Capítulo 22: Una Nueva Presencia en el Aula
El verano quedó atrás, y con ello las memorias del caótico viaje grupal se diluyeron en la rutina de la Academia Kimetsu. Sanemi y Obanai habían vuelto a su discreta "normalidad," cuidando cada detalle para no levantar sospechas, aunque las semillas del rumor permanecían en la mente de algunos colegas.
Una mañana, la sala de profesores se llenó de murmullos cuando Shinobu anunció la llegada de un nuevo miembro al equipo docente.
—Por favor, denle una cálida bienvenida a Hajime Takeda, quien será el encargado de impartir Biología Avanzada.
El hombre que entró tras sus palabras era alto, con un cabello castaño cuidadosamente peinado y una sonrisa deslumbrante. Vestía con un aire impecable, y desde el primer momento mostró un entusiasmo desbordante al presentarse.
—Es un honor unirme a este prestigioso equipo —dijo con una voz cálida, inclinándose ligeramente—. Estoy seguro de que aprenderé mucho de todos ustedes.
La recepción fue amistosa, con Kanroji siendo la primera en darle la bienvenida efusivamente. Sin embargo, la atención de Takeda pareció centrarse casi de inmediato en una sola persona: Obanai Iguro.
Durante la presentación, Takeda se dirigió directamente a Obanai, tendiéndole la mano con una sonrisa que irradiaba admiración.
—Profesor Iguro, he escuchado mucho sobre su trabajo en ciencias. Será un honor trabajar a su lado.
Obanai, incómodo por la atención, estrechó su mano con poca fuerza. —Gracias. Supongo que podemos discutir sobre las clases en algún momento.
Takeda parecía ajeno a la incomodidad del otro y pasó gran parte del día encontrando excusas para quedarse cerca de él. Durante el almuerzo, se sentó deliberadamente a su lado, y en los descansos, apareció en el laboratorio con preguntas innecesarias sobre procedimientos y materiales.
Sanemi, observando desde la distancia, comenzó a fruncir el ceño cada vez más.
Aquella tarde, mientras Obanai intentaba concentrarse en revisar unas guías en el laboratorio, Takeda apareció de nuevo, esta vez con dos tazas de café en la mano.
—Pensé que podrías necesitar un descanso —dijo, dejando una taza frente a Obanai—. He oído que a veces pasas horas aquí encerrado.
—No era necesario —respondió Obanai sin levantar la vista.
Takeda se inclinó ligeramente hacia él, sonriendo. —No es molestia. Después de todo, trabajar contigo es una motivación en sí misma.
La puerta del laboratorio se abrió de golpe, revelando a Sanemi con una expresión severa.
—Iguro, necesito hablar contigo sobre unos alumnos que andan dando problemas. Ahora.
Obanai se levantó rápidamente, agradecido por la interrupción, mientras Takeda observaba a Sanemi con curiosidad.
Una vez fuera del laboratorio, Sanemi caminó a paso firme hasta un rincón del pasillo donde nadie podía oírlos.
—¿Quién demonios es ese tipo? —preguntó Sanemi, cruzando los brazos.
Obanai suspiró, cansado. —Un profesor nuevo. Parece que está demasiado entusiasmado con todo, pero no es asunto tuyo.
Sanemi apretó la mandíbula. —¿No es asunto mío? Parece que está pegado a ti como una lapa. No me gusta.
—¿Celoso? —replicó Obanai con una leve sonrisa sarcástica.
—No estoy celoso —gruñó Sanemi—. Solo creo que deberías tener cuidado. Gente como él no se detiene hasta conseguir lo que quiere.
Obanai rodó los ojos y empezó a alejarse. —Deja de actuar como un idiota. No hay nada que temer.
Sin embargo, mientras regresaba al laboratorio, no pudo evitar preguntarse si Sanemi tenía razón.
Con el paso de los días, Takeda no mostró señales de disminuir su interés por Obanai. Esto no pasó desapercibido para otros profesores, quienes comenzaron a comentar sobre la obvia admiración del nuevo docente. Incluso Kanroji, siempre optimista, mencionó la posibilidad de un "nuevo romance" en el aire.
Sanemi, por su parte, se esforzaba por mantener la calma. Pero cada vez que veía a Takeda acercarse a Obanai con esa sonrisa brillante, sentía que un hilo se tensaba dentro de él.
El clima entre ellos comenzó a enfriarse. Obanai notó que Sanemi evitaba buscarlo tanto como antes, y cuando lo hacía, su actitud era más cortante de lo habitual. Al mismo tiempo, Takeda seguía apareciendo en los momentos menos oportunos, incrementando la incomodidad de Obanai.
Una tarde, mientras estaban a solas en el depósito de materiales, Obanai decidió enfrentar a Sanemi directamente.
—¿Qué te pasa últimamente? —preguntó, cruzando los brazos—. Si tienes un problema conmigo, dilo de una vez.
Sanemi lo miró con seriedad. —No tengo un problema contigo. Tengo un problema con ese profesor nuevo que parece que no puede respirar sin que estés cerca.
—¿Y eso qué importa? —respondió Obanai, alzando una ceja—. Pensé que no querías ponerle un nombre a lo que tenemos.
Sanemi apretó los dientes, claramente frustrado. —Tal vez no quiero, pero eso no significa que voy a quedarme viendo cómo alguien más se mete en lo que es mío.
Las palabras sorprendieron a Obanai, pero no tuvo tiempo de responder antes de que se escucharan pasos acercándose. Ambos se separaron rápidamente, retomando sus fachadas de colegas profesionales.
Las palabras de Sanemi resonaban en la cabeza de Obanai mientras terminaba sus clases en el laboratorio. Aunque su declaración de posesividad lo había tomado por sorpresa, también le dejó un sabor amargo: "¿Por qué debía pertenecerle, si Sanemi aún no era capaz de dar el siguiente paso?"
Obanai decidió que, si Sanemi no podía definir lo que había entre ellos, entonces sería momento de tomar un riesgo. "Si quiere reclamarme, tendrá que demostrarlo," pensó, mientras una idea se formaba en su mente.
El plan era simple: no rechazaría las atenciones de Takeda, al menos no por completo. Si Sanemi estaba tan seguro de sus sentimientos, entonces debería ser capaz de confrontarlos de una vez por todas.
A partir del día siguiente, Obanai comenzó a aceptar las invitaciones de Takeda para almorzar juntos en la sala de profesores o en el laboratorio. Incluso permitió que el nuevo docente lo acompañara en los pasillos. Aunque no devolvía el entusiasmo del otro, tampoco lo alejaba, lo cual no pasó desapercibido para nadie, especialmente para Sanemi.
Desde su puesto en la sala de profesores, Sanemi observaba cómo Takeda colocaba su mano sobre el respaldo de la silla de Obanai, inclinándose hacia él mientras hablaban. Su mandíbula se tensaba cada vez más, y Kanroji, sentada a su lado, no tardó en notarlo.
—Sanemi, ¿todo bien? —preguntó, con curiosidad genuina.
—Perfectamente —respondió, mientras apretaba su pluma con tanta fuerza que parecía que iba a partirla en dos.
Obanai, por su parte, fingía ignorar la mirada fulminante de Sanemi desde el otro lado de la sala. Pero por dentro, disfrutaba del efecto que su pequeño experimento estaba teniendo.
La situación alcanzó su punto crítico cuando Takeda, entusiasmado, invitó a Obanai a cenar después de clases. Para sorpresa de todos, Obanai aceptó.
Cuando la noticia llegó a oídos de Sanemi, no pudo contenerse más. Esperó a que las clases terminaran y, apenas vio a Obanai salir del edificio, lo siguió hasta el estacionamiento.
—¿Qué demonios estás haciendo, Iguro? —exigió, deteniéndolo antes de que subiera a su auto.
Obanai levantó una ceja, con su expresión habitual de indiferencia. —¿De qué hablas?
—Sabes perfectamente de qué hablo. ¿Por qué aceptaste salir con ese tipo?
—¿Y por qué te importa? —replicó Obanai, cruzándose de brazos—. Pensé que no querías ponerle un nombre a lo nuestro, ¿recuerdas? Así que no veo por qué tendría que darte explicaciones.
Sanemi dio un paso adelante, invadiendo su espacio personal. —Lo que quiero o no quiero no tiene nada que ver. Ese tipo no tiene derecho a estar cerca de ti de esa manera.
—¿Ah, no? —dijo Obanai, alzando ligeramente el rostro para enfrentarlo—. Entonces haz algo al respecto, Sanemi. Porque hasta ahora, solo te he visto gruñir y mirar desde lejos.
Por un momento, ambos se quedaron en silencio, la tensión entre ellos creciendo como una tormenta. Finalmente, Sanemi rompió el contacto visual y dio un paso atrás.
