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Capítulo 5: Solo un Ciclo.

Sanemi despertó al día siguiente con una energía que no recordaba haber sentido en meses. El libro que había usado como "arma" seguía entre sus brazos, y el crucifijo colgaba torcido sobre su pecho. Había dormido como un bebé. La ausencia del súcubo malhumorado había sido la mejor bendición que podía haber pedido, aunque sabía que no podía confiarse demasiado.

Cuando llegó al colegio, Tomioka fue el primero en notar el cambio. "Te ves... diferente," comentó, ladeando la cabeza mientras lo examinaba. "¿Finalmente dormiste bien?"

Sanemi sonrió con un orgullo evidente, algo que rara vez hacía. "Sí. Resulta que tus consejos no eran tan malos después de todo."

Tomioka no pareció convencido, pero decidió no insistir. Por primera vez en mucho tiempo, Sanemi parecía animado, y eso era suficiente para él. Sin embargo, Sanemi sabía que esa paz no duraría.

Y no se equivocaba.

Esa noche el aire en la habitación cambió de inmediato cuando Obanai apareció. La temperatura pareció bajar varios grados, y la atmósfera se volvió pesada, como si el aire mismo estuviera cargado de electricidad. Sanemi, que había estado acostado en la cama, sintió el cambio al instante. Había vuelto.

Obanai estaba de pie junto a la ventana, sus ojos bicolor brillando con una intensidad peligrosa bajo la luz de la luna. Su expresión, habitualmente neutral o llena de fastidio, ahora era fría, casi salvaje. Las alas se agitaban a sus espaldas, y su cola se movía de un lado a otro como la de un depredador que acecha a su presa.

Antes de que Sanemi pudiera moverse o decir algo, Obanai ya estaba sobre él. En un abrir y cerrar de ojos, el súcubo lo había inmovilizado, empujándolo contra la cama con una fuerza que no parecía coincidir con su físico delgado. Sanemi intentó luchar, pero su cuerpo se negaba a responder, como si el peso de Obanai hubiera drenado toda su energía.

"Creíste que habías ganado," murmuró Obanai, su voz un susurro bajo y lleno de enojo. "¿Creíste que podrías alejarme tan fácilmente? Qué ingenuo."

Sanemi intentó responder, pero las palabras murieron en su garganta cuando sintió la cola de Obanai deslizarse alrededor de su muslo. La sensación era fría y firme, como una serpiente enroscándose con lentitud, asegurándose de que no pudiera moverse.

"Te lo dije, Shinazugawa," continuó Obanai, inclinándose hacia él hasta que sus labios estuvieron cerca de su oído. "Eres un problema, pero uno que no puedo ignorar."

Antes de que Sanemi pudiera procesar lo que estaba sucediendo, sintió el aliento cálido de Obanai contra su cuello, seguido de algo húmedo. Lo estaba lamiendo.

Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando la lengua del súcubo rozó su piel, lenta y deliberadamente. El contraste entre el frío de su cola y el calor de su boca era desconcertante, casi insoportable.

"Tu energía... es diferente a cualquier otra que haya probado," dijo Obanai, hundiendo la nariz en su cuello, como si intentara memorizar su esencia. "Es intensa. Casi adictiva."

Sanemi intentó forcejear nuevamente, pero seguía siendo inútil. "¡Baja de encima, maldito bastardo!" logró gruñir, aunque su voz estaba cargada de frustración más que de autoridad.

Obanai soltó una risa suave, pero no se apartó. "¿Bajar? Ahora que sé lo que eres capaz de hacer, no puedo permitir que te escapes tan fácilmente."

Sanemi sintió una mezcla de miedo y enojo. No podía permitir que este demonio lo controlara. Pero, al mismo tiempo, la intensidad con la que Obanai lo miraba y lo tocaba lo desarmaba, dejándolo sin saber cómo reaccionar.

El súcubo levantó la cabeza, sus ojos brillando mientras lo miraba directamente. "No vuelvas a intentar alejarme, Shinazugawa. Porque la próxima vez, no seré tan indulgente."

Con esas palabras, Obanai finalmente retrocedió, aunque no sin dejar su marca. Su cola se desenroscó lentamente, y con un último vistazo cargado de advertencia, desapareció en la noche.

Sanemi quedó en la cama exhausto tras perder su energía, jadeando, su cuerpo temblando de rabia e impotencia. Esto no iba a quedar así. Obanai podía ser un súcubo, pero él no iba a permitir que lo controlara tan fácilmente.

El viento nocturno se sentía fresco contra la piel de Obanai mientras volaba a través de la oscuridad, sus alas cortando el aire con precisión. Sin embargo, algo no estaba bien. Había algo en su interior que lo inquietaba, una presión en su pecho que no lograba entender. La última visita a Sanemi había sido diferente.

Obanai se detuvo en lo alto de un tejado, sus pies tocando suavemente la superficie. Se dejó caer con gracia, agachándose para observar la ciudad desde allí. El resplandor de la luna iluminaba su figura, pero era como si la luz no pudiera disipar la sombra que lo había envuelto desde su encuentro con el humano.

Pasar la noche anterior sin cumplir con su deber le había costado más de lo que pensaba. Su instinto de sucubo lo había impulsado, llevándolo a actuar de manera más salvaje y posesiva de lo que era habitual. No solo había robado la energía vital de Sanemi, sino que también había despertado algo más en él: deseos que normalmente mantenía bajo control, deseos que nunca había permitido que dominaran su ser.

El recuerdo de estar sobre el humano, de sentir su piel cálida y la forma en que su cuerpo reaccionaba a su contacto, lo hacía sentir algo extraño. Obanai cerró los ojos, respirando profundamente. No era eso lo que debía sentir.

Era su trabajo. Solo su trabajo. Y sin embargo, una parte de él no podía evitar recordar la vulnerabilidad que Sanemi había mostrado, la forma en que su resistencia se desmoronó, y la expresión que tuvo cuando la fatiga lo abrumó. Un destello de algo más profundo, algo que nunca había experimentado al interactuar con los humanos.

¿Por qué le importaba tanto?

Suspiró, y su aliento se mezcló con la fría noche. Era solo un humano. Pero aquel humano tenía algo que lo hacía diferente. Algo que lo atraía, que lo hacía desafiar sus propios límites, algo que perturbaba su autocontrol.

Con una mirada perdida, Obanai extendió sus alas y se levantó del tejado. A medida que se elevaba nuevamente hacia el cielo, la sensación de lujuria y hambre seguía pesando sobre él. Sabía que debía volver a su ciclo, cumplir con lo que se esperaba de él y dejar de pensar en esos pensamientos que le resultaban peligrosos. Pero la idea de alejarse de Sanemi, de olvidar la forma en que el joven lo había mirado, se le hacía más difícil de lo que había anticipado.

"No puedo permitirme esto," se dijo a sí mismo, apretando los dientes mientras volaba a través de la noche. "Es solo un ciclo. Un trabajo."

Pero las emociones que había despertado en él no serían tan fáciles de erradicar. Y sabía, en el fondo, que su próximo encuentro con Sanemi sería mucho más complicado de lo que imaginaba.

Continuará...

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