quedó pensando por unos instantes sobre cómo podría ayudarlo, sabiendo que no tenía forma de llevarle un vaso de sangre desde donde estaba físicamente, pero luego se le iluminó el rostro. Se le había ocurrido una idea magnífica.

—Bebé mi sangre —dijo con un tono triunfante.

—¿Qué? ¿Cómo? —preguntó él, incrédulo— Ale... no estás aquí en forma física. ¿Cómo vas a darme de tu sangre?

Nikolav la miró. Parecía la misma Alejandra de siempre, aunque en su forma de hada, pero ella no había llevado su cuerpo consigo, sino su doble. No sabía de ningún vampiro que se hubiese alimentado de un doble astral. Los dobles humanos solían verse como fantasmas y Alejandra era la primera hada que él conocía que tuviese ese poder. Si bien había otras pocas más, ningún vampiro había tenido la posibilidad de clavar sus colmillos en ninguna de ellas. Las hadas eran expertas evadiéndolos.

—¿Te parezco no física? —preguntó Alejandra, pellizcándose un brazo—. A mí este cuerpo me parece tan real como el otro. Deberías poder alimentarte de él también... O, al menos, podrías intentarlo.

—Pues... la verdad que luces tan real como si estuvieras en tu propio cuerpo —reconoció él, tratando de encontrar pruebas que demostraran que Alejandra no estuviera en forma física, pero si no fuera porque sabía que ella no se encontraba en su forma original, la hubiera confundido con esta. Nunca lo hubiera adivinado.

—Pues bien, también me has visto llorar ¿no es cierto? —prosiguió ella.

Nikolav asintió. La había visto llorar hacía unos minutos, y su cara se había humedecido, para luego llenarse de lágrimas. Lágrimas reales.

—Entonces... si tengo lágrimas —continuó el hada—, es muy probable que también tenga sangre.

—Pero no sé si podría detenerme en caso de beber tu sangre —replicó Nikolav—. No conozco vampiro que haya bebido sangre de hada sin haberla matado.

—Recordá que este no es mi cuerpo real —dijo ella, sonriendo—. No creo que muera si bebés de mí. A lo sumo, despertaré en mi cuerpo antes de querer volver si es que te pasás del límite. Seguro eso es lo que ocurriría.

—¡No! Es muy peligroso —dijo él, sacudiendo la cabeza, aunque moría por probar su nueva sangre.

—¡Te obligo a hacerlo! ¡No te voy a dejar morir de sed acá! —exclamó ella, más obstinada que nunca, tumbándose en el suelo para llevar su suave cuello contra la boca de Nikolav—. Mordé.

Nikolav no pudo resistirse. Por más que temía hacerle daño, su sed era demasiado grande, y tenía el cuello de su amada ya en su boca. No había manera de evitar que sus colmillos se extendieran, por instinto propio, y se hundieran en esa piel tan perfecta; y resultó ser que, el doble de Alejandra, para su sorpresa, sí tenía sangre.

Ella no sintió dolor alguno cuando el vampiro le hundió sus colmillos en el cuello. Tal vez porque no estaba en su forma original, o quizás a causa de su entrega. Estaba contenta de que su doble astral resultaba ser lo suficientemente físico como para contener sangre, pudiendo así salvarle la vida a su adorado Nikolav, quien ahora se encontraba bebiendo profundamente de ella. Pronto se recuperaría y la sangre de hada le daría más fuerzas para soportar su tormento. Ella volvería todas las veces que fueran necesarias para cuidar de él, hacerle compañía por un rato y darle su preciado sustento.

Sin embargo, mientras Nikolav todavía estaba bebiendo de ella, Alejandra sintió un fuerte corrientazo en su columna vertebral que la arrastró de vuelta a su cuerpo, en su cama, en el palacio de las hadas. Abrió sus ojos rápidamente, preguntándose qué había pasado y por qué había vuelto tan bruscamente. Enseguida descubrió el motivo, ya que Lilum se encontraba parada delante de ella, con el retrato de Nikolav hecho pedazos entre sus brazos.

—¡¿En qué estabas pensando, Alejandra?! —reclamó; sonaba muy enfadada. Aún no entendía cómo su prima podía tener esos comportamientos tan anormales en un hada.

—¡Necesitaba verlo! —contestó ella, de inmediato poniéndose a la defensiva.

—Eso es una cosa... ¡¿Pero darle sangre?! —exclamó Lilum, al tiempo que sacudía la cabeza.

—¿Cómo sabés lo que estaba haciendo? —quiso saber Alejandra.

—Entré a tu habitación y te vi dormida frente al cuadro. Entonces fui al cuarto de los espejos para ver lo que estabas haciendo. Llegué justo a tiempo para evitar una tragedia.

—¿A qué te referís? Estaba en mi doble astral. No tenía por qué pasarme nada. Mirá —dijo, poniéndose de pie—, ni siquiera tengo marcas en el cuello.

La verdad era que ella aún no conocía su poder al cien por cien, aún debía entrenarse, aprender todo sobre él y cómo aprovecharlo. Esos días que había pasado en el palacio habían servido para adaptarse a la vida allí, para recuperarse tras la batalla, mas aún debía instruirse prácticamente sobre todo lo que significaba ser un hada.

—Todavía no entiendes las ventajas y defectos de tu poder, Ale... tu doble es tan físico como tu propio cuerpo, lo que significa que también puedes morir estando en él. Y si mueres en tu doble, a su vez muere tu cuerpo físico —Alejandra se puso pálida. No había contemplado esa posibilidad.

—Lo siento, no sabía —contestó, cabizbaja.

—Está bien, prima. Yo a veces creo que sabes todo, pero me olvido de que no asististe a la escuela de las hadas. Alguien deberá enseñarte... y pronto. Nunca es tarde para aprender.

Alejandra sonrió suavemente, apretando sus labios. Realmente le interesaba saber más sobre sus poderes y sobre todos los dones que las hadas podrían llegar a tener. Aunque de momento, lo que más le importaba era el bienestar de Nikolav. Ya habría tiempo para aprender todo lo demás, y para ser reina.

—¿Me vas a enseñar vos? —preguntó.

—No, no... yo no soy demasiado buena para eso. Además, ahora debo marcharme. Debo recorrer el reino antes de tu coronación —contestó Lilum. Tenía un largo viaje a través del bosque y de las montañas que cubrían el vasto territorio para invitar a todos, hadas, elfos y duendes, a la coronación.

Alejandra estaba contenta. Si su prima se iba, estaría más tiempo a solas y tendría mejores posibilidades para planear el rescate de Nikolav. Sin embargo, sus ilusiones se truncaron cuando Lilum siguió hablando.

—Pero no estarás sola, Ale. Juliann estará a tu lado mientras no estoy. Hoy he comprobado que no se te puede dejar andar por tu cuenta hasta que conozcas todos los riesgos de tus poderes — anunció. «Y hasta que aprendas a comportarte como hada», pensó Lilum, sin decirlo en voz alta.

—Me siento como una bebé que necesita niñera —se quejó Alejandra, tras proferir un largo suspiro.

—Es que es así —replicó la pelirroja, riéndose ante la similitud—. Hasta que no sepas bien todo, eres como una bebé en este nuevo mundo. Siento mucho que deba ser así de difícil para ti, pero deberemos ser pacientes contigo y estar detrás de ti todo el tiempo que sea necesario.

—Está bien, supongo que tarde o temprano me voy a terminar acostumbrando —dijo Alejandra, resignada, aunque sabía que, en algún momento, se le daría la oportunidad de planear el rescate. Y cuando se le presentase, no la dejaría pasar.


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