Capítulo 32: Unión.
Sanemi miró el manga con incredulidad. Era una de esas historias subidas de tono que había visto a Obanai leer en varias ocasiones, con portadas demasiado sugerentes y argumentos que básicamente giraban en torno a súcubos seduciendo humanos de formas... explícitas.
—¿Quieres explicarme por qué carajos crees que esto nos va a ayudar? —preguntó con el ceño fruncido, sosteniendo el libro con dos dedos como si fuera algo contaminado.
Obanai, sentado sobre la cama con las piernas cruzadas y el peluche de Kaburamaru en el regazo, sonrió con orgullo.
—Mira, Sanemi, esto tiene sentido. Aquí dice que los súcubos y los humanos pueden formar un lazo irrompible si completan el "ritual de unión".
Sanemi suspiró.
—Eso suena como una excusa para cog...
Obanai lo interrumpió señalando una página en particular.
—¡No es solo eso! Mira, aquí dice que la unión se fortalece cuando el humano acepta completamente al súcubo, sin reservas.
Sanemi se masajeó las sienes, sintiendo un dolor de cabeza inminente.
—¿Y qué significa exactamente "aceptar completamente"?
Obanai ladeó la cabeza, pensativo.
—Bueno... los súcubos normalmente solo toman la energía mínima de los humanos para sobrevivir, pero aquí dice que si un súcubo se entrega por completo a un humano, y el humano lo recibe sin restricciones, su vínculo se vuelve eterno.
Sanemi lo miró con desconfianza.
—¿No crees que eso es solo una fantasía barata para vender más mangas?
—¡No importa! —Obanai infló las mejillas—. ¡Podría ser cierto! Y si hay una posibilidad de que funcione, tenemos que intentarlo.
Sanemi soltó el libro sobre la cama y se cruzó de brazos.
—A ver si entiendo. ¿Estás diciendo que para que te quedes en este mundo, tenemos que... hacerlo?
Obanai sonrió, encantado de que Sanemi finalmente llegara a la conclusión lógica.
—Exactamente.
Sanemi se quedó en silencio por un momento, procesando lo absurdo de la situación.
—¿Y si después de todo eso no funciona?
Obanai parpadeó, como si no hubiera considerado esa posibilidad.
—Entonces... al menos habremos disfrutado intentándolo.
Sanemi exhaló un largo suspiro.
—Por supuesto que dirías eso.
Obanai se acercó gateando sobre la cama hasta quedar frente a Sanemi. Sus ojos bicolores brillaban con picardía, pero también con algo más... una emoción más profunda, más genuina.
—Sanemi —murmuró, apoyando sus manos en los muslos del albino—. ¿Tú quieres que me quede contigo?
Sanemi tragó saliva. La pregunta lo tomó por sorpresa, pero la respuesta llegó a su mente de inmediato.
—Sí.
Obanai sonrió suavemente y llevó sus labios a los de Sanemi en un beso lento y profundo. A diferencia de los besos juguetones y hambrientos de antes, este se sentía diferente.
Sanemi sintió que algo dentro de él se encajaba en su lugar, como si aceptar su deseo de tener a Obanai a su lado fuera la última pieza de un rompecabezas que llevaba demasiado tiempo sin resolver.
Quizá la leyenda tenía razón.
Quizá romper las reglas no significaba solo desafiar sus mundos, sino aceptar sin miedo lo que realmente sentían el uno por el otro.
Y si lo único que faltaba para completarlo era hacer lo que Obanai proponía...
Bueno, Sanemi definitivamente podía acostumbrarse a eso.
...
La respiración de Sanemi se aceleró cuando sintió el peso de Obanai sobre él. Era una situación completamente nueva, pero no desconocida; después de todo, el súcubo llevaba tiempo buscando cualquier excusa para provocar estos momentos íntimos. La diferencia esta vez era que Obanai parecía decidido a tomar el control, usando cada fragmento de conocimiento que había adquirido a lo largo de su convivencia con Sanemi.
—No te contengas, Sanemi —susurró Obanai contra su cuello, dejando besos húmedos mientras sus manos se deslizaban lentamente por su torso.
Sanemi gruñó bajo su aliento, sus dedos presionando con más fuerza la cadera del súcubo. Aunque todavía estaba procesando todo lo que había descubierto sobre su conexión, en ese momento no podía pensar en nada más que en cómo Obanai lo hacía sentir.
El súcubo se movió con elegancia sobre él, inclinándose lo suficiente para rozar sus labios en un beso provocador, apenas dejando que Sanemi lo atrapara antes de apartarse con una sonrisa juguetona.
—Te gusta cuando tomo la iniciativa, ¿verdad? —preguntó con un tono travieso, observando cada reacción del albino.
Sanemi entrecerró los ojos, intentando no ceder tan rápido ante sus provocaciones, pero era difícil cuando Obanai sabía exactamente cómo tocarlo.
—Solo deja de hablar y sigue con lo que estabas haciendo —gruñó Sanemi, tirando ligeramente de su cintura para acercarlo más.
Obanai soltó una risa suave, sintiéndose completamente en su elemento. Aunque era su primera vez en una situación así, su instinto natural como súcubo le permitía moverse con una confianza que haría dudar a cualquiera sobre su inexperiencia.
Sus labios recorrieron el pecho de Sanemi, su lengua trazando un camino lento mientras descendía. Sus manos exploraban cada centímetro de su piel, buscando aquellos puntos sensibles que había memorizado en sus interacciones anteriores.
Sanemi estaba perdiendo la batalla rápidamente, sus dedos enterrándose en los muslos de Obanai, su respiración entrecortada mientras el súcubo continuaba con su juego de seducción.
Cada movimiento, cada roce, era calculado, pero al mismo tiempo cargado de un deseo genuino. Obanai no solo estaba cumpliendo con su trabajo como súcubo; estaba buscando la manera de hacer que Sanemi lo deseara tanto como él lo deseaba a él.
Y por la forma en que el albino se estremecía bajo su toque, estaba logrando su objetivo.
—Sanemi... —susurró Obanai contra su piel, disfrutando de la sensación de control, de saber que lo tenía exactamente donde quería.
Sanemi entreabrió los ojos, encontrándose con la mirada intensa de Obanai. En ese momento, entendió que no se trataba solo de un juego para el súcubo. Esto era mucho más que solo deseo o hambre de energía.
Era una entrega mutua.
Una prueba de que ambos estaban dispuestos a desafiar todo por estar juntos.
Sanemi deslizó sus manos por la espalda de Obanai, tomándolo por la nuca y atrayéndolo hacia otro beso. Esta vez, no hubo juegos. No hubo provocaciones.
Solo fue un beso profundo, lleno de todo lo que Sanemi no podía decir en palabras.
Obanai se dejó llevar, correspondiendo con la misma intensidad, con la certeza de que, sin importar lo que pasara después, esta noche marcaría el verdadero comienzo de su unión.
Sanemi no sabía exactamente qué esperaba de Obanai en ese momento. Quizá que fuera más dulce, más romántico, que susurrara palabras suaves mientras se entregaban el uno al otro. Pero en cuanto el súcubo empezó a moverse sobre él, deslizando su cuerpo con una gracia sensual, supo que estaba completamente equivocado.
—No te quedes quieto, Sanemi —la voz de Obanai sonó ronca, cargada de deseo, mientras sus manos recorrían su torso con hambre—. ¿O es que quieres que haga todo yo solo?
Sanemi apretó la mandíbula, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
—Hablas demasiado —gruñó, sujetándolo por la cintura y atrayéndolo hacia él.
Obanai sonrió con picardía, inclinándose para rozar sus labios contra los de Sanemi sin llegar a besarlo por completo.
—¿Eso crees? —susurró, su lengua apenas tocando la de Sanemi antes de alejarse nuevamente—. ¿Y si me gusta hablar mientras lo hacemos? ¿Te molesta que te diga lo bien que te sientes? ¿O lo mucho que me gustas así?
Sanemi sintió su cuerpo tensarse ante esas palabras. No podía negar que le gustaba. Le gustaba demasiado.
El súcubo se movía con una confianza abrumadora, sus manos deslizándose por cada rincón del cuerpo de Sanemi, sus labios dejando marcas en su piel. Y lo peor —o lo mejor— era que Obanai no dejaba de provocarlo con sus palabras.
—Sabes, Sanemi... —susurró contra su oído, mordiendo suavemente el lóbulo—. Me encanta cuando intentas resistirte, pero al final terminas siguiéndome el ritmo.
Sanemi gruñó, incapaz de ignorar lo mucho que esas palabras lo afectaban.
—Cállate de una vez —exigió, girando sus cuerpos hasta quedar sobre él.
Obanai dejó escapar una risa traviesa, mirándolo con esos ojos bicolores llenos de lujuria.
—Hazme callar entonces —desafió, pasándose la lengua por los labios en un gesto descarado.
Sanemi no necesitó más provocaciones. Se inclinó sobre él, atrapando sus labios en un beso profundo, mientras sus manos exploraban cada centímetro del cuerpo del súcubo.
Obanai se arqueó bajo su tacto, disfrutando del dominio momentáneo de Sanemi. Pero no pensaba rendirse tan fácil.
—Así me gusta —jadeó entre besos—. Duro y sin piedad.
Sanemi sintió que iba a volverse loco con ese lado salvaje de Obanai. El súcubo no era nada delicado, no era nada de lo que había imaginado en un principio. Era provocador, atrevido y completamente adictivo.
Y lo peor de todo es que Sanemi estaba disfrutándolo más de lo que debería.
Sanemi sabía que había cruzado la línea del no retorno cuando vio a Obanai bajo él, con las piernas enroscadas a su cintura, jadeante y con una sonrisa traviesa en los labios. El súcubo lo miraba con esos ojos bicolores llenos de deseo, su piel brillante por el calor del momento y su cuerpo arqueado, pidiendo más.
—Sanemi.... —murmuró Obanai con voz ronca—. No te hagas el difícil ahora.
Sanemi gruñó, apretando las manos sobre las caderas del súcubo, controlándose con esfuerzo. Obanai estaba completamente entregado a él, su naturaleza demoniaca se mezclaba con la necesidad humana que Sanemi le había enseñado a sentir. Ya no era solo un súcubo recolectando energía, era un ser que quería experimentar la intimidad de una forma que ninguno de los dos había imaginado al inicio.
—Deja de hablar tanto —murmuró Sanemi, inclinándose para besarlo, ahogando cualquier respuesta en la profundidad de sus labios.
Obanai respondió con la misma intensidad, hundiendo las uñas en la espalda del humano, queriendo sentirlo aún más cerca.
Los movimientos entre ellos fueron lentos al principio, como si quisieran memorizar cada roce, cada sensación. Pero Obanai era impaciente, sus piernas apretaban a Sanemi con más fuerza, sus caderas se mecían pidiendo más.
—Más rápido —gimió contra su oído, su lengua recorriendo la piel caliente del albino—. No me hagas rogarte, Sanemi.
Sanemi dejó escapar un gruñido bajo, tomándolo con más firmeza antes de ceder al pedido del súcubo. El sonido de sus cuerpos encontrándose llenó la habitación, entremezclado con los jadeos de Obanai y la respiración entrecortada de Sanemi.
Obanai nunca había sentido algo así. Había visto a muchos de su especie usar a los humanos de formas vacías, pero lo que él y Sanemi estaban haciendo era diferente. Había deseo, sí, pero también una conexión que ninguno de los dos se atrevía a poner en palabras.
—Sanemi... —susurró, perdiéndose en la sensación—. Me gustas demasiado.
Sanemi lo miró entre los mechones blancos que caían sobre su frente, sintiendo su pecho apretarse ante esas palabras.
—Lo sé —respondió en voz baja, inclinándose para besarlo de nuevo, para devorarlo entero, como si quisiera demostrarle sin palabras que el sentimiento era mutuo.
La noche avanzó entre caricias y susurros, entre jadeos y besos que hablaban más que cualquier confesión. Para Obanai, esa era la prueba definitiva de que su lazo con Sanemi estaba completo. Para Sanemi, era la confirmación de que ya no podía imaginar su vida sin el súcubo a su lado.
...
La habitación estaba impregnada del aroma del sudor y el sexo. Las sábanas estaban revueltas, arrugadas y empapadas en fluidos, los rastros de su pasión desbordada evidentes en cada rincón de la cama. La luz tenue de la lámpara de noche apenas iluminaba la escena: Sanemi estaba tumbado, el cuerpo aún tembloroso, el cabello pegado a la frente por el esfuerzo, la respiración pesada mientras intentaba recuperar el aliento.
Obanai, sin embargo, no parecía tener intención de detenerse. Estaba montado sobre Sanemi, su piel resplandeciente de sudor, su pecho subiendo y bajando con cada jadeo entrecortado. Sus manos apoyadas en el abdomen del albino mientras se movía con un ritmo frenético, su expresión un cóctel embriagador de éxtasis y lujuria descontrolada.
—Obanai... —Sanemi gimió, sintiendo el placer recorrer su columna otra vez, su cuerpo respondiendo a pesar del agotamiento—. Ya no puedo más...
Obanai se inclinó sobre él, atrapando su rostro entre sus manos, mirándolo fijamente con sus ojos bicolores brillando de deseo.
—Vamos, Nemi —ronroneó contra sus labios, su lengua traviesa recorriendo la piel húmeda del albino—. Solo un poco más.
—Dijiste eso hace tres rondas... —gruñó Sanemi entre dientes, apretando los puños sobre las caderas de Obanai para intentar detener sus movimientos—. No eres normal, maldito súcubo.
Obanai soltó una risa entrecortada, arqueando la espalda y provocando que Sanemi soltara un jadeo involuntario.
—Obviamente no soy normal —susurró con picardía—. Pero te encanta, ¿verdad?
Sanemi no respondió, su orgullo no le permitía darle la razón tan fácilmente, aunque su cuerpo traicionero respondía a cada movimiento del súcubo. Obanai lo sabía, podía sentirlo.
La noche había sido un completo desenfreno. Lo que comenzó como un juego de seducción terminó en una maratón interminable, donde Obanai demostró ser insaciable, llevando a Sanemi al límite una y otra vez. La cama estaba un desastre, los condones usados esparcidos por la mesita de noche, en el suelo, algunos incluso colgando precariamente del borde del colchón.
Sanemi jamás pensó que viviría para ver su reserva agotada en una sola noche.
—¿Cuántos hemos usado...? —murmuró, todavía en un estado de estupor.
Obanai se rió, mordiéndole suavemente la clavícula.
—Perdí la cuenta después del quinto.
Sanemi cerró los ojos con frustración, sintiendo que su alma abandonaba su cuerpo por la extenuación. Pero Obanai no parecía querer darle tregua.
—Nemi... —susurró el súcubo en su oído, su voz ronca, seductora, peligrosa—. ¿Puedo seguir sin ellos?
Sanemi abrió los ojos de golpe.
—¡Ni de broma!
Obanai hizo un puchero antes de reír y besar su frente con suavidad.
—Bromeaba... tal vez.
Sanemi suspiró, demasiado cansado para seguir discutiendo.
—Mañana vas a comprar más —sentenció con voz ronca.
Obanai sonrió, deslizando los dedos por el pecho de Sanemi.
—O podríamos intentarlo sin...
—¡Obanai!
La risa traviesa del súcubo resonó en la habitación, mientras Sanemi enterraba la cara en la almohada, resignado a su destino.
Continuará...
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