Capítulo 38: Un Nuevo Comienzo
Los días transcurrían con una calma inesperada en la finca de los Ubuyashiki. Después de todo el caos, la batalla final y los terribles momentos que casi les habían arrebatado la paz, la vida para Obanai y Sanemi comenzaba a encontrar una nueva normalidad. Aunque el peligro no estaba del todo ausente, los demonios habían sido debilitados con la caída de Muzan, y la amenaza constante había dado paso a una vida que, aunque incierta, permitía pequeños momentos de felicidad.
Obanai observaba a su hijo, que dormía plácidamente en su cuna. Cada vez que miraba al pequeño, sentía una mezcla de asombro y alivio. Contra todo pronóstico, esa pequeña vida que había crecido dentro de él, que Muzan había intentado utilizar como herramienta para la destrucción, había resultado ser un símbolo de esperanza. No había ninguna señal de maldad en el bebé, solo una luz pura, algo que Obanai jamás habría imaginado posible.
Sanemi entró en la habitación, silencioso como siempre, pero sus ojos se suavizaban cuando miraba a Obanai y al bebé. Esa dureza característica que siempre había definido a Sanemi parecía haberse disipado un poco con el tiempo que compartían como familia. Se acercó a Obanai y le ofreció una pequeña sonrisa antes de inclinarse sobre la cuna para mirar a su hijo.
—Cada vez que lo veo, no puedo evitar pensar en lo que pasamos para llegar hasta aquí —murmuró Sanemi—. Y aunque todo fue una locura, no cambiaría nada.
Obanai asintió, sin apartar la vista del bebé.
—Tampoco yo. A pesar de todo... estoy agradecido de tener esto. Tenerte a ti, tenerlo a él.
Sanemi se sentó al lado de Obanai, y por un momento el silencio fue suficiente. No había necesidad de palabras cuando el peso de todo lo que habían pasado estaba presente en la habitación. Habían luchado contra demonios, contra ellos mismos, y habían sobrevivido. Ahora, lo único que quedaba era lo que construirían juntos.
Los días eran una mezcla de tranquilidad y pequeños momentos de alegría. Aunque la crianza del niño presentaba sus propios desafíos, ambos cazadores de demonios encontraban consuelo en ese nuevo propósito. Sanemi, que siempre había sido tan independiente, se encontraba disfrutando de la cotidianidad de la vida familiar, mientras que Obanai, aun luchando contra la sombra de Muzan, encontraba fuerza en esos pequeños momentos de felicidad que compartían los tres.
Una noche, mientras cenaban juntos en la finca, el ambiente entre ellos era cálido y relajado. La conversación fluía con facilidad, intercalada con sonrisas y miradas cómplices. Sanemi, que había estado más callado de lo habitual esa noche, finalmente rompió el silencio con una seriedad inusual.
—Obanai, he estado pensando... —Sanemi comenzó, tomando la mano de Obanai sobre la mesa—. Hemos pasado por tanto juntos. Hemos visto lo peor del mundo, pero también hemos encontrado algo hermoso en medio de todo ese caos. Y creo que no quiero esperar más para decirte esto.
Obanai lo miró, confundido por el tono solemne de Sanemi, pero su corazón comenzó a latir más rápido al ver la intensidad en sus ojos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, su voz suave, aunque ya comenzaba a intuir lo que venía.
Sanemi se arrodilló frente a él, tomando ambas manos de Obanai entre las suyas. El rostro de Sanemi, normalmente endurecido por las batallas y el dolor, se suavizó en una expresión de completa sinceridad.
—No quiero perder más tiempo, Obanai. Quiero que seas mi compañero de toda la vida, mi amante, mi esposo. Después de todo lo que hemos pasado, lo que hemos sobrevivido... no quiero que haya más "quizás" o "algún día". Te amo. Y quiero que estemos juntos, siempre. Tú, yo, y nuestro hijo. —La voz de Sanemi temblaba ligeramente, algo que raramente ocurría, pero la emoción detrás de sus palabras era inconfundible.
Obanai, sorprendido y con los ojos llenos de emoción, dejó escapar una pequeña risa, un sonido que era una mezcla de alivio, amor y asombro. Las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos, pero en lugar de detenerlas, dejó que cayeran.
—Sanemi... —susurró, su voz rota por la emoción—. Nunca pensé que alguien como yo pudiera tener algo tan... real. Algo tan hermoso. Claro que sí. Claro que quiero estar contigo para siempre.
Sanemi se inclinó y capturó los labios de Obanai en un beso suave, uno lleno de promesas y de una vida que sabían que no sería fácil, pero que ahora estaba llena de esperanza. Ese beso, bajo la tenue luz de la luna que iluminaba la habitación, selló algo que ni siquiera las sombras del pasado podrían quebrar.
Cuando se separaron, Obanai sonrió, todavía asombrado por la propuesta.
—Esposo, huh... —murmuró, su voz llena de cariño—. Suena bien.
Sanemi se rió suavemente y le dio un suave golpe en el hombro.
—Más que bien. Suena perfecto.
Y así, en esa noche tranquila, mientras el bebé dormía plácidamente en su cuna y la oscuridad del mundo parecía mantenerse a raya, Obanai y Sanemi dieron un paso más hacia su futuro, uno donde su amor sería la fuerza que les permitiría enfrentar cualquier amenaza, juntos.
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