Capítulo 4: Rituales.
La biblioteca estaba silenciosa, apenas rota por el sonido de hojas pasándose y el susurro de pasos lejanos. Sanemi estaba sentado en una de las mesas más apartadas, la cabeza descansando sobre sus brazos cruzados mientras un libro abierto yacía olvidado frente a él. El sueño lo estaba venciendo otra vez.
Había pasado toda la mañana luchando contra el cansancio, pero al final, el ambiente tranquilo de la biblioteca lo había derrotado. Aunque había prometido buscar información sobre el "problema" que lo mantenía agotado cada día, se dio cuenta rápidamente de que leer sobre súcubos, íncubos y demás seres sobrenaturales era mucho menos emocionante de lo que imaginaba.
Mientras dormitaba, un golpe seco en la cabeza lo hizo saltar en su asiento. Sanemi se llevó una mano a la cabeza, soltando un gruñido. "¿Qué diablos, Tomioka?"
Frente a él, Giyu lo miraba con su característica expresión inexpresiva, sosteniendo un libro grueso en la mano. "Te estabas durmiendo. Es la biblioteca, no una cama."
"¿Y tu primera idea fue golpearme con un libro?" gruñó Sanemi, frotándose la cabeza mientras lanzaba una mirada fulminante a su amigo.
Tomioka, sin inmutarse, se sentó frente a él y observó el libro que Sanemi había estado ignorando. "¿Qué es esto?" preguntó, girándolo para leer el título. "¿'Seres de la noche: mitos y leyendas'? ¿Por qué estás leyendo sobre esto?"
Sanemi se tensó ligeramente, quitándole el libro de las manos con brusquedad. "No es asunto tuyo. Solo... estoy investigando algo."
Tomioka alzó una ceja, escéptico. "¿Desde cuándo te interesan los mitos? Ayer apenas podías mantenerte despierto, y ahora estás aquí durmiéndote con la nariz entre libros de fantasía. Algo te pasa."
Sanemi se recargó en el respaldo de su silla, cruzando los brazos con exasperación. Decirle la verdad no era una opción. ¿Cómo iba a explicarle que estaba siendo acosado cada noche por un súcubo malhumorado que le robaba la energía? Tomioka ya lo veía como alguien temperamental; agregarle "paranoico" a la lista no era una buena idea.
"Es para un ensayo," improvisó Sanemi, aunque su tono no era convincente. "La profesora quiere que hablemos sobre algo sobrenatural. Ya sabes, creatividad y esas cosas."
Tomioka lo miró fijamente durante unos segundos, como si evaluara si debía creerle o no. Finalmente, asintió lentamente. "Si necesitas ayuda, puedo buscar algo. Pero sería más fácil si durmieras mejor."
Sanemi gruñó, frustrado. "Sí, claro. Como si no hubiera intentado eso."
Tomioka inclinó la cabeza, con una leve sombra de preocupación en su mirada. "Sanemi, no te ves bien. Si hay algo más que te está afectando, deberías decirlo. No es normal que estés tan cansado todo el tiempo."
Sanemi apartó la mirada, fingiendo concentrarse en el libro frente a él. "Estoy bien, Giyu. No te preocupes tanto."
Pero mientras su amigo lo observaba en silencio, Sanemi no pudo evitar sentir un peso en el pecho. Tal vez sería más fácil si pudiera confiarle la verdad. Pero por ahora, el tema del súcubo seguiría siendo un secreto que tendría que resolver por su cuenta.
Sanemi estaba listo. O al menos, eso quería creer. Su habitación estaba adornada con un revoltijo de artefactos que había conseguido de forma apresurada durante el día: un círculo dibujado con sal en el suelo, un colgante con un extraño símbolo que colgaba de su cuello, y una vela encendida cuya llama parpadeaba con cada pequeña brisa.
Había pasado toda la tarde estudiando, tomando notas y preparándose para enfrentarse al súcubo que le robaba la energía noche tras noche. No estaba seguro de que todo funcionara, pero algo en él se negaba a rendirse sin intentarlo.
