El sol apenas comenzaba a filtrarse entre las cortinas de la oficina principal de la secundaria Kimetsu, donde Sanemi Shinazugawa ajustaba su corbata frente a un espejo roto. Era su rutina diaria: entrar al trabajo con cara de pocos amigos, asustar a los alumnos con su actitud intimidante y enfrentarse a lo que él consideraba el tedio del aula. Pero aquel día, algo en el ambiente era distinto.

—Shinazugawa —lo llamó la directora desde la puerta—, necesito que le des la bienvenida al nuevo profesor de ciencias. Es su primer día, y tú eres el encargado de mostrarle las instalaciones.

Sanemi bufó. La última cosa que quería hacer era jugar a ser guía turístico, pero asintió, resignado.

Al girar hacia la entrada, una figura familiar atravesó la puerta. Pelo negro lacio, una cicatriz atravesando sus labios y esos ojos mismísimos que lo habían dejado sin aliento semanas atrás en aquel bar nocturno.

—¿Tú? —preguntó Sanemi, con el ceño fruncido y el estómago encogiéndosele.

Obanai Iguro alzó una ceja, ajustando los papeles que llevaba en la mano. Su expresión era fría, aunque no logró disimular del todo la sorpresa al verlo de nuevo.

—¿Eres profesor de este lugar? Qué pequeño es el mundo —respondió con un tono mordaz, como si su encuentro en aquel bar fuera un simple recuerdo anecdótico, algo de lo que ambos se olvidarían con el tiempo.

Sanemi sintió cómo la incomodidad le quemaba la garganta. Habían compartido más que copas aquella noche. Habían compartido secretos, risas y una pasión que ninguno había esperado. Pensar que nunca volvería a ver a Obanai le había dado cierta tranquilidad... hasta ahora.

—Supongo que sí. Vamos, te enseñaré esto rápido —gruñó, pasando junto a Obanai sin mirarlo a los ojos.

Mientras caminaban por los pasillos, la tensión entre ellos era tan densa que los estudiantes que pasaban cerca murmuraban curiosos. ¿Quién era ese hombre nuevo, y por qué el profesor Shinazugawa parecía más hosco de lo habitual?

—¿Siempre eres así con tus colegas? —bromeó Obanai, rompiendo el incómodo silencio.

Sanemi se detuvo en seco y giró sobre sus talones, clavando su mirada afilada en él.

—Mira, Iguro, lo que pasó entre nosotros esa noche...

—Fue solo eso, una noche —interrumpió Obanai, cruzándose de brazos—. No necesitas aclararlo.

Pero ambos sabían que no era tan simple. Había algo en esa mirada que ninguno podía ignorar, un fuego que se negaba a apagarse, incluso en medio de los pasillos silenciosos de la escuela.

—Bueno, aquí está el laboratorio. Si necesitas algo, no me llames —espetó Sanemi antes de dar media vuelta, dejando a Obanai solo en la puerta.

Obanai suspiró, observando cómo Sanemi se alejaba. Quizás trabajar allí sería más complicado de lo que había previsto.

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TNoel: ¡Bienvenidos a este nueva historia! Espero que disfruten de mas contenido SaneOba y le den mucho apoyo <3