Capítulo 11: La línea difusa
El paso de los días no hizo más que complicar las cosas para Sanemi y Obanai. A medida que los encuentros se volvieron más frecuentes, ambos intentaban convencerse de que se trataba de una simple etapa, un deseo temporal que desaparecería con el tiempo. Sin embargo, la verdad era mucho más compleja y difícil de admitir.
Sanemi, con su carácter orgulloso y su tendencia a rechazar cualquier emoción más profunda, trataba de ignorar el creciente malestar que sentía en su pecho cada vez que veía a Obanai alejarse de él después de sus encuentros. Cada vez que sus miradas se cruzaban, una chispa de algo más encendía en su interior, pero la lucha interna por mantener su fachada era más fuerte.
Hubo días en los que Sanemi, casi como un juego cruel, dejaba caer indirectas cargadas de deseo cuando pasaba cerca de Obanai. Le susurraba algo en los pasillos, una mirada demasiado cargada, un roce casual de sus manos. Obanai, a veces reticente, otras veces con el mismo brillo de deseo que lo dominaba, respondía con insinuaciones de su parte, aceptando el desafío tácito.
Sin embargo, siempre había esa distancia, esa barrera invisible entre ambos cuando estaban frente a los demás, como si el peso de lo que compartían en privado no pudiera sobrevivir a la luz del día. Era una danza peligrosa, pero ambos la seguían con la habilidad de quienes conocen las consecuencias y aún así deciden caminar al borde del precipicio.
Obanai, por su parte, seguía negando que algo más profundo estaba comenzando a formarse dentro de él. A veces, tras un encuentro particularmente ardiente, se encontraba mirando al techo de su apartamento, repitiéndose una y otra vez que no podía involucrarse más allá de lo físico.
Decía para sí mismo que Sanemi era simplemente una distracción, algo que ayudaría a pasar el tiempo, a aliviar la presión de la vida diaria. Pero cada vez que sentía ese vacío en su pecho cuando Sanemi no estaba cerca, comenzaba a cuestionar si realmente estaba mintiéndose a sí mismo.
Ambos vivían bajo una falsa seguridad, creyendo que podían mantener las cosas dentro de los límites de la pasión sin que nada se les escapara de las manos. Pero la línea entre el deseo y algo más estaba comenzando a difuminarse.
Un día, después de un encuentro particularmente intenso en el depósito de materiales, ambos se quedaron en silencio, apenas respirando mientras se vestían rápidamente. La puerta estaba cerrada con llave, el sonido del viento fuera del edificio el único ruido que los rodeaba.
—Esto se está volviendo incómodo —murmuró Obanai mientras se ponía la camisa. Su tono no era de frustración, sino de un reconocimiento doloroso.
Sanemi, terminando de abotonarse la chaqueta, no respondió de inmediato. Se quedó quieto, como si las palabras de Obanai le hubieran tocado una fibra sensible. Cuando al fin levantó la vista, sus ojos oscilaban entre la indiferencia y una tensión palpable.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, tratando de desviar la conversación con su tono usualmente rudo. Pero, en el fondo, sabía exactamente lo que Obanai quería decir.
Obanai lo miró fijamente, pero no había enojo en sus ojos, solo una calma cargada de algo más profundo, algo que ambos preferían ignorar.
—Es solo que... esto no puede seguir así. Cada vez que estamos cerca, parece que estamos a punto de cruzar una línea, y no sé si lo quiero. —Obanai dio un paso hacia él, sin apartar la mirada—. No estoy seguro de si estamos simplemente buscando algo físico o si... —suspiró, incapaz de terminar la frase.
Sanemi, por su parte, no se alejó ni un paso. Se mantuvo firme, aunque por dentro algo comenzó a agitarse.
—No empieces con eso. Sabes que esto no es nada más que sexo. No lo compliques —respondió de manera brusca, su voz un poco más baja de lo habitual.
Pero las palabras de Obanai ya habían dejado una marca en él. La idea de que tal vez había algo más entre ellos, algo que no podían controlar, comenzó a dar vueltas en su mente.
Obanai, sin embargo, no se dio por vencido. Dio un paso más cerca y, con una suavidad inesperada, rozó su brazo con el de Sanemi, de una manera casi íntima.
—No lo estoy complicando. Solo estoy diciendo que esto podría ser más de lo que pensamos. Y... no sé si eso es algo que quiero.
Sanemi cerró los ojos por un momento, sintiendo el calor de su cuerpo cerca, el mismo deseo que los había llevado hasta ahí. Pero no podía dejar que eso lo dominara.
—Lo único que quiero es olvidarme de esto. —Su voz era más baja, casi un susurro, como si estuviera hablándose a sí mismo—. Así que basta, Iguro.
Pero, en ese momento, ambos sabían que lo que acababan de decir no cambiaría nada. A pesar de las palabras, el deseo seguía creciendo entre ellos, cada vez más fuerte, más difícil de contener.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro