Capítulo 4: La bienvenida
Cuando el reloj marcó el final de la jornada, Obanai pensó que podría escapar a casa y evitar cualquier interacción social innecesaria. Sin embargo, sus esperanzas se desmoronaron cuando Mitsuri Kanroji, radiante como siempre, lo interceptó en el pasillo.
—¡Iguro-sensei! No puedes irte todavía, tenemos una pequeña reunión de bienvenida para ti. ¡Todos van a estar allí! —exclamó, prácticamente arrastrándolo hacia la sala de reuniones del personal.
—Realmente no es necesario... —intentó excusarse Obanai, pero la sonrisa insistente de Mitsuri le dejó claro que no tenía opción.
En la sala, una atmósfera relajada y ruidosa lo esperaba. Uzui Tengen, el carismático profesor de música, estaba en el centro, asegurándose de que todo fuera "extravagante", como él decía. A su lado, Kyojuro Rengoku, el optimista profesor de historia, distribuía bocadillos con una risa contagiosa.
—¡Iguro-sensei! Bienvenido oficialmente a la familia de Kimetsu Academy —dijo Kyojuro al verlo entrar, extendiéndole un plato con algo que parecía ser takoyaki.
Obanai asintió con una pequeña inclinación, sintiéndose fuera de lugar en medio de tanta energía. Mientras los demás se reían y charlaban, sus ojos inevitablemente lo buscaron a él.
Sanemi estaba apoyado contra una pared, con los brazos cruzados y una expresión neutral que rozaba el fastidio. No participaba activamente en la conversación, pero sus ojos se encontraron con los de Obanai por un instante, y la chispa que había estado latente durante todo el día volvió a encenderse.
—¡Shinazugawa, ven aquí! —gritó Uzui, alzando una copa de jugo como si fuera sake—. No seas aguafiestas.
Sanemi gruñó, pero cedió, acercándose al grupo con pasos pesados. Obanai trató de enfocarse en los comentarios amistosos de Mitsuri, pero la presencia de Sanemi tan cerca lo desarmaba.
—¿Y bien, Iguro-sensei? ¿Qué opinas de nuestro pequeño pero apasionado equipo? —preguntó Uzui, con una sonrisa que dejaba claro que disfrutaba del papel de anfitrión.
—Es... interesante —respondió Obanai, con su tono habitual, intentando mantenerse profesional.
—¡Ja! Interesante dice —se rió Kyojuro, golpeando amistosamente a Uzui en el brazo—. Eso significa que le gustamos.
La conversación siguió fluyendo, pero la tensión entre Sanemi y Obanai era imposible de ignorar para quienes los conocían bien. Mitsuri, siempre perceptiva, notó los silencios incómodos y las miradas furtivas, pero decidió no intervenir... todavía.
Cuando la reunión comenzaba a disiparse, Sanemi aprovechó la oportunidad para escabullirse al pasillo, buscando algo de aire fresco. Lo que no esperaba era que Obanai también saliera poco después, como si estuviera huyendo del bullicio.
Por un momento, ambos se quedaron en silencio, el eco de las voces dentro de la sala llegándoles como un murmullo distante.
—No creí que fueras de los que disfrutan este tipo de cosas —comentó Sanemi, rompiendo el hielo con un tono que intentaba ser casual, pero sonaba más gruñón de lo normal.
—No lo soy —respondió Obanai, cruzándose de brazos y evitando su mirada—. Pero tampoco soy bueno inventando excusas.
Sanemi soltó una risa seca, encendiendo un cigarro mientras miraba hacia el cielo que comenzaba a teñirse de naranja.
—Típico de ti —murmuró, y aunque no lo dijo con malicia, las palabras cargaban un peso que ambos entendían.
Obanai lo miró de reojo, queriendo responder algo mordaz, pero el cansancio del día lo detuvo. En lugar de eso, dejó que el silencio hablara por ellos, un silencio que no era incómodo, sino lleno de significados no dichos.
El aire entre ellos era eléctrico, lleno de preguntas sin formular, memorias que ninguno quería recordar pero tampoco podía olvidar.
—¿Por qué sigues comportándote así? —preguntó Obanai finalmente, rompiendo el silencio.
Sanemi giró la cabeza, con una ceja alzada.
—¿Así cómo?
—Como si yo fuera el problema —replicó Obanai, su voz más firme esta vez.
Sanemi tiró el cigarro al suelo, apagándolo con el pie, y lo miró directamente a los ojos.
—Porque eres el problema —dijo, dando un paso hacia él—. Eres un maldito problema que no puedo sacarme de la cabeza.
La confesión quedó suspendida en el aire, y por un momento, ambos se quedaron inmóviles, enfrentándose al fuego que sabían que no podrían contener por mucho más tiempo.
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