Cuando el aire en su habitación cambió, Sanemi se puso de pie, la mandíbula tensa y el corazón latiendo con fuerza. Ahí estaba otra vez.
Obanai apareció como siempre, esta vez entrando por la ventana con un suave batir de alas. Su figura delgada se recortaba contra la luz de la luna mientras aterrizaba en el suelo con gracia. Pero en cuanto vio el espectáculo que Sanemi había montado, arqueó una ceja, sus ojos llenos de escepticismo.
"¿Qué es todo esto?" preguntó, cruzando los brazos mientras lo miraba de arriba abajo.
Sanemi apuntó hacia él con un libro abierto, como si fuera una especie de arma sagrada. "No des un paso más. Esta vez no voy a dejar que me robes energía."
Obanai parpadeó, claramente confundido, antes de soltar una breve carcajada. "¿Estás bromeando? ¿Qué se supone que es eso? ¿Un ritual para alejarme? ¿O estás intentando invocar algo peor?"
Sanemi apretó los dientes, su orgullo herido por la burla en el tono de Obanai. "He leído sobre tu tipo, ¿sabes? Estos símbolos y objetos están diseñados para repeler demonios. No vas a poder acercarte esta vez."
Obanai dio un paso hacia él, cruzando con facilidad la línea de sal en el suelo sin que nada sucediera. "¿Repeler demonios? Qué humano tan ignorante. ¿De verdad crees que un poco de sal y una vela van a detenerme?"
Sanemi retrocedió ligeramente, levantando el libro como si fuera su último recurso. "¡Quédate ahí! No te acerques más, o... o..."
"¿O qué?" lo interrumpió Obanai, inclinando la cabeza con curiosidad mientras daba otro paso. Ahora estaba justo frente a Sanemi, observándolo con una mezcla de diversión y exasperación. "Tienes que ser el humano más testarudo con el que me he topado en siglos. Esto es ridículo."
Sanemi apretó el libro con fuerza, su rostro enrojeciendo tanto por el miedo como por la vergüenza. "No es ridículo. ¡Estoy harto de ti! Necesito dormir, y tú no me dejas. ¿Sabes lo que es pasar cada día agotado por culpa de alguien como tú?"
Por un momento, Obanai lo observó en silencio, su expresión cambiando de divertida a algo más neutra. "Sé lo que es estar agotado," dijo finalmente, su voz más suave. "Pero no es como si tuviera otra opción, Shinazugawa. Esto es lo que soy. Es mi existencia."
Sanemi frunció el ceño, desconcertado por el cambio en el tono de Obanai. Por un instante, las palabras del súcubo lo hicieron titubear. Pero su determinación seguía firme. "Pues encuentra a otro. Yo no voy a ser tu maldita batería personal."
Obanai soltó un suspiro, llevándose una mano a la frente. "Eres imposible. ¿De verdad crees que esto es tan fácil para mí? Si pudiera elegir, no estaría aquí. Pero eso no cambia nada. Voy a tomar lo que necesito, y tú..."
Antes de que pudiera terminar, Sanemi lo interrumpió, levantando la voz. "¡Intenta tocarme otra vez y verás lo que pasa!"
El súcubo lo miró directamente a los ojos, su paciencia al límite, pero también... ¿había un rastro de cansancio en su mirada? Como si esta confrontación fuera igual de tediosa para él. Finalmente, dejó escapar un suspiro pesado. "Tú ganas, por ahora. No tengo tiempo para tus juegos."
Con esas palabras, Obanai dio un paso atrás, sus alas desplegándose mientras se dirigía hacia la ventana. Pero antes de irse, lanzó una última mirada a Sanemi. "Eres más problemático de lo que vales, Shinazugawa. Pero me pregunto cuánto tiempo podrás mantener esto."
Y con eso, desapareció en la noche, dejando a Sanemi con una mezcla de alivio y frustración. Por esta vez, había ganado. Pero algo le decía que el súcubo no se rendiría tan fácilmente.
Continuará...
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