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Capítulo 17: Hermano.


Obanai observó desde la esquina de la habitación, con la cabeza ladeada y la cola agitándose con curiosidad, mientras un pequeño humano entraba aferrado a la chaqueta de Sanemi. El niño era una versión en miniatura del mayor, con los mismos ojos brillantes, aunque más llenos de inocencia, y una expresión que mezclaba curiosidad y timidez al encontrarse en el apartamento.

Sanemi suspiró, ya acostumbrado a la presencia de su hermano menor y la energía que siempre traía consigo. Se quitó la chaqueta y se arrodilló frente a Genya para explicarle con una mezcla de seriedad y paciencia:

-Escucha, Genya, aquí vive un... fantasma. No da miedo ni hace nada malo, solo es fastidioso. Si te quedas tranquilo, incluso puede que te deje jugar un rato hasta que mamá pase a buscarte. ¿De acuerdo?

Genya parpadeó, sus ojos grandes mirándolo con incredulidad.

-¿Un fantasma? -repitió, con un susurro emocionado. Lejos de parecer asustado, su pequeño rostro se iluminó con curiosidad infantil-. ¿Es como los de los cuentos?

Sanemi rodó los ojos y se levantó, mientras Genya seguía observando alrededor con expectación. Obanai, que había estado escuchando todo, frunció el ceño, claramente ofendido por la descripción tan simplona que había hecho Sanemi sobre él. Sin embargo, la idea de interactuar con el niño le resultaba intrigante. Era la primera vez que alguien más entraba al espacio de Sanemi, y aunque las reglas de su mundo le prohibían manifestarse frente a otros humanos, la actitud del chico le resultaba entretenida.

-Así que ahora soy un simple fantasma... -murmuró Obanai, materializándose a un lado del sofá donde Sanemi había tomado asiento-. ¿Y por qué no puedo ser algo más interesante? Como un espíritu ancestral o un dios menor. Fantasma suena aburrido.

Sanemi, que había comenzado a sacar juguetes de una caja para entretener a Genya, le lanzó una mirada de advertencia.

-No hagas tonterías -dijo en voz baja, como si pudiera controlar al sucubo con esas palabras.

Genya, por su parte, no parecía percatarse de la presencia de Obanai. El niño se dedicó a examinar los juguetes con entusiasmo, ajeno al ser que lo observaba con atención. Obanai, ahora sentado en el borde de la mesa de café, ladeó la cabeza al ver al pequeño humano.

-¿Así que los humanos se duplican? -preguntó de repente, cruzándose de brazos mientras miraba a Sanemi-. Tiene tu cara, pero más... redonda.

Sanemi dejó escapar un bufido de risa, tomando asiento en el sofá con una bebida en la mano.

-No nos "duplicamos", idiota. Es mi hermano menor. ¿Nunca has visto un niño antes?

Obanai negó con la cabeza, sorprendentemente honesto.

-Los niños no son parte de nuestras asignaciones. Son demasiado jóvenes, no tienen las energías que necesitamos. Nunca entendí para qué los humanos los traen al mundo si son tan frágiles y dependientes.

Sanemi frunció el ceño ante ese comentario, aunque no dijo nada. Sabía que discutir con Obanai sobre las complejidades de la vida humana era una batalla perdida. En cambio, dejó que el sucubo se quedara observando a Genya, quien ahora estaba completamente concentrado en ensamblar un rompecabezas.

Pasaron unos minutos de silencio antes de que Obanai, visiblemente intrigado, bajara de la mesa y se acercara al niño, aunque seguía invisible para él. Genya, por instinto, miró alrededor, como si sintiera que alguien lo observaba, y murmuró con curiosidad:

-¿El fantasma está aquí?

Sanemi, que estaba a punto de beber, casi se atragantó. Miró de reojo a Obanai, quien ahora estaba agachado junto a Genya, examinando las piezas del rompecabezas con un interés fingido.

-Sí, está por ahí... pero no te preocupes, no puede tocarte ni nada. Solo es un mirón fastidioso. -Sanemi respondió con calma, mientras le lanzaba una mirada cargada de advertencia al sucubo.

Obanai soltó una risa baja, divertida por la descripción, y miró a Genya con una sonrisa traviesa.

