Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo [5]

La gran sala del banquete se sumió en un breve murmullo cuando el príncipe Genya se alzó de su asiento y anunció, con la solemnidad propia de su cargo, que el príncipe heredero Sanemi no regresaría por el resto de la noche.

Los pretendientes aún alineados en espera se miraron entre sí, algunos con confusión, otros con desilusión disfrazada de indiferencia. Habían viajado largas distancias, vestidos con sus mejores galas y armados con palabras dulces y estrategias calculadas. Pero al final, solo un puñado de ellos había sido considerado digno siquiera de atención.

El chambelán de la corte, un hombre de rostro curtido y voz precisa, alzó un pergamino y comenzó a leer los nombres de aquellos que habían sido seleccionados como posibles consortes del príncipe Sanemi.

Obanai no prestó atención.

El aire del salón, cargado de perfumes y expectativas rotas, se le antojaba pesado. Su tarea estaba hecha. Había enfrentado al príncipe de los Shinazugawa sin perder la cabeza, había esquivado las trampas de la corte con la precisión de un hombre que sabe que un paso en falso es la diferencia entre la vida y la desgracia.

Ahora solo le quedaba esperar.

Tomioka lo recibió al pie de la gran escalera que conducía a las habitaciones asignadas a los huéspedes de honor.

—¿Os ha devorado ya el lobo? —preguntó con su tono inmutable, pero con un leve destello de ironía en los ojos.

Obanai exhaló suavemente, despojándose del peso de la noche.

—Si así hubiera sido, no estaríamos teniendo esta conversación.

Tomioka inclinó la cabeza en un gesto leve.

—Entonces, ¿qué habéis descubierto?

Obanai empezó a caminar, y su asistente lo siguió sin necesidad de más palabras.

—Que el príncipe Sanemi juega a ser un depredador, pero no caza sin motivo.

Tomioka arqueó una ceja.

—¿Y eso os tranquiliza o debería preocuparme?

Obanai deslizó una mirada fugaz a su compañero.

—Si me preocupara, no habría entrado en su juego.

El pasillo se extendía ante ellos, iluminado por antorchas que proyectaban sombras en las paredes de piedra oscura.

Tomioka suspiró.

—El fuego no teme a la oscuridad, pero tampoco la desafía sin necesidad.

Obanai sonrió apenas.

—No es el fuego lo que ha llamado la atención del príncipe.

Se detuvo frente a la puerta de su habitación y giró el rostro hacia Tomioka.

—¿Sabéis qué diferencia a un lobo de una jauría de perros?

Tomioka lo miró con la impasibilidad de un hombre acostumbrado a los enigmas de su príncipe.

—Iluminadme.

Obanai apoyó una mano en la puerta, pero no la abrió todavía.

—El lobo caza solo.

Un silencio se instaló entre ambos, interrumpido solo por el crepitar de las antorchas.

Tomioka, con su usual falta de expresividad, asintió levemente.

—Entonces, príncipe... supongo que lo único que queda es ver si sois presa o algo más.

Obanai sonrió, pero sus ojos permanecieron serenos.

—Eso, Tomioka, es lo que todos aquí desean averiguar.

Y con esa última palabra, entró en su habitación, cerrando la puerta tras de sí.

Desde lo alto de su balcón, Sanemi observaba en silencio cómo los pretendientes rechazados abandonaban el castillo. Bajo la luz temblorosa de las antorchas, sus rostros mostraban distintas expresiones: algunos ocultaban la humillación tras una máscara de dignidad herida, otros marchaban con resignación, como ovejas que han escapado del sacrificio sin entender del todo cómo.

Habían tenido suerte.

Más de la que jamás llegarían a comprender.

Sanemi apoyó un codo en la barandilla, girando apenas la copa de vino en su mano. La sangre oscura del licor reflejaba las llamas dispersas en la noche. Pero no era eso lo que despertaba su hambre.

Abajo, en la acera de piedra, la silueta de Kanae aún danzaba en los rincones de su memoria. El eco sordo de su cuerpo impactando contra el suelo, el aroma de su último aliento aún impregnado en su lengua.

Relamió sus labios, sin apartar la vista de aquel recuerdo fantasmal.

No había sido la primera, y no sería la última.

Su sed persistía, latía en su garganta como una bestia insaciable. Cada banquete, cada juego de la corte, cada pretendiente cuidadosamente seleccionado era solo otra promesa que nunca terminaba de satisfacerlo.

Sus dedos se crisparon alrededor de la copa.

Aún no había encontrado lo que buscaba.

Suspiró, dejando caer la cabeza hacia atrás para mirar el cielo cubierto de nubes. Las estrellas se escondían tras la negrura del firmamento, como si tampoco desearan ser testigos de lo que estaba por venir.

Un nuevo juego había comenzado esa noche.

Y entre todos los corderos que habían desfilado ante él, uno no había inclinado la cabeza.

Sanemi sonrió para sí mismo, un filo afilado en la oscuridad.

La cacería aún no había terminado. Apenas estaba empezando.

El sonido rítmico del cepillo deslizándose a través de los oscuros mechones de Obanai llenaba el silencio de la habitación. La tenue luz de los candelabros proyectaba sombras sobre el suelo de piedra, delineando las siluetas de príncipe y asistente en una quietud engañosa.

Tomioka trabajaba con la precisión de quien ha dedicado su vida a una sola causa. Cada hebra de cabello liberada de las piedras preciosas caía como un pequeño símbolo de la carga que su príncipe llevaba sobre los hombros. Pero aunque la labor era meticulosa, sus pensamientos estaban en otra parte.

—El principe os ha mirado esta noche —murmuró finalmente, con la misma calma con la que anunciaría el clima.

Obanai, con los ojos fijos en su reflejo, apenas arqueó una ceja.

—¿Y qué pensáis al respecto, Tomioka?

Tomioka sostuvo un instante el cepillo entre sus dedos, antes de deslizarlo de nuevo por el cabello sedoso.

—Que los corderos que han sido rechazados esta noche no comprenden su suerte. Han sido expulsados del redil antes de que los colmillos se cierren sobre ellos.

Obanai sonrió apenas, una curva tenue en sus labios.

—¿Y vos me veis como un cordero entre ellos?

Tomioka dejó el cepillo sobre el tocador con un sonido apenas audible. Luego, con la misma fluidez con la que habría desenfundado una espada, tomó un mechón suelto de cabello y lo enredó entre sus dedos, sintiendo la suavidad de su textura.

—No, alteza. Vos no pertenecéis al rebaño.

Obanai bajó la mirada a sus propias manos, cruzadas sobre su regazo.

—Entonces, ¿qué soy?

Tomioka inclinó la cabeza apenas, observando su reflejo en el espejo.

—Una serpiente.

La respuesta fue simple, pero llevaba el peso de la certeza absoluta.

Obanai entrecerró los ojos.

—¿Una serpiente?

Tomioka asintió con lentitud.

—El lobo devora a los corderos. Se regocija en la persecución, en el miedo. Pero una serpiente... una serpiente se desliza sin ser vista, se enrosca en torno a su presa y la sofoca en silencio. No desafía a la bestia de frente, no ruge ni se deja atrapar. Y cuando muerde, su veneno no da segundas oportunidades.

Obanai se quedó en silencio por un momento, sopesando las palabras de su asistente.

Finalmente, alzó la mirada, encontrándose con los ojos azules de Tomioka en el espejo.

—¿Creéis, entonces, que podré enroscarme en torno al lobo sin ser devorado?

Tomioka observó su reflejo con la misma serenidad que siempre, pero sus palabras fueron más filosas que cualquier cuchilla.

—Creo, alteza, que el lobo aún no se ha dado cuenta de que ya habéis empezado a envolverlo.

Obanai soltó una risa baja, una serpiente siseando en la penumbra.

—Entonces, querido Tomioka... que el juego continúe.

Y en la cálida penumbra de la habitación, mientras la noche avanzaba en el castillo de los Shinazugawa, dos miradas se encontraron en el espejo, una con la certeza de la servidumbre inquebrantable y la otra con la astucia de quien sabe que el verdadero cazador nunca se delata hasta que su presa ya no puede escapar.

Continuará...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro