Capítulo 4: La Sombra en las Catacumbas
La misión de reconocimiento continuaba, avanzando con una cautela creciente a medida que Obanai, Sanemi y Giyu exploraban las aldeas abandonadas y los rastros cada vez más evidentes de la presencia demoníaca.
Cada paso los acercaba más a la fuente del peligro, y aunque estaban acostumbrados al riesgo, esta misión tenía algo diferente, una inquietud latente que no podían ignorar.
El viento traía un presagio oscuro, y el silencio en las aldeas era tan denso que parecía oprimir el aire.
El vínculo entre Obanai y Sanemi, aunque no abiertamente expresado, se hacía más evidente con cada día que pasaba. Había momentos fugaces, casi imperceptibles, en los que sus miradas se cruzaban y algo profundo brillaba entre ellos, algo más allá del mero compañerismo. Una especie de reconocimiento silencioso de que, pese a sus diferencias y caracteres fuertes, se habían convertido en pilares emocionales el uno para el otro.
Pero esos momentos eran siempre interrumpidos por la urgencia de la misión, por la sombra de la muerte que siempre parecía acechar a los cazadores.
Mientras se acercaban a la ubicación de un castillo feudal abandonado, que según los informes era un posible nido de demonios, esa tensión invisible entre ellos continuaba creciendo.
Sanemi, con su habitual carácter impetuoso, mantenía su distancia emocional, aunque de vez en cuando sus palabras eran más suaves de lo habitual al dirigirse a Obanai.
Para cualquiera que no los conociera bien, parecían simples compañeros de misión, pero los que entendían el lenguaje de los silencios y los gestos contenidos sabían que algo más profundo estaba gestándose entre ellos, aún sin ser expresado.
Giyu, siempre serio y reservado, permanecía en su propia burbuja, concentrado en la misión, pero había notado los intercambios sutiles entre Sanemi y Obanai. Sin embargo, no comentó nada al respecto. Para él, lo más importante era la amenaza que se cernía sobre ellos y lo que estaba por gestarse en las sombras.
Finalmente, llegaron al castillo feudal. La estructura estaba en ruinas, pero todavía mantenía una atmósfera imponente. Las paredes de piedra desgastadas por el tiempo y la vegetación invadida por los años daban la impresión de que el lugar había sido olvidado por el mundo, pero los cazadores sabían mejor.
Bajo esa fachada decadente, algo oscuro estaba creciendo, y los demonios lo protegían con todo lo que tenían.
Obanai, Sanemi y Giyu se separaron para explorar los alrededores. Cada uno tomaba un lado del castillo, inspeccionando las entradas, buscando signos de actividad demoníaca.
El aire estaba cargado de una energía extraña, y el silencio sepulcral que envolvía el lugar solo aumentaba la sensación de peligro inminente.
Obanai se adentró en las entrañas del castillo, descendiendo por una escalera de piedra que parecía conducir a las catacumbas. La oscuridad era abrumadora, pero sus sentidos estaban alerta.
Kaburamaru, la serpiente enroscada en su hombro, siseaba en señal de advertencia, como si percibiera algo fuera de lo común. Las paredes estrechas y el suelo húmedo no lo distraían. Sabía que estaba cerca de algo, algo que los demonios querían mantener oculto.
De repente, al girar una esquina, Obanai se encontró con una visión aterradora. En el centro de una gran sala subterránea, envuelta en sombras y custodiada por varios demonios, latía un extraño núcleo palpitante, casi como un corazón gigante, pero de naturaleza demoníaca.
Estaba rodeado de energía oscura, vibrando con una vida propia, como si estuviera a punto de estallar en cualquier momento.
Los demonios se movían frenéticamente alrededor de él, protegiéndolo con sus vidas.
Sin pensarlo dos veces, Obanai desenvainó su katana y se lanzó al combate. Sus movimientos eran rápidos y precisos, eliminando a los demonios uno por uno con la maestría que lo caracterizaba.
Pero mientras luchaba, su atención estaba fija en ese núcleo palpitante. No entendía exactamente qué era, pero algo en su interior le gritaba que debía destruirlo.
Una vez que los demonios cayeron, Obanai se acercó al núcleo, observando cómo este seguía latiendo, emitiendo un brillo rojo oscuro. Mientras intentaba comprender lo que veía, el núcleo pareció reaccionar a su presencia.
De repente, un tentáculo de energía demoníaca se extendió desde él y se envolvió alrededor de Obanai, inmovilizando su cuerpo.
Luchó por liberarse, pero la fuerza que lo sujetaba era inmensa. Kaburamaru siseó con furia, pero no pudo hacer nada para detener lo que estaba a punto de suceder.
Obanai sintió cómo la energía del núcleo comenzaba a invadir su cuerpo, como si buscara un huésped en el que habitar.
El dolor fue inmediato y abrumador, un fuego que quemaba desde dentro mientras el núcleo demoníaco se fusionaba con su carne, adentrándose en su ser.
Trató de resistir, de luchar contra esa fuerza oscura, pero poco a poco fue perdiendo el control. El núcleo parecía latir dentro de él, su energía corrompiendo cada célula de su cuerpo.
Obanai cayó de rodillas, jadeando, mientras sentía cómo algo cambiaba en su interior. Era como si un veneno se esparciera por sus venas, nublando sus pensamientos y debilitando su voluntad.
En medio del dolor, una imagen de Mitsuri apareció fugazmente en su mente, su sonrisa radiante y su calidez contrastando con la oscuridad que lo consumía. Pero también, y de manera desconcertante, la imagen de Sanemi surgió en su mente, como un ancla que lo mantenía aferrado a la realidad.
La mezcla de esos sentimientos encontrados, la tristeza, la pérdida, pero también el afecto no dicho por su compañero, le dio un último impulso de fuerza para resistir.
Sin embargo, antes de que pudiera hacer algo más, la oscuridad lo envolvió por completo, y su cuerpo se desplomó en el suelo.
°°°
En otra parte del castillo, Sanemi y Giyu sintieron una perturbación. Algo había salido terriblemente mal.
Ambos se lanzaron hacia las catacumbas, siguiendo la fuente de aquella energía maligna que parecía inundar el lugar. El tiempo se acababa, y sabían que lo que sea que estaba sucediendo no podía traer nada bueno.
Cuando finalmente llegaron al lugar donde Obanai había caído, lo encontraron tendido en el suelo, su cuerpo inmóvil y una extraña aura rodeándolo.
El núcleo demoníaco había desaparecido, pero el rastro de su energía aún vibraba en el aire. Sanemi se arrodilló junto a Obanai, su corazón latiendo con fuerza.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro