Capítulo 21: Posesivo.
Sanemi se sentó en el borde del sofá con un libro en las manos, hojeando distraídamente las páginas mientras las palabras de Tomioka de días atrás resonaban en su mente: "Estás loco por seguir el juego a ese sucubo, Sanemi. " Pero, por más que intentara tomarse en serio el consejo, no podía apartarse de la curiosidad que lo empujaba a indagar más. Si iba a convivir con un demonio del deseo que le robaba energía y espacio personal, al menos quería entenderlo. La única forma de hacerlo era preguntar directamente, aunque sabía que Obanai probablemente lo fastidiaría con respuestas a medias.
Alzó la vista y encontró al sucubo tendido en el suelo, con su cola moviéndose perezosamente detrás de él. Enroscado en su cuello estaba Kaburamaru, el peluche que Genya le había regalado, como si fuera una especie de amuleto personal. Obanai hojeaba un manga, pero su atención estaba dividida, pues ocasionalmente lanzaba miradas rápidas a Sanemi, como si esperara algo.
—Oye, Obanai —llamó Sanemi de repente, cerrando el libro con un suave golpe.
—¿Qué pasa? —respondió el sucubo sin apartar la vista del manga.
—Quiero saber más sobre las leyendas de los sucubos. ¿Qué hay de cierto en todo eso? —Sanemi no perdió tiempo en rodeos, sabía que con Obanai era mejor ir directo al punto.
El sucubo alzó una ceja y dejó el manga a un lado, levantándose con calma. Se acercó al sofá y se dejó caer al lado de Sanemi, demasiado cerca como siempre, con esa falta de concepto del espacio personal que ya era su marca registrada.
—¿Por qué tanta curiosidad de repente? —preguntó Obanai, ladeando la cabeza con una sonrisa traviesa. —¿Acaso quieres saber si hay una manera de deshacerte de mí?
Sanemi suspiró, llevándose una mano al rostro. —Eso sería ideal, pero ahora mismo solo quiero entender qué clase de reglas rigen tu existencia. Quiero saber si esas leyendas humanas tienen algo de cierto o si son puro cuento.
Obanai se quedó en silencio por un momento, como si meditara su respuesta. Luego encogió los hombros. —Sé lo básico. Nosotros existimos para cumplir un propósito muy simple: recolectar energía vital a través del deseo. Todo lo demás son adornos que los humanos añadieron para dramatizar nuestra existencia. Aunque hay cosas que sí tienen algo de verdad...
Sanemi arqueó una ceja. —¿Como qué?
Obanai sonrió con picardía. —Por ejemplo, esa idea de los lazos. Se dice que los sucubos pueden crear un vínculo con los humanos que más les atraen. Pero ese vínculo no es algo que pase de inmediato, ¿sabes? Es... complicado.
Sanemi lo miró con seriedad, pero antes de que pudiera seguir preguntando, Obanai añadió: —Si quieres respuestas más completas, puedo invitar a Kyojuro. Él sabe más sobre estas cosas.
Sanemi se cruzó de brazos, mirando al sucubo con sospecha. —¿De verdad me vas a presentar a otro sucubo? Pensé que eras territorial o algo así.
Obanai apretó los labios, visiblemente incómodo. —No me encanta la idea, pero Kyojuro es... confiable. Además, estoy seguro de que se llevará bien contigo.
Sanemi dejó escapar un resoplido, pero accedió. —Está bien, que venga. Pero si empiezo a arrepentirme, será tu culpa.
Obanai lo miró, un brillo celoso y protector en sus ojos. —Tranquilo, humano. No dejaré que se pase de la raya.
Sanemi no pudo evitar pensar en lo surrealista que se había vuelto su vida, pero al menos ahora tendría la oportunidad de aprender algo más. ¿Qué tan mala podía ser una reunión con otro sucubo? Aunque, conociendo su suerte, seguramente traería más problemas de los que resolvería.
