Capítulo 19: Entre celos y certezas
El aire entre ellos había cambiado. No podían negar que el último encuentro en el laboratorio había sido un punto de inflexión. Aunque no habían puesto etiquetas a lo que compartían, ambos sabían que ya no podían considerarlo algo casual. Era más que deseo, más que lujuria, aunque ninguno de los dos estaba listo para admitirlo abiertamente.
Los rumores que habían causado tensiones entre ellos comenzaron a disiparse rápidamente. Los estudiantes y profesores, siempre ansiosos por un nuevo chisme, pronto encontraron algo más interesante de qué hablar. Mientras tanto, Obanai y Sanemi retomaron sus rutinas, más aliviados pero también más conscientes de los límites que debían respetar en el entorno escolar.
Un día después de las clases, Obanai decidió abordar un tema que aún lo incomodaba. Estaban en el estacionamiento de la escuela, a punto de irse, cuando Sanemi notó que Iguro estaba más callado de lo habitual.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Sanemi, cruzándose de brazos con su típica expresión de impaciencia.
Obanai lo miró de reojo, suspirando antes de hablar. —Lo que pasa es que no puedo sacarme de la cabeza a Tomioka. No lo digo porque piense que haya algo entre ustedes, pero... no puedo evitarlo. Me molesta.
Sanemi parpadeó, sorprendido por la confesión. Por un momento, no supo qué responder. Luego, dejó escapar una carcajada corta, inclinándose hacia Obanai para apoyarse en el auto de este.
—¿Celoso de Giyuu? ¿En serio?
Obanai frunció el ceño, claramente molesto. —No es gracioso, Sanemi. Es... incómodo. Él sabe cosas de ti que yo no, y eso me hace sentir como si estuviera en desventaja.
Sanemi dejó de reír y lo miró con una expresión más seria. Se acercó un poco más, inclinándose para mirarlo directamente a los ojos.
—Mira, Giyuu es un amigo. Uno raro y callado, pero amigo al fin. Él sabe mucho porque siempre ha estado ahí cuando lo necesito, y, sinceramente, probablemente me conoce mejor que yo mismo a veces. Pero eso no significa que haya algo más.
Obanai desvió la mirada, cruzándose de brazos. —Aún así, no me gusta.
Sanemi sonrió, algo poco habitual en él, y levantó una mano para acariciar suavemente el cabello de Obanai. —Tienes derecho a no gustarte, pero no tienes por qué preocuparte. Giyuu es consejero, ¿no? Quizás incluso pueda ayudarte si decides hablar con él... o si necesitas que alguien más me explique cómo ser menos imbécil contigo.
Obanai no pudo evitar soltar una risa corta ante el comentario. —Eso suena como algo que harías.
Sanemi aprovechó la risa de Obanai para acercarse un poco más, inclinándose hasta quedar a la altura de su rostro. La tensión entre ambos, siempre presente, ahora parecía diferente: más ligera, más cómoda. Sin embargo, la chispa de intensidad seguía latente, como si nunca pudiera apagarse del todo.
—¿Sabes? —murmuró Sanemi, con una media sonrisa que era mitad burla, mitad sincera—. Nunca pensé que te preocuparías tanto por alguien como Giyuu. Pero, si me lo preguntas, creo que te ves adorable cuando estás celoso.
Obanai bufó, tratando de ocultar el leve rubor que subía por sus mejillas. —No estoy celoso. Solo... no quiero sentir que soy el último en tu lista de prioridades.
Sanemi entrecerró los ojos, como si estuviera considerando cómo responder. Finalmente, suspiró, apoyando una mano en el auto junto a Obanai, atrapándolo entre su brazo y la puerta del vehículo.
—Escucha, Iguro. —Su voz era más baja, más seria ahora—. No hay una lista de prioridades. No te estoy comparando con nadie, porque nadie tiene lo que tú tienes conmigo.
Obanai lo miró, parpadeando lentamente mientras procesaba las palabras de Sanemi. Era raro escuchar a alguien como él hablar con tanta claridad sobre sus emociones, y mucho menos con una sinceridad que podía resultar intimidante.
—Tú y yo —continuó Sanemi, inclinándose un poco más hasta que sus narices casi se tocaban—. Esto es complicado. No lo negaré. Pero no hay nada ni nadie que me haga querer alejarme de ti, ¿entendido?
Obanai tragó saliva, sintiendo el calor de Sanemi tan cerca que apenas podía pensar con claridad. Asintió, pero no apartó la mirada. En cambio, levantó una mano para agarrar el cuello de la chaqueta de Sanemi y lo acercó aún más, hasta que sus labios se rozaron.
—Entendido —susurró Obanai antes de cerrar la distancia, iniciando un beso que era menos voraz que los anteriores pero no menos intenso. Era lento, casi como si ambos quisieran saborear el momento, como si reconocieran que cada palabra no dicha estaba siendo transmitida a través del contacto.
El tiempo pareció detenerse en el estacionamiento vacío, con el suave zumbido de las farolas como único testigo de su conexión. Cuando finalmente se separaron, ambos estaban respirando con dificultad, pero sus expresiones eran serenas, casi en paz.
—Deberías irte a casa antes de que esto se vuelva más incómodo para mí —dijo Obanai, en un intento torpe de retomar su actitud habitual.
Sanemi dejó escapar una carcajada baja, pero no se movió de inmediato. En lugar de eso, pasó un dedo por el mechón de cabello que caía sobre el rostro de Obanai, apartándolo con una ternura que contradecía su actitud brusca.
—Está bien, gruñón. Pero que quede claro, tú eres quien hace esto incómodo, no yo.
Obanai no respondió, pero el pequeño y fugaz destello de una sonrisa en sus labios delató que las palabras de Sanemi habían tenido el efecto deseado. Mientras Sanemi se alejaba finalmente hacia su moto, ambos sabían que esa conversación, aparentemente trivial, era un paso más hacia algo que aún no podían definir, pero que cada vez los unía más.
Con los celos expuestos, parecía que un peso había sido liberado de los hombros de Obanai. Aunque el tema de Tomioka seguía siendo un punto incómodo, Sanemi mostró más consideración hacia los sentimientos de Iguro, evitando cualquier situación que pudiera malinterpretarse.
Por su parte, Tomioka, siempre distante y ajeno a las complejidades emocionales de los demás, continuó actuando como consejero para Sanemi cuando este lo necesitaba. Incluso sugirió formas de manejar mejor su recién establecida "relación" con Obanai, aunque sus consejos seguían siendo tan fríos y prácticos como siempre.
—Si lo quieres, cuídalo. No seas imprudente. Eso es todo lo que puedo decir —le comentó Tomioka una tarde, mientras ambos compartían un café en la sala de profesores.
Sanemi, por primera vez, aceptó las palabras sin burlarse ni responder con sarcasmo. Porque, aunque aún no lo decía en voz alta, sabía que quería a Obanai.
Las semanas pasaron, y aunque ninguno de los dos tenía claro cómo sería el futuro, estaban dispuestos a construirlo juntos. Sus interacciones en la escuela siguieron siendo profesionales, aunque de vez en cuando compartían miradas cómplices que hablaban más de lo que las palabras podían decir.
Por las noches, lejos de las miradas curiosas y los rumores, volvían a encontrarse en el departamento de uno u otro. Allí, en la privacidad de su mundo, podían ser ellos mismos, compartiendo no solo pasión, sino también pequeños momentos de calma que empezaban a definir lo que significaban el uno para el otro.
Aunque no tenían un nombre para su relación, sabían que era algo sólido, algo que no estaban dispuestos a perder. En el fondo, ambos entendían que, por primera vez en mucho tiempo, tenían algo que realmente valía la pena proteger.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro