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Capítulo 6: Sombras de un Futuro Incierto

Los días pasaron como si nada fuera distinto, aunque debajo de la superficie, el peso de la incertidumbre se cernía sobre Obanai.

En la Finca de las Mariposas, el sol seguía saliendo y poniéndose con su rutina habitual, los cazadores de demonios entrenaban, se recuperaban de sus heridas y seguían adelante, pero para Obanai, cada amanecer traía una nueva preocupación.

Su cuerpo parecía estar recuperado, y a simple vista no mostraba ningún signo del oscuro núcleo demoníaco que lo había infectado. Sin embargo, dentro de él, sentía algo distinto, como si hubiera una sombra acechando en las profundidades de su ser.

Sanemi, a pesar de su actitud hosca, se mantenía cerca de Obanai con más frecuencia que nunca, una proximidad que no había pasado desapercibida.

Aunque mantenía su fachada de dureza, siempre haciendo comentarios ácidos sobre lo que haría si Obanai comenzaba a mostrar signos de convertirse en un demonio, su preocupación era palpable.

Incluso en los entrenamientos, Sanemi estaba más atento de lo habitual, vigilando a su compañero con ojos críticos, pero había algo más detrás de esa vigilancia. Obanai lo notaba: una especie de tensión subyacente, un cuidado que no coincidía con las palabras amenazantes.

Un día, después de uno de esos entrenamientos, ambos se encontraban en el patio trasero de la Finca de las Mariposas. El sudor perlaba sus frentes, y la luz del atardecer comenzaba a teñir el cielo de naranja y púrpura.

Obanai, sentado en el suelo, observaba en silencio a Sanemi, quien afilaba su katana con movimientos meticulosos. El sonido de la piedra contra el metal era rítmico, casi hipnótico, pero el silencio entre ellos era pesado.

Finalmente, Sanemi rompió el silencio. "No creas que me estoy ablandando, Iguro," gruñó, sin levantar la vista de su espada. "Si muestras la más mínima señal de convertirte en uno de ellos, seré el primero en cortarte la cabeza."

Obanai sonrió levemente. Ya se había acostumbrado a las palabras duras de Sanemi, pero ahora podía ver más allá de ellas. "Lo sé, Sanemi. Confío en que lo harías sin dudar."

Sanemi levantó la vista por un momento, sus ojos entrecerrados en una mezcla de desafío y algo más difícil de descifrar. "No es una broma," replicó, aunque había un matiz de incomodidad en su voz. "No puedo dejar que esa maldita cosa dentro de ti te convierta en un peligro para el Cuerpo de Cazadores."

Obanai bajó la mirada, observando sus propias manos. Las había sentido diferentes desde el incidente, como si algo las recorriera, algo que aún no podía identificar. Pero por más que lo intentaba, no encontraba ninguna señal visible de la corrupción demoníaca dentro de él.

"Sanemi, si eso llega a suceder, te lo ruego: no dudes en hacerlo." Sus palabras fueron serias, y el silencio que siguió las hizo pesar más.

Obanai sentía que esa posibilidad era real, y aunque no quería admitirlo, la idea de perderse a sí mismo le aterraba. Pero aún más que eso, la idea de convertirse en un peligro para los demás, para aquellos a quienes amaba, era insoportable.

Sanemi lo miró fijamente, sus ojos grises como una tormenta contenida. Durante un largo momento, ninguno de los dos habló.

Había un entendimiento silencioso entre ellos, una promesa no dicha. Pero algo más, algo profundo, había cambiado desde aquel día en las catacumbas, aunque ninguno de los dos estaba listo para ponerle nombre.

°°°

Mientras tanto, Kagaya Ubuyashiki, el líder del Cuerpo de Cazadores de Demonios, había solicitado un informe completo sobre el estado de Obanai. La preocupación sobre la posible infección demoníaca de uno de los Pilares era algo que no podía ser tomado a la ligera.

En el interior de su residencia, rodeado por su familia, Kagaya leía con atención cada detalle de lo que había ocurrido en aquella misión. Sabía que los demonios se volvían más astutos y organizados, pero esta nueva amenaza, la de un núcleo demoníaco capaz de infectar a los cazadores, representaba un peligro que aún no comprendían por completo.

Mientras revisaba el informe, Kagaya permanecía sereno, aunque su mente trabajaba a toda velocidad. Era consciente de la relación estrecha que Obanai tenía con sus compañeros, especialmente con Sanemi, y entendía el peso emocional de lo que estaba en juego.

No podía permitirse perder a Obanai, pero tampoco podía arriesgar la seguridad del Cuerpo de Cazadores si la oscuridad dentro de él resultaba incontrolable.

°°°

Los días siguieron su curso. Obanai intentaba continuar su vida como siempre, entrenando y participando en misiones menores, pero algo había cambiado. Sanemi permanecía a su lado con más frecuencia, siempre poniendo la excusa de que debía vigilarlo, aunque ambos sabían que esa cercanía iba más allá de la vigilancia.

Obanai notaba la forma en que Sanemi lo miraba cuando creía que no se daba cuenta, una mezcla de preocupación y algo que no podía identificar del todo, pero que comenzaba a resonar en él de una manera inesperada.

Había momentos en los que Obanai quería romper el silencio, preguntar a Sanemi si realmente solo lo vigilaba por deber o si había algo más detrás de su comportamiento. Pero siempre se detenía antes de hacerlo.

Tal vez por miedo a la respuesta, o tal vez porque no estaba listo para enfrentar lo que eso significaba.

Sin embargo, la cercanía entre ellos era innegable. Compartían más momentos juntos, ya fuera entrenando, en misiones o simplemente en esos silencios cómodos que comenzaban a aparecer entre ellos.

Una tarde, mientras ambos se sentaban bajo la sombra de un árbol después de un agotador entrenamiento, Sanemi soltó un suspiro largo. "Maldita sea, Iguro. Esto no puede seguir así."

Obanai lo miró, sorprendido por la súbita declaración. "¿A qué te refieres?"

Sanemi apretó los puños, como si estuviera luchando consigo mismo para no decir algo que llevaba tiempo guardando. "A esta maldita situación. No puedo estar vigilándote todo el tiempo, pero no puedo dejarte solo, tampoco. Maldita sea..." Su voz se fue apagando, y finalmente giró la cabeza, mirando a otro lado. "No quiero tener que matarte."

Obanai lo miró en silencio, sintiendo una mezcla de gratitud y angustia por las palabras de Sanemi.

Sabía que, tras esa rudeza, Sanemi realmente lo cuidaba. Y, aunque no lo dijera en voz alta, sabía que no era solo por deber.

"Sanemi... yo tampoco quiero que llegue a eso," murmuró Obanai, su voz cargada de una sinceridad que rara vez mostraba. "Pero si sucede... confío en ti para hacer lo correcto."

Sanemi no respondió de inmediato. Se limitó a asentir, aunque el gesto era rígido, como si se resistiera a la idea de aceptar esa promesa.

El sol empezaba a ocultarse, pintando el cielo con colores cálidos, pero el aire entre ellos seguía cargado de una tensión que ambos evitaban reconocer abiertamente.

A pesar de la incertidumbre que aún los envolvía, ambos sabían que lo que había nacido entre ellos no era algo que se pudiera ignorar. Y aunque no lo dijeran, esa proximidad, esa preocupación que mostraban el uno por el otro, era lo que les daba fuerzas para enfrentar lo que estaba por venir.

El futuro seguía siendo incierto, pero al menos, por ahora, no estaban solos en esa lucha.

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