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Capítulo 5: Palabras que dejan huella

El silencio cargado del pasillo fue abruptamente interrumpido por el sonido de pasos tranquilos acercándose. Sanemi y Obanai se separaron un poco, como si fueran estudiantes sorprendidos haciendo algo indebido.

Tomioka apareció primero, con una bandeja llena de bocadillos.

—Rengoku dijo que trajera más —murmuró con su tono monótono, sin prestar demasiada atención a la atmósfera tensa entre los dos profesores. Detrás de él, la enfermera de la academia, Shinobu Kocho, caminaba con su característico aire despreocupado.

—Oh, ¿aquí están? —comentó Shinobu, su sonrisa dulce acompañada de un brillo travieso en los ojos—. Iguro-sensei, no tuvimos la oportunidad de hablar antes. Bienvenido a Kimetsu Academy. Estoy segura de que te adaptarás perfectamente.

Obanai inclinó ligeramente la cabeza en agradecimiento, su expresión volviendo a la neutralidad habitual que usaba como escudo.

—Gracias, Kocho-sensei. Es un placer formar parte del equipo.

—¿Y tú, Shinazugawa? —continuó Shinobu, dirigiéndose a Sanemi con una sonrisa que parecía demasiado inocente—. ¿No estarás intimidando al nuevo colega, verdad?

Sanemi bufó, cruzándose de brazos.

—No digas tonterías.

Shinobu soltó una ligera risa antes de seguir a Tomioka hacia la sala, dejando a los dos hombres de nuevo en el pasillo. Pero esta vez, la tensión había cambiado. Obanai no dijo nada más y simplemente se excusó con un ligero movimiento de cabeza antes de regresar a la sala.

Sanemi se quedó ahí unos segundos más, observando el lugar vacío donde había estado Obanai.

—Maldita sea —murmuró antes de encaminarse también a la celebración.

Esa noche, al llegar a su hogar, Obanai se dejó caer en el sillón de su pequeño departamento, observando las luces de la ciudad a través de la ventana. Se quitó la corbata y aflojó el cuello de su camisa, pero nada parecía aliviar la presión que sentía en el pecho.

Las palabras de Sanemi retumbaban en su mente como un eco persistente.

Eres un maldito problema que no puedo sacarme de la cabeza.

Obanai sabía que la declaración no había sido del todo una queja. Había algo más en esas palabras: un reconocimiento, una confesión casi involuntaria. Y eso lo inquietaba.

Por más que quisiera dejar el pasado atrás, Sanemi seguía siendo una llama que no podía apagar, un recordatorio constante de todo lo que no podía controlar.

Se pasó una mano por el cabello, frustrado.

—No puedo seguir así —se dijo a sí mismo en voz baja, aunque no tenía ni idea de cómo solucionar aquello.

El sonido de su teléfono interrumpió sus pensamientos. Era un mensaje de Mitsuri, recordándole que el equipo de profesores tenía planeado reunirse al día siguiente para una reunión informal en el parque cercano a la escuela. Suspiró al leerlo. Lo último que necesitaba era más interacción social, pero sabía que no podía evitar a Sanemi para siempre.

Mientras tanto, en su propio apartamento, Sanemi miraba por la ventana con el mismo aire pensativo. Sabía que había dicho demasiado en el pasillo, que había dejado salir algo que debía haber guardado bajo llave. Pero ya era tarde.

Se preguntó cuánto tiempo más podría mantener ese fuego contenido antes de que todo explotara.

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