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Capítulo 19: Sentimientos.

En la preparatoria, Sanemi bostezaba mientras atendía a medias su última clase del día. Aún le dolía la espalda después de lidiar con Obanai la noche anterior, quien había decidido que "probar" a subirse sobre él para descansar era una forma válida de pasar el tiempo. Mientras tanto, en su apartamento, el susodicho súcubo no hacía precisamente gala de autocontrol.

Obanai estaba enredado en una de las camisas de Sanemi, el aroma del humano impregnando la prenda. Su cola se enroscaba con habilidad en el tejido mientras generaba una fricción que lo hacía gemir bajo y profundo, invocando el nombre del albino con un deseo tan descarado que cualquier humano se habría puesto rojo solo de escucharlo.

—Sanemi... ah... Sanemi... —murmuraba mientras se retorcía sobre la cama con movimientos que habrían sido censurados en cualquier horario familiar. Era uno de esos momentos en los que el hambre de un súcubo y el deseo se entremezclaban, llevándolo a actuar como un animal en celo.

Sin embargo, su momento privado de lujuria se vio interrumpido de golpe cuando un rubio de ojos brillantes apareció, de pie al borde de la cama como si fuera lo más normal del mundo.

—¡OBANAI! —exclamó Kyojuro con su característica energía ensordecedora, casi tirando la puerta de la habitación en su entusiasmo.

Obanai dio un respingo tan grande que cayó de la cama con un ruido seco, llevándose la camisa de Sanemi enredada en su cola. Miró al recién llegado con el ceño fruncido y el rostro rojo, no de vergüenza, sino de rabia por haber sido interrumpido en pleno momento de "intimidad personal".

—¿¡Kyojuro!? ¿Qué demonios haces aquí? —gruñó, tratando de desenredar la prenda mientras su cola se movía frenética de un lado a otro.

El rubio, como siempre, no se inmutó ante el tono hostil de su amigo. Caminó hacia él con una expresión seria pero amable, aunque su mirada cayó rápidamente sobre la camisa entre las manos de Obanai y luego volvió a su rostro. Una sonrisa que bordeaba lo burlón se dibujó en sus labios.

—¿Esclavizado? ¿Secuestrado? ¿O simplemente enamorado, Obanai? —preguntó con una mezcla de genuina preocupación y un tono burlón que a cualquier otro sucubo habría sacado de quicio.

Obanai apretó los dientes, dejando caer la camisa sobre la cama y cruzando los brazos con aire defensivo. Su cola, traicionera, seguía moviéndose nerviosa.

—¡No es nada de eso, idiota! Estoy trabajando, ¿vale? Es un ciclo, nada más. Ya te lo he dicho antes —respondió rápidamente, pero el rubor en su rostro decía lo contrario.

Kyojuro se agachó hasta quedar a la altura de Obanai, observándolo con una intensidad que sería inquietante si no fuera por la genuina calidez en su expresión.

—Obanai, no has regresado al inframundo en semanas. Los rumores están circulando, y yo mismo vine a verificar si este humano del que hablas te tiene bajo amenaza o... si simplemente has encontrado algo que no estás dispuesto a soltar —dijo con una sonrisa ladeada.

Obanai chasqueó la lengua y apartó la mirada, como un niño al que acusan de robar dulces.

—Es un humano, Kyojuro. Solo un humano. Lo estoy usando para cumplir mi ciclo, nada más. ¿Por qué todos asumen que es algo más? —gruñó, aunque el leve temblor en su voz traicionaba su incomodidad.

Kyojuro se levantó, riendo con una voz que parecía llenar todo el apartamento.

—Si lo dices así, supongo que no hay problema. Pero por lo que veo, tal vez deberías ser honesto contigo mismo antes de que sea demasiado tarde, ¡los humanos son frágiles, Obanai! —dijo con tono casi paternal, dándole una palmada amistosa en la espalda que casi lo derribó.

Obanai gruñó bajo, irritado por la charla, pero en el fondo sabía que había algo de verdad en las palabras de su amigo. Kyojuro, satisfecho con haber sembrado la semilla de la duda, se giró hacia la ventana abierta por donde había entrado.

—Recuerda, si necesitas ayuda o simplemente hablar, sabes cómo encontrarme. ¡Y no te olvides de visitar el inframundo alguna vez! —exclamó antes de desaparecer en un destello.

Obanai quedó solo, mirando la camisa de Sanemi sobre la cama con una mezcla de frustración y algo más... algo que no quería nombrar. Con un suspiro, se dejó caer sobre el colchón, su cola todavía moviéndose inquieta mientras pensaba en las palabras de Kyojuro.

—Maldito Kyojuro... —murmuró antes de hundir el rostro en la camisa de Sanemi, su aroma calmándolo de una forma que odiaba admitir.

Sanemi dejó caer su mochila al suelo junto a la puerta del departamento, agotado después de una larga tarde de estudios con Tomioka. Era raro que Obanai no lo recibiera con algún comentario sarcástico o un reproche apenas cruzaba el umbral. Miró alrededor, pero todo estaba tranquilo, incluso demasiado tranquilo. Con un encogimiento de hombros, pensó que tal vez el sucubo estaba ocupado o simplemente había decidido darle un respiro. Aunque esa idea, viniendo de Obanai, le resultaba difícil de creer.

Aprovechando la inusual paz, Sanemi se tomó un baño relajante y cenó sin interrupciones ni quejas sobre su comida. Después, se tumbó en el sofá, dudando entre elegir una película o simplemente leer algo antes de dormir. Finalmente, optó por el libro que tenía a medio terminar. A medida que las páginas avanzaban, el cansancio acumulado del día lo venció, y decidió que era hora de ir a la cama.

Se deslizó entre las mantas, disfrutando del extraño silencio que llenaba el apartamento. Sin el ruido habitual de la cola de Obanai azotando el suelo o los comentarios constantes del sucubo, el ambiente se sentía casi irreal. Tal vez, pensó, Obanai finalmente le había dado un descanso. Suspirando, cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño.

Pero la tranquilidad no duró mucho.

Un rato después, Sanemi sintió algo cálido y suave moverse bajo las mantas. Su cuerpo se tensó por reflejo, y abrió los ojos de golpe, listo para lanzar algún grito de protesta. Pero antes de que pudiera reaccionar, una familiar sensación de peso sobre su torso y una cola enroscándose suavemente alrededor de él lo detuvieron.

—¿Obanai? —murmuró, su voz apenas audible, aunque ya sabía la respuesta.

El sucubo no dijo nada, solo se acurrucó más cerca, apoyando su cabeza en el pecho de Sanemi. Su respiración era tranquila, casi somnolienta, y el calor que irradiaba su cuerpo era extrañamente reconfortante. No había ningún gesto lascivo ni palabras provocadoras, solo un abrazo silencioso y una presencia cálida que parecía buscar algo más profundo que el simple deseo que Obanai solía mostrar.

Sanemi suspiró, resignado. Al principio, su cuerpo se mantuvo rígido, pero poco a poco, el calor y la tranquilidad de la situación comenzaron a relajarle. Aunque no quería admitirlo, esa sensación de familiaridad, de que alguien estuviera a su lado en silencio, era más reconfortante de lo que esperaba.

Obanai murmuró algo ininteligible contra su pecho, probablemente ya medio dormido. Su cola se ajustó un poco más alrededor del torso de Sanemi, como si temiera que se moviera o lo apartara. Pero Sanemi no hizo nada. Solo cerró los ojos, dejando que el ritmo constante de la respiración de Obanai lo calmara.

Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, Sanemi durmió profundamente, con el peso del sucubo en su torso y una extraña paz en el ambiente que lo acompañó hasta el amanecer.

Continuará...

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