capítulo 1
Capítulo 1
Lucrecia
La respiración se enfrasca en una botella de cristal, quiere salir; pero, está encerrada. Las rodillas débiles por el sobreesfuerzo de correr y con heridas que no comprendo su origen. Sigo corriendo, siendo incapaz de detenerme, el cuerpo se manipula por sí solo. ¿Qué está ocurriendo?
Un bosque poblado más por los insectos, que, por las ramas puntiagudas, raíces escondidas cómo trampas para osos. Lo único que sé es que mi vida está en riesgo. Desvío la mirada hacia atrás y no viene nadie. En ese instante tropiezo con una rama, ruedo hasta un charco de lodo. ¿Por qué llevo este vestido tan incómodo? Maldición, intento levantarme, pero una espada se postra en mi cuello. ¿Una espada?
—¿Tus últimas palabras, Brianda? —El rostro es borroso, me limpio los ojos porque siento un malestar por esa zona. Cuando lo hago desaparece y trago saliva.
¿Dónde está? Mientras me pregunto por la visita del sujeto, la espada atraviesa el vientre y apenas captó el dolor. Sangre de una tonalidad confusa y...
Respiro, agradeciendo que solo fue una pesadilla. Tengo la misma pijama de conejos, el tendido blanco, los viejos peluches, la pintura de flores que hizo mi madre en este triste dormitorio. Todo en perfecto orden.
No es la primera vez que sueño con la muerte y también el nombre de Brianda. ¿Quién es? Le he preguntado a mi madre, pero me ignora con un sorbo de café y comenzando el desayuno como si nada.
—Es un simple sueño —digo para tranquilizar los nervios, porque en cierta parte se sintió tan real, que pensé que dejaría este mundo para siempre.
Abro las persianas para recibir una nueva mañana en el pueblo de Arena, un día soleado; típico en marzo. Saco un vestido morado con margarita, los primeros zapatos en el armario y lista para iniciar un día universitario.
Prendo la ducha, espero varios segundos a que caliente. Con el agua entre el rostro, unas imágenes aturden el baño.
Atravieso un bosque, con un vestido de una princesa de la realeza, morada y rasgado por las puntas. Unos caballos galopean en mi dirección, no alcanzo a vislumbrar a los jinetes. No me detengo sigo corriendo hacia un destino nublado.
Pasan por mi lado, llevan armaduras de caballeros. ¿Caballeros? ¿Qué demonios ocurre?
—¡Cuidado, Brianda! —busco la voz y es un caballero que esta tirado en el suelo, con una espada penetrando su rodilla. Demasiado tarde para detenerlos.
Despierto, un poco de jabón cae en los ojos, maldito ardor. Una voz masculina, no había ese rostro. Ojos azules celestes casi puros como el agua, cabello rubio cenizo y liso, pero con unas pequeñas ondas se le formaban en la frente. Ya la había escuchado antes. ¿Por qué dice Brianda? Desde que tengo uso de razón siempre me he llamado Lucrecia. Es extraño, los sueños no se apagan, cada uno se conecta con un mensaje.
Ignoro esa voz y sigo con la ducha, el agua quita todos los males. Espero no volver a experimentar las pesadillas.
Preparo un sanduche con mantequilla de maní y manzanas, apenas son las 7.00 am y la clase es a las 8.30 am. Me agrada madrugar para ver el cielo, los pájaros volando con tranquilidad por todo el pueblo enseñando sus colores rojizos. Como mientras reviso el celular. No tengo a mamá para conversar, su turno empezaba a las 6.00 am; las desventajas de que trabaje como enfermera.
Espero a que Luna me recoja, mi mejor amiga tiene un bello carro porque sus padres confían en ella. En mi caso, Charlotte prefiere tener el carro intacto, que pagar una cantidad de dinero exagerada por la torpeza que llevo en la sangre.
