Capítulo 13: El peso de las consecuencias
Después de aquel encuentro en el gimnasio, la atmósfera entre Sanemi y Obanai se tornó aún más tensa. Aunque ninguno de los dos mencionó lo sucedido directamente, ambos sabían que las consecuencias ya estaban al acecho.
La advertencia que les había dejado Tomioka al no intervenir directamente, al no confrontarlos, colgaba en el aire como una sombra silenciosa, esperando el momento adecuado para manifestarse.
El hecho de que Tomioka hubiera observado y no dijera nada era, de algún modo, una bendición y una maldición. Por un lado, evitaba la confrontación inmediata, lo que les permitió seguir con sus vidas profesionales con relativa normalidad. Por otro lado, sabía que Tomioka no era un hombre que se quedara callado por mucho tiempo, especialmente cuando algo importante estaba en juego.
Sanemi, consciente de que sus actos podrían tener repercusiones mucho más allá de un simple chisme o la pérdida de su trabajo, se sintió atrapado. Las noches que antes había dedicado a apagar sus deseos con Obanai ahora se sentían como una carga, una tensión que lo seguía a todas partes.
No solo por la posibilidad de que Tomioka hablara o que los demás lo descubrieran, sino porque en lo profundo de su pecho, algo más comenzaba a tomar forma. Un sentimiento que no podía ni quería identificar.
Por su parte, Obanai estaba en una lucha similar. Siempre se había considerado alguien racional, centrado en sus principios y en el control de sus emociones. Pero todo eso comenzó a desmoronarse cada vez que veía a Sanemi.
Las noches de pasión que habían compartido ahora lo perseguían con una mezcla de deseo y una creciente preocupación. ¿Era solo el deseo lo que lo unía a Sanemi, o había algo más? Y si había algo más, ¿cómo podrían continuar sin perder todo lo que habían construido hasta ahora?
Ambos sabían que no podían seguir viviendo con esa tensión, pero también eran conscientes de que sus decisiones podrían arruinar no solo sus carreras, sino la relación que se había forjado entre ellos. Lo que había comenzado como una explosión de deseo ahora se sentía como una cuerda floja, con ambos caminando sobre ella sin saber cuándo podría romperse.
En una tarde lluviosa, cuando el trabajo en la escuela había disminuido debido a la tormenta, Sanemi y Obanai se encontraron de nuevo, esta vez en los pasillos vacíos de la escuela. Habían evitado hablar de lo ocurrido, pero sabían que no podían seguir ignorándolo.
Sanemi rompió el silencio primero.
—No sé cómo seguimos con esto, Iguro. —Su voz era grave, pero con una cierta desesperación contenida. La mirada que le dio a Obanai estaba cargada de algo más allá del deseo, algo que ambos habían estado ignorando durante semanas.
Obanai lo miró, sin poder evitar que su respiración se acelerara. Sabía que este momento llegaría, y aunque intentaba mantener su calma, las palabras se atoraban en su garganta.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, tratando de mantener la serenidad, pero en sus ojos se reflejaba la misma tormenta que sacudía el cielo exterior.
—Quiero decir que no puedo seguir haciéndolo. —Sanemi se detuvo, como si lo pensara bien antes de hablar—. No es solo por los problemas que podríamos tener con Tomioka o los demás, es... más que eso.
Obanai frunció el ceño, acercándose un paso más a él. Su voz sonaba casi tensa, pero también vulnerable.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Que todo esto... no ha sido real? —El silencio que siguió fue pesado, la pregunta que acababa de hacer cargada de una vulnerabilidad que nunca había mostrado.
Sanemi lo miró, sintiendo un nudo en el estómago. Sabía lo que significaba esa pregunta, y aunque trataba de huir de las emociones, no podía evitar la verdad que comenzaba a imponerse sobre ellos.
—No. No estoy diciendo que no haya sido real, Iguro. —Se adelantó y tocó suavemente su brazo, una acción que ambos sabían que era más de lo que debían compartir.—Pero tenemos mucho más que perder si seguimos con esto.
El silencio que siguió fue incómodo, ambos sintiendo el peso de sus palabras. Sin embargo, Obanai no apartó la mirada. A pesar de la tensión, a pesar del peligro que se cernía sobre ellos, lo único que quería era escuchar más de esa respuesta, entender lo que Sanemi estaba diciendo.
—Entonces... ¿qué hacemos ahora? —preguntó finalmente Obanai, con la voz más suave de lo que esperaba.
Sanemi, mirando al suelo, suspiró. Por un momento, se permitió dejar de lado su fachada y miró directamente a Obanai.
—Lo que está claro es que no podemos seguir como antes. —Sanemi dejó escapar un suspiro. Su voz era grave, como si estuviera tomando una decisión que cambiaría todo entre ellos—. Pero también sé que no puedo olvidarte así como así. No es algo que pueda dejar ir de inmediato.
Obanai sintió una mezcla de alivio y frustración, pero en el fondo, algo en su interior lo hacía comprender que, a pesar de todo lo que había sucedido, su conexión con Sanemi no era algo que pudieran borrar fácilmente.
—No, yo tampoco lo creo. Pero tenemos que ser inteligentes con esto. No podemos seguir viviendo con miedo todo el tiempo. —Obanai dio un paso más cerca, sus miradas cruzándose como nunca antes lo habían hecho.
El futuro entre ellos, incierto y peligroso, ya estaba marcado por las decisiones que tomarían a partir de ese momento. El deseo seguía siendo una fuerza poderosa, pero ahora también había una verdad que se asentaba entre ellos. Un sentimiento de algo más que no podían ignorar.
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