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7.- Noche

El primer aliento entró en el cuerpo de Santiago en cuanto el último rayo del sol terminó de ocultarse, reanimándolo por completo. De inmediato sus instintos le avisaron del cuerpo que reposaba a su lado, latiendo con el mismo dulce aroma que lo había embrujado desde el inicio.

Su boca esbozó una breve sonrisa a pesar que aún no había abierto los ojos, así que a fin de cuentas su dulce Dragón no había huido despavorido del cuarto, eso era bueno.

Se tomó un par de segundos para concentrarse y volver sus ojos cafés, antes de abrirlos para encontrarse con su peliblanco dormido profundamente a su lado. Se sorprendió de esto pues no esperaba que estuviera tan confiado como para dormirse, era cierto que había utilizado su voz de mando para ordenarle que no tuviera miedo pero su inconsciente debería haberlo advertido.

Sin quitar esa media sonrisa de su boca se levantó y se estiró un poco para ir a sentarse a la silla, con satisfacción descubrió que el chico se había acabado toda la comida que había dejado para él, esperaba que con eso y el descanso pudiera reponer la sangre que había bebido.

Al voltearse descubrió que su movimiento había despertado a Dragón, quien ahora estaba sentado con las piernas cruzadas y lo observaba con curiosidad.

—Buenas noches, lamento si te he despertado —habló pausadamente, midiendo las reacciones del pequeño humano, pero él no despegaba su vista de la suya.

—Tus ojos... —susurró él.

—Ah, claro. Supuse que te sería menos impactante si me veías más como un humano.

—Todo esto es una maldita locura... —Santiago frunció el ceño momentáneamente—. ¿En verdad vas a contestar a lo sea que te pregunte?

Santiago asintió.

—Bueno, empecemos con: ¿Qué me hiciste? —Dragón se señaló el cuello.

—Bebí tu sangre —contestó con simpleza, sobresaltando al menor.

—¿Por qué?

—Es lo que hago para sobrevivir y tu olor me había atraído ya antes.

Dragón se quedó pensativo algunos instantes

—Me has estado siguiendo ¿verdad? —El mayor asintió—. ¿Por qué?

—Ya te lo dije, tu olor me atrajo.

—¿Mi olor? ¿A que mierda huelo como para que me acoses así?

Santiago arqueó una ceja.

—Te dije que cuidaras tus palabras, no seas vulgar cuando hables conmigo.

Dragón chasqueó la lengua y desvió la mirada, por algunos momentos Santiago pensó que le contestaría de mala manera pero, al final, sólo se encogió de hombros.

—Como sea, ¿qué es lo que tiene mi sangre o mi olor?

—Lamento decirte que, si tú no lo sabes, yo menos. —Se quedó mirándolo unos momentos, analizándolo—, Eres extrañamente dulce.

—¿Que soy dulce?

—Me refiero a tu sangre, no sabe como a la del resto de humanos, tiene un sabor más dulce. En todo el tiempo que llevo existiendo jamás me había encontrado con otro humano así.

—¿Todo el tiempo?

—Nací en una época mejor, en la era puritana de hace varios siglos.

—¡Maldito infierno! —Exclamó Dragón sorprendido

—Ey, —lo regañó Santiago en consecuencia.

—Ya, ya. Lo siento, es solo que todo esto es demasiado. —Se quedó pensativo unos momentos antes de volver a preguntar—: Ayer en la noche, cuando me salvaste, me pediste que me borrara la cruz, ¿ese tipo de cosas te lastiman?

—No es que sea débil ante ellas, solo es una antigua costumbre, una antigua ley que debo respetar

—¿Debes?

—Para eso fueron dictadas las reglas, para ser obedecidas. De igual manera no debo entrar a terreno sagrado ni a los aposentos de un humano sin ser invitado antes.

—¿Y qué pasa si lo haces?

—Nada... creo, el punto es que no debo hacerlo y no lo hago. De igual manera no debo tocar a nadie protegido por algún símbolo de Dios.

—¡Qué aburrido! ¿Para qué quieres vivir miles de años si vas a tener que seguir un montón de reglas estúpidas?

Santiago le dedicó una mala mirada y estuvo a punto de volver a regañarlo cuando un llamado acudió a su mente.

»Hermano, he llegado a la ciudad, te veré en el bar de siempre en un par de horas«

»De acuerdo, ahí te veo, Thalia«

»¿Ya puedes contactar? Eso quiere decir que estás mejor, me alegra. Solo espero que no me hayas hecho venir en vano.«

—¿Qué haces? —La voz asustada de Dragón lo sacó de su concentración.

—¿Qué?

—Te has quedado ido, como si estuvieras drogado.

—No es nada. Prepárate porque vamos a salir esta noche.

—¿Salir, dónde? —preguntó confundido por lo imprevisto de su aclaración.

—Ya lo verás, ahora ve a darte un baño mientras voy a conseguirte algo de ropa... decente.

—¿Qué hay de malo con mi ropa? —dijo ofendido, pero como única respuesta Santiago señaló el baño antes de levantarse y salir de la habitación.

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