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(よん)

(4)


Cuando volví a abrir los ojos, la noche había caído y un pálido rayo de luna se colaba a través de la ventana entreabierta. Esta vez no fue el dolor lo que me despertó, pero habría deseado no haberlo hecho en primer lugar: me seguía doliendo todo. Cada aliento era un esfuerzo tremendo para mi caja torácica, resentida por el golpe que me di al caer al suelo, y el hombro herido me parecía tres veces más grande de lo habitual. Tampoco podía moverlo muy bien.

—No puede ser —murmuré en medio de la oscuridad. Luego intenté girarme sobre el hombro bueno para levantarme, ¡me volvía loca estando quieta en medio del malestar!, pero el movimiento solo sirvió para que el roce de la mejilla con la almohada me lanzara un latigazo de dolor que se regó como un incendio hacia el nacimiento de mi cuello y la base del cráneo. No solté un chillido por lo avanzado de la hora, pero claro que deseé haberlo hecho.

Todo lo sucedido durante la reunión pasó delante de mis ojos, cada sonido, mi reacción impulsiva, el golpe de aquel abanico, y las últimas palabras de Serizawa Kamo:

«A partir de ahora está bajo mi mando, si es que no se muere antes. Ya veremos de qué es capaz más adelante»

No supe si reír o llorar. Si bien, la primera parte de mi misión estaba cumplida y tenía autorización para quedarme entre las filas del cuerpo denominado "Rōshigumi", también era cierto que armé una tremolina bestial desde mi primer momento en Kioto, y se me caía la cara de vergüenza.

Vuelta a tumbar boca arriba para evitar el dolor en el lado derecho de la cara, y en el hombro izquierdo, saqué las manos de debajo del cobertor. Quise tirarme del cabello para hacerme escarmentar, como lo haría con una niña pequeña. Hacía fresco aquella noche, y me pregunté cuánto estuve inconsciente esta vez, porque la luna fuera de la ventana entreabierta me parecía exactamente igual. «Quizá dormí un mes entero» bromeé para hacer las paces conmigo misma antes de sentarme, acción de la que me arrepentí de inmediato. Todo me dio vueltas, se me revolvió el estómago y pensé que iba a volver a desplomarme sobre el futón hasta que tuve el buen tino de colocar la mano en el tatami para aterrizar. Automáticamente el vértigo se detuvo.

—No puede ser —repetí con la voz ahogada por la inflamación.

Nunca me había embriagado en mi vida, pero estaba segura de que así debía sentirse la peor de las resacas. Cuando moví la lengua en medio del amargo hueco de mi boca, encontré con horror que había un espacio vacío y doloroso entre dos molares en la parte posterior de la mandíbula, y el desagradable sabor a sangre se me regó rápidamente por el resto de la cavidad. Arcadas. Malditas arcadas: me giré como pude en mi sitio y sentí cómo mi estómago luchaba por salirse a través de mi garganta. La única razón por la que no vomité, probablemente estaba relacionada con que tenía el estómago vacío.

Cuando el acceso de náuseas se fue, logré quedarme quieta en medio de la oscuridad de la alcoba, crucé las piernas bajo el cobertor y apoyando los codos en las rodillas me tomé la cara con las manos heladas. Me dolía a horrores. Todavía pasó un rato más hasta que logré calmarme lo suficiente y decidí encender la lámpara al lado del futón. Al instante la luz dorada se derramó sobre cada rincón de la estrecha alcoba, e iluminó mis cosas colocadas al lado contrario de la puerta. Vi la daga Kaiken que Sanosuke-kun me había dado, y no pude evitar darme una palmada en la frente.

—Menos mal que se me olvidó —murmuré, cerrando los ojos—. Si la hubiera usado y un poco de suerte, todo habría acabado en homicidio.

Al poco rato me pareció escuchar pasos fuera de la habitación y alguien llamó a la puerta. Al momento, ésta se abrió, y la figura inmensa de Sanosuke-kun apareció al otro lado con una bandeja entre las manos. Me sonrió, y se deslizó dentro con una elegancia que uno no se esperaría de alguien con un cuerpo de ese tamaño. Entró equilibrando la bandeja en la diestra mientras con la otra cerraba a sus espaldas, y fue a sentarse a mi lado sin ninguna prisa.

—Sabía que ibas a despertar hoy mismo —dijo suavemente nada más colocar la bandeja junto a mi—. ¿Cuándo fue la última vez que comiste algo en forma?

Me distraje un momento. El aroma del arroz blanco me llegó a la nariz y despertó a la bestia del hambre en mi estómago, aunque fueron los espirales de vapor que subían desde el tazón de sopa de miso lo que le dio fuerzas suficientes para comenzar a rugir. Las arcadas de hacía rato quedaron completamente en el olvido, y agradecí por ello.

—Anda, niña, come algo —me apuró con un tono gentil—. Hacen más de tres días que no pruebas bocado, estoy seguro. La herida nunca va a sanar si no te alimentas como se debe, ¿o acaso quieres que te alimente yo?

Me sobresalté y rápidamente volqué mi atención sobre la comida. Aunque el hombro estaba dolorido y se sentía torpe, fui perfectamente capaz de tomar el tazón de arroz con esa mano y los palillos con la otra. Su calidez y su aroma me reconfortaron un montón, y comencé a comer casi sin darme cuenta. Realmente tenía mucha hambre.

—Eso es. Termínate todo. Si quieres más arroz, todavía queda un poco en la cocina.

Lo escuché decir en algún punto, por encima del murmullo inquieto de mi masticar. Bebí un sorbo de sopa, y con los palillos tomé uno de los brotes al vapor que había al lado a manera de guarnición. Todo me sabía divino: el arroz blanco y glutinoso, la sopa caliente de característico salado y las verduras sobre mi lengua que parecían derretirse. Sería por el hambre, pero después de aquella noche no volví a comer nunca nada tan rico.

Sanosuke-kun no dijo nada mientras me veía comer. De hecho, creo que se distrajo en algún punto, porque no sentí su mirada sobre mi durante un buen rato, así que llegado el momento en que ya no estaba comiendo desesperadamente, le eché un vistazo por encima del tazón. Había cambiado, pero muy poco. Era altísimo, más de seis shaku, seguro, y su cuerpo parecía esbelto pero fornido debajo del kimono oscuro y el pantalón Hakama de tela gris. Sus piernas, muy largas, tanto que debía improvisar posturas raras para caber en el espacio entre el futón y la puerta, y mientras me daba cuenta de ello también reparé en que movía nerviosamente los dedos de los pies. Sonreí, luego aparté la vista de regreso a mi comida.

La sopa de miso se acabó entonces. Me había durado poquísimo.

—¿Quieres más arroz? —ofreció suavemente al ver que me terminaba también ese plato, pero yo negué con la cabeza.

—Gracias, estoy satisfecha —Mentí.

—Ajá —se rio, y puso delante de mí una calabaza con agua—. Deberías aprovechar que estoy siendo así de servicial, o tendrás que esperar hasta mañana para comer de nuevo.

Su insistencia me hizo cosquillas en alguna parte del corazón. Si bien, ya me había acostumbrado a la soledad, también era cierto que una parte de mi corazón siempre disfrutaría las atenciones y los cuidados, que me hacían volver a sentir como en casa. Luego de tomar la calabaza con ambas manos y beber un sorbo, me di cuenta de que en realidad era él y su sola presencia los que me hacían sentir de ese modo.

—¿Qué hora es?

—Tarde —se sentó con las piernas cruzadas y apoyó las manos enormes en el tatami a sus espaldas para mantenerse derecho y no irse a recargar en la puerta cerrada—. Ya hace rato que todos se fueron a dormir.

—¿Entonces cómo es que esto estaba caliente?

—¿Importa?

—¿Lo calentaste tú? —devolví el tazón vacío y los palillos a la bandeja, pero un latigazo de dolor me crispó los dedos en el último momento, y ambas cosas terminaron cayendo estrepitosamente sobre el tatami —... No puede ser.

—¿Estás bien? —lo vi extender las manos enormes y alcanzar los palillos, que habían quedado regados a sus pies, para devolverlos a la bandeja. El tazón lo alcancé yo—. Debes tener cuidado con esa herida, niña. Si la descuidas, incluso podrías perder el brazo.

La sola idea me provocó una sensación sobrecogedora y un escalofrío. Ni siquiera quería barajar la posibilidad, mucho menos imaginarme fracasando en mi tarea por quedar manca.

—Sí, tendré más cuidado.

—¿No te duele la cara por el golpe?

Le miré, sorprendida. Me estaba observando con inquietud, fruncidas las cejas y apretados los labios a pesar de mantener la imperturbable sonrisa. La sensación de tener delante a mi hermano mayor pareció envolverme como un cálido abrigo, y a pesar de cualquier malestar, volví a relajarme. Me hacía sentir segura.

—Un poco, pero en realidad me duelen más los dientes —murmuré, y solo de pensar en ello, me estremecí de vergüenza—. Encontré la mejor forma de meter la pata allá, ¿no? Menudo desastre armé con ese viejo cretino.

Frunció el ceño, y sus ojos dorados parecieron incendiarse desde el interior.

—Él te estaba provocando a propósito para ver hasta dónde llegabas.

—Y yo voy e intento matarlo con su propia daga, ¿no soy fenomenal?

—Por supuesto —sonrió, pero aquella fue una mueca oscura, cargada de sentimientos tormentosos que se reflejaron en sus ojos—, solo que debiste haber usado la tuya, que por algo te la devolví: ninguno de nosotros te habría reprochado nada si se la metías en el corazón. Por cierto, te perdiste la mejor parte. Mientras te echabas la siesta acabé amenazándolo de muerte, e igual no me atreví a atacarlo cuando tuve la oportunidad —se lamentó luego de encogerse de hombros. Por mi parte, sus palabras me habían arrancado el aliento—. A la otra procura no desmayarte, o te volverás a perder toda la diversión. Ryūō pensó que te morías, y se puso como una fiera cuando se dio cuenta de que te abriste la herida tantas veces que ya casi no había de dónde tomar para cerrarla de nuevo. Ten por seguro que mañana vendrá a darte un sermón como una casa de grande.

—¿Qué hiciste qué...?

Mi voz, afectada por el asombro, lo hizo quedárseme mirando en silencio con una mueca de tranquilidad casi indiferente, y cuando me respondió lo hizo con tal naturalidad que pensé que me estaba explicando la dirección de una tienda de tinta.

—No hice nada, ¿no me estás escuchando? Al final no me moví cuando me dijo que podía intentar matarlo. Qué vergüenza.

—¿¡Amenazaste de muerte a tu comandante?!

—Si, niña, eso hice —rodó los ojos con fastidio—. Aunque Serizawa no es mi comandante. Él está al mando de la facción de Mito, y yo soy del Shieikan, al mando de Kōndo-san...

—¿¡...Por qué hiciste algo como eso?!

Mi exclamación le contrarió tanto que en medio de un ceño fruncido acabó alzando una ceja.

—¿Y qué esperabas que hiciera?

Quise pegarle.

—¡No puedes hacer eso! Una amenaza en si misma ya es bastante poco honrosa, pero, ¿amenazar de muerte a un superior?

—Te arrancó un diente, niña —escupió—. ¿Tienes idea de lo difícil que es arrancar un diente de raíz sin reventar todos los huesos que lo rodean? No estarías esperando que me quedara de brazos cruz...—se interrumpió de golpe, frunció más el ceño y apartó la mirada. Su expresión se oscureció repentinamente—... de acuerdo, al final no hice nada, pero no va a volver a suceder, tenlo por seguro. Serizawa me las va a pagar.

Me sentí ansiosa por la determinación que vi reflejada en sus ojos, y esa sensación sobrecogedora me empujó a acercar la mano buena y colocarla sobre su antebrazo para llamar su atención, luego de que su mirada se quedara perdida en algún punto de su resentimiento. El calor de su piel bajo mi palma fría no ayudó a tranquilizarme.

—No te metas en esos líos con tus camaradas por mi culpa, Sanosuke-kun —murmuré. Él se dio prisa para confrontarme nada más escuchar mis palabras, y vi en el dorado de sus ojos que la flama de determinación no se había extinguido—. ¿Lo entiendes? Ellos son tus compañeros y yo soy una extraña, no puedes ponerme por encima en la escaleta.

—Extraña, mis narices —escupió de sopetón, haciéndome callar—. ¿Se te olvida que vi cómo te cambiaban los pañales? ¿Quieres que me ponga a recapitular las veces que te regresé cargando a tu cama porque te quedabas dormida en lugares raros? O lo que quieres es que me ponga a lanzarte frijoles a ver si se te despierta algo en esa cabeza tuya y dejas de decir tonterías. ¿Qué te parece si contamos en cuántas oportunidades te llevé sobre mi espalda porque te dio la gana salir descalza a la calle? ¡o porque simplemente eras demasiado perezosa para caminar tú misma!

—¡E-eso no...!

—Ah, eso no, ¿entonces quieres que te recuerde lo que me hiciste en el jardín de tu padre?

Un talud de memorias se me vino encima y pronto sentí que se me colgaba el corazón de la garganta, tan pesado que toda la sangre se me agolpó dolorosamente dentro de las mejillas. Su manera de decir "lo que me hiciste" fue la peor parte de todo, porque equivocado no estaba, ni se trataba de un mentiroso: ¡hacía años que no me sentía tan avergonzada!

—¡Cállate, Azuki! —exclamé a la desesperada, cubriéndome la cara roja con ambas manos tras arrancar la que había tenido en su brazo. La mejilla inflamada no me dolió más que el orgullo.

¡Ah, ahora ya te acuerdas de mí! —exclamó, cruel y victorioso, sin importarle que había vuelto loco a mi pobre corazón con sus tonterías—. ¡Vuelve a sugerir que somos extraños, y te voy a recordar todo con más detalles! ¿Quedó claro?

Desesperada, frustrada, nerviosa y muerta de vergüenza no fui capaz de moverme un ápice después de que arranqué mi mano de su piel y me abracé a mí misma con ella. Fruncí tanto los labios que debían estar retorcidos en una mueca graciosa. ¿Es que su cerebro no había crecido a la par de su cuerpo? ¡¿cómo llegó tan lejos siendo tan bruto?! ¡No había cambiado absolutamente nada! Seguía siendo el adolescente estúpido e impulsivo que se divertía poniéndome nerviosa para ver cómo me sonrojaba, y, al parecer, yo seguía siendo la mocosa tonta que caía redonda en sus tonterías, con los ojos cerrados y ruborizada hasta las orejas.

—¿Quedó claro, Azuki-chan? —insistió, y su voz se había suavizado hasta sonar cantarina de lo burlona que era.

—Cállate.

—No. Dime que entendiste lo que dije.

—¡Cállate, Azuki!

—¿Quedó claro lo que dije?

—¡Sí, demonios!

—Uy, qué boquita —se burló de mi grosería, pero no se rindió ahí—. ¿Qué fue lo que quedó claro?

—¡Deja de molestarme!

—Responde, niña, o puedo volverme mucho peor.

—¡No volveré a decir que somos extraños, bruto!

Se detuvo por fin y lo escuché soltar una risa por la nariz, profunda, nacida del fondo del pecho. Enojada y ansiosa a partes iguales, alcé la cara y me di de bruces con su imagen, tranquila, incluso jovial, riendo como si no le pesara nada en la vida y no tuviera nada más que esa risa para llenar su corazón, cálido y gentil. Era el mismo. Seguía siendo el mismo. Mi mejor amigo, mi hermano mayor, mi primer amor. Lo odié profundamente por seguir siendo él, por no haber cambiado nada, y por volver a aparecer para despertar todo aquello que intenté mantener sepultado en mi pecho en mi afán por mantenerme a salvo a mí misma... Y al mismo tiempo sentí cómo todos los sentimientos que alguna vez llegué a albergar por él volvían a florecer como brotes alcanzados por la primavera.

—Muy lista —murmuró para felicitarme cuando acabó de reír—. Dicho eso, entenderás que eventualmente voy a tener que hacerme cargo de ese viejo desgraciado, y que es por mi propio honor tanto como por ti, así que tú no vas a detenerme ni a intentar que se me olvide, lo pase por alto o lo perdone, ¿verdad? —suavizó su tono hasta que dejó de ser burlón y se tornó paciente, incluso conciliador, como un adulto explicando algo a una niña pequeña. Aunque quise enojarme por su condescendencia, el reflejo de añoranza en sus ojos dorados me distrajo a tiempo—. Uno no debe permitir que su honor se manche, ¿no era eso lo que decía tu padre? Proteger a los tuyos, ser valiente, ser cortés, leal y justo para andar el camino del guerrero. Si permito que te deshonren a ti, no voy a ser mejor que quien quiera que te haya ofendido, y no me puedes pedir que renuncie a mi honor, Azuki-chan.

Me mordí los labios y, nerviosa de una manera diferente, aparté la mirada hasta posarla sobre la bandeja vacía.

No debía, pero sus palabras estaban arropando a mi corazón con una capa de nostalgia y afecto que había olvidado que necesitaba. Su voz, profunda y gentil, acariciaba las heridas de mi corazón y reanimaba la esperanza que yo misma había decidido asesinar cuando comprendí que mi deseo de venganza me llevaría directamente a la muerte.

«No. Te lo ruego, no me hagas esto...» Le pedí para mis adentros, cerrando tan fuerte los puños que sentí estremecer de dolor la herida de mi hombro «¿Qué no entiendes que me haces desear no estar sola? ¡Desaparece! ¡Vuelve a convertirte en humo como todas las otras veces que soñé con que vendrías a salvarme! Vuelve a la tumba, y dime que todo esto es un sueño antes de despertar deseando que todo sea real.»

—Oye, cuidado con el hombro, niña, o Ryūō nos va a matar a ambos por hacerlo trabajar de más —señaló al ver que me estremecía por el dolor. Al darme cuenta de lo que sucedía, me enderecé y dejé de apretar los puños.

Aturdida, con todas las emociones haciendo un desastre dentro de mi pecho, quise dejar de pensar en todo aquello y cambié de tema.

—¿Ryūō?

Él se dio cuenta, por supuesto, pero no se negó a seguir mi línea de conversación.

—Es el criado del viejo Serizawa. Como de tu edad, buena gente, malos modos. Te va a agradar.

Sonreí en silencio y descansé la mano izquierda sobre la rodilla. Las punzadas de la carne abierta se fueron haciendo más leves conforme mis músculos se relajaron, y al final, no sentía nada de dolor si procuraba no mover los dedos.

—¿Cómo supiste que estaba despierta? —pregunté otra cosa.

—Encendiste la luz.

En un gesto fatigado echó la cabeza hacia atrás, descansando todo su peso en los anchos hombros y las manos apoyadas otra vez sobre el tatami, para mirar de forma distraída la hendidura que dejé con la espada en el extremo de la viga. Parecía estar perdido en sus pensamientos.

—Perdóname —lo oí murmurar luego de un largo rato.

Sorprendida, me volví a mirarlo de golpe, pero lo encontré todavía absorto en la muesca de la viga. Ni siquiera intentó darme un vistazo.

—¿Por qué?

—Por todo —no bajó la cabeza, pero su mirada cayó sobre mí al tiempo que la sonrisa de sus labios se retorció hasta tornarse extraña. Serena, incluso gentil, pero profundamente melancólica—. Por no detener a ese cabrón antes de que te pegara hoy, y por permitir que te llevaran lejos de Iyo en aquel entonces. Debí estar contigo, pero terminaste cargando sola con todo por demasiado tiempo, ¿no es verdad?

Sola. Esa era la palabra.

Había estado tan sola, y había tenido tanto miedo durante esos años. Yo, que era la luz en los ojos de mi padre, mimada y consentida, a la que nunca se le había negado nada: ¡por supuesto que tuve miedo! ¡claro que supliqué al cielo miles de veces porque todo fuera una espantosa pesadilla! Cargué con todo mi dolor y desesperación creyendo que él, ¡que todos! Me habían dejado atrás en un mundo retorcido por la oscuridad... Pero no me atreví a culparlo. No cuando era su recuerdo el único que podía evocar de los años maravillosos, cuando seguía soñando despierta con el tiempo que estuvo a mi lado.

Ahí iba otra vez, con esos pensamientos intrusivos que solo estaban para causarme malestar y atormentar mi ya de por si atormentada existencia. Comencé a sentirme muy, muy cansada.

—Sanosuke-kun, tú no tienes la culpa de nada de eso.

—¿No? —alzó una ceja y por fin me encaró del todo—. Si lo hubiera hecho callar antes, no te habría tocado las narices y no hubieras saltado a matarlo... —otra vez esquivó mi mirada, y acabó clavando los ojos dorados en algún punto del tatami, frunciendo el ceño—... Y si hubiera cumplido mi palabra en aquel entonces, nunca te habrían enviado lejos de Iyo.

—Vamos, no es cierto —traté de sonar conciliadora mientras me inclinaba hacia él, y sonreí tanto como pude—. Lo de hoy, ni lo menciones, que también saliste afectado por mi culpa: ¡hasta amenazaste con matar al tipo! Respecto a lo otro, tampoco estabas obligado a cumplir nada, no cuando te obligué a prometer eso casi a la fuerza, ¡y no éramos más que unos críos! Si Padre y tío Chōji no hubieran muerto no nos habrían permitido hacerlo de todos modos, ni yo te habría obligado.

—Pero yo sí —espetó de pronto. Sus ojos se habían oscurecido por una fina bruma de descontento—. Era mi palabra, niña. Tuviera la edad que tuviera, con o sin testigos, era mi obligación cumplirla, y te habría tomado como mi mujer incluso si nuestros padres no hubieran muerto. ¿No fue eso lo que hizo Baiu para empezar?

Todo lo agradable que me hubiera sido recordar nuestro tiempo de juventud se cortó de pronto, interrumpido con violencia por la mención del nombre de mi hermano mayor. Los recuerdos me golpearon con una brutalidad tal, que tuve que sujetarme la cabeza con ambas manos o sentí que la frente se me partiría en dos. Su solo nombre dicho en voz alta me lanzó imágenes, flashes violentos, sonidos desagradables, el asqueroso olor de la sangre... y su voz... Aquel pavoroso rugido me resonó como un relámpago entre los oídos e inició la reacción en cadena que culminaría como una espantosa migraña. Me quedé sin aire. ¿Por qué? ¿Por qué justo ahora que todo estaba tranquilo? El corazón que había estado debatiéndose entre nervios y felicidad, ahora corría como perseguido por el mismo infierno y amenazaba por arrancarse de mi pecho. Sentía que me iba a morir. El tiempo corría muy lento... No. Corría hacia atrás, me estaba llevando de regreso a aquella noche...

—Oye, niña... —al darse cuenta de mi malestar se inclinó sobre mi y tomó mis muñecas con sus manos en un intento de apartarlas para mirarme a la cara—...Oye, ¿estás bien?

La cadencia de su voz resonó entre los gritos de mi memoria, primero bajo, luego mucho más fuerte, y gracias a ello tuve algo a lo que aferrarme para salir al paso de mi desesperación. El tacto tibio de sus manos fue el camino trazado que decidí seguir para abandonar ese abismo, andando despacio hasta volver a encontrarme en la realidad donde me esperaba con una mueca de inquietud avasallante.

Me sentí avergonzada del pequeño lapsus, y no me atreví a encararlo.

—... Baiu siempre tuvo la cabeza muy dura —murmuré suavemente, tratando de recuperar el hilo de la conversación, y me alegré de haber terminado de comer, porque de pronto había perdido todo el apetito. Me ahogaba dentro de mi piel: ¡no estaba a salvo dentro de mi propia mente! —. Lo que él hizo no te ataba a ti de ninguna manera, y en todos estos años jamás te reproché por esa promesa, ni por nada de lo que pasó ese día.

—...Quizá deberías hacerlo —repuso con inquietud, mirándome todavía más angustiado—. Haría las cosas más fáciles, al menos un poco.

—Eso suena a que quieres que te odie por todo lo que me ha pasado hasta ahora, ¿no te parece poco razonable? —reí, luchando por relajarme.

—No es que quiera que me odies —su voz fue un hilo perdiéndose en la habitación, que de pronto me parecía inmensa. Cuando buscó mi mirada esquiva, la sonrisa que hasta entonces me había parecido inamovible se había esfumado de sus labios y en su lugar quedó un rictus de amargura que lo hizo lucir mucho mayor de lo que era—. Has estado cargando con todo esto tú sola por mucho tiempo, me ha quedado más que claro. No solo por esto. Hasta en la forma en que sonríes puedo ver que has pasado por el infierno demasiadas veces para tu edad... y tu tamaño.

—Ahí vas contra mi estatura otra vez —reí para no llorar—. Culparte no va a resolver ninguno de mis problemas, ni a arreglar nada de lo que ya está roto. Al contrario, ¿no te parece que odiarte me dejaría todavía más sola?

—Lo sé —murmuró, agachando un poco la cabeza—. Pero, de algún modo, tengo la impresión de que al menos de esa manera puedo ayudarte a llevar lo que quiera que tengas encima justo ahora. Si me odias, me vuelves en parte responsable de esto, y si soy responsable, algo habrá que pueda hacer.

Alzó las cejas como si me estuviera proponiendo un negocio fenomenal, de una manera tan natural que tuve que soltar una carcajada sin poder evitarlo. Cuando me oyó reír, incluso sonrió un poco.

—¿Y no se te ocurre una mejor manera de pedirme compartir esto contigo?

Se encogió de hombros. Después tomó la bandeja con una de las enormes manos y la apartó para acercarse más al futón. Su aroma, limpio, cálido, profundamente masculino me embargó por completo y sentí que solo envuelta por esa fragancia volvía a mis años de adolescencia, en el salón principal de la casa de mi padre, delante de un compilado de haiku o sosteniendo entre mis manos el viejo shamisen con el que aprendí a tocar. Quise quedarme con ese recuerdo por mucho más tiempo, e inspiré hondo mientras cerraba los ojos. Cuando volví a abrirlos, lo encontré tratando de leer a través de mí con su mirada.

—Tengo miedo de pedirte que me cuentes qué fue lo que sucedió contigo después de irte de Iyo —admitió con cierta dignidad, por lo bajo. Apreté los labios.

—¿Por qué?

—Algo me dice que no es algo que quieras revivir.

Sonreí, comenzando a sentir cómo la bestia de la ansiedad se daba a la tarea de removerme las entrañas. Sin embargo, conseguí someterla luego de dar otra bocanada de aire y clavar la mirada en el cobertor que todavía tenía sobre el regazo, mientras él se sentaba apropiadamente sobre sus talones.

—No, no quiero —murmuré, pero cuando alcé la mirada, en medio del creciente malestar proveniente de mi alma, encontré consuelo en sus ojos dorados—. Cada vez que pienso en ellos, así sean los recuerdos más hermosos de la época en la que todo estaba bien, inmediatamente termino otra vez delante de los cadáveres —hice una pausa para inspirar hondo, y sentí que el corazón comenzaba a acelerar su marcha—. Es por eso que no te guardo rencor, ¿sabes? Después de todo lo que pasó, ya no soy capaz de pensar en ninguno de... ellos... ni siquiera de decir sus nombres, porque de inmediato me saltan encima los recuerdos de todo lo que pasaron... pero cuando pensaba en ti, incluso creyendo que estabas muerto, solo podía evocar los buenos tiempos, ¿sabes? Eres lo único que me queda del tiempo antes de que la oscuridad se lo tragara todo.

Hice una pausa para inspirar otra vez su agradable aroma.

—Entonces no lo hagas —murmuró gravemente, y su seriedad me enterneció de cierta extraña manera—. No necesitas volver a estar ahí, y yo no te voy a obligar.

Guardó silencio, y miré de reojo la manera en que cerró los puños sobre sus rodillas flexionadas, con lo que no pude evitar darme cuenta de lo grandes que eran sus manos bajo la luz de la lámpara. Delgadas, con los nudillos prominentes, especialmente el del medio, gracias a lo cual pude revivir memorias en las que aquellos dedos largos e inquietos se entrelazaban con los míos. Quise volver a tomar así aquellas manos. Quise arrojarme a sus brazos y recostar la frente contra su pecho como hacíamos de niños, y quise llorar todo lo que no había llorado en estos años, escondida bajo las mangas de su kimono. Solamente fui capaz de morderme los labios.

—Todo esto sería más fácil si hubieras decidido odiarme, niña —soltó de pronto, haciéndome alzar la mirada hasta que me di de bruces con la suya. La sonrisa amarga de sus labios me hizo nudos el corazón—. Si me golpeas puedo esquivar tu puño, si tratas de matarme con la espada —echó un vistazo hacia la muesca de la viga sobre su cabeza—, puedo bloquear tu ataque; si maldices mi nombre y al de todo mi clan, si gritas cuánto me odias y cómo traicioné tu confianza y la de tu familia, que me recibió como otro hijo ante la falta de mi padre, puedo arrodillarme con la frente contra el suelo y suplicar tu perdón cada día hasta mi muerte. Incluso podría intentar abrirme el estómago de nuevo para pagar con mi vida la deslealtad que cometí.

—No, no, que ni se te ocurra volver a hacer esa tontería —me reí de golpe, y él, fiel al recuerdo que tenía de nuestra adolescencia, tuvo que detenerse a reír un poco conmigo.

—¿Y entonces qué hago? ¿Vas a dejarme cumplir mi promesa para enmendarme?

—Ya te dije que no necesitas enmendar nada.

Apretó los labios y con una expresión severa, extendió la mano hacia mí. Aquellos dedos largos y blancos se deslizaron por la piel de mi mejilla inflamada, tan suavemente que apenas sentí su roce y colocó un mechón de cabello detrás de mi oreja. Después, sin embargo, en lugar de apartar la mano prefirió colocar las yemas de los dedos en mi sien para impedirme apartar la mirada, como sabía que iba a pasar por la manera en que fijaba sus ojos en los míos.

—No quiero que vuelvas a estar sola, Ume.

¿Sería por el tono de su voz? ¿Por el tacto de su piel en la mía? Quizá era simplemente que sus labios pronunciaron las palabras que llevaba deseando oír desde que todo ese maldito infierno había comenzado, pero el mundo entero se me cayó dentro del pecho y comenzó a dar vueltas. Si no me hubiera aferrado de la mano que tenía en mi rostro y permitido que me acunara con ella la mejilla, probablemente me habría derrumbado. Por eso no lo aparté cuando también me sujetó con la otra.

—... ¿Y si te pidiera que me dejaras permanecer a tu lado? ¿Y si te prometo que esta vez cumpliré mi promesa?

Sentí mi corazón subir hasta colgarse de mi garganta, como un nudo imposible de tragar y, en consecuencia, no fui capaz de detener el impulso de comenzar a llorar.

Una parte de mí deseaba aceptar, echarme entre sus brazos y desgarrarme el alma a gritos; ser protegida, ser mimada, ¡siempre me había encantado! Y, a pesar de todo, la parte más racional de mi corazón, aquella de la que había dependido todos esos años para mantenerme cuerda y que seguía empujándome para ir hacia adelante, me gritó que no lo hiciera, que era peligroso poner todo mi valor y mis esperanzas en alguien más que en mi misma, ¡que me dolería demasiado en el momento que volviera a perderlo! Inspiré hondo, con el corazón en un puño y sin saber qué hacer ahora. Me faltaba el aire, y el llanto cortaba mi rostro como cuchillas calientes que solo aumentaban mi vergüenza y el dolor de mi corazón.

Lo había necesitado tanto. Lo había querido tanto. ¿Pero cómo reunir el valor suficiente para aferrarme a él, cuando esa maldita criatura que todo me lo había robado seguía rondando por ahí, libre, dispuesta a hacerme daño de todas las formas posibles?

«¡Ámame!» Quise gritarle, desesperada, y le tomé la mejilla con la mano derecha porque la izquierda me dolía demasiado «Dime que todo esto es un sueño, ¡que nada ha pasado! Dejaré que te quedes a mi lado si me puedes prometer que no voy a tener que volver a sufrir cuando te mueras. ¡Júrame que no voy a tener que llorar tu muerte!»

Se hizo silencio, tan largo y tan pesado que tuve tiempo de calmarme y dejar de llorar, aunque sus manos grandes aún no se habían apartado de mi rostro, y sentí cómo me secaba con los dedos el rastro húmedo de las lágrimas, caricias tan gentiles que me daba la impresión de que estaba curando al mismo tiempo las heridas de mi corazón destrozado. Abrí entonces los ojos, y en los suyos encontré el peso de todo mi dolor reflejado, como si hubiera decidido llevarlo también dentro de sus irises, soles en la oscuridad. La lámpara se había consumido, y me estremecí, de frío y cansancio.

—¿Me aceptarías si te lo pido, Ume?

Su voz me hizo ecos en el fondo de la mente, y sentí que el corazón que hasta un rato antes enloquecía de dolor, recobraba la marcha con energías renovadas. Menudo traidor.

No quería. Iba a doler. Mi soledad había recubierto mi alma con una armadura impenetrable: ¡ya no me podían quitar nada si no me quedaba nada!

—Te extrañé tanto... —lloriqueé, y los ojos se me volvieron a hacer agua.

Apoyó su frente contra la mía, y su aroma, limpio, profundamente masculino, me envolvió completa como sucedía cuando éramos adolescentes.

Esta vez sí cumpliré mi promesa.

«No, ¡no debo! ¿¡qué haré si te hace daño?! ¿¡cómo soportar que corrompa también tu recuerdo?!»

—Solo quédate a mi lado... —me rendí, embriagada por su calor, por su aroma, por su tacto gentil y por la alegría de volver a tenerlo a mi lado. Se sentía como un sueño, una preciosa mentira, pero yo había estado tan asustada...— No quiero estar sola cuando todo esto termine, y tú eres todo lo que me queda, Sanosuke-kun.


Glosario:

-Geiko:

Es el término que se utiliza en la región de Kioto y Kanazawa para referirse a lo que nosotros conocemos en occidente como Geisha.

Las geishas son artistas japonesas que se especializan en artes tradicionales como la danza, el canto, la música, el juego de shamisen y la ceremonia del té. También son expertas en la conversación y en recibir a los invitados. Suelen comenzar su aprendizaje a los 15 años o a edades más tempranas.

La palabra Geisha (芸者) es la que ha trascendido más en este lado del mundo. Los caracteres literalmente significan «Persona de las artes» siendo Gei (芸) literalmente traducido como "arte" o "técnica" y Sha (者) como "persona". En todo caso, esta forma de nombrarlas es típicamente usada solo en las regiones de Tokio y Kanto.

En Kioto, las mismas artistas son conocidas como «Geiko» (芸妓), y aunque se usan distintos caracteres Kanji para escribir el término, de todos modos el significado viene siendo el mismo, puesto que se sigue utilizando el caracter Gei (芸), pero se sustituye el carácter Sha (者) por un caracter mucho más raro y con semejante significado (妓). En otras áreas, esta misma combinación de caracteres que da lugar a la palabra Geiko (芸妓), se lee «Geigi», aunque el significado, por supuesto, sigue siendo el mismo.

-Rōshigumi:

El Rōshigumi (浪士組), fue un grupo de 234 samuráis sin amo, fundado por Kiyokawa Hachirō in 1862. Leales al shogun de entonces, se suponía que su trabajo era actuar como protectores del shogun Tokugawa, pero su grupo inicial se desintegró al llegar a Kioto en 1863, y dio lugar al grupo homónimo liderado por Serizawa Kamo y Kōndo Isami, que mantendría ese nombre hasta que posteriormente recibieran de forma oficial el nombre de "Shinsengumi" (新選組) tras el fallecimiento de Serizawa en el mismo año. (¿spoiler?)

-Kioto:

Kioto (京都市 Kyōto-shi) es una ciudad de Japón, localizada en la parte central de la isla de Honshu. Es la capital de la prefectura homónima y tradicionalmente también ha sido considerada capital de la región de Kansai, aunque esta sea solo una referencia geográfica más que un territorio administrativo concreto. Así mismo, está integrada dentro de la región metropolitana de Keihanshin, compuesta por las áreas circundantes de las ciudades de Osaka, Kōbe y la misma Kioto. Su importancia histórica se debe al hecho de que entre los años 794 y 1868 constituyó la capital de Japón, acogiendo la sede de la Corte imperial y otras instituciones. En el año 1868, el emperador Meiji decidió trasladar la sede de la corte a Tokio, quedando la ciudad definitivamente en un segundo plano.

-Haori:
El haori (羽織) es una chaqueta tradicional japonesa que cae a la altura de la cadera o los muslos, de forma similar a un kimono, y es llevada sobre un kosode. A diferencia de la yukata, el haori no se cierra, sino que en cambio se usa abierto o se mantiene cerrado mediante una cuerda que conecta las dos solapa

¡Saludos!

Aquí su autora reportándose para saludar. Generalmente no dejo comentarios ni mensajes, pero consideré importante saludarlas y presentarles mis respetos por su lealtad y apoyo a esta historia, que es en parte un fanfic, y en parte una historia original y separada del anime y saga de juegos a la que pertenecía originalmente.

Quiero que sepan que me importa mucho su opinión, y que me gustaría un montón leer sus comentarios y opiniones. También quería agradecerles por detenerse a leer la sección de «Glosario», porque le pongo un montón de esmero.

¡Gracias por leer!
¡Su autora se despide por el momento, y espero que nos llevemos muy bien!

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