CAP. 4 Sangre Sucia
¡¡Hola a todos!! Me disculpo por tener abandonadas mis historias, pero ya les traje nuevo capítulo de este fic.
¡¡Espero que disfruten de la lectura, le den clic a la estrellita, comenten y compartan la historia!! 😊
Las imágenes del pensadero se difuminaron con lentitud dando lugar a una escena en la que se apreciaba una estancia oscura y austera.
—¿De verdad es "muy" imprescindible que deba marcharme? —inquiría Draco, con un atisbo de amargura, al tiempo que colocaba en su índice izquierdo un anillo de ónix que le había obsequiado su padrino.
—Sabes que sí —afirmaba Severus—. Estás en edad de asistir a Hogwarts. Ya hemos hablado al respecto —le recordaba por enésima vez.
Draco resoplaba con resignación ante aquella odiosa verdad, mientras que su padrino entornaba los ojos con un tinte de fastidio por la insistencia del chico, a la vez que caminaba hacia él para luego levantar la mano que empuñaba la varita y con ella daba un ligero toquecito sobre el anillo en el dedo del rubio y recitaba un hechizo silencioso.
—Además —proseguía el mago—, antes de ir al colegio es "imprescindible" comprar los materiales que necesitarás durante todo el curso y lamento decirlo, pero —hacía una pausa con un rictus de desagrado—, debes hacer todas esas compras con tu padre. Sería extraño si te ven conmigo en esas diligencias.
El chico apretaba los labios, al tiempo que soltaba a través de sus fosas nasales una pequeña ráfaga con la que expresaba toda su impotencia, su preocupación y su frustración ante ese hecho innegable; no quería por nada del mundo regresar a aquella casa.
—No te preocupes demasiado —expresaba Snape, con la indiferencia patente en su tono y esa típica expresión de desprecio plasmada en su mirada—, pasarás la mayor parte del año en el colegio y solo irás a casa de tus padres en fechas especiales —acotaba y luego añadía—: Básicamente no cambiarán mucho las cosas.
Draco volvía a resoplar en gesto de derrota con el enojo cincelado en sus facciones. Dudaba mucho que no cambiara nada.
—Yo estaré en Hogwarts —afirmaba el hombre para infundir al muchacho un poco de tranquilidad, al tiempo que se ponía a su altura—. Y recuerda también que es "muy" importante que allá no me llames padrino —recalcaba. El rubio soltaba un gruñido en gesto afirmativo, mientras que el pelinegro agregaba—: Tampoco creas que tendré algún tipo de favoritismo o preferencia contigo.
—¡Favoritismo! ¡Ja! —repetía Draco en tono de burla con una ceja alzada y visaje escéptico—. Ya verás que yo seré el mejor alumno de todo el colegio —aseguraba con arrogancia, mientras se acomodaba las solapas de su traje con ademán de superioridad.
—Siempre puedes llevarte una sorpresa —replicaba Severus—. Recuerda que las cosas a veces no van como las planificamos o como queremos y es ahí entonces cuando nos quejamos y decimos que "la vida no es justa" —acotaba con sátira.
Ante las palabras de su padrino el joven Draco soltaba una risa nasal con sorna.
—Si ya terminaste de burlarte, es hora de que partamos a tu casa —señalaba el mago, a la vez que se dirigía a la chimenea de la estancia y tomaba un puñado de polvos Flu—. Ya sabes que si es realmente importante puedes contactarme, ¿verdad? Sabes cómo hacerlo —recalcaba.
Draco asentía mirando el dedo en el que ya no era visible el anillo, pero que seguía ahí, intacto, y tras suspirar profundamente casi en gesto resignado caminaba hacia su padrino y lo tomaba de la mano. El mayor recitaba la dirección de destino en tono claro y ambos desaparecían.
La escena se difuminaba dando lugar a otra casi de inmediato.
En el nuevo panorama se observaba a Draco tendido en el piso retorciéndose de dolor, mientras que en un extremo de la estancia permanecía Lucius, de pie con el brazo derecho extendido empuñando con rabia su varita en dirección a su hijo, con la mirada rebosada de satisfacción y desprecio.
En el acto Severus abría la puerta del despacho y con un rápido movimiento de su varita lo neutralizaba.
—Espérame en tu habitación —le ordenaba Snape en tono gélido a Draco, sin apartar la mirada de Lucius.
El chico se levantaba con dificultad y se desplazaba hacia la salida, a la vez que sostenía su abdomen en un gesto casi agónico.
—¡Por Merlín! —mascullaba el pelinegro—. Tu hijo ni siquiera tiene veinticuatro horas de haber regresado a casa y ya lo estás torturando —gruñía, incrédulo, mientras Lucius lo fulminaba con la mirada y sus labios se curvaban hacia arriba.
Los clamores y las miradas de reproche hacia Lucius en la sala del Ministerio no se hicieron esperar, mientras tanto la escena continuaba su curso.
—Sería bueno, Severus —remarcaba el rubio con petulancia, a la vez que se paseaba por el lugar con aires de superioridad—, que tengas claro que Draco es "mi" hijo, por lo tanto, ya no te voy a permitir que vengas a "mi" casa a decirme cómo tengo que educarlo y disciplinarlo.
—Sería bueno, Lucius —remedaba Snape, despectivo—, que tengas claro que si no fuera por mí, ya no tendrías hijo. Si no fuera por mí, hace tiempo lo habrías matado con tus excepcionales "métodos de educación y disciplina" y estarías en Azkaban perdiendo la poca cordura que te queda.
En los labios de Lucius asomaba una sonrisa sardónica, mientras que en su mirada surcaba la altivez y el desprecio hacia el mago que tenía en frente.
—Ya basta de preocuparse por mí —expresaba sarcástico, a la vez que lo miraba con hastío, mientras se dirigía a la salida de su despacho y antes de desaparecer por la puerta, exhortaba con actitud—. Y será mejor que te largues ya de mi casa.
El escenario de inmediato cambiaba a una habitación sobria, desprovista de colores primarios, con un gran armario de madera oscura en un extremo, un escritorio cerca de la ventana y a su lado una gran biblioteca equipada con diversidad de volúmenes forrados en piel. En medio de la espaciosa estancia se apreciaba una amplia cama con dosel y sobre ella a un niño rubio que reprimía muecas de dolor.
—¿Qué ha pasado? —inquiría Severus, con su habitual tono calmado una vez que había silenciado la habitación y alzaba su varita en dirección a Draco, al tiempo que recitaba un hechizo de diagnóstico.
—Tal vez deberías verlo por ti mismo —replicaba el pequeño, con inflexiones de dolor en su tono.
La amargura surcaba los delgados labios de Severus, a la vez que la determinación brillaba en sus ojos y asentía a la recomendación del rubio.
—Primero sanemos esas dos costillas rotas —decía una vez que había obtenido el diagnóstico.
—¿Solo dos? —refutaba Draco con sarcasmo, hecho un ovillo en su cama ante aquel devastador dolor que le producían los huesos rotos y de su garganta brotaba un alarido cuando volvían a su lugar y sanaban.
—Legeremens —recitaba Severus en un susurro una vez que su ahijado respiraba aliviado y las duras expresiones de su rostro se habían suavizado, y con facilidad se adentraba en la mente del pequeño.
No fue necesario hurgar en cada recoveco, Draco había puesto el recuerdo de lo sucedido al alcance de su padrino y el mago lo repasaba todo con ojo analítico.
—Una sangre sucia —bisbiseaba, a la vez que soltaba una risa nasal por la ironía y aunque no lo demostraba, sí que estaba impresionado.
Por su parte, Draco entornaba los ojos con amargura ante la mención de aquellas dos palabras tan despectivas.
—Tampoco es que lo supiera —replicaba con desdén desde su cama, recostado, mientras se recuperaba y acotaba—. No es como si llevara escrito en la frente "Soy una sangre sucia".
—Bueno, ahora ya lo sabes —reponía Severus—. Y será mejor que apartes tus ojos de ella o despertarás la ira implacable de Lucius —aconsejaba con seriedad—. Él no permitirá bajo ningún concepto que su heredero manche el linaje sangre pura de los Malfoy.
—¿Estás de su lado? —reprochaba el rubio con el ceño fruncido.
—Por supuesto que no —contradecía el mago de inmediato—. Pero recuerda y ten presente todo lo que sucedió con Sirius y tu tía Andrómeda —puntualizaba y proseguía—. Y en ese aspecto, créeme que los Malfoy son mucho más... "estrictos" y bastante "creativos".
Draco contraía los labios, frustrado.
—Bueno, creo que te estás armando una historia totalmente equivocada —rebatía, enojado—, simplemente la miré, no le hice una propuesta matrimonial en medio del callejón Diagon —señalaba con sarcasmo.
—Entonces tal vez deberías repasar tú mismo la escena una y otra vez —refutaba el pelinegro con un atisbo de burla en su voz—. Estabas embelesado —añadía cuando el rubio lo miraba con una ceja alzada y visaje confundido.
—No era por eso —contradecía el chico, con un tinte de enojo en su tono—. Parece que necesitas anteojos —agregaba, con burla.
—¿Entonces? —el pelinegro lo invitaba a explicarse.
—Sabes que Lucius siempre ha dicho que los muggles y los sangre sucia son unos salvajes —expresaba—. Desde que tengo uso de razón se ha referido a ellos como "malditos salvajes", pero... —se callaba, pensativo, con la mirada perdida.
—¿Pero? —apremiaba Severus. Las iris grises del chico se desplazaron hasta el mago que se hallaba de pie junto a la ventana mirando al exterior.
—Sus padres —hacía una pausa, mientras pensaba en sus propios padres—, no vi en ellos absolutamente nada que me indicara que son unos salvajes. Además —proseguía, meditabundo—, entre ellos había una cierta complicidad, sus interacciones eran... se miraban diferente a como se miran mis padres y trataban a la chica con delicadeza y... ¿amor, tal vez?
—¿Y qué piensas de eso? —inquiría Severus desde la distancia con su mirada escrutadora y afilada fija en el chico, detallando cada gesto y expresión.
—Para ser franco no sé qué pensar al respecto, solo sé que —sus labios se curvaban hacia arriba y un brillo malicioso surcaba sus ojos al recordar el momento—, lo único salvaje que vi en esa chica remilgada con aires de suficiencia fue su "horrible" cabello.
—¡Interesante! —murmuraba Snape, con los dedos índice y pulgar de su mano izquierda sobre su barbilla en gesto reflexivo, ahora con la mirada perdida en algún punto fuera de esa habitación.
—Lucius me ordenó que me hiciera amigo de Harry Potter —soltaba de pronto el rubio.
Los ojos de Severus de inmediato se enlazaron con los de su ahijado.
—¿Te dijo el motivo? —cuestionaba el mago. El chico negaba en un movimiento de cabeza—. ¿Qué piensas hacer?
—Una amistad forzada —decía Draco, más para sí mismo—. No, ni siquiera lo intentaré. Nada bueno podría salir de eso —añadía, con el ceño fruncido.
—De ahora en adelante tendrás que manejarte con más cuidado —sugería Severus—. Recuerda que Lucius puede ir y venir de Hogwarts tanto como quiera —acotaba—. Y por si eso no fuera poco, los hijos de sus conocidos más leales también entrarán este año al colegio, por lo que sabrá cada uno de tus pasos —agregaba con cautela.
Draco bufaba enojado, impotente y fastidiado.
—¿Por qué se supone que él haría algo así? —cuestionaba, confundido—. ¿Por qué espiaría a su propio hijo? ¿Y cuál es el interés en ese Harry Potter? ¿Es cierto que regresará Vold...? —se callaba en el acto cuando Severus lo reprendía con la mirada por atreverse a pronunciar aquel nombre—. ¿Él volverá? —preguntaba finalmente.
—Creo que mejor deberías preocuparte por desarrollar tus habilidades de oclumancia —increpaba el mago—. Eres un oclumante natural, pero tienes que perfeccionarte. Tienes que ser incluso mejor que yo —la modulación en sus palabras dejaba claro que no era una sugerencia—. Eso te ahorrará muchos problemas, créeme —añadía con firmeza en su tono.
—¿Es por la profecía? —inquiría de pronto el rubio.
Por primera vez en mucho tiempo el rostro de Severus Snape reflejaba emociones diferentes al desdén. Estaba impresionado, desencajado, tal vez asustado, había palidecido por completo con la mención de aquella palabra; profecía.
—¿De dónde has sacado eso? —apremiaba, incrédulo, mientras se acercaba con rapidez a la cama del chico y se sentaba en el borde.
—No soy un tonto, padrino. Sé lo que se dice fuera de esta casa y de la tuya —expresaba con suficiencia.
—¿Y qué es lo que se dice fuera de esta casa y de la mía? —inquiría con su acostumbrada calma y el fastidio patente en su tono.
—Que él —respondía en un susurro, inclinándose un poco hacia Severus, en ademán confidente—, que ese mago oscuro volverá. Que es inmortal y que ese tal Harry Potter es el elegido, el único que podrá vencerlo.
—¿Quién te ha dicho eso? —inquiría el hombre.
—Además —proseguía el chico, orgulloso de la información que poseía—, sé que la tía Bella está en Azkaban por torturar al matrimonio Longbottom, creyendo que su hijo era ese tal elegido, ¿no es así?
—Nott, supongo —murmuraba Severus, con los labios torcidos en una mueca de incordio cuando comprendió que su informante no debía ser otro que el hijo de Nott, el pequeño Theodore Nott.
—Lucius es seguidor de ese... mago —proseguía Draco, sin hacer caso a las conjeturas de su padrino para no delatar a su amigo—, y quiere convertirme en su espía, por eso me ordenó que me haga amigo de ese chico. Como te dije padrino, no soy un tonto.
El mago fruncía los labios en una mueca extraña que pretendía ser una sonrisa.
—Bueno, niño sabiondo y astuto —decía, sarcástico—, será mejor que cuides muy bien cada uno de tus pasos y te hagas un experto en oclumancia y legeremancia, porque déjame decirte que vendrán tiempos difíciles que pondrán a prueba tus habilidades —aconsejaba sin hacer evidente su preocupación.
La escena entonces se oscurecía hasta difuminarse por completo.
¡Nos estamos leyendo! ❤️
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