Terminó de desayunar, camino por los senderos de los apartamentos coral. Recibo el aire tan puro de la zona, sonrío e imagino que llevo conmigo un perrito que juega con su pelota, quiere que se la arroje y acaricie su cabeza peluda. Un compañero con el que pueda hablar de todos mis traumas, toco mi cuello. Olvídate de eso, Lucrecia.
Me siento en el césped, con algunos insectos recorriendo la mano en busca de un destino. Es tan bella la naturaleza, tan hermosa que la estamos destruyendo. Los animales se espantan cuando suena una notificación de Luna.
—Luna: Baja.
El claxon no deja de ser un fastidio para los oídos, le fascina llamar la atención, también coloca música para todos los vecinos de los apartamentos. Por su culpa, a Charlotte le tocó pagar una multa; sin embargo, la advertencia no le ha quedado clara.
Luna se detiene y amplia su sonrisa. Nos saludamos con un beso de la mejilla.
—Siempre te demoras.
—Se dice buenos días, ¿cómo estás, Lucrecia?
—Ya sé la respuesta... —Arqueo una ceja, sale con unas respuestas singulares — ¡Radiante! ¡Entusiasmada por ver teología en la época medieval!
—Sí, esa clase me hace ser feliz. —Ruedo los ojos, coloco mi cinturón de mala gana.
La clase de teología medieval es pesada, son conceptos tediosos para mi pobre cabeza que soporta otras seis clases de comunicación social. Además, no me gusta la religión católica. La escogí porque no había otra opción, la universidad de Arena rosa se caracteriza por sus estudios en esta religión.
Luna me ofrece chocolates y niego. El carro acelera, haciendo que despierte de los miles de escenarios que debo enfrentar en esa clase.
Mi amiga me cuenta sobre la magnífica fiesta de esta noche mientras veo el mar que se asoma en el pueblo. Desde niña me ha encantado hacer castillos de arena y que el agua salpique mi rostro, todavía adoro el olor a arena mojada entre los dedos. Asiento fingiendo escuchar, sin embargo, se entera que no le prestó atención.
—¿Vamos? No voy a recibir un no como respuesta.
—¿Por qué? Quiero dormir toda la noche. —Le hago pucheros y niega con el dedo índice.
—Para eso está la muerte. ¡Disfruta, que la noche es joven! —La energía de Luna me impulsa a ir o mas bien, es un método de manipulación.
—Iré. —Luna sacude mi hombro como una gelatina, olvidándose por completo del manubrio, casi nos estrellamos con otro carro.
La llegada al parqueadero es un caos, no están disponibles. Resoplo con el estrés que me produce entrar tarde al salón. Vamos retrasadas como veinte minutos, con los impulsos necesarios, salgo del vehículo y doy largos pasos hasta el bloque 19.
Ese edificio ha sido de las mejores creaciones en la universidad, por la cantidad vida que lo rodea, su vista hacia el mar, los salones tienen un aire de reuniones empresariales. El ascensor tarda en llegar, maldigo por lo bajo. Tendré menos puntos a mi favor con el profesor Gil.
Empujo la puerta, ahora soy el florero de los treinta estudiantes. El profesor está explicando en el tablero el tema de la "inquisición".
—Señorita Lucrecia, ¡Qué milagro que nos acompañe! —La sonrisa acompaña su sarcasmo. En serio, detesto su presencia.
—Cómo estaba diciendo. —Sus ojos avellana se dirigen a mí con amenaza, interrumpí su maravillosa clase —,
la inquisición castigaba a las herejías, aquellos que estaban en contra de las enseñanzas de Jesús. Y recuerden que, durante el medievo, la iglesia tenía el mismo poder que el estado. Entonces aquellos que estaban en contra de la iglesia, se consideraban del mismo modo enemigos del rey.
La clase finalizó con un ensayo sobre un tema libre, sin embargo, debe tener como base la iglesia en la época medieval.
Un asunto que el profesor nos contó hace dos semanas, era sobre los caballeros y que muchas de sus batallas eran dadas en nombre de Dios o algo por el estilo. No estoy libre de regaños, mi promedio no es el mejor y tengo que sacar un 4 si quiero ganar la materia de formación.
Salgo en búsqueda de Luna para almorzar, dijo que le aburría demasiado la clase que se quedó en la cafetería. Después de almuerzo nos vamos a la biblioteca para adelantar trabajos de la próxima semana, tenemos un descanso de tres horas antes de ir a la clase "Lenguajes y formatos radiofónicos" Abarca la historia de la radio, que incluye los diversos me los diversos mecanismos que existen para transmitir mensajes a través de este objeto, las estructuras, los guiones para entrevistas comerciales y un poco respecto a los géneros periodísticos.
—Estás en peligro, princesa.
El corazón late a mil, volteo y no hay nadie. Recojo el maletín disimulando que esa voz es solo producto de mi imaginación.
—¿Estás bien? —Brinco al captar la voz de Luna —. ¿Viste un espíritu?
—Nada. ¿Tengo que organizarme para la fiesta? —Luna niega.
Volteo hacia atrás, solo quedan las sillas vacías. ¿Por qué estos no culminan?
La noche es nuestra amiga en tiempos de fiesta. Bostezo con el cansancio acumulado por las largas jornadas universitarias. Los estudiantes están celebrando con vestimentas de altos preciosos o solo por la energía que trasmiten las personalidades. Algunas caras son desconocidas para mí, ser sociable no es mi fuerte, pero tengo a Luna que le encanta ampliar su círculo de amistad. Al principio sentía que no encaja, que comenzó a hablar solo por lastima. En realidad, lo hizo porque le parecía una chica interesante. Nos conocimos en la biblioteca, veía una serie de fantasía, ella dio el primer paso y hablamos durante varias horas sobre los capítulos de la filmación. Me gusta tener pocos amigos, me alegra saber que ese es el aire que inspiro en los demás.
Es una mansión de tres pisos, con un balcón que rodea las ventanas como un caracol, dos torres blancas, una puerta fabricada con vidrios y donde diez personas pueden entrar con facilidad, por último, el mar le da un toque de serenidad envuelta con la música que aturde.
Unas personas del bar nos entregan una piña colada, el bar este situado en un quiosco que se asemeja a una cabaña de madera.
—¡Es la oportunidad perfecta para que interactúes con las personas! —grita, riega licor por sus piernas morenas y a un invitado.
—No lo sé, tomaré un poco y estaré mirando el océano. —Luna hace un sonido de desaprobación con sus labios. El mar es divertido, lleno de misterios que no hemos revelado.
—No quiero berrinches, vendrás conmigo. —Se aferra de mi mano, nos arrastramos entre la multitud de estudiantes.
La casa está llena de objetos de sumo valor, que pronto estarán destrozados por la locura adolescentes, en la baldosa blanca es evidente el líquido amarillo, una mesa de billar al fondo, cerca de la cocina. Tapo mi nariz por el olor que no deja respirar, seguimos el recorrido hasta la mesa de Beer pong.
Saludan a Luna con euforia, como un encuentro en los aeropuertos que son emotivos. Me saludan con un abrazo que correspondo de forma rápida y hay un chico que se queda mirando. ¿Me estás coqueteando o soy tu próxima víctima?
Observo los movimientos de la pelota, entra en el vaso con exactitud; claro, depende de la forma en que la este lanzando el jugador. El equipo de Luna va perdiendo, se excede en los tragos y la regaño, no deseo verla con moretones como la otra vez.
Luna arruga las cejas e ignora mi advertencia. Como me gustaría estar en mi cama viendo videos absurdos. No he logrado desviar la mirada de ese chico, me observa con más intensidad la cara, la ropa y su propósito de coquetearme empeora el ambiente.
Justo cuando él se va a acercar, yo camino en dirección opuesta hacia los columpios. Me libre de ese pervertido, el viento sopla el vestido, fragmentos de arena palpan las piernas. Sonrío por aquellas memorias con mi madre cuando no debía cumplir una labor y podíamos disfrutar de la estadía en la playa.
Antes de cantar victoria, una mano se sitúa en mi hombro. Es ese tipo, es un intenso. Tiene las facciones de un estudiante popular y un atractivo estereotipado, una camisa un poco ancha que permite presumir sus músculos, tatuajes, cabello rubio recién lavado y una sonrisa que resalta su masculinidad.
—Lucrecia, ¿cierto?
—Sí.
—Es la primera vez que conozco a una amiga linda de Luna —dios, se escucha tan desagradable de su boca.
—¿Crees qué reduciendo la belleza de las mujeres, conseguirás tener mi número? O mejor, que me desnude en tu cuarto.
—N-o era eso...
—Sí, y yo nací ayer. Yo te conozco Tyler, eres el capitán del equipo de fútbol y campeón en llevarte a las chicas como trofeos a tu cama.
—Solo quieres atención. Ni que fueras tan atractiva. —Se marcha. Es un imbécil entre el montón, bebo un poco de esa piña colada, el dolor de cabeza invade. No suelo consumir alcohol.
Me ubico en los columpios, ignorando el ruido que causa la fiesta, aunque... me preocupa que Luna este sola y se embriague. Al inicio es divertida, le gusta integrar a todo el mundo en la celebración, que bailan y que desean jugar lo prohibido. Pero, después aísla su memoria, la conciencia y se aprovechan de ella. Aún cargo con la culpa, mamá no me dejo ir a la fiesta, sin embargo, recibí un mensaje donde especificaban que Luna había sido agredida por un grupo de chicas, solo porque se estaba defendiendo de ser... las náuseas regresan de cavilar esos escenarios.
Me bajo del columpio y despejo los recuerdos de la infancia. Soy una amiga, la adoro y debo protegerla, ella haría lo mismo si yo estuviera vulnerable. Este es uno de los motivos por los cuales desprecio ir a la fiesta; también fingir ser una persona social y tener a chicos ebrios encima de mis piernas.
Antes de entrar a la mansión, me detengo, una luz blanca brilla cerca de la orilla. ¿Alguien se escapó? Es una linterna que quema la vista, la luz se va intensificando en un blanco con una especie de brillos plateados que no soy capaz de explicar. Me dejo guiar por la curiosidad, camino porque mi intuición dice que es importante.
Uno, dos, tres y cuatro pasos. No logro darle una figura exacta a lo que hay dentro de la luz. Entrecierro los ojos, porque esa luz hace que la vista se cega, retrocedo y el cuerpo se desploma en una roca.
Desde acá unas alas se asoman de manera magistral, están inquietas como si buscaran un objeto añorado, de un matiz negro que riega tina azul. De acuerdo, no comprendo nada y se supone que no he bebido más de dos copas.
Un brazo humano sale del resplandor, las alas se esfuman y quedo con los labios entreabiertos por el asombro del aturdimiento. ¿Un ángel? Así son sus alas, pero tal vez nos mintieron en los cuentos de esas criaturas mágicas. En el brazo se perfila un tatuaje que tiene un nombre.
—Abdón —pronuncio para mi, olvidando por completo la presencia del ser que es idéntico a un humano.
La luz se esfuma, en efecto es un rostro humano, esculpido con detalles que no se le escaparía a un artista. Belleza, se parece al hombre que vi en mi sueño. Debe ser un pasatiempo para mi mente, le encanta el sufrimiento, el azul de sus ojos se mezcla con una pintura gris. No lleva una armadura, una camisa vino hasta las rodillas con botones, manga larga. Esto es novedoso para la ropa del siglo XXI.
Su mirada se dirige a mi, con severidad y da unos ligeros pasos. Ni siquiera me inmuto, sin importar que el miedo invada.
—¡No me hagas nadas! —tapo mi rostro, el peligro se mezcla con máscaras horrendas e impecables.
Él quita mi mano, sostiene la mía por unos largos segundos, la acaricia para comprobar si es real. Cada vez entiendo menos la noche.
—Finalmente te he encontrado, princesa Brianda.
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