Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 20: Explorando lo que somos

Sanemi y Obanai habían encontrado una tregua en su inusual dinámica. Aunque ambos seguían evitando ponerle un nombre a lo que tenían, sus acciones hablaban más que las palabras que evitaban decir. Ahora, lejos de las paredes de la institución, comenzaban a experimentar lo que significaba pasar tiempo juntos más allá del deseo físico.

Los fines de semana se volvieron su refugio. Después de una semana agotadora en la escuela, Sanemi encontraba algo tranquilizador en el pequeño departamento de Obanai. Las citas se hacían más frecuentes, ya fuera en un restaurante discreto, en el cine, o simplemente quedándose en casa, cocinando juntos y compartiendo momentos simples que se sentían más significativos de lo que cualquiera de los dos esperaba.

—No sabía que eras tan bueno cocinando —comentó Sanemi una noche mientras picaba vegetales en la pequeña cocina de Obanai.

Obanai, que estaba frente a la estufa preparando una salsa, levantó una ceja. —¿Creías que vivía a base de ramen instantáneo?

Sanemi rió, algo que Obanai estaba empezando a disfrutar escuchar más a menudo. —Bueno, con esa cara de gruñón, no me hubiera sorprendido.

Obanai negó con la cabeza, pero su pequeña sonrisa delató que no estaba realmente molesto. —Si voy a tenerte aquí cada fin de semana, más vale que aprendas algo. No pienso cocinar siempre.

Sanemi le lanzó un pedazo de zanahoria en broma, pero en el fondo no podía evitar sentir que estos pequeños momentos cotidianos eran especiales. No recordaba la última vez que se había sentido tan cómodo con alguien.

La cocina estaba cálida, no solo por el calor que emanaba de la estufa, sino también por la atmósfera que había entre ellos. Los ruidos del cuchillo contra la tabla de cortar y el burbujeo suave de la salsa en la olla llenaban el espacio, creando una sinfonía doméstica que a Sanemi le resultaba extrañamente reconfortante.

Obanai apartó la olla del fuego y se giró para mirar a Sanemi, quien seguía cortando los vegetales, aunque de una manera que hacía evidente que no estaba acostumbrado a hacerlo. Su concentración era casi cómica, con el ceño fruncido y la lengua ligeramente asomando por la comisura de los labios.

—Por favor, dime que no te estás esforzando tanto solo para cortar un pimiento —bromeó Obanai mientras se cruzaba de brazos y apoyaba la cadera contra el mostrador.

Sanemi levantó la vista, fingiendo indignación. —¿Quieres que lo haga bien o rápido? No se pueden tener las dos cosas.

Obanai rodó los ojos y se acercó a él. Sin decir nada, tomó las manos de Sanemi entre las suyas, guiándolo en cómo debía sostener el cuchillo. —Así. Mantén los dedos curvados para no cortarte.

El contacto hizo que Sanemi se detuviera por un momento. No era solo el gesto; era la naturalidad con la que Obanai lo hacía, como si fuera la cosa más normal del mundo estar tan cerca el uno del otro. El calor de sus manos sobre las suyas lo distrajo, pero rápidamente volvió a concentrarse en la tarea, aclarando su garganta para romper el momento.

—¿Sabías que darme instrucciones me molesta más que ayudarme? —dijo Sanemi, intentando sonar casual.

—¿Ah, sí? Pues entonces prepárate, porque vas a odiar cada segundo de esto —respondió Obanai con una sonrisa traviesa, manteniendo sus manos firmes sobre las de Sanemi mientras seguían cortando los vegetales.

Después de unos minutos, Obanai retrocedió y dejó que Sanemi continuara solo. El ambiente entre ellos había cambiado ligeramente, volviéndose más relajado, más íntimo. Sanemi terminó su tarea y se giró para mirar a Obanai, quien había vuelto a concentrarse en la estufa.

—Deberíamos hacer esto más seguido —comentó Sanemi de repente.

Obanai levantó la vista, sorprendido por el tono casi serio de Sanemi. —¿Cocinar juntos?

—Sí, bueno, no solo cocinar. Esto. Pasar el rato. —Sanemi se encogió de hombros, como si tratara de restarle importancia a sus palabras.

Obanai lo miró durante unos segundos antes de volver a centrar su atención en la salsa. —No me opongo, siempre y cuando no destroces mi cocina en el proceso.

Sanemi sonrió y se acercó, inclinándose ligeramente para asomarse por encima del hombro de Obanai. —¿Qué estás haciendo ahora? ¿Esa es la famosa salsa secreta de Iguro?

—Si te digo lo que lleva, deja de ser secreta —respondió Obanai sin mirarlo, aunque el tono de su voz delataba que estaba disfrutando de la atención.

Sanemi se quedó ahí, observándolo en silencio por un momento antes de soltar: —No sabía que tenías este lado, Iguro.

—¿Qué lado? —preguntó Obanai, levantando una ceja mientras removía la olla.

—El que es... no sé. Cálido. Agradable. Humano.

Obanai se detuvo, parpadeando como si no supiera cómo responder. Finalmente, se giró para mirarlo directamente. —No lo muestro muy a menudo porque no suelo tener motivos. Pero tú... tú eres diferente.

Sanemi se quedó sin palabras por un momento, sorprendido por la honestidad de Obanai. Luego, con una sonrisa que era mitad burla, mitad sincera, respondió: —No sabía que también tenías un lado cursi.

Obanai bufó, apartándolo con un leve empujón. —Termina de poner la mesa antes de que me arrepienta de invitarte.

Sanemi rió, pero obedeció, recogiendo los platos y cubiertos. Mientras los colocaba en la mesa, no pudo evitar pensar en lo mucho que había cambiado su relación en tan poco tiempo. Estos momentos pequeños, aparentemente insignificantes, eran los que más valoraba. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que tenía un lugar al que pertenecer.

Cuando finalmente se sentaron a cenar, el silencio que compartieron no era incómodo. Era el tipo de silencio que solo existía entre personas que se entendían sin necesidad de palabras. Y para ambos, eso era suficiente.

Aunque el sexo seguía siendo una parte importante de su relación, ambos estaban descubriendo que había más cosas que disfrutaban juntos. Obanai, por ejemplo, comenzó a mostrarle a Sanemi su colección de terrarios, una afición que Sanemi al principio encontró extraña pero que terminó apreciando.

—¿Cómo te metiste en esto? —preguntó Sanemi una tarde, observando un pequeño ecosistema cerrado dentro de un frasco de vidrio.

Obanai, sentado en el suelo mientras ajustaba uno de los terrarios, respondió sin mirarlo. —Me relaja. Es como tener algo que cuidar, pero sin la responsabilidad de una mascota. Además, me gusta ver cómo las cosas crecen y se equilibran solas.

Sanemi asintió, aunque no entendía del todo el encanto. Sin embargo, le gustaba ver a Obanai tan concentrado y tranquilo.

Por otro lado, Obanai descubrió el amor de Sanemi por las plantas, específicamente los bonsáis. Aunque Sanemi no hablaba mucho de ello, su pequeño rincón en casa estaba lleno de árboles miniatura meticulosamente cuidados. Una noche, después de muchas preguntas insistentes, Sanemi terminó mostrándole cómo podarlos.

—¿Siempre has sido tan cuidadoso? —preguntó Obanai, sorprendido por la paciencia de Sanemi mientras trabajaba con unas tijeras pequeñas.

—No lo sé. Tal vez. Solo me gusta que algo salga bien por una vez en mi vida.

Obanai no respondió, pero sintió que entendía un poco más a Sanemi en ese momento.

Aunque ninguno de los dos era particularmente bueno expresando sus sentimientos, sus acciones hablaban por ellos. Obanai empezó a dejar cosas de Sanemi en su departamento: una chaqueta aquí, un cepillo de dientes allá. Sanemi, por su parte, se acostumbró tanto a pasar los fines de semana allí que, a veces, se encontraba saliendo del trabajo los viernes ya planeando qué hacer con Obanai.

Había algo nuevo y desconocido creciendo entre ellos, algo que ambos sabían que iba más allá del deseo. Aunque no lo decían en voz alta, había un entendimiento tácito de que estaban construyendo algo que, con suerte, podría durar.

En los momentos tranquilos, cuando estaban acostados juntos después de una noche de pasión o simplemente viendo una película en el sofá, ninguno de los dos podía evitar preguntarse si esto era lo que significaba estar realmente con alguien. Sin embargo, por ahora, estaban satisfechos con no tener todas las respuestas.

Por primera vez en mucho tiempo, ambos sentían que estaban en el lugar correcto, con la persona correcta, incluso si aún no tenían las palabras para describirlo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro