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Capítulo 32: La Decisión Final de Obanai


La madrugada era fría y silenciosa en la finca de Ubuyashiki. El viento se colaba entre las rendijas, susurrando presagios del inevitable enfrentamiento. Obanai no había logrado dormir en toda la noche. Los últimos días habían sido una vorágine de emociones, visiones y decisiones que parecían agobiarlo sin remedio. Pero ahora, en el umbral de la batalla definitiva, sabía que debía tomar una decisión que cambiaría el rumbo de su vida, y posiblemente, el destino del mundo.

Sanemi estaba a su lado, respirando profundamente mientras dormía. Su rostro, endurecido por tantas batallas, lucía relajado, como si por primera vez en mucho tiempo hubiese encontrado un breve momento de paz. Obanai lo observaba con una mezcla de ternura y dolor. Sabía que el camino que ambos estaban recorriendo era peligroso, que las decisiones que tomaría afectarían no solo a él, sino también a Sanemi y al Cuerpo de Cazadores.

El bebé dentro de él seguía creciendo, y con ello, sus dudas. Cada vez era más claro que esa vida no era solo un simple fruto de su amor por Sanemi, sino también una herramienta forjada por Muzan para traer caos al mundo. Sin embargo, había algo en esos sueños en los que vislumbraba un futuro donde él, Sanemi y su hijo podían vivir en paz. Era un futuro frágil, casi imposible, pero era una esperanza que no podía ignorar.

Obanai suspiró y cerró los ojos. Sentía el peso de la vida en su interior, el vínculo que crecía día a día. Sabía que Muzan quería usar a ese ser para sus propios fines, pero también entendía que ese bebé era parte de él, parte de Sanemi. La decisión de destruir esa vida para salvar al mundo se había convertido en una batalla interna tan cruel como cualquier otra que hubiera librado con su espada. Pero ahora, sentado al borde de la cama, la respuesta empezó a clarificarse.

No podía dejar que el miedo lo consumiera. No podía ser el verdugo de su propio hijo, ni de su amor por Sanemi.

Con ese pensamiento, decidió lo que debía hacer.

—Voy a protegerlo —susurró para sí mismo, su voz firme, aunque temblorosa por el peso de la decisión—. No seré el instrumento de Muzan, pero tampoco destruiré lo que hemos creado.

Sanemi, que había estado despertándose poco a poco, escuchó sus palabras. Abrió los ojos lentamente, y en cuanto su mirada encontró la de Obanai, supo que algo había cambiado. Se sentó, y sin necesidad de palabras, tomó la mano de Obanai con fuerza.

—¿Estás seguro? —le preguntó en voz baja, buscando en su mirada la certeza que necesitaba.

Obanai asintió, entrelazando sus dedos con los de Sanemi.

—No puedo permitir que Muzan lo controle, pero tampoco puedo perderlo. Este bebé es parte de nosotros, Sanemi. No sé lo que nos espera, pero quiero que sepamos que hicimos todo lo posible, que lo protegimos hasta el final.

Sanemi apretó los dientes, su corazón acelerándose ante el peso de las palabras de Obanai. Era una decisión peligrosa, arriesgada, pero en lo profundo, entendía el conflicto de Obanai. No había vuelta atrás.

—Lo protegeremos juntos —dijo finalmente, con determinación—. Pase lo que pase, no te dejaré solo en esto. Si el destino quiere que peleemos por nuestra familia, entonces que así sea.

Obanai sintió un alivio indescriptible al escuchar esas palabras. Sanemi siempre había sido su roca, su ancla en medio de la tormenta. Y ahora, con la batalla final a la vuelta de la esquina, esa conexión se había fortalecido aún más.

Ambos se quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la calma antes de la tormenta. Sabían que las próximas horas serían críticas. El nacimiento del bebé se acercaba, al igual que la confrontación con Muzan. No había certezas, solo un sinfín de incógnitas y peligros acechando en cada esquina.

—Sanemi... —comenzó Obanai, sintiendo un nudo en la garganta—. Si algo me pasara... si no llego a sobrevivir a todo esto...

Sanemi lo interrumpió, acercándose más y envolviéndolo en sus brazos.

—No hables de eso —le dijo, su voz firme pero suave—. Vamos a salir de esto. Los tres. Y si hay alguien que puede hacerlo, ese eres tú. No importa lo que diga Muzan, no importa cuán difícil sea. Este bebé será una prueba de que somos más fuertes que el mal que quiere destruirnos.

Obanai apoyó su cabeza en el hombro de Sanemi, dejando que el calor de su cuerpo lo envolviera. Por un instante, todas sus dudas y temores parecieron desvanecerse. Sentía que, sin importar el destino que les aguardara, mientras tuvieran a Sanemi a su lado, había esperanza.

—Te amo, Sanemi —susurró con voz quebrada, finalmente verbalizando lo que había sentido durante tanto tiempo.

Sanemi, sin dudarlo un segundo, lo abrazó más fuerte.

—Y yo a ti, Obanai. Hasta el final, siempre.

Con esa promesa sellada en sus corazones, ambos se prepararon para enfrentar lo que estaba por venir. La batalla final contra Muzan estaba cerca, pero más allá de las espadas, las estrategias y la sangre, había algo mucho más poderoso impulsando a Obanai y Sanemi: el amor que compartían, y la vida que estaban dispuestos a proteger.

La guerra definitiva estaba a punto de comenzar, y con ella, el destino de todos los cazadores de demonios y el futuro de la humanidad.

Continuará...

TNoel: Tuve una confusión en la numeración de mi archivo original y me olvidé de este bello capítulo, mil disculpas :c

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