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Capítulo 6: Tensión bajo la superficie

La rutina diaria en la secundaria Kimetsu era un alivio y una tortura para ambos. Durante las clases, Obanai Iguro se refugiaba en su laboratorio, inmerso en experimentos y planes de enseñanza, donde podía perderse en el silencio y evitar cualquier interacción innecesaria con Sanemi. 

Mientras tanto, Sanemi Shinazugawa patrullaba los pasillos, manteniendo el orden a su estilo brusco y directo, reprendiéndolo todo, desde uniformes mal puestos hasta bromas ruidosas.

Pero aunque sus caminos apenas se cruzaran, ambos sabían que la tregua momentánea terminaría esa tarde, cuando tuvieran que enfrentarse nuevamente en la reunión casual del parque.

Para Obanai, la idea de compartir un espacio social con Sanemi era un recordatorio incómodo de lo que habían compartido. Había pasado días intentando bloquear esos recuerdos, pero cada vez que pensaba en la reunión, las memorias lo asaltaban con más fuerza. No podía evitar preguntarse si Sanemi lo miraría como siempre, con esa mezcla de desafío y algo más que no podía definir.

Por su parte, Sanemi estaba igual de inquieto. Aunque no era del tipo que se preocupaba por los eventos sociales, esta vez la idea de estar en el mismo espacio que Obanai, fingiendo que no se conocían de una manera tan íntima, le resultaba exasperante.

Durante el almuerzo en el salón de profesores, ambos hicieron lo posible por mantener la compostura. Obanai se sentó en una esquina, concentrado en su comida, mientras Sanemi ocupaba su lugar habitual junto a Tomioka, quien parecía ajeno a la atmósfera cargada.

Mitsuri, siempre animada, intentó romper el hielo con una conversación general.

—Entonces, ¿están emocionados por la reunión de esta tarde? Será divertido relajarnos un poco fuera del trabajo, ¿no creen? —preguntó con una sonrisa que iluminaba la sala.

Sanemi gruñó algo ininteligible, mientras que Obanai simplemente asintió sin levantar la vista.

Uzui, desde el otro lado de la mesa, rió con su tono habitual exagerado.

—¡Vamos, Shinazugawa! Deberías estar emocionado. Tal vez te relajemos un poco, siempre estás tan tenso.

Sanemi lo fulminó con la mirada, pero no respondió. En lugar de eso, enfocó su atención en su comida, aunque no podía evitar sentir los ocasionales ojos de Obanai sobre él, o tal vez solo era su imaginación.

Cuando el timbre anunció el final del almuerzo, ambos se levantaron casi al mismo tiempo, haciendo un esfuerzo por no mirarse al cruzarse en la puerta. Pero fue inevitable. Por un breve instante, sus miradas chocaron, y el fuego contenido entre ellos se encendió de nuevo.

Ninguno dijo nada, pero ambos sabían que esa tarde sería un desafío mayor de lo que estaban dispuestos a admitir.

La tarde comenzó tranquila. El parque estaba lleno de familias paseando y estudiantes jugando al fútbol. El grupo de profesores se reunió bajo un árbol grande, donde Uzui había llevado una enorme manta y bocadillos preparados por sus esposas, para deleite de todos.

Obanai había llegado con cierta reticencia, tomando asiento en una esquina donde podía mantenerse al margen. Sanemi, por su parte, se quedó de pie la mayor parte del tiempo, con los brazos cruzados y un ceño fruncido que parecía más pronunciado de lo habitual.

Pero lo que prometía ser un evento breve y moderado tomó un giro inesperado cuando Uzui, con su actitud siempre exagerada, sugirió trasladar la reunión a un bar cercano.

—Vamos, estamos en confianza. ¡Unas copas no le hacen daño a nadie! —exclamó, su entusiasmo imposible de rechazar.

Para cuando el grupo llegó al bar, la atmósfera se había vuelto mucho más relajada. Mitsuri y Shinobu se rieron mientras intentaban enseñar a Tomioka un juego de cartas. Kyojuro charlaba animadamente con el camarero, asegurándose de que todos tuvieran un vaso lleno. Uzui, por supuesto, lideraba el grupo con bromas y desafíos de bebida que no tardaron en involucrar a todos.

Sanemi, sentado en la barra con un vaso de sake en la mano, decidió que esta era su oportunidad para olvidar. O al menos, intentarlo. Bebió rápido, demasiado rápido, esperando que el alcohol apagara el fuego que sentía cada vez que miraba a Obanai, ahora sentado al otro lado de la mesa, con la misma expresión impasible que siempre lo desconcertaba.

Por su parte, Obanai apenas bebía, observando cómo los demás se animaban cada vez más. No entendía cómo había terminado ahí, rodeado de risas y gritos en lugar de la paz de su hogar. Pero lo que realmente lo desconcertaba era Sanemi. Lo veía beber como si quisiera borrar algo, y aunque intentaba ignorarlo, no podía apartar la vista de él.

Los recuerdos de aquella noche en otro bar, no tan diferente de este, comenzaron a golpearlo con fuerza. Recordó cómo Sanemi lo había mirado entonces, con la misma intensidad que ahora. Recordó el calor de sus manos, la forma en que lo había hecho sentir como si el mundo se redujera a ellos dos.

De repente, Uzui llamó la atención de todos.

—¡Un brindis! Por nuestro nuevo colega, Iguro-sensei. Que sobreviva a este grupo de lunáticos —dijo con una carcajada, levantando su vaso.

Todos rieron y levantaron sus copas, incluyendo Obanai, que solo pudo esbozar una sonrisa tensa. Sanemi lo miró desde su lugar, sus ojos brillando con algo que ni el alcohol podía disimular.

Conforme la noche avanzaba, la música del bar subía de volumen y las conversaciones se volvían más ruidosas. Sanemi, incapaz de contenerse más, se acercó al lugar donde Obanai estaba sentado, bajo el pretexto de buscar otro vaso.

—No creí que fueras de los que se quedan hasta tarde —comentó Sanemi, con un tono que intentaba ser casual pero sonaba cargado.

Obanai lo miró de reojo, sintiendo cómo su corazón se aceleraba sin motivo aparente.

—No tenía muchas opciones —respondió, fingiendo indiferencia.

El silencio entre ellos se llenó de todo lo que no podían decir. Sanemi, ya con el alcohol nublando sus pensamientos, se inclinó un poco más cerca, su voz baja y áspera.

—¿Estás pensando en lo mismo que yo? —preguntó, sus palabras cargadas de insinuación.

Obanai lo miró directamente, sus ojos oscuros enfrentándose a los de Sanemi con una intensidad que casi dolía.

—No empieces, Sanemi —respondió en un susurro, pero su voz carecía de la firmeza que pretendía.

Sanemi soltó una risa seca y se apartó ligeramente, llevándose el vaso a los labios.

—Demasiado tarde para eso.

El resto del grupo, ajeno a la tormenta contenida entre ellos, siguió riendo y celebrando. Pero para Sanemi y Obanai, el bar parecía haberse reducido al pequeño espacio que los separaba, y ambos sabían que esta noche no sería tan fácil de olvidar como pretendían.

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