Capítulo 10: Fuego escondido
Con cada día que pasaba, los encuentros furtivos entre Sanemi y Obanai se volvían casi una rutina. A pesar de la cautela con la que se movían, el riesgo añadía un matiz electrizante a cada instante que compartían. No importaba si era en el laboratorio, el depósito o incluso los baños de profesores, ambos sabían que cualquier descuido podría significar el fin de sus carreras.
Sin embargo, la adrenalina parecía ser parte del combustible que los mantenía regresando el uno al otro.
Sanemi había cambiado notablemente desde que comenzaron esos encuentros. Su habitual mal humor había dado paso a una actitud más relajada, incluso amable, algo que no pasó desapercibido para sus colegas.
—¿Estás... bien, Shinazugawa? —preguntó Kyojuro un día, sorprendido por la falta de gruñidos en una conversación casual.
—¿Qué? ¿No puedo estar de buen humor? —respondió Sanemi con una sonrisa casi burlona antes de continuar su camino.
Kyojuro lo observó marcharse, confundido pero sin cuestionarlo más.
Por otro lado, Obanai hacía todo lo posible por desviar cualquier atención hacia sí mismo. Su naturaleza reservada lo hacía menos propenso a levantar sospechas, pero sabía que la discreción era clave. Siempre encontraba excusas convincentes para justificar sus ausencias, y su habilidad para controlar sus emociones en público le permitía mantener la fachada intacta.
Aun así, había momentos en que el peligro parecía demasiado real. Como aquella vez en el depósito de materiales, cuando casi fueron descubiertos por Mitsuri, quien había entrado buscando un juego de mapas para su clase.
—¿Hola? ¿Hay alguien aquí? —preguntó, su voz dulce resonando en el espacio.
Sanemi y Obanai, escondidos detrás de una estantería, apenas lograron contener la respiración. Sanemi tuvo que cubrirle la boca a Obanai cuando el sonido de unos frascos cayendo casi los delata.
Cuando Mitsuri finalmente salió, Sanemi se inclinó hacia Obanai con una sonrisa ladeada.
—Esto fue demasiado cerca.
Obanai lo fulminó con la mirada, empujándolo ligeramente.
—Si quieres seguir con esto, empieza a ser más cuidadoso.
A pesar de los riesgos, ambos parecían incapaces de detenerse. Cada encuentro se sentía como un alivio necesario, una manera de calmar el deseo que los consumía y mantener la fachada de normalidad durante el resto del día.
Sin embargo, no todos eran tan ajenos a lo que sucedía como ellos pensaban. Tomioka, siempre callado pero atento, había notado ciertos patrones: la desaparición simultánea de ambos, los leves cambios de humor en Sanemi, y cómo Obanai parecía evitar ciertas conversaciones o lugares con demasiado público.
Un día, mientras almorzaban en el salón de profesores, Tomioka decidió observar más de cerca.
—Sanemi, estás más relajado últimamente —comentó en su tono característico, mirando al hombre desde su asiento.
Sanemi, que estaba bebiendo un sorbo de café, casi lo escupe ante el comentario.
—¿Qué demonios quieres decir con eso?
Tomioka levantó una ceja, aparentemente inocente.
—Nada, solo que no estás gritando tanto como de costumbre. ¿Algo te ha alegrado?
Antes de que Sanemi pudiera responder, Obanai intervino desde su lugar al otro extremo de la mesa.
—Tal vez finalmente ha descubierto lo que es un café decente.
La respuesta desvió la atención y arrancó unas risas de los demás profesores, pero Tomioka no pasó por alto la rapidez con la que Obanai había cambiado de tema.
Mientras todos retomaban sus conversaciones, Tomioka siguió observando, y una pequeña sospecha empezó a formarse en su mente.
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