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Capítulo 5: El Despertar en la Finca de las Mariposas

Obanai despertó lentamente, sintiendo el peso de la debilidad en cada fibra de su ser. Sus párpados se abrieron con dificultad, revelando la familiar luz tenue que llenaba la sala de recuperación en la Finca de las Mariposas. Un aroma a hierbas medicinales flotaba en el aire, y el murmullo distante del viento entre los árboles le indicaba que estaba a salvo, al menos por el momento.

Al intentar moverse, un dolor sordo le recorrió el cuerpo. Su primera reacción fue llevar la mano a su katana, pero no la encontró. Estaba desarmado, recostado en una cama, con vendas alrededor de su torso y sus brazos. Todo en su interior le gritaba que algo estaba mal. Pero cuando trató de recordar cómo había llegado allí, su mente se encontró con un vacío aterrador.

¿Qué había pasado? ¿Por qué estaba allí? Recordaba haber salido en misión con Sanemi y Giyu, pero más allá de eso, todo se desvanecía en sombras.

El suave ruido de pasos le indicó que alguien se acercaba. Giró la cabeza hacia la puerta justo a tiempo para ver entrar a Shinobu Kocho, la Pilar del Insecto, con su habitual sonrisa tranquila, aunque sus ojos revelaban una preocupación que trataba de ocultar.

"Veo que finalmente has despertado, Iguro," dijo con su tono melodioso, acercándose a su cama. "Has estado fuera de combate por un tiempo."

Obanai la miró con el ceño fruncido. "¿Cuánto tiempo?", preguntó, su voz rasposa por la falta de uso.

"Han pasado tres días desde que te trajeron aquí. Estabas en muy mal estado cuando Sanemi y Giyu te encontraron en las catacumbas del castillo feudal. No sabemos exactamente qué te sucedió, pero Sanemi mencionó que algo oscuro te envolvía cuando te hallaron."

Obanai intentó hacer memoria, pero cuanto más lo intentaba, más difusa se volvía la imagen de lo ocurrido. Recordaba vagamente haber estado luchando, algo sobre un núcleo demoníaco, pero después de eso... nada. El dolor en su cabeza aumentó al intentar forzar los recuerdos.

"¿Qué pasó con los demonios? ¿La misión?", preguntó, esforzándose por mantener la calma. Sentía que le faltaba algo importante, algo que no podía permitirse olvidar.

Shinobu lo observó con una mirada más seria. "La misión fue un éxito parcial. Lograron eliminar a la mayoría de los demonios, pero el núcleo demoníaco que mencionaron no pudo ser destruido. Desapareció poco después de que tú te desmayaras." Sus ojos se estrecharon ligeramente. "Y hay algo más... Desde que llegaste aquí, has estado experimentando un tipo de energía demoníaca dentro de ti."

Obanai sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. "¿Energía demoníaca... dentro de mí?" Repitió en voz baja, incrédulo. Llevó una mano a su pecho, como si pudiera sentir algo extraño latir en su interior, pero todo lo que percibía era el miedo que empezaba a apoderarse de él. ¿Cómo había sucedido algo así? Él, un Pilar, un cazador de demonios, ¿infectado por la misma oscuridad que juraba destruir?

"Es sutil, pero no podemos ignorarla. Aún no sabemos qué efectos puede tener, pero necesitamos mantenerte bajo observación hasta que sepamos más." Shinobu se inclinó ligeramente hacia él, manteniendo su mirada fija en la suya. "¿Realmente no recuerdas nada de lo que ocurrió en esas catacumbas?"

Obanai negó lentamente con la cabeza. "Es como si todo estuviera envuelto en niebla. Recuerdo el núcleo demoníaco, pero después... nada. Es como si hubiera desaparecido."

Antes de que Shinobu pudiera responder, la puerta se abrió bruscamente, revelando la imponente figura de Sanemi Shinazugawa. Su expresión era severa, como siempre, pero había una preocupación oculta detrás de sus ojos furiosos.

"Obanai," gruñó al acercarse. "¿Qué demonios pasó allá abajo? ¿Cómo es que terminaste en ese estado?" Su tono era duro, pero cualquiera que lo conociera lo suficiente sabía que debajo de esa dureza, había una preocupación genuina.

Obanai intentó levantarse, pero su cuerpo aún no estaba listo para moverse con facilidad. Sanemi se acercó rápidamente, empujándolo de vuelta a la cama con más brusquedad de la necesaria.

"Estás débil," dijo Sanemi. "No tienes por qué forzarte."

Obanai lo miró con una mezcla de frustración y gratitud, pero no sabía qué decir. Aún procesaba la idea de tener energía demoníaca dentro de él, algo que jamás habría imaginado.

"Sanemi, cálmate," interrumpió Shinobu, levantando una mano con delicadeza. "Obanai aún está recuperándose, y necesitamos respuestas, pero no sacaremos nada si lo presionamos demasiado."

Sanemi soltó un bufido, pero se apartó ligeramente, aunque no se marchó. Su postura tensa indicaba que no estaba dispuesto a dejar a Obanai solo, al menos no hasta entender lo que estaba sucediendo.

Obanai, todavía confundido y algo aturdido, finalmente habló. "No lo sé, Sanemi. No recuerdo lo que ocurrió después de que vi el núcleo. Algo me atrapó, algo... se metió en mí. Después de eso, todo es oscuridad."

El silencio cayó sobre la sala. Shinobu lo miró con cautela, mientras Sanemi cerraba los puños, claramente frustrado con la situación. Ninguno de los dos sabía exactamente qué decir o cómo proceder. Obanai, uno de los pilares más dedicados, ahora era un enigma, una bomba de tiempo con energía demoníaca corriendo por sus venas.

Finalmente, Sanemi rompió el silencio. "No me importa lo que pase, Iguro. Te sacaremos de esto. No dejaré que esa maldita energía te controle." Su voz, aunque dura, tenía un toque de sinceridad que rara vez mostraba.

Obanai lo miró, sorprendido por la intensidad de sus palabras. Por un momento, la tensión entre ellos pareció disiparse. Sanemi no era alguien que mostrara sus emociones fácilmente, pero en ese instante, Obanai pudo ver la preocupación genuina en su amigo.

"Gracias, Sanemi," murmuró Obanai, sintiendo el peso de la situación, pero también una extraña calma al saber que no estaba solo.

Shinobu asintió, rompiendo la atmósfera tensa. "Por ahora, lo importante es que descanses y te recuperes. Seguiremos observando tu estado, y si notamos algún cambio, actuaremos de inmediato. Pero pase lo que pase, no estás solo en esto, Iguro."

Con esas palabras, la situación, aunque incierta, se volvió un poco más llevadera. Mientras la sombra de lo que le había ocurrido seguía pesando sobre su mente, Obanai sabía que tenía el apoyode sus compañeros, de Sanemi y de todos los cazadores. Pero en el fondo, la verdadera batalla recién comenzaba, y el destino de Obanai ahora estaba vinculado de manera inquietante con la oscuridad que había jurado combatir.

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