Capítulo 20: Dramas.
Sanemi pasaba las páginas de su libro con calma, disfrutando de un fin de semana sin la presión del colegio. Los exámenes finalmente habían terminado, y con ellos, al menos por ahora, las noches en vela llenas de tareas y preocupaciones. En el sofá cercano, Obanai se retorcía como un niño aburrido, cambiando de posición cada pocos minutos mientras mantenía el peluche Kaburamaru enroscado alrededor de su cuello como si fuera una bufanda.
La televisión estaba encendida, transmitiendo un drama coreano que Obanai había dejado por accidente mientras intentaba encontrar algo más interesante. Sus ojos, normalmente llenos de deseo o curiosidad, estaban ahora medio cerrados por el aburrimiento. El drama no hacía más que frustrarlo.
—Treinta capítulos solo para que se tomen de las manos —bufó, dejando caer su cabeza hacia atrás sobre el respaldo del sofá—. ¿Cómo soportan esto los humanos? ¡Es tan lento! En mi mundo, con un beso ya se habría resuelto todo.
Sanemi, sin apartar la mirada de su libro, respondió con calma.
—No todos los humanos corren a besarse en la primera oportunidad como tú, Obanai. Algunos necesitan tiempo para desarrollar una relación. Ya sabes, paciencia, emociones, esas cosas que a ti te faltan.
El sucubo rodó los ojos dramáticamente, dejando escapar un suspiro exagerado mientras tomaba el control remoto.
—Es absurdo. Nadie necesita treinta capítulos para besar a alguien. Podrían resolver esto en cinco minutos si fueran honestos con lo que quieren. —Apuntó a la pantalla—. Mira eso, ni siquiera han confesado sus sentimientos aún. Solo se miran como si fueran a explotar.
Sanemi soltó una leve risa, cerrando el libro para mirar al sucubo.
—¿Sabes? Estoy sorprendido de que hayas llegado al capítulo treinta. Pensé que te habrías rendido mucho antes.
Obanai frunció el ceño, ofendido por la observación.
—¡No es que me importe el drama! Solo quería ver si se besaban de una vez. Estoy... estudiando el comportamiento humano, eso es todo.
Sanemi levantó una ceja, claramente escéptico.
—Claro, lo que tú digas, estudioso.
Obanai gruñó y apagó la televisión de golpe, dejando caer el control remoto sobre la mesa.
—¡Esto es una pérdida de tiempo! —Se giró hacia Sanemi, con una mirada traviesa en los ojos—. Deberíamos hacer algo más divertido.
—Ni lo pienses. —Sanemi volvió a abrir su libro, ignorando deliberadamente la insinuación.
El sucubo, sin embargo, no se rindió tan fácilmente. Con un movimiento rápido, se lanzó al sofá donde estaba Sanemi y se tumbó boca abajo sobre sus piernas, con la cabeza apoyada en su muslo.
—¿Qué estás leyendo? —preguntó, estirando el cuello para intentar ver la portada del libro.
—Nada que te interese —respondió Sanemi, empujándolo suavemente para que no aplastara las páginas.
Obanai se acomodó con una sonrisa, abrazando el peluche de Kaburamaru mientras observaba a Sanemi con ojos llenos de diversión.
Sanemi suspiró, pero no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa. La rutina con Obanai, por más extraña que fuera, ya se había convertido en parte de su día a día.
El ambiente en el departamento estaba tranquilo, un raro momento de paz entre Sanemi y Obanai. Mientras Sanemi hojeaba las páginas de su libro, el sucubo jugaba con el peluche Kaburamaru, haciendo que la pequeña serpiente de tela “atacara” al aire. Sin embargo, a pesar de su aparente distracción, la conversación que había tenido Obanai con Kyojuro días atrás seguía rondando en su mente, junto con el drama coreano que había dejado en la televisión.
Sanemi no lo sabía, pero en la mente de Obanai todo comenzaba a encajar de forma extraña. "Tal vez los humanos y los sucubos no son tan diferentes", pensó. Sus ojos bicolor se fijaron en el perfil de Sanemi, quien parecía completamente ajeno a sus pensamientos, absorto en su lectura. La idea lo inquietaba. Kyojuro había hablado de "lazos" y "destinos", y aunque al principio le había parecido un disparate, ahora comenzaba a preguntarse si esa era la razón por la que no podía mantenerse alejado de Sanemi.
—Oye, Sanemi —dijo finalmente, rompiendo el silencio.
Sanemi levantó la mirada del libro, notando que el tono de Obanai no tenía la usual burla o picardía. Era algo más... curioso.
—¿Qué pasa?
Obanai se sentó, aún abrazando el peluche, con una expresión que no era fácil de descifrar.
—¿Qué significa para los humanos... cuando alguien no puede sacarse a otra persona de la cabeza? Ya sabes, cuando todo lo que hacen te parece interesante, aunque sea aburrido, como leer un libro o mirar dramas absurdos.
Sanemi arqueó una ceja, sorprendido por la pregunta. Dejó el libro a un lado, girándose hacia Obanai con los brazos cruzados.
—¿Por qué preguntas eso? ¿Te interesa alguien?
Obanai frunció el ceño y desvió la mirada, claramente incómodo con la dirección de la conversación.
—Responde primero —insistió, sin querer admitir nada todavía.
Sanemi se encogió de hombros, sin darle mucha importancia.
—Supongo que eso significa que te importa esa persona, que te interesa pasar tiempo con ella. Tal vez incluso... que te gusta.
La palabra "gustar" resonó en la mente de Obanai. Miró a Sanemi, sus ojos bicolor brillando con algo que Sanemi no logró identificar de inmediato. El sucubo se inclinó un poco más hacia él, evaluando cuidadosamente su reacción.
—Y... si alguien quisiera besarte, ¿cómo sabría si está bien hacerlo? —preguntó, con un tono que intentaba ser casual, aunque su cola se movía nerviosa detrás de él.
Sanemi parpadeó, desconcertado.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —respondió, intentando sonar neutral, aunque su rostro se estaba calentando.
—Solo responde, humano testarudo —insistió Obanai, su mirada fija en él.
Sanemi suspiró, evitando el contacto visual.
—Supongo que tendrías que saber si esa persona también quiere lo mismo. No es tan complicado.
Obanai se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras de Sanemi. Tal vez era más parecido al protagonista del drama de lo que quería admitir. Pero a diferencia de ellos, no necesitaba treinta capítulos para actuar.
Antes de que Sanemi pudiera reaccionar, Obanai se inclinó hacia adelante y le robó un beso rápido, apenas un roce, pero suficiente para hacer que el corazón de Sanemi se detuviera por un instante.
Ambos se quedaron quietos, Sanemi con los ojos abiertos como platos y Obanai observándolo con una mezcla de desafío y expectación.
—¿Ves? No fue tan difícil —murmuró el sucubo, con una sonrisa traviesa que ocultaba su nerviosismo.
Sanemi no supo qué decir. Su mente estaba hecha un lío, pero una cosa era clara: ese beso había cambiado algo entre ellos.
La sala estaba más silenciosa de lo habitual, salvo por el sonido del reloj de pared que marcaba los segundos con un ritmo casi burlón. Sanemi estaba sentado en el sofá, con los brazos cruzados, intentando concentrarse en el programa de televisión que había puesto como distracción. Pero sus pensamientos eran un caos. ¿Qué demonios significaba ese beso? ¿Y por qué, en lugar de enfurecerse, sentía el calor subiendo por su cuello cada vez que lo recordaba?
En el rincón opuesto de la sala, Obanai estaba "castigado", como Sanemi lo había declarado después de ese beso impulsivo. Pero el sucubo no parecía arrepentido. Al contrario, se había sentado en el suelo con las piernas cruzadas, abrazando a Kaburamaru como si fuera un escudo mientras clavaba su mirada bicolor en Sanemi. Su expresión era un desafío descarado, como si estuviera diciendo: "¿Qué vas a hacer al respecto?"
—¿Qué miras? —gruñó Sanemi, sin apartar la vista de la televisión. Pero era evidente que estaba incómodo.
—A ti —respondió Obanai con naturalidad, inclinando la cabeza y dejando que su cola golpeara el suelo con impaciencia. —Estoy intentando entender por qué estás tan alterado. No fue gran cosa.
Sanemi soltó una risa sarcástica, pasando una mano por su cabello.
—¿No fue gran cosa? ¡Me robaste un beso, idiota! Eso no es algo que simplemente se haga.
Obanai levantó una ceja, claramente confundido por la intensidad de la reacción de Sanemi.
—En mi mundo no hacemos tanto drama por un beso. Si quieres algo, lo tomas. Aunque debo admitir que... no fue como en esos dramas absurdos. Tal vez debería intentarlo otra vez para mejorar la técnica.
Sanemi giró la cabeza rápidamente, fulminándolo con la mirada.
—¡Ni lo pienses!
Obanai soltó una risa baja, divertida por la reacción de Sanemi. Se levantó lentamente, dejando el peluche a un lado, y caminó hacia él con paso tranquilo, casi felino. Sanemi lo miró con sospecha, pero no se movió del sofá. Cuando Obanai llegó lo suficientemente cerca, se inclinó un poco, apoyando las manos en el respaldo del sofá y acercando su rostro al de Sanemi.
—¿Por qué te pones tan nervioso, humano? —susurró, con una sonrisa juguetona. —Tu corazón está latiendo rápido otra vez.
Sanemi se sonrojó al instante, empujándolo suavemente pero con firmeza hacia atrás.
—¡Porque eres un maldito acosador, por eso! ¡Ve a fastidiar a otro lado!
Obanai se dejó caer al suelo frente al sofá, sonriendo como si hubiera ganado algo.
—Admito que aún no entiendo por qué los humanos complican tanto las cosas... Pero al menos ahora sé algo.
—¿Y qué se supone que es eso? —masculló Sanemi, intentando recuperar la compostura.
Obanai lo miró desde el suelo, su cola moviéndose con satisfacción detrás de él.
—Que me gustas. Y que, aunque lo niegues, yo también te gusto.
Sanemi abrió la boca para protestar, pero no encontró palabras. Su rostro ardía de vergüenza mientras desviaba la mirada hacia la televisión, como si eso pudiera salvarlo de la declaración descarada de Obanai.
El sucubo sonrió, satisfecho consigo mismo, y volvió a sentarse en su rincón. Aunque estuviera "castigado", sentía que había dado un gran paso en su extraña relación con Sanemi. Por su parte, el humano estaba empezando a entender que su vida nunca volvería a ser normal, pero tal vez, solo tal vez, eso no era tan malo.
Continuará...
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