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Sang

John estaba agotado, nada más llegar a su casa se acomodó en el sillón, su última página leída continuaba con los graves incendios de las montañas y demás temas, estaba exhausto y aburrido ante el miedo que ya no lo asustaba. Él se preocupaba de como sería el amor y obtener un amorío con alguien, sin importarle el resto, de aquello que no le afectase directamente. En el pueblo los demás tenían sus propios asuntos, cosas importantes de las que ocuparse. Y todos aquellos problemas que se exhibían en las bocas ya le habían comenzado a parecer lejanos y ajenos. Entonces se sumió en un gran letargo.

John despertó con la sensación de haber dormido durante mucho, toco su mesa y al no encontrar su libro, se levantó para buscarlo, pero no lo encontraba, hasta que una señal dió unos golpes en su cabeza, poniéndose las manos a la cara para despertarse, entonces notó estrías en sus dedos. Estuvo quieto durante un rato para ver que el dolor estaba acabando, alarmado se estremeció y aún no podía creerse lo que sus ojos le mostraban, pues viajaba en escenarios de índole tétrico. Había basura, ahora el hombre había sido tomado por su locura total y lo que antaño fue una gran luz era ahora la ruina de una sombra de lo que fue. Las personas se habían hecho con toda su furia. Había muerte y destrucción en los valles, ningún rastro de la humanidad había de quedar en tanta sangre.

Su libro apareció de repente sin aviso en la mesa, ¿Dónde podía haber estado el libro? De seguro podía haber estado en algún extraño lugar, dado que tenía señales de emergencia por toda la masacre de sus palabras. Mostró letras que hablaban, junto con una estética de sangre en algunas partes, como si fuera de una época oscura y trágica, las cosas mostraban llantos, abrazos de madres a sus hijos sucios y pobres, también ataques hacia las instituciones políticas, en donde la muerte de varios era algo normal. El humo de las humaderas asolaba al mundo, gente muriendo agarradas de sus pechos y gargantas, niños y mujeres huyendo del caos, y muriendo incinerados por el incendio que jamás pudo pararse para el consumo.

Lo material y la preocupación no salvaron, al parecer ya era tarde, pero ese solo fue el inicio. El hielo se derretía. El agua expulsaba a los humanos y los ríos que nos daban la vida nos la quitaban, nos envenena gracias a los riesgos que vertiamos. Los campos de cultivos se secaban, los habitantes comenzaban a matarse por un pedazo de pan, no había suficiente alimento para todos y comenzó la existencia por el control del terreno, junto a ello, la mayoría de especies desaparecían alterando gravemente el equilibrio de la creación.

Todos parecían empezar a volverse animales salvajes como nuestros diablos. Uno a uno, fueron eliminando ciudades del mapa, sociedades se armaban para una vida y aquellos que podían permitírselo huyeron de la mortalidad. La lluvia de fuego, las enfermedades, todo los letales proliferaban. Armas surgieron y se escaparon de nuestro control, de las ambiciosas manos del humano y nos exterminamos a nosotros mismos. El hombre siempre parecía jugar cuando esto no era peligroso, pero ahora, la gracia del juego se había ido.

Cuando el libro se leía, de súbito Bernat todavía trataba de asimilar lo que había visto en esas páginas. Volvió al paraíso, ¿Cuando había de pasar todo eso? En ese momento quiso volver atrás y preocuparse por aquel incendio; pero ya era demasiado tarde, cuando nos damos cuenta es cuando es muy tarde pensó rechazando toda salvación. Ese había sido el cierre de la humanidad, no sería un despertar ni el diablo que nos engulliria al apagarse, sino el libro que auguraba el fin, que decía culparnos a nosotros, y solo nosotros. Y todo parecía comenzar con el tiempo de la moralidad.

Después de todo los humanos acabarían con su propia especie, la tierra acabó con aquello que tanto dañaba con la ceniza, pero sin nosotros. No era un final tan malo analizó John, tras ver aquellas ruinas de una civilización de antaño que parecía poderosa. Con todo el dolor de cabeza, John se recostó sobre su sillón, y soño con un ángel en dorados universos, alumbrando en lámparas un gran abismo tapado entre muertos.

Todo parecía resaltar sus sensuales labios, porque en lo más profundo parecía avivar esa chispa caprichosa, de criar una intensa debilidad, por una delicia de boca. El sentimiento era fuego aislado entre mares negros y arenas, que ardían en curvas de cristal, mientras la cabellera avisaba con ojos llorosos y consuma suavidad, nuestra alianza entre aceite y leña ante el fuego caliente. El hombre había de hacerse mugre, cuando la tierra se pudiera quebrar con estrépito.

Fin

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