-Tal vez este humano pequeño no es tan aburrido como pensaba. -Murmuró, y aunque Genya no podía escucharlo, parecía responder a su presencia con una energía más inquieta y animada.

Para Sanemi, la escena era extrañamente surrealista. Su hermano menor, completamente ajeno a la realidad de que un sucubo observaba cada uno de sus movimientos, mientras este último parecía más entretenido de lo que había estado en días. Por alguna razón, ver a Obanai distraído con algo tan inocente como un niño le resultaba casi... entrañable. Aunque nunca lo admitiría en voz alta.

...

Sanemi desde en la cocina, escuchaba ruidos provenientes de la sala mientras preparaba la cena. Al principio, los ignoró, suponiendo que Genya estaba jugando solo. Sin embargo, cuando escuchó un golpe seco seguido de risas infantiles y un ruido que claramente era algo cayendo al suelo, decidió asomarse. Lo que encontró fue algo que le hizo llevarse una mano a la cara.

La sala de su apartamento se había transformado en un caos. Los cojines del sofá estaban desparramados, los juguetes de Genya estaban regados por el suelo, y el pequeño, riendo a carcajadas, lanzaba otro objeto al aire. Este fue atrapado en pleno vuelo, como si una fuerza invisible lo detuviera.

-¡Te atrapé, fantasma! -gritó Genya con entusiasmo, apuntando al lugar donde creía que estaba su nuevo compañero de juegos.

Obanai, por su parte, estaba completamente visible para Sanemi, aunque no para el niño. Sujetaba un muñeco de trapo entre las manos y lo balanceaba como si fuera un arma, devolviendo cada juguete que Genya lanzaba con la misma velocidad. Había una sonrisa torcida en sus labios, claramente disfrutando más del juego de lo que cualquiera habría esperado.

-¿Es todo lo que tienes, pequeño humano? -dijo Obanai en tono burlón, aunque sabía que el niño no podía escucharlo. La energía juguetona de Genya parecía contagiarlo.

-¡No vas a ganarme, fantasma! -replicó Genya con determinación, lanzando un pequeño auto de juguete.

Obanai lo atrapó con facilidad y lo lanzó de vuelta, provocando que Genya tuviera que saltar para atraparlo. Sanemi, apoyado en el marco de la puerta, observó la escena con una mezcla de irritación y resignación. El desorden en su sala era notable, pero ver a su hermano y al sucubo interactuar de esa manera, aunque indirecta, le resultaba... extraño, casi surrealista. ¿Quién habría imaginado que un ser como Obanai podría adaptarse a algo tan cotidiano como jugar con un niño?

-¿De verdad, Obanai? -dijo Sanemi en un tono que mezclaba fastidio y cansancio-. ¿No puedes contenerte ni siquiera con un niño? Mira el desastre que están haciendo.

Obanai le lanzó una mirada rápida y burlona, atrapando al vuelo otro objeto que Genya había lanzado.

-No soy yo quien está lanzando cosas por toda la sala. -Hizo una pausa y agregó con una sonrisa-. Además, el pequeño humano está más entretenido que nunca. Estoy haciendo tu trabajo por ti, Sanemi.

Sanemi chasqueó la lengua y volvió a la cocina, agitando una mano en señal de que no quería escuchar más excusas. Desde allí, podía oír las risas de Genya y los comentarios de Obanai, aunque sólo él entendía ambos lados del intercambio.

Cuando terminó de preparar la cena y volvió a la sala, se encontró con un panorama peor: los cojines estaban en el suelo, los juguetes desparramados por todas partes, y Genya estaba tirado en el sofá, exhausto pero feliz. Obanai, de pie junto al sillón, tenía los brazos cruzados, con una expresión satisfecha.

-Parece que gané esta batalla. -Comentó el sucubo con suficiencia, mirando al niño rendido.

Sanemi suspiró profundamente, dejando los platos en la mesa y mirándolo con seriedad.

-Vas a ayudarme a limpiar esto, Obanai. No me importa si eres un demonio o lo que sea, aquí las reglas las pongo yo.

Obanai arqueó una ceja, claramente ofendido por la idea, pero ante la mirada fulminante de Sanemi, suspiró y comenzó a recoger algunos cojines, murmurando algo sobre lo "aburrido" que era el mundo humano. Mientras tanto, Genya se sentó a la mesa, sonriendo de oreja a oreja.

-Tu fantasma es muy divertido, nii-san. ¿Puedo volver a jugar con él otro día?

Sanemi miró al niño y luego a Obanai, que parecía querer reírse. Sacudió la cabeza y sirvió la comida.

-Ya veremos, Genya. Pero primero, come antes de que mamá venga a buscarte.

Sanemi estaba ocupado hablando con su madre en la cocina sobre los detalles del horario de Genya y algunos temas familiares, prestando poca atención a lo que hacía el pequeño. Genya, por su parte, aprovechó el momento para escabullirse hacia la sala con una misión clara en mente. Su pequeño cuerpo avanzó con sigilo, mirando a su alrededor como si tratara de encontrar al "fantasma". Sabía que estaba allí, aunque no podía verlo.

Sacó de su mochila un pequeño peluche de serpiente albina con ojos rojos intensos, un juguete al que él mismo había nombrado Kaburamaru. Era su favorito, pero esta vez lo había traído con un propósito especial. Con ambas manos extendidas, sostuvo el peluche frente a él mientras miraba al vacío de la sala.

-Sé que estás aquí, fantasma -dijo en un susurro, con la seriedad que solo un niño puede tener cuando está completamente convencido de algo-. Te traje esto. Es Kaburamaru, es muy fuerte y te va a ayudar a cuidar a mi nii-chan.

Obanai, que había estado sentado sobre el respaldo del sofá, invisible para Genya, se inclinó hacia adelante, mirando con curiosidad al pequeño humano. Rara vez se cruzaban con niños, y mucho menos con uno que tuviera el valor o la inocencia de interactuar con un ser que ni siquiera podía ver.

-Un regalo para mí... -murmuró Obanai, sorprendido, mientras su mirada caía en el peluche. Había algo genuino y puro en el gesto de Genya que incluso a él le resultaba desconcertante.

El niño, al no recibir respuesta, dejó el peluche cuidadosamente en el asiento del sofá, como si entregarlo de forma solemne asegurara que el "fantasma" lo aceptara. Luego se cruzó de brazos y miró al espacio donde creía que estaba Obanai.

-Cuida bien a nii-san, ¿sí? Es muy gruñón, pero es bueno. Volveremos a jugar otro día -dijo con firmeza antes de dar media vuelta y regresar a la cocina con Sanemi y su madre.

Cuando Genya desapareció, Obanai bajó del respaldo del sofá y tomó el peluche en sus manos, examinándolo detenidamente. La textura suave y los detalles simples del juguete parecían reflejar la sinceridad del pequeño humano. Aunque no lo necesitaba ni tenía idea de por qué lo estaba sosteniendo, había algo en el gesto que le provocaba un ligero calor en el pecho, algo que no había sentido en siglos.

-Tsk, niños humanos... siempre tan absurdos -murmuró, pero en lugar de devolver el peluche, lo colocó sobre su regazo mientras se recostaba en el sofá. A pesar de sus palabras, no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa.

Cuando Sanemi regresó a la sala después de despedir a Genya y su madre, lo primero que notó fue a Obanai con Kaburamaru en las manos.

-¿Qué demonios estás haciendo con eso? -preguntó, arqueando una ceja.

Obanai lo miró con una expresión desafiante, pero en lugar de responder algo sarcástico, simplemente sostuvo el peluche con cuidado.

-El pequeño humano dijo que cuide de ti. Esto es un símbolo de nuestra alianza, supongo -dijo, girando el peluche entre sus dedos como si fuera un objeto sagrado.

Sanemi resopló, sorprendido por la respuesta y un poco divertido. Se dejó caer en el sillón junto a él y negó con la cabeza.

-Genya te ha domesticado más rápido de lo que yo podría hacerlo -comentó con ironía, mientras Obanai simplemente se acomodaba con Kaburamaru, como si no tuviera intención alguna de devolverlo.

Continuará...

TNoel: Un poco de humor y Confort para sobrellevar las tensiones de "Bajo la Mirada del Jefe" ¿Ya ven que no me gusta verlos sufrir?.. Tanto.🐍💕🍃

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