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Capítulo 37: La Sombra de Muzan


La luz del amanecer entraba por las ventanas de la finca, suavizando la atmósfera después de la tormenta de emociones que había azotado a Obanai y Sanemi. Por primera vez en lo que parecía una eternidad, el silencio no era símbolo de desesperación, sino de un sosiego precario que pendía en el aire.

Obanai estaba sentado en una de las habitaciones, en el suelo, sosteniendo cuidadosamente a su recién nacido en brazos. El bebé, con los ojos cerrados y un suave resplandor en su piel, dormía tranquilamente, ajeno a la batalla épica que acababa de ocurrir y a la sangre que corría por sus venas. A simple vista, parecía un niño humano, frágil e inocente, pero Obanai sabía que su herencia era mucho más compleja.

Sanemi estaba a su lado, observando en silencio cómo Obanai acunaba al bebé, absorto en la calma de ese momento. No había necesidad de palabras entre ellos, solo la sensación compartida de que, por ahora, estaban juntos y a salvo. Pero el silencio también traía consigo un recordatorio ominoso, una sombra que nunca dejaría de acecharlos.

De repente, una presencia oscura llenó la habitación. El aire se tornó denso, y Obanai lo sintió antes de que su mente pudiera procesarlo. Una voz, tan fría como el hielo, se deslizó en su conciencia.

—No podrás escapar de tu sombra.

Era Muzan. Su presencia no era física, pero su esencia aún resonaba dentro de Obanai, una manifestación del vínculo que jamás se había roto por completo. En su mente, Obanai pudo ver la figura de Muzan, oscuro e imponente, observándolo con ojos que aún anhelaban controlarlo.

—Tu destino sigue entrelazado con el mío, aunque pienses que me has derrotado —la voz de Muzan era un susurro venenoso, pero no tenía la misma fuerza que antes—. Esa criatura en tus brazos... es tanto tuyo como mío. No importa cuánto luches, siempre estaré presente. Siempre serás parte de mí.

Obanai sintió una ola de temor recorrer su cuerpo, su mirada se nubló por un momento mientras intentaba apartar esas palabras de su mente. Miró al bebé, que seguía dormido, ajeno a la sombra que intentaba proyectarse sobre él. Aunque había derrotado a Muzan en batalla, el vínculo entre ambos, sellado por el núcleo demoníaco en su interior, seguía latente.

Muzan se desvaneció lentamente, su presencia disipándose como una neblina en la oscuridad, pero dejó una marca invisible, una herida abierta en el corazón de Obanai.

—No te olvidaré, Obanai... —susurró la voz antes de desaparecer.

Obanai respiró hondo, cerrando los ojos, intentando calmar el torbellino de emociones que esa visión había desatado en él. Aunque rodeado de tranquilidad, sabía que la lucha contra la influencia de Muzan no había terminado. Quizás nunca lo haría. Pero ahora tenía algo que no había tenido antes: un propósito, una razón para seguir luchando.

Sanemi, siempre perceptivo, notó la tensión en Obanai. Colocó una mano en su hombro, apretando suavemente.

—¿Estás bien? —preguntó con preocupación, inclinándose hacia él.

Obanai abrió los ojos, su mirada se encontró con la de Sanemi, y por un instante, todo el peso de lo que había pasado pareció aligerarse. Aunque el temor seguía latente, la calidez de Sanemi lo envolvía.

—Muzan... aún está en mi cabeza —confesó Obanai, su voz apagada, pero firme—. Siento su presencia. No ha desaparecido del todo. Está... vinculado a mí, de alguna forma.

Sanemi frunció el ceño, pero no dijo nada. En su lugar, se arrodilló frente a Obanai, sus manos envolviendo las de él, que aún sostenían al bebé. La frialdad de las palabras de Muzan se desvanecía poco a poco bajo la calidez del tacto de Sanemi.

—No importa lo que Muzan haya dicho o hecho —dijo Sanemi con seriedad, sus ojos llenos de determinación—. Tú eres más fuerte que él, Obanai. Has luchado contra todo para llegar hasta aquí. Y no estás solo. Estamos juntos en esto. Tú, yo y nuestro hijo. Eso es lo único que importa ahora.

Obanai asintió, sintiendo una calma renovada en las palabras de Sanemi. La sombra de Muzan seguía acechando en el fondo de su mente, pero ya no era tan poderosa como antes. Ahora, Obanai sabía que tenía algo mucho más fuerte: el amor que había construido con Sanemi y la vida que habían creado juntos.

—Gracias —murmuró Obanai, su voz quebrada, pero sincera—. No sé cómo voy a superar esto, pero... tenerte a mi lado me da fuerzas.

Sanemi sonrió suavemente, inclinándose para rozar los labios de Obanai en un beso breve pero lleno de promesas.

—Lo superaremos —dijo Sanemi con convicción—. Juntos.

Y en ese momento, mientras los primeros rayos de sol iluminaban la habitación, Obanai supo que, aunque el camino por delante era incierto y lleno de desafíos, no estaba condenado a caminarlo solo. Sanemi estaba a su lado, y la vida en sus brazos era la prueba de que había algo por lo que valía la pena luchar.

Muzan, aunque aún presente en la oscuridad, no era invencible. Y Obanai, con su nueva familia, tenía una razón para seguir luchando contra esa sombra, sin importar cuán grande fuera.

Continuara...

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