13.- Noche
Santiago se mantuvo en silencio durante el camino, no queriendo arruinar el patente disfrute de Dragón.
Dada la velocidad y la altura a la que normalmente podía moverse, la conducción de este tipo de autos era para Santiago poco más que un necesario fastidio. Por el contrario, Dragón parecía disfrutar sobremanera llevando aquella máquina hasta el mismo límite de velocidad.
No fue hasta que entraron al pequeño camino privado que conducía a su casa que Dragón se permitió aumentar la velocidad. Por algunos instantes Santiago se impresionó, su peliblanco no parecía ser del tipo que respetaba las leyes tan fácilmente o de propia voluntad.
Una vez que el vehículo estuvo guardado en el garaje, Dragón le arrojó las llaves sin quitar la sonrisa emocionada de su rostro. Santiago las atrapó con un leve movimiento antes de colgarlas en su lugar.
—¡Eso ha sido increíble, hombre! Te lo agradezco.
—Podrás manejarlo siempre que lo desees, para mí no es mucho más que un disfraz —dijo con sinceridad, entrando a la casa y dirigiéndose a la cocina—. Supongo que tendrás hambre, no ingeriste nada más que alcohol y azúcar en el bar.
—No creo que tengas algo tan mundano como una cerveza, ¿verdad? —preguntó Dragón.
Santiago solo negó con la cabeza, sacando algunos aditamentos para hacer café. Era claro que él nunca había hecho ni había necesitado hacer algo así, sin embargo había visto a sus trabajadores humanos cuando lo preparaban así que tenía una idea clara.
—Saint, tú, ¿realmente ibas a dañar a aquel chico del baño? —preguntó a su espalda, con la voz baja.
—Me lo pregunta la persona que lo golpeó primero —dijo sin voltear.
—¡Eso es diferente! Ese maldito había insultado a Daniel, se merecía un par de golpes, ¡pero yo no lo hubiera matado como tú podías hacerlo! Y por la mirada que le dedicaste, creo que querías hacerlo también.
Por fin Santiago volteó y dejó frente a él un tazón de fruta picada y una gran taza de café amargo.
—No vuelvas a pronunciar su nombre así, él es Berry y ya, no quiero tener problemas con Thalia.
—¿Me defenderías ante ella? —preguntó como si en verdad lo dudara.
—Obviamente, —contestó, Dragón comenzó a picar la fruta, quizá buscando desviar la mirada—. Y no, no hubiera matado al chico a menos que fuera un verdadero peligro para tí. Podemos llegar a ser muy... protectores, demasiado controlados por nuestros instintos.
Se dio la vuelta para dirigirse al cuarto, Dragón se apresuró a seguirlo con los trastes en la mano. Llegaron hasta el cuarto, en una de las mesitas de noche estaba la ropa con la que había llegado el peliblanco, limpia y pulcramente doblada.
—Puedes cambiarte si lo deseas, ponerte más cómodo.
—Como si necesitara tu permiso para poder ponerme MI ropa —susurró, dejando la comida y tomando la ropa.
Santiago rio un poco mientras el otro iba a encerrarse al baño para cambiarse. Lentamente él comenzó a hacer lo mismo, deshaciéndose del saco y el suéter para dejarlos con cuidado sobre una silla.
De pronto escuchó un jadeo ahogado, Dragón lo miraba desde la puerta abierta del baño.
—¿Qué ocurre? —preguntó con preocupación, Dragón no despegaba la mirada sorprendida de él.
—Tu espalda...
Santiago desvió la vista hacia uno de los espejos, desde el que podía entrever su propia espalda, las marcas y cicatrices que portaba desde que era humano. Tuvo que contener el suspiro que quiso salir de su alma ¿hacía cuanto que nadie lo veía sin ropa? Décadas quizá, había pasado demasiado tiempo solo y se había olvidado de sus antiguas precauciones.
—No es nada, como ya te dije, viví en una época diferente, —se estiró para tomar la larga bata de baño borgoña que colgaba cerca.
Pero antes de que pudiera amarrarla, Dragón se había acercado y pasó la yema de los dedos por una de las largas cicatrices que también cruzaba su pecho. No era más que una línea en su piel de color un poco más oscuro, pero la sensación de los dedos tibios del humano dibujándola hizo que Santiago contuviera la respiración.
—Dragón... —advirtió con voz ronca.
—Cuéntame qué pasó.
Santiago dio un paso atrás y se concentró en cerrar y anudar la bata, de lo contrario terminaría arrojándose sobre él. A cada momento le costaba más trabajo contenerse y crecía la molestia en su muñeca.
Cuando logró serenarse un poco se sentó en la cama, Dragón no había despegado su mirada de él.
—Hagamos un trato, te contaré de mi pasado si tú me cuentas del tuyo.
Dragón pareció pensarlo por algunos momentos, se sentó en la misma silla de antes con el tazón de frutas entre sus piernas. Respiró profundo antes de levantar la mirada hacia el mayor.
—De acuerdo.
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