Sanemi despertó con el primer rayo de sol entrando por la ventana. El cansancio aún pesaba en sus músculos, pero la cama estaba vacía a su lado, el único rastro de Obanai era el leve aroma que había dejado en las sábanas.

Se incorporó lentamente, pasando una mano por su cabello alborotado mientras miraba el desorden en la habitación. La ropa que habían arrancado la noche anterior estaba esparcida por el suelo, y las marcas en su piel hablaban de todo lo que había sucedido.

Con un suspiro, se levantó, buscando su camisa mientras intentaba poner en orden sus pensamientos. Había sido una noche larga, más intensa de lo que quería admitir. Sanemi se había convencido de que sería solo un desahogo, una manera de borrar la tensión que llevaba cargando desde el primer día que Obanai apareció en la escuela.

Pero no podía negar que algo en él se sentía vacío al encontrar la cama vacía.

—¿Qué esperaba? —murmuró para sí mismo, dejándose caer en el sofá con una taza de café caliente. Obanai no era del tipo que se quedaba para charlas matutinas.

Mientras bebía en silencio, los recuerdos de la noche anterior volvieron a inundarlo. La forma en que Obanai se había rendido completamente a él, cómo cada beso, cada movimiento, parecía intensificar el fuego entre ellos en lugar de extinguirlo. Por más que quisiera convencer a su mente de que aquello no significaba nada, su cuerpo y su corazón parecían opinar lo contrario.

Por otro lado, Obanai estaba ya en su pequeño apartamento, acomodando su ropa con calma antes de prepararse para ir a la escuela. Había salido antes del amanecer, no solo para evitar una conversación incómoda, sino también para poner distancia entre ellos antes de que sus emociones lo traicionaran.

Mientras ajustaba su corbata frente al espejo, el reflejo le devolvía una imagen de alguien que intentaba desesperadamente mantener el control.

—Esto no puede seguir así —se dijo en voz baja.

Pero incluso mientras lo decía, las imágenes de Sanemi sobre él, los suspiros que compartieron y el calor de su piel contra la suya lo hacían tambalear. Sabía que esa no sería la última vez, por mucho que intentara convencerse de lo contrario.

Cuando llegó a la escuela, el ambiente era el mismo de siempre: estudiantes corriendo por los pasillos, colegas charlando en el salón de profesores. Obanai se dirigió directamente a su laboratorio, evitando cualquier contacto innecesario, especialmente con Sanemi.

Sanemi, en cambio, llegó al trabajo más tarde de lo habitual, su humor peor que nunca. Reprendió a un par de alumnos que hablaban demasiado fuerte y casi se llevó por delante a Mitsuri en el pasillo.

—¡Sanemi! ¿Estás bien? —preguntó ella, preocupada por su expresión oscura.

—Estoy bien —gruñó, sin detenerse.

Pero no estaba bien. Todo en su cuerpo le decía que buscara a Obanai, que lo confrontara, que exigiera respuestas que ni él mismo entendía. Y al mismo tiempo, sabía que enfrentarlo solo avivaría el incendio que ambos intentaban apagar.

Continuará..

TNoel: ¿Les está gustando?