Capítulo 14: Decisiones difíciles
Sanemi y Obanai sabían que su decisión de detener los encuentros casuales en la escuela era lo correcto, aunque el proceso fuera más complicado de lo que esperaban. No solo por la atracción que todavía ardía entre ellos, sino por la incomodidad de enfrentar las emociones que habían comenzado a florecer en secreto.
El primer paso fue mantener su relación estrictamente profesional durante el horario escolar. Aunque en los pasillos y el salón de profesores intercambiaban miradas que solo ellos entendían, el control que ambos ejercían sobre sí mismos se volvió casi una rutina. La tensión seguía allí, pero esta vez, se contenía de manera más consciente.
Después de clases, sin embargo, las cosas eran distintas. A modo de "mantener las apariencias" o "fortalecer la relación laboral", comenzaron a planear pequeñas "citas" que los acercaban cada vez más. Al principio, eran cenas rápidas después del trabajo o un café en algún lugar discreto, pero inevitablemente, terminaban en el departamento de uno u otro. Allí, sin la presión de las miradas ajenas ni el miedo a ser descubiertos, se permitían explorar esa conexión que habían intentado negar.
Una tarde, cuando Sanemi estaba organizando sus cosas en el salón de profesores, Tomioka se le acercó. Su expresión era neutral como siempre, pero su presencia era demasiado directa para ser una simple charla casual.
—Shinazugawa —comenzó Tomioka, cruzando los brazos mientras lo miraba con sus ojos serenos—. Necesito hablar contigo.
Sanemi lo miró de reojo, sabiendo exactamente de qué se trataba. A pesar de ello, fingió no entender.
—¿De qué se trata? —respondió, intentando mantener la compostura mientras guardaba unos papeles en su maletín.
Tomioka suspiró, notando la resistencia en su compañero.
—Sobre lo que pasó en el gimnasio durante el festival.
El silencio se instaló en la sala, tan denso que parecía llenar todo el espacio. Sanemi se quedó quieto por un momento antes de girarse lentamente hacia Tomioka, con una mirada desafiante.
—No sé de qué hablas —dijo con tono áspero, aunque sabía que no podría engañarlo.
Tomioka alzó una ceja, impasible como siempre.
—Sanemi, no soy ciego ni tonto. —Su tono era tranquilo, pero cargado de firmeza—. Lo que hagas fuera de la escuela no es mi asunto, pero lo que pase aquí, sí lo es. Si alguien más los hubiera descubierto, podrías estar en problemas serios.
Sanemi sintió cómo su mandíbula se tensaba. Odiaba que Tomioka tuviera razón, pero no podía evitar su irritación.
—Ya lo hemos dejado, ¿vale? —respondió finalmente, su tono más brusco de lo necesario—. No necesitamos que vengas a dar sermones.
Tomioka lo observó por un momento, evaluando si estaba diciendo la verdad. Finalmente, asintió, aunque su mirada seguía fija en Sanemi.
—Espero que sea cierto. No por ti, sino por Iguro. —Su tono cambió ligeramente, como si estuviera mostrando algo de preocupación genuina—. No creo que quiera poner en riesgo más de lo necesario.
Sanemi lo miró sorprendido por un momento. La mención de Obanai en ese contexto lo desarmó un poco.
—Lo sé —dijo finalmente, su tono más bajo—. No tienes que recordármelo.
Tomioka lo observó por un instante más antes de girarse para salir de la sala, dejando a Sanemi con sus pensamientos.
Más tarde, esa noche, Sanemi estaba en su departamento cuando Obanai llegó. Habían acordado cenar juntos y, aunque ninguno lo decía abiertamente, esas noches juntos se sentían cada vez menos como encuentros casuales y más como algo parecido a una relación.
Mientras servían la comida, Sanemi no pudo evitar mencionar la conversación con Tomioka.
—Tomioka sabe lo del gimnasio —dijo sin rodeos, observando la reacción de Obanai.
Obanai dejó los cubiertos en la mesa, mirándolo con calma, aunque una pequeña sombra de preocupación cruzó su rostro.
—¿Qué te dijo?
—Nada que no esperara. —Sanemi tomó un sorbo de su bebida, como si intentara restarle importancia—. Solo una advertencia. Que lo dejemos, que tengamos cuidado.
Obanai asintió, pensativo.
—Supongo que tiene razón. —Su tono era neutral, pero sus ojos mostraban una leve inquietud—. No podemos arriesgar más de lo que ya hemos arriesgado.
Sanemi lo miró fijamente, dejando su vaso en la mesa.
—Pero eso no significa que vaya a dejarte.
Obanai lo miró sorprendido, y por un momento, el silencio llenó la habitación. Aunque ninguno lo había dicho claramente antes, las palabras de Sanemi resonaron como una declaración. No era solo deseo. No era solo atracción. Era algo más profundo, algo que los conectaba más allá de lo físico.
Obanai desvió la mirada, pero una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
—No esperaba que lo hicieras.
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