—Haz lo que quieras, Iguro. No me importa.
Obanai lo observó alejarse, sintiendo una punzada de arrepentimiento. "Tal vez lo llevé demasiado lejos," pensó. Pero no estaba dispuesto a retroceder aún.
La cena con Takeda resultó ser tan incómoda como Obanai había imaginado. Aunque el nuevo profesor intentó mantener la conversación ligera y agradable, Obanai apenas participaba, atrapado en sus propios pensamientos.
Cuando finalmente regresó a casa, encontró un mensaje de Sanemi en su teléfono:
"Pasa por mi departamento. Necesitamos hablar."
Obanai se quedó mirando el mensaje durante varios minutos antes de responder: "Estaré ahí en 20 minutos."
Al llegar, Sanemi lo recibió con una expresión seria, claramente decidido a aclarar las cosas de una vez por todas.
—Ya basta, Iguro —dijo, cerrando la puerta tras él—. No puedo seguir viendo cómo ese tipo intenta acercarse a ti. Me está volviendo loco.
—Entonces dilo —respondió Obanai, mirándolo directamente a los ojos—. Dime qué somos, Sanemi. Si no puedes hacerlo, entonces no te quejes de lo que hago o con quién salgo.
Por primera vez, Sanemi pareció titubear. Pero después de unos segundos, respiró profundamente y dijo:
—Eres mío, maldita sea. Eso es lo que somos. No sé cómo llamarlo, pero no puedo imaginar mi vida sin ti, y no quiero que nadie más te tenga.
Obanai sintió que su corazón se aceleraba, pero mantuvo su expresión neutral mientras daba un paso hacia él.
—Eso es todo lo que quería escuchar, Sanemi. Eso es suficiente para mí.
La atmósfera en el departamento de Sanemi estaba cargada de emociones mientras este lo empujaba suavemente contra la pared, devorando sus labios con una mezcla de pasión y urgencia. Cada caricia, cada beso, llevaba un mensaje claro: "Eres mío, y quiero que lo recuerdes."
Sanemi, con movimientos decididos, marcaba cada rincón de la piel de Obanai, asegurándose de que cualquier intento de ocultar sus huellas fuera inútil. El profesor de ciencias cerraba los ojos, dejándose llevar por la intensidad del momento, mientras gemidos ahogados escapaban de sus labios.
Sin embargo, lo que comenzó como una demostración salvaje de posesión comenzó a transformarse. A medida que sus cuerpos se unían, las acciones de Sanemi se volvieron más lentas, más cuidadosas. La rudeza inicial dio paso a una ternura que ambos desconocían. Sanemi acariciaba el rostro de Obanai con delicadeza, observándolo como si quisiera memorizar cada detalle.
Obanai, envuelto en aquel torbellino de emociones, sintió algo en su interior romperse. Era como si las paredes que había construido durante tanto tiempo se desmoronaran bajo el peso de lo que sentía por Sanemi. Sin darse cuenta, entre gemidos y susurros, las palabras escaparon de sus labios:
—Te amo...
Sanemi se detuvo de inmediato, su mirada buscando la de Obanai. El silencio que siguió fue tan intenso que casi podía escucharse el latido de sus corazones. Obanai, al darse cuenta de lo que había dicho, desvió la mirada, su rostro enrojeciendo de vergüenza.
—Yo... no quise decirlo así... —intentó justificar, pero Sanemi lo interrumpió colocando un dedo sobre sus labios.
—Cállate, Iguro —dijo Sanemi, con una leve sonrisa en el rostro, algo poco común en él.
Sin decir más, Sanemi lo besó de nuevo, pero esta vez, el beso no estaba cargado de lujuria. Era suave, casi reverente, como si quisiera responder a esas palabras sin tener que pronunciarlas. Cuando finalmente se separaron, Sanemi murmuró en voz baja:
—No necesitas justificar nada. Lo entendí.
TNoel: ¿Les esta gustando? No duden en dejar comentarios, los adoro, ademas, deseo avisar que estoy maquinando otro fanfic Saneoba ¡Espero que lo anticipen! Muchas gracias por todo el apoyo recibido!!
Agradecimientos a: @Sr_Bubbleblade, @nameaaz , @AngelicaMaldonado931, gracias por su apoyo desde el libro Herencia de la Noche, realmente amo sus comentarios y gracias por estar anticipando nuevos capitulos, espero que disfruten leerlo tanto como yo al escribirlo! Les tengo mucho aprecio <3
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