La noche comenzó tranquila, aunque Sanemi sabía que estaba a punto de entrar en otro episodio surrealista de su vida. Kyojuro, el sucubo al que Obanai había mencionado, llegó al departamento con un entusiasmo desbordante. Para su sorpresa, Kyojuro no tenía una forma física tangible como Obanai. Su apariencia era translúcida, como un fantasma envuelto en una cálida luz dorada. Su cabello brillante y sonrisa constante hacían que pareciera más un ser celestial que un demonio del deseo.
Sanemi lo miró extrañado desde el sofá, mientras Kyojuro flotaba casualmente en la sala. Por otro lado, Obanai estaba sentado sobre su regazo, como si eso fuera la forma más efectiva de marcar su territorio. Su cola se movía con un leve nerviosismo, y sus ojos bicolores estaban fijos en cada movimiento de Kyojuro, analizando cada palabra que salía de su boca.
—¡Es un placer conocerte, Sanemi! —dijo Kyojuro con una voz tan enérgica que Sanemi casi pudo sentir cómo las vibraciones resonaban en la sala. —¡He oído tanto sobre ti de parte de Obanai!
—No sé si eso es algo bueno o malo —respondió Sanemi, arqueando una ceja mientras su mirada se desviaba hacia el sucubo de menor tamaño en su regazo. —Pero ya que estás aquí, hay algo que quiero preguntar.
Kyojuro sonrió ampliamente. —¡Adelante! Estoy aquí para resolver todas tus dudas, joven humano.
Sanemi fue directo al grano. —¿Qué tan ciertas son esas leyendas que dicen que los sucubos pueden desarrollar un vínculo especial con los humanos? ¿Es algo común?
Kyojuro se llevó una mano al mentón, como si considerara cuidadosamente su respuesta. —No es exactamente común, pero tampoco es imposible. El vínculo entre un sucubo y un humano no se basa solo en el deseo o la energía que recolectamos. Va más allá de lo físico. Ocurre cuando un sucubo encuentra algo único en un humano, algo que los atrae de una manera que ni ellos mismos entienden del todo.
Sanemi asintió lentamente, mientras Obanai lo miraba de reojo, claramente desconfiando de cada palabra de Kyojuro. El rubio continuó con entusiasmo:
—Este vínculo puede ser beneficioso para ambos, pero también conlleva riesgos. Un sucubo que crea un vínculo con un humano se vuelve más vulnerable emocionalmente. Y, por supuesto, el humano puede terminar completamente atrapado en ese lazo. Es una conexión difícil de romper.
—Interesante... —murmuró Sanemi, sintiendo que había muchas cosas que procesar.
Después de un rato, Kyojuro se despidió con su usual energía contagiosa, prometiendo regresar si alguna vez necesitaban más ayuda. La puerta apenas se cerró tras él cuando Obanai giró bruscamente hacia Sanemi, con las cejas fruncidas y un destello de celos en sus ojos.
—¿Qué te pareció Kyojuro? —preguntó con un tono que intentaba ser casual, pero que estaba cargado de tensión.
Sanemi lo miró, desconcertado. —¿Qué clase de pregunta es esa? Es simpático, supongo. Un poco ruidoso.
Obanai entrecerró los ojos, inclinándose más cerca de su rostro. —¿Te enamoraste de ese otro sucubo tetón?
Sanemi se quedó en blanco por un segundo, antes de soltar una carcajada. —¿"Tetón"? ¿En serio, Obanai?
—¡Lo digo en serio! —gruñó el sucubo, cruzando los brazos mientras su cola golpeaba el sofá con frustración. —¡Es grande, brillante y... y demasiado amistoso! No confío en él. Además, no tienes permitido enamorarte de él.
Sanemi lo miró, aún riendo suavemente, y le dio un golpecito en la frente con un dedo. —Tranquilo, idiota. No voy a enamorarme de nadie. Y menos de un fantasma dorado que no para de gritar.
Obanai pareció relajarse un poco, aunque su expresión seguía siendo recelosa. Finalmente, se dejó caer nuevamente en su regazo, enroscando su cola alrededor del brazo de Sanemi como si eso sellara algún tipo de contrato. Sanemi solo suspiró, preguntándose cómo había terminado con un sucubo celoso y territorial en su vida.
...
La sala estaba silenciosa, con solo el tenue sonido del televisor de fondo. Sanemi suspiró, dejando caer la cabeza contra el respaldo del sofá, agotado tanto física como mentalmente. Obanai, sin embargo, permanecía enroscado en su regazo, aferrándose a él como si fuera su único punto de anclaje en el mundo humano. Su cola se movía perezosamente, pero había un leve nerviosismo en sus gestos.
Sanemi, de manera casi inconsciente, dejó caer sus manos sobre las caderas del sucubo, siguiendo el contorno de su figura mientras este lo abrazaba. Aunque no lo admitiera en voz alta, el calor y el peso de Obanai sobre él ya no le resultaban extraños, sino casi reconfortantes.
—¿Por qué te preocupas tanto por Kyojuro? —preguntó Sanemi, su voz suave pero con un dejo de curiosidad. —No voy a dejar que nadie venga aquí y me "robe".
Obanai lo miró con sus ojos bicolores llenos de un brillo peculiar, aunque su expresión seguía siendo algo hosca, con los labios fruncidos en lo que parecía un puchero. —No me gusta cómo te miraba. Ni cómo te hablaba. Eres mi humano.
Sanemi bufó una risa seca. —¿Tu humano, eh? Qué posesivo.
Obanai inclinó la cabeza, observándolo fijamente antes de acercarse aún más, olisqueando su cuello. Sanemi sintió el suave roce del aliento del sucubo contra su piel, seguido de una lengua cálida que trazó un camino lento y deliberado sobre su cuello. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, y cuando estaba a punto de protestar, Obanai mordió suavemente la piel, como si estuviera marcándolo.
—¿Qué estás haciendo ahora, idiota? —murmuró Sanemi, su voz un poco más baja de lo que pretendía.
Obanai levantó la cabeza, mirándolo directamente, sus labios curvándose en una leve sonrisa traviesa. —Solo estoy asegurándome de que nadie más piense que puede acercarse a ti. Eso es todo.
Sanemi suspiró, aunque esta vez no había irritación en su gesto, sino una mezcla de resignación y algo más profundo que no se atrevía a explorar del todo. Levantó una mano y tomó el mentón de Obanai con firmeza, obligándolo a mirarlo directamente. Los ojos bicolores del sucubo se abrieron ligeramente, sorprendidos por el movimiento repentino.
—Deja de hacer tonterías —murmuró Sanemi, aunque su tono no era del todo convincente. Antes de que pudiera pensar demasiado en sus propias acciones, inclinó la cabeza hacia adelante y presionó sus labios contra los de Obanai.
El beso comenzó suave, casi inseguro, pero cargado de una intensidad latente. Obanai, que al principio pareció sorprendido, pronto correspondió con fervor. Sus manos se aferraron a los hombros de Sanemi, mientras su cola se enroscaba más fuerte alrededor del brazo del humano. Era como si ese contacto confirmara algo que el sucubo llevaba mucho tiempo deseando.
Sanemi se separó después de unos segundos, respirando profundamente mientras miraba a Obanai con los ojos entrecerrados. —Satisfecho ahora, idiota?
Obanai lo observó con los labios ligeramente hinchados y una sonrisa ladeada que destilaba triunfo. —Por ahora. Pero no te acostumbres a hacerme esperar tanto para esto.
Sanemi bufó, empujándolo ligeramente del regazo para recuperar algo de espacio personal, aunque sabía que esa línea ya se había desdibujado hace mucho tiempo. Obanai, por supuesto, no tardó en volver a abrazarlo, pegándose a su costado como si nada hubiera pasado.
Continuará...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro