Capítulo 36: La Batalla Interior y Exterior
La noche había alcanzado su punto más oscuro. El aire estaba impregnado de un mal presentimiento mientras las estrellas se ocultaban tras un manto de nubes espesas. Dentro de la finca de Ubuyashiki, el caos reinaba.
Muzan, desde las profundidades de su oscura guarida, había intensificado su control sobre Obanai. Su voluntad maligna atravesaba la distancia que los separaba, manipulando el núcleo demoníaco en el interior de Obanai como si fuera un titiritero que manejaba sus hilos. Los ojos de Obanai, antes llenos de vida, ahora brillaban con un resplandor carmesí, y su cuerpo, que momentos antes había sido el de un cazador debilitado por el parto, ahora era una amenaza temible para todos los presentes.
—¡No me... controlará! —gritaba Obanai, con el rostro distorsionado por el dolor y el esfuerzo titánico que hacía para resistir el control de Muzan.
Sanemi estaba frente a él, su katana en mano, con los músculos tensos y el rostro endurecido por la resolución. Cada palabra que salía de los labios de Obanai era como un golpe en su corazón. Ver al hombre que amaba transformarse en una amenaza era algo que no podía soportar, pero sabía que no podía vacilar.
—¡Sanemi! —exclamó Obanai, con una voz rota, luchando por aferrarse a los últimos vestigios de su humanidad—. ¡Detenme... antes de que sea demasiado tarde! ¡Mátame antes de que haga daño a los demás... a nuestro hijo!
Sanemi apretó los dientes, sus ojos llenos de lágrimas contenidas. Sabía que Obanai hablaba en serio, que estaba dispuesto a sacrificarse si eso significaba proteger a quienes amaba. Pero Sanemi no podía aceptar esa realidad, no cuando había luchado tanto para tener un futuro juntos.
—No voy a dejarte, Obanai —respondió Sanemi, su voz baja pero firme—. No después de todo lo que hemos pasado. Encontraremos otra forma.
Obanai, en su estado crítico, arremetió contra Sanemi con una velocidad que apenas podía controlar. Sus movimientos eran erráticos, cada uno más violento que el anterior, mientras la influencia de Muzan lo arrastraba al abismo de la locura. El resto de los Pilares, atentos, no dudaron en intervenir. Giyuu y Gyomei se lanzaron al frente, bloqueando los ataques de Obanai con sus propias espadas, mientras Shinobu mantenía una posición defensiva junto al recién nacido, protegiéndolo de la agitación.
—¡No lo dejaremos caer! —gritó Giyuu, su rostro imperturbable mientras detenía uno de los golpes con toda su fuerza.
—¡Obanai está luchando! —añadió Gyomei, con la misma determinación, mientras la furia de la batalla resonaba a su alrededor.
A pesar de los esfuerzos combinados de los Pilares, Obanai seguía siendo una fuerza imparable bajo el control de Muzan. Cada ataque era más feroz que el anterior, como si Muzan estuviera utilizando toda su influencia para transformar a Obanai en un arma letal. El suelo temblaba bajo los pies de los cazadores mientras las paredes de la finca vibraban con cada choque de espadas y movimientos de energía demoníaca.
—¡Sanemi! —gritó Shinobu desde el fondo, su voz cargada de preocupación—. ¡Tienes que hacer algo antes de que pierda el control por completo!
Sanemi, sin dejar de observar a Obanai, supo que la decisión más difícil estaba a punto de llegar. Su mente era un torbellino de emociones: el amor por Obanai, el deseo de proteger a su hijo, y la creciente desesperación por no saber cómo salvarlos a ambos. Con la katana firmemente en su mano, se acercó a Obanai, aun luchando con los Pilares que lo contenían.
Obanai, entre los embates de su transformación, levantó la vista y lo miró directamente a los ojos. La voz de Muzan resonaba dentro de su mente, tentándolo a ceder, a entregarse por completo, pero en algún lugar profundo, aún quedaba una chispa de la persona que era.
—Sanemi... —susurró Obanai, su voz apenas audible entre la confusión—. Si me amas... por favor, hazlo. Detenme antes de que sea demasiado tarde.
Las palabras golpearon a Sanemi como una tormenta. La hoja de su espada tembló en su mano, y por un segundo, todo pareció detenerse. Pero no pudo hacerlo. No podía matar a Obanai.
—No... no puedo —murmuró Sanemi, apretando los dientes—. No lo haré.
En ese momento, Muzan intensificó su control. Los ojos de Obanai se encendieron con un rojo más brillante, y su cuerpo comenzó a desatar una fuerza descomunal, obligando a Giyuu y Gyomei a retroceder. La desesperación aumentaba. El tiempo se agotaba.
—¡Hazlo! —rugió Obanai, entre lágrimas, mientras su humanidad se desvanecía poco a poco.
Sanemi, al borde del colapso emocional, levantó su espada con una mezcla de dolor y resolución. Si no podía salvar a Obanai, tendría que hacer lo que él mismo le había pedido. Pero justo cuando estaba a punto de hacer el corte, un destello de luz llenó la habitación.
Una energía poderosa emanó del bebé, quien, en los brazos de Shinobu, comenzó a emitir un aura brillante que llenó todo el espacio. La energía recorrió el cuerpo de Obanai, forzando a Muzan a retroceder, como si esa pequeña vida fuera una fuerza purificadora, empujando la oscuridad fuera de su cuerpo.
Obanai cayó de rodillas, jadeando, mientras la influencia de Muzan se disipaba lentamente. La habitación quedó en silencio, solo roto por el suave llanto del bebé.
—Lo... hice —susurró Obanai, antes de desplomarse, agotado.
Sanemi corrió hacia él, soltando su espada y abrazándolo con todas sus fuerzas. Lágrimas de alivio caían por su rostro mientras apretaba a Obanai contra su pecho, sabiendo que habían superado una de las pruebas más difíciles de su vida. Los demás cazadores observaban en silencio, asombrados por lo que acababa de ocurrir.
Pero, aunque habían ganado esta batalla, todos sabían que la guerra contra Muzan aún no había terminado.
Continuará...
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