Capítulo 27: Donde todo Comenzó
Tomioka llegó puntualmente a la hora acordada, con su típica expresión impasible. Vestía de manera informal, con un abrigo que parecía demasiado grueso para la ligera lluvia que caía afuera. Al entrar, saludó con un breve asentimiento, dejando un paraguas perfectamente plegado junto a la puerta.
Sanemi, sentado en el sofá, lo miró con un gesto que no pudo disimular del todo: una mezcla de nervios y frustración. Obanai, en cambio, estaba sentado con la libreta en la mano, listo para guiar la conversación.
-Gracias por venir, Giyuu -dijo Obanai, calmado como siempre, mientras señalaba una silla frente a ellos.
Tomioka se sentó sin hacer preguntas, su mirada alternando entre ambos, listo para ver si pasaban o no la prueba, hasta entonces fingiría demencia.
-¿Y bien? -preguntó finalmente, su tono tan monótono que Sanemi tuvo que contener un bufido.
-Queríamos contarte algo importante antes de que te enteraras por alguien más -comenzó Obanai, colocando la libreta a un lado. Sanemi notó cómo su voz era más suave, más cuidadosa de lo habitual, trabajando duro para enfatizar en su actuación como lo habían ensayado.
Tomioka parpadeó lentamente, como si no estuviera seguro de lo que iba a escuchar, pero asintió para que continuaran.
-Sanemi y yo... estamos casados -dijo Obanai sin rodeos, dejando que las palabras cayeran como un peso en la sala.
Tomioka los miró fijamente durante unos segundos. Luego inclinó ligeramente la cabeza, como si procesara lo dicho, evaluando a ambos.
-¿Casados? -repitió, sin ningún indicio de sorpresa.
Sanemi, incapaz de soportar el silencio tenso, intervino rápidamente.
-Sí, Giyuu. Nos casamos hace un par de meses. No queríamos hacerlo público hasta ahora.
-¿Por qué? -preguntó Tomioka, ladeando la cabeza de nuevo. No era una pregunta cargada de duda, sino una curiosidad genuina.
Obanai tomó el control de la situación antes de que Sanemi perdiera la paciencia.
-Porque queríamos mantenerlo privado. Al principio, ni siquiera sabíamos cómo contarle a la gente que estábamos saliendo. No queríamos que nadie interfiriera.
Tomioka asintió lentamente, como si lo entendiera. Sin embargo, permaneció en silencio, obligándolos a continuar.
-Nos conocimos en una capacitación para profesores -añadió Obanai, retomando la narrativa que habían ensayado. -Fue un ambiente relajado, y pudimos hablar sin las distracciones del trabajo. Desde ahí, empezamos a salir.
Sanemi asintió, siguiendo la historia.
-Después de un tiempo, nos dimos cuenta de que estábamos prácticamente viviendo juntos. Así que decidimos hacerlo oficial.
Tomioka continuó observándolos con la misma expresión neutral. Luego miró a Obanai, después a Sanemi, y finalmente dijo:
-¿Entonces eso explica por qué Iguro siempre está usando tu ropa?
Sanemi se quedó congelado. No esperaba esa observación directa de alguien que apenas hablaba. Obanai, sin embargo, no perdió la calma.
-Kaburamaru y yo solemos quedarnos mucho en su departamento. A veces, tomar algo prestado es más práctico que cargar con todo.
Tomioka asintió de nuevo, como si la explicación fuera perfectamente lógica.
-Tiene sentido.
Sanemi no sabía si sentirse aliviado o insultado por lo fácil que parecía ser convencer a Tomioka. Finalmente, decidió inclinarse hacia el alivio. Para asegurarse, Obanai añadió:
-Queríamos que lo supieras primero porque... confiamos en ti. Creímos que era lo correcto antes de decírselo al resto.
Por primera vez en toda la conversación, Tomioka mostró una leve sonrisa. Fue casi imperceptible, pero ahí estaba.
-Gracias por confiar en mí -dijo simplemente. Luego los miró con algo que parecía... orgullo, o quizás simple aceptación. -Felicidades, pasaron la prueba.
Sanemi dejó escapar un largo suspiro y se recostó en el sofá, mientras Obanai asentía con una pequeña sonrisa de alivio.
Cuando Tomioka se fue esa noche, ambos permanecieron en silencio por un momento, procesando lo que acababa de ocurrir.
-Bueno... al menos no preguntó nada raro -murmuró Sanemi finalmente, dejando caer la cabeza hacia atrás.
Obanai dejó escapar una risa suave.
-Si eso funcionó para él, puede funcionar con cualquiera.
Sanemi lo miró de reojo, una sonrisa curvando sus labios. Quizás, después de todo, su plan no era tan descabellado.
...
El bar estaba casi vacío, igual que aquella primera vez, con las luces tenues y el murmullo bajo de conversaciones dispersas. Sanemi llegó primero, visiblemente nervioso, tamborileando los dedos contra la mesa mientras esperaba a Obanai. La pequeña caja aterciopelada en su bolsillo parecía pesar más que todo lo que había enfrentado hasta ese momento.
Obanai llegó poco después, con su andar sereno y sus ojos fijos en Sanemi. Llevaba su usual aire de tranquilidad, pero había algo en la forma en que se sentó frente a Sanemi que delataba su curiosidad.
-¿Por qué aquí? -preguntó Obanai mientras se acomodaba en la silla, echando un vistazo al lugar que, sin darse cuenta, marcó el inicio de todo entre ellos.
Sanemi se aclaró la garganta y apartó la vista por un momento, buscando las palabras correctas.
-Porque aquí fue donde todo comenzó. Pensé que era el lugar adecuado para... cerrar el círculo.
Obanai inclinó ligeramente la cabeza, confundido pero interesado.
-¿Cerrar el círculo?
Sanemi sacó la pequeña caja del bolsillo, su mano algo temblorosa, y la colocó en la mesa entre ambos. Obanai lo miró fijamente, sus ojos ampliándose al reconocer lo que era.
-Mira, Iguro -dijo Sanemi, su voz más suave de lo habitual. -Sé que no soy el tipo más fácil de tratar. Soy terco, tengo mal carácter, y no siempre sé cómo expresar lo que siento. Pero contigo... todo eso cambia. Contigo quiero intentar ser mejor.
Obanai mantuvo la mirada fija en la caja, sus labios ligeramente entreabiertos por la sorpresa.
-Esto no es solo por la institución, ni por los rumores. Es porque estoy seguro de algo: quiero que esto entre nosotros sea algo real. Quiero que seas mi compañero, en todo el sentido de la palabra.
Sanemi abrió la caja, revelando un anillo sencillo pero cuidadosamente elegido, tan elegante y sobrio como el hombre al que iba destinado.
-Obanai Iguro, ¿te casarías conmigo?
Obanai lo miró, completamente abrumado por la propuesta. Las palabras parecían atorarse en su garganta, y por primera vez, el normalmente estoico profesor de ciencias se encontró sin saber qué decir.
Pero no necesitó palabras. Se inclinó hacia adelante, tomando el rostro de Sanemi entre sus manos, y lo besó con intensidad. Cuando se separaron, finalmente murmuró:
-Sí. Claro que sí.
Sanemi soltó una risa aliviada, y por un momento todo el estrés y la tensión de las últimas semanas desapareció. El bar que los unió una vez más ahora había sido testigo del inicio de una nueva etapa en sus vidas.
Juntos, dejaron el lugar con un futuro incierto pero prometedor por delante. Habían encontrado una manera de ponerle nombre a lo que compartían, y ese nombre era